Craig Russell - Resurrección

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En la tercera novela de la serie de Jan Fabel, un temible asesino que cree haberse reencarnado, se venga de aquellos que le traicionaron en una vida anterior…
El detective Jan Fabel y su equipo se enfrentan a una serie de homicidios: un político de izquierdas y homosexual confeso, y un prestigioso científico. Ambos fueron asesinados siguiendo el mismo método: los cuerpos tenían el cuero cabelludo seccionado y, sobre ellos, un pelo rojo teñido en la escena, procedente de la misma cabeza y cortado veinte años antes.
Fabel descubre que las víctimas pertenecían a un grupo anarquista de los años 70. Mientras tanto, los demás miembros del grupo, que habían tratado de dejar atrás su pasado, se dan cuenta de que un temible asesino va tras ellos.

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– Se lo hicieron a la chica que usted dice Olga. Ella confió. Le dijeron que tenían un buen trabajo para ella en el Oeste. Confió en ellos porque eran ucranianos, como ella.

– ¿Ucranianos? -Maria sintió una opresión en el pecho, como si su cuerpo estuviera apretando una vieja herida-. ¿Has dicho que la gente detrás del Mercadillo de los Agricultores son ucranianos?

Nadja miró con gesto nervioso la puerta de la fábrica.

– Debo irme ahora…

Maria miró fijamente a la joven y famélica prostituta.

– ¿El nombre Vasyl Vitrenko significa algo para ti?

Nadja meneó la cabeza. De pronto, Maria comenzó a rebuscar en su bolso. Sacó la fotografía en color de la cabeza y los hombros de un hombre con un uniforme militar soviético.

– Vasyl Vitrenko. ¿No has oído hablar de él, en conexión con las personas que están trayendo a las chicas de Europa del Este? ¿Esta persona podría ser el jefe?

– No sé. No reconozco. Le doy mi dinero a hombre diferente.

– ¿Estás segura de que nunca lo has visto? -Maria sostuvo la fotografía cerca de la cara de Nadja y su voz se tiñó de urgencia-. Mírale la cara. Míralo.

Nadja examinó la imagen más de cerca.

– No… Nunca visto antes. No olvidaría esa cara.

La tensión pareció evaporarse de la postura de Maria. Contempló la fotografía que tenía en la mano. Vasyl Vitrenko le devolvió la mirada con unos ojos color esmeralda que eran crueles, fríos y luminosos como el centro del infierno.

– No… -dijo-. Supongo que no.

12.30 h, Hamburger Hafen, Hamburgo

Dirk Stellamanns había sido agente de uniforme cuando rabel se incorporó a la Polizei de Hamburgo. Era un tipo 8 rande como un oso, cordial y de sempiterna sonrisa. Dirk era quien le había enseñado a Fabel las cosas que conlleva ser policía y que no se aprenden en la Escuela Estatal: las sutilezas y los matices, la forma en que puedes entrar a una habitación y entender la situación y evaluar los riesgos con tu primera mirada.

Dirk Stellamanns había estado a cargo de la patrulla de Sankt Pauli y trabajaba en la famosa comisaría de Davidwache. Con las doscientas mil personas que pasaban cada fin de semana por esos dos kilómetros cuadrados de bares, teatros, discotecas, clubes de striptease y, desde luego, la notoria Reeperbahn, era una patrulla en la que el arma más eficaz de un policía consistía en su capacidad para hablar con la gente. Dirk le había enseñado a Fabel cómo se podía desactivar una situación explosiva con unas pocas palabras dichas en el momento adecuado; cómo a una persona que parecía destinada al arresto se la podía mandar a su casa con una sonrisa en la cara. Todo dependía de la manera en que uno lidiaba con la situación. Fabel había quedado admirado y bastante envidioso de la habilidad verbal de Dirk. Él tenía una conciencia clara de sus propias virtudes como policía, pero también de sus debilidades: en ocasiones, Fabel se daba cuenta de que podría haberle sacado más a un sospechoso o a un testigo si hubiera manejado la situación un poco mejor.

Dirk había estado presente cuando dispararon a Fabel y a su compañero. Un robo que había salido mal, perpetrado por miembros de un grupo terrorista, había dejado a Fabel malherido. Su compañero no había sobrevivido. Franz Webern, de veinticinco años, que llevaba menos de tres años casado y era padre de un bebé de dieciocho meses, había quedado tumbado en la calle a las puertas del Commerzbank y había tiritado de frío mientras el calor de su sangre se escapaba de su cuerpo y florecía oscuramente en el pálido asfalto.

