Craig Russell - Resurrección

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En la tercera novela de la serie de Jan Fabel, un temible asesino que cree haberse reencarnado, se venga de aquellos que le traicionaron en una vida anterior…
El detective Jan Fabel y su equipo se enfrentan a una serie de homicidios: un político de izquierdas y homosexual confeso, y un prestigioso científico. Ambos fueron asesinados siguiendo el mismo método: los cuerpos tenían el cuero cabelludo seccionado y, sobre ellos, un pelo rojo teñido en la escena, procedente de la misma cabeza y cortado veinte años antes.
Fabel descubre que las víctimas pertenecían a un grupo anarquista de los años 70. Mientras tanto, los demás miembros del grupo, que habían tratado de dejar atrás su pasado, se dan cuenta de que un temible asesino va tras ellos.

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Fabel se inclinó hacia delante.

– ¿Estaban vigilando a Griebel?

– Ya me parecía que eso le llamaría la atención. -Ullrich sonrió-. En la superficie no encontré ninguna conexión directa entre Hauser y Griebel salvo que, como usted dijo, asistían a la Universität de Hamburgo más o menos en la misma época y los dos ejercían militancia política, aunque en diferente grado. Pero creo que lo más interesante es que más tarde se sospechó que ambos hombres eran miembros de la denominada RAF-Umfeld.

– ¿Griebel también? -Fabel estaba familiarizado con el término: la RAF-Umfeld se refería a la red difusa y amplia de simpatizantes que habían proporcionado apoyo, ya fuera financiero o logístico, a la Fracción del Ejército Rojo o banda Baader-Meinhof y otras organizaciones terroristas.

– Griebel también -confirmó Ullrich-. Como sabe, durante los años setenta y ochenta, los grupos terroristas anarquistas de Alemania se sostenían a través de esa clase de redes. Al principio estaban los «Schili», o la «izquierda chic», que eran en su mayor parte liberales de clase media que financiaban las actividades de los anarquistas. Los Schili eran, en su mayoría, abogados de izquierda, periodistas, conferenciantes universitarios y gente parecida que entregaban dinero para apoyar las actividades de acción directa de los anarquistas… hasta que esa acción directa dejó de ser irrupciones en restaurantes finos, pintar consignas en los edificios estatales y posar desnudos para la prensa y se convirtió en secuestros, asesinatos y bombas. Los activistas se volvieron terroristas y todo aquello fue demasiado para la izquierda fina. Realmente sirvió para separar la paja del trigo, y los grupos terroristas se quedaron con un núcleo duro de simpatizantes que cumplían funciones en las que en realidad no violaban la ley.

– Lo sé -dijo Fabel-. Los llamaban los «legales».

– Exacto. Pero además de los legales, había una red nacional de células latentes, a quienes se podía convocar para que violaran la ley y financiaran o apoyaran las actividades del 8 rupo terrorista principal, o incluso también para efectuar algún asesinato de alto perfil… Estos, en la superficie, llevaban vidas normales y no llamaban la atención. Por lo general los grupos terroristas escogían personas que nunca habían estado conectadas oficialmente con el movimiento de protestas ni con ninguna clase de actividad política. -Ullrich empujó las carpetas hacia Fabel-. Aquí verá que se sospechaba que Hans-Joachim Hauser era un legal; manifestaba abiertamente su apoyo a la causa, pero no violaba la ley. En cambio, a Herr Doktor Griebel se lo consideraba un posible agente latente…

– ¿Y se pensaba que estaban relacionados con la Fracción del Ejército Rojo?

– He ahí la cuestión. Como sabe, había bastante polinización cruzada entre grupos… El Colectivo de Pacientes Socialistas, las Células Revolucionarias, la Rote Zora y la banda Baader-Meinhof… y también había una buena cantidad de actividad por libre, por falta de una palabra mejor. Sé que usted se cruzó con uno de esos grupos independientes al principio de su carrera local.

Fabel hizo un seco gesto de asentimiento. Era evidente que Ullrich se refería al tiroteo de 1983 en el Commerzbank provocado por el Radikale Aktionsgruppe o Grupo de Acción Radical de Hendrik Svensson, en el curso del cual Franz Webern había muerto y Fabel había sido herido y se había visto obligado a tomar otra vida para salvar la suya. No le gustaba la idea de que el hombre de la BKA lo hubiera investigado a él. Pero, en cualquier caso, se dijo, ésa era la actividad a la que se dedicaba Markus Ullrich.

