Apagó el cigarrillo en un cenicero metálico. Era un cenicero normal y corriente: Benoit sólo gastaba dinero en los adornos de carne y hueso. Al tiempo que hablaba sacó un pequeño aerosol del bolsillo interior de su impecable chaqueta de Savile Row.
– ¿Tienes idea de lo que cuesta mantener esta empresa, Lothar? Cada vez que me reúno en una sesión de finanzas con Stoffels me ocurre igual: sufro vértigos. Nuestros beneficios son inmensos pero el agujero es enorme. Además, Stein lo comentaba esta mañana, antes éramos pioneros. Pero ahora… Dios mío. -Abrió la boca, apuntó con el pequeño aerosol a la garganta y disparó dos veces. Lo agitó furiosamente y disparó una vez más-. Cuando Art Enterprises apareció en 1998, no le augurábamos dos años de futuro, ¿recuerdas? Ahora es líder de ventas en América y monopoliza el apetitoso sector de coleccionistas de California. Y esta mañana Stoffels nos informó de que los japoneses están mejor. Eres libre de creértelo o no, pero la facturación de Suke en 2005 superó a la Fundación y a Art Enterprises en casi quinientos millones de dólares. ¿Sabes con qué?
– Con adornos -contestó Bosch.
Benoit asintió con la cabeza.
– Han logrado darnos un golpe decisivo, incluso en Europa. Actualmente no hay nada, óyeme bien, nada que supere a la artesanía humana japonesa. Y lo peor es que los artesanos europeos están confiando en los japoneses para la gestión de sus obras. Esa magnífica Cortina de mi despacho… ¿Has visto qué figura tan perfecta…? Pues es de Schobber, un artesano austríaco, pero la distribuye Suke. Sí, tal como te lo digo… Te parecerá extraño, pero estoy deseando que El Artista pertenezca a Suke, te lo juro. Relacionar a ese jodido sicópata con Suke sería una buena forma de ponerlos en entredicho… Pero no tendremos tanta suerte.
Guardó el aerosol y colocó una mano ante la boca. Expulsó el aliento y lo olió. No pareció satisfecho con el resultado, o quizás era que la úlcera volvía a dolerle, Bosch no estaba seguro. Entonces se sentó y durante un instante permaneció en silencio.
– Malos tiempos para el arte, Lothar, malos tiempos para el arte. La figura del artista solitario y genial sigue vendiendo, pero con independencia del artista. Van Tysch se ha convertido en un mito, como Picasso, y los mitos ya están muertos aunque sigan vivos porque ya no necesitan crear para vender; les basta con firmar el tobillo, el muslo o la nalga de sus obras. Sin embargo, sus obras son siempre las que mejor se venden y, por tanto, las que m á s importan. Eso equivale a la muerte del artista, claro. Y éste es el destino del arte actual, su meta inevitable: la muerte del artista. Regresamos a los tiempos prerrenacentistas, cuando pintores y escultores eran considerados poco menos que hábiles artesanos. Ahora bien, la pregunta es… Si los artistas han dejado de ser útiles para el arte pero resultan imprescindibles para el negocio, ¿qué debemos hacer con ellos?
Benoit acostumbraba a plantear preguntas sin esperar una respuesta específica. Bosch, que lo sabía, guardó silencio permitiéndole proseguir.
– Esta mañana Stein sugirió algo curioso: cuando Van Tysch desaparezca, tendremos que pintar otro. El arte tendrá que crear a sus propios artistas, Lothar: no para ser arte, porque no los necesita, sino para producir dinero. Hoy día cualquier cosa puede ser una obra de arte pero sólo un nombre llegará a valer tanto como el de Van Tysch. De modo que tendremos que esforzarnos para pintar a otro Van Tysch, sacarlo de la nada, otorgarle los colores apropiados y hacerlo resplandecer en el mundo. ¿Cómo dijo Stein…? Espera que recuerde sus palabras exactas… Me las aprendí de memoria porque me parecieron… Ah, sí. «Debemos crear a otro genio que siga guiando los pasos ciegos de la humanidad, y a cuyos pies los poderosos puedan continuar depositando sus tesoros…» Fuschus, me encanta. -Se detuvo un instante y frunció el ceño-. Pero menuda tarea, ¿no? Crear la capilla Sixtina siempre fue más fácil que crear a Miguel Ángel, ¿no crees?
