– Pensé que ese tipo perseguiría al chico -dijo Raylan-. ¿Usted no? -Vio cómo un tipo fornido en mangas de camisa, una camisa blanca, dejaba el volante y se bajaba del Mercedes para ir hacia el maletero. Los bocinazos aminoraron hasta cesar del todo.
El tipo joven llegó al pasillo que separaba las mesas; miraba hacia ellos. Raylan se fijó en cómo sus hombros llenaban la cazadora de cuero que, cerrada, le llegaba casi hasta las caderas. Ahora se dirigía hacia ellos, hacia su mesa, con la vista fija en Joyce, las manos colgando a los costados, unas manos grandes. Se fue aproximando hasta colocarse muy cerca de ellos, y posó los dedos en la mesa que se hallaba junto a Raylan.
– ¿En qué podemos servirle? -le preguntó éste.
El tipo no se molestó en mirarle. Se dirigió a Joyce.
– Hay un amigo suyo en el coche que quiere verla. En aquel Mercedes.
– ¿Sí? -respondió Joyce, mirando hacia la calle-. ¿Cómo se llama mi amigo?
– Quiere que venga al coche -contestó el joven.
– Primero dígame quién es.
– Ya lo sabrá. -El tipo hizo un ademán-. Venga, vamos.
– La señora quiere saber quién es su amigo -intervino Raylan-. ¿No lo entiende?
– No hablo con usted -dijo el tipo joven mirando a Raylan por primera vez.
– De todos modos, la señora quiere saber quién es.
– No se meta donde no le llaman -le advirtió el joven, y se volvió hacia Joyce-. Venga, o la llevo en brazos.
Joyce miraba hacia la calle. Cuando de pronto se levantó, Raylan exclamó:
– Espere un momento -y tendió una mano para retenerla. Pero ella siguió adelante, pasó junto al joven, y Raylan insistió-: ¡Joyce!
Un coche gris aparcó junto al bordillo, impidiéndole ver el Mercedes. Raylan intentó levantarse, llamando a Joyce, y el joven le sentó de un empujón y le mantuvo en el sitio con una mano, apretado contra la mesa. Raylan no movió nada excepto la mano derecha, que deslizó por su pierna debajo de la mesa y metió dentro de la bota hasta tocar la culata del Smith calibre 38. Entonces hizo una pausa, atento a los movimientos de Joyce. La vio caminar hacia el coche gris y pensó que lo rodearía para seguir hasta el Mercedes. Pero no lo hizo. No. La puerta delantera derecha del coche gris se abrió, Joyce entró de un salto, y el coche se alejó antes de que la puerta se cerrara.
Entonces siguió otra pausa. Raylan estaba sorprendido y se tomó unos segundos antes de acabar su jugada: cuando el tipo le soltó y se volvía ya para marcharse sacó el revólver y le metió el cañón en la entrepierna. El otro gruñó.
– Ahora me toca a mí -dijo Raylan, y le invitó a sentarse.
Los bocinazos volvieron a sonar en la Vía Veneto. El Mercedes había arrancado e intentaba cambiar de sentido en la calle estrecha: hizo marcha atrás sobre la acera, entre los arbustos y las flores, dispuesto a salir lanzado, pero ahora el tráfico ocupaba todo este lado de la calle y le cerraba el paso. El Mercedes trató de abrirse camino tocando el claxon durante un rato y desistió. Se abrió una puerta.
Raylan vio que el Zip salía del coche y caminaba hacia el café, vestido con su traje oscuro y las gafas de sol. Por fin estaba aquí; le resultaba extraño verle venir y sentir una sensación de alivio, como si estuviera complacido de verle, o complacido de verle a la luz del día, a campo abierto. Parecía que el Zip miraba a Raylan, hasta que llegó a la mesa y se detuvo con las manos apoyadas en el respaldo de una silla. Entonces miró al joven, sin preocuparse de Raylan.
– ¿Qué pasa contigo?
– ¿Qué? -replicó el joven, sorprendido.
– ¿Qué haces aquí sentado?
– Se lo pedí yo -intervino Raylan, bien arrimado a la mesa, con las manos fuera de la vista.
El Zip le miró con el mismo desinterés de antes, y se volvió una vez más hacia el otro.
– Viste cómo la chica se marchaba. ¿Por qué no fuiste tras ella?
– Te puedo dar la versión larga o la corta -contestó el joven-. La corta es que el cabrón tiene un arma y ahora probablemente te tiene encañonado. Así que dime tú qué quieres hacer. Ni siquiera sé quién coño es.
El Zip no dijo una palabra, hasta que apartó la silla y se sentó; ahora se desentendió del joven.
– Veamos, ¿qué piensas hacer con Harry? -le preguntó directamente a Raylan-. ¿Estás aquí para extraditarlo?
– Estoy de vacaciones -respondió Raylan-. ¿Y tú qué? ¿Habías estado antes aquí? -El Zip mantuvo la mirada fija en Raylan pero no le contestó, parecía cansado, quizá por la diferencia horaria. Iba muy arreglado pero no se le veía demasiado feliz-. Pierdes el tiempo -añadió Raylan-. Lo único que conseguirás es meterte en problemas. -Miró al joven-. Tú debes de ser Nicky Testa, también conocido por Joe Macho. Prefiero Nicky. Leí tu expediente. -Raylan se encogió de hombros-. Los he visto peores. Lo único que te puedo decir es que no metas las narices en esto o vendrán a por ti espadas en ristre. Te lo digo en serio. Date una vuelta por el cuartel de los carabinieri, me parece que está en la Vía Salvo D’Acquisto, y verás lo que quiero decir.
– ¿Quién coño es este tipo? -le preguntó Nicky al Zip.
– ¿Quieres saber quién soy? Te lo diré. Soy la ley, eso es lo que coño soy, un oficial de policía de los Estados Unidos. Si quieres ver mi estrella te la enseño. Pero él lo sabe, tu jefe. Os recomiendo a los dos que regreséis a casa y os olvidéis de lo que tenéis contra Harry Arno, porque no es verdad. Aquella historia de que os estaba robando es una mentira que nos inventamos para que hicierais alguna estupidez y os pudiéramos cazar. Os digo la verdad. No hay ningún motivo para que insistáis, porque Harry nunca os hizo nada. -Raylan guardó un breve silencio-. Bueno, aparte de cargarse