– Como recordará -continuó Ullrich-, después de los suicidios de Meinhof, Baader, Ensslin y Raspe en 1976 y 1977 en la prisión de Stammhein, el terrorismo interno alemán perdió el rumbo y se fragmentó mucho… lo que en realidad nos hizo el trabajo mucho más difícil. Y también tuvo como resultado un elevado incremento del nivel y la intensidad de la violencia. La verdad es que Hauser y Griebel eran ambos objetivos de baja prioridad… y en ningún lado se sugiere que hubiera una conexión entre ellos. Sí tenían conocidos comunes, pero lo mismo ocurriría con cualquiera que tuviera alguna relación con toda aquella escena, aunque sólo fuera marginal. Hay otra cosa respecto de Griebel.

– ¿sí?

– Noté que su expediente había sido actualizado recientemente. Volvieron a investigarlo hace poco. Hace un par de años, de hecho. Tengo la sensación de que estaba relacionado con su área de investigaciones. No podría decirle por qué esa especialidad tenía algún interés, pero los agentes antiterroristas sintieron la necesidad de investigarlo de nuevo. De todas maneras, siguió siendo baja prioridad. En cualquier caso… feliz lectura.

– Le agradezco realmente que haya hecho esto por mí -dijo Fabel cuando llegó el almuerzo.

– De nada. Lo único que le pediría es que si el contexto político de estos homicidios ofrece alguna pista real, hágamelo saber. Tal vez este caso tenga alguna dimensión que nos interese. Y, Herr Fabel… -Ullrich parecía inseguro, como si estuviera decidiendo si iba a decir o no las siguientes palabras.

– ¿Sí?

– Tenga cuidado. Como verá en los expedientes, algunas de las personas sometidas a nuestro escrutinio en el pasado hoy son figuras importantes. Lo único que tiene que hacer es mirar un poco el gabinete del gobierno de Gerhard Schroder: un ministro de relaciones exteriores que ha admitido su participación en la violencia callejera y un ministro de interior que fue abogado de la defensa de la banda Baader-Meinhof. -Ullrich se refería a Joschka Fischer, a quien habían «expulsado» cuando Bettina Röhl, la hija de Ulrike Meinhof, había entregado a la prensa fotografías de Fischer atacando a un agente de policía, y también a Otto Schily, que había representado a los terroristas en los comienzos de su carrera legal-. Y hay otros con grandes ambiciones más cerca de nosotros…

– ¿Como Müller-Voigt?

– Exacto… si resulta que tiene que investigar por allí, cuídese las espaldas.

Fabel lanzó una risa triste.

– No me preocupan los ataques políticos -dijo-. Ya estoy bastante acostumbrado a estas alturas.

– No es de los ataques políticos de lo que tiene que preocuparse. -dijo Ullrich-. No puedo creer que los denominados “latentes» que ocupaban ese sitio en aquel entonces sigan creyendo en toda esa basura, pero llevan una vida normal desde hace dos décadas. Estoy seguro de que algunos ellos están dispuestos a lo que sea para protegerse. Como he dicho… tenga cuidado.

19.30 H, PÓSELDORF, HAMBURGO

Fabel se pasó la tarde leyendo los expedientes de la BKA. Todo era tal cual lo había descrito Ullrich: Hauser y Griebel habían habitado el mismo paisaje, habían seguido caminos similares, habían conocido a las mismas personas, pero no había ninguna evidencia que diera entender que esos caminos se habían cruzado alguna vez. De todas maneras, la lógica sugería que no era imposible que al menos hubieran oído hablar el uno del otro. Y el mero hecho de que los servicios de seguridad no hubieran podido confirmar la existencia de ningún contacto entre ellos no significaba que en realidad nunca se hubieran visto.

Susanne tenía que trabajar hasta tarde en el Instituto de Medicina Legal, de modo que Fabel regresó a casa solo. El almuerzo con Ullrich le había dejado prácticamente sin apetito, de modo que cogió un bocadillo y una botella de Jever, los llevó a la sala y los puso sobre la mesita que estaba junto a su ordenador portátil y los expedientes. Se quedó sentado un momento, dando sorbos a la cerveza y contemplando, a través de los ventanales, el Alsterpark y la amplia extensión del Alster, cuya agua resplandecía suavemente bajo la luz de las últimas horas de la tarde. Era una escena que debería haberlo relajado, pero algo que no podía identificar seguía perturbándolo. Fabel era un hombre ordenado, una obsesión que surgía del miedo al caos que con frecuencia ardía en su interior. Le había asustado ver esa misma paranoia en su punto más extremo en Kristina Dreyer. Y esa necesidad de orden se veía afectada por las tenues conexiones y las amplias coincidencias que rodeaban a las dos víctimas. Cuando las miraba desde lejos, alcanzaba a percibir una red de hilos interrelacionados, pero cuando se acercaba todo se deshacía como una telaraña en el viento.

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