Aquél fue el día más oscuro de la carrera de Fabel. Termino con él herido en un muelle junto al Elba, delante de una chica de diecisiete años armada con tópicos políticos y una pistola automática que se negaba a bajar.

«Ella se negó a bajar la pistola…» Fabel repetía esa tras como un mantra año tras año en un intento de disminuir aun que fuera sólo un poco el intolerable peso de saber que él le había quitado la vida; que le había disparado a la cara y la cabeza y que ella se había derrumbado como una muñeca rota y había caído en las aguas oscuras y frías. Dirk acompañó a Fabel cada día, cada vez que no estaba trabajando. En el momento en que Fabel empezó a recuperar una vaga y tenue conciencia, se dio cuenta de la presencia tranquila y sólida de Dirk junto a la cama del hospital.

Fabel aprendió que había lazos que, una vez forjados, no podían romperse.

Dirk, finalmente, se retiró de la policía. Llevaba tres años al frente de aquel chiringuito de comidas rápidas junto al puerto. Y Fabel iba allí al menos una vez cada quince días; no porque apreciara particularmente las variedades de currywurst que Dirk ofrecía, sino porque ambos hombres sentían la necesidad de esas bromas triviales, sin objetivo y sin sentido que siempre flotaban en la superficie de su amistad.

Pero en algunas ocasiones, Fabel necesitaba bucear más profundo. Cada vez que había un caso que lo ponía nervioso, un asesinato con la capacidad de impresionarlo, incluso después de tantos años de enfrentarse a la muerte, Fabel no acudía a Otto Jensen, su mejor amigo y con quien tenía mucho más en común. Acudía a Dirk Stellamanns.

El puesto de comida rápida de Dirk era una extensión de la inmensa personalidad de su dueño. Estaba bien iluminado, escrupulosamente limpio y rodeado de un grupo de mesas que llegaban a la altura del pecho rematadas con sombrillas blancas. Dirk, con su corpulento cuerpo protestando contra su ajustado e inmaculado delantal blanco de cocinero, sonrió con alegría cuando Fabel se acercó.

– Vaya, vaya… veo que te has hartado de esos restaurantes caros de Póseldorf… -Dirk le habló a Fabel en frisón. Ambos eran de Frisia Oriental y siempre se comunicaban entre sí utilizando el peculiar idioma de la región, una vieja mezcla de alemán, holandés e inglés antiguo-. ¿ Quieres un poco de comida de verdad?

-Una Jever y un bocadillo de queso me bastarán -dijo Fabel con una sonrisa desoladora. Siempre pedía lo mismo cuando iba allí a la hora del almuerzo. Una vez más, se sintió irritado por su propia previsibilidad. Bebió un sorbo de la fría cerveza con aroma a hierbas que había pedido, que también era de Frisia Oriental.

– Se te ve alegre, como siempre. -Dirk se inclinó hacia delante y apoyó los codos en el mostrador-. ¿Qué ocurre?

– ¿Has leído lo del asesinato de Hans-Joachim Hauser?

– ¿Lo del Peluquero de Hamburgo? -Dirk frunció los labios-. Hauser y otro tío, un científico. ¿Tú estás con eso?

Fabel asintió y bebió otro sorbo de cerveza.

– Es terrible. Sólo Dios sabe cómo la prensa se ha enterado de los detalles, pero son bastante precisos. Ese tío les arranca el cuero cabelludo.

– ¿Es cierto que los tiñe de rojo?

Fabel volvió a asentir.

– ¿De qué va todo esto? -Dirk hizo un gesto de incredulidad-. Dios sabe que vi muchas cosas en mi época, pero siempre hay un psicópata que se presenta con algo nuevo y te sorprende. Ese tipo debe de estar loco de remate.

– Así parece. -Fabel examinó su vaso de cerveza antes de beber otro sorbo-. La cuestión es que no se lleva sus trofeos. Los cuelga para que todos los vean.

– ¿Un mensaje?

– Eso es lo que comienzo a preguntarme.

Fabel se encogió de hombros. A pesar de la luz del sol, sintió frío en su interior. Tal vez fuera la cerveza; tal vez fuera la helada astilla de inquietud que se le había formado desde que vio la fotografía del Hombre de Neu Versen: Franz el Rojo, cuyo pelo había quedado teñido de un rojo subido después de dormir mil años en un pantano frío y oscuro.

– Pero ¿por qué lo haría? -Fabel formuló la pregunta más para sí mismo que para Dirk-. ¿Qué significado tiene el color rojo?

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