Bosch asintió sin demasiado interés.
– ¿Cómo va vuestra investigación, Lothar? -preguntó Benoit de repente.
Bosch sabía percibir cuándo llegaba el turno, para Benoit, de las preguntas que exig í an respuesta.
– Paralizada. Estamos esperando los informes de Rip van Winkle.
«No confíes en nadie -le había advertido Wood-. Diles que nos hemos quedado quietos. A partir de ahora tendremos que jugar en solitario.»
– ¿Y April? ¿Dónde está?
– Se ha marchado urgentemente a Londres. Su padre ha empeorado.
Era cierto que Wood había tenido que regresar a Londres el fin de semana debido al estado de salud de su padre. Pero le había dicho a Bosch que seguiría trabajando desde allí. La naturaleza de ese trabajo no la conocía ni siquiera él, pero le parecía obvio que la señorita Wood había diseñado su propio plan de contraataque. Bosch confiaba en aquel plan.
Se despidió de Benoit en cuanto pudo. Necesitaba descansar un poco. En la puerta, el director de Conservación lo detuvo con un gesto mientras volvía a rociarse la garganta de aerosol contra el mal aliento.
– Si puedes, calienta un poco los traseros de la gente del BAH. Están montando una fiesta para la semana de la inauguración. La policía habla de unos cinco mil procedentes de varios países. Eso estaría muy bien.
El grupo BAH era una de las organizaciones internacionales que más se oponían al arte hiperdramático. Su fundadora y líder, la periodista Pamela O'Connor, acusaba a artistas como Van Tysch o Stein de violación de derechos humanos, pornografía infantil, trata de blancas y degradación de la mujer. Sus quejas eran escuchadas y sus libros de denuncia se vendían muy bien, pero ningún tribunal le hacía caso.
– No creo que tiren cohetes, Paul -observó Bosch-. La gente de Pamela O'Connor se cansa incluso de escribir pancartas.
– Lo sé, pero me gustaría que los irritaras un poco, Lothar.
Necesitamos cierto grado de escándalo. En esta inauguración todo juega en contra nuestra, empezando por el título. ¿A quién diablos le importa Rembrandt hoy día, salvo a cuatro o cinco gilipollas especialistas en arte antiguo? ¿ Quién va a pagar por venir a ver un homenaje a Rembrandt? El público vendrá a ver lo que ha hecho Van Tysch con Rembrandt, que no es lo mismo. Esperamos numerosos visitantes, pero necesitamos el doble o más. Las colas deberían llegar a Leidseplein. Un altercado entre miembros del BAH y de nuestro equipo de seguridad sería ideal… Varios periodistas situados en el lugar oportuno, fotos, noticias… La verdad es que grupos como el BAH son muy útiles. Stein, incluso, nos ha propuesto que lo financiemos en secreto, ¿puedes creerlo?
Bosch podía creerlo.
– Haz todo lo posible por caldear el ambiente -le guiñó un ojo Benoit.
– Intentaré pensar en positivo -replicó Bosch.
Se marchó sin haber hablado con Benoit del tema que más le importaba: la presencia de Danielle en la exposición.
La muchacha que está de pie junto al árbol lleva tan sólo un albornoz blanco y corto atado a la cintura, impropio para salir a la calle o permanecer quieta al aire libre. Pero otras cosas nos intrigan más de su aspecto. Por ejemplo, alguien le ha dibujado cejas, pestañas y labios con un pincel y su cabello es de un color bermellón reluciente y huele a óleo. La piel que podemos contemplar, la de la cara, cuello, manos y piernas, revela un lustre artificial, como si estuviera plastificada. Sin embargo, por rara que sea su apariencia, algo en su mirada, algo que nada tiene que ver con el disfraz de pintura ni con su absurdo vestuario, un rasgo profundo, previo a toda figura y todo dibujo, pero visible, colocado ahí, dentro de sus ojos, nos impulsaría quizás a detenernos e intentar conocerla mejor. Un niño quedaría fascinado ante los maravillosos colores de su cuerpo. A un adulto le intrigaría más su forma de mirar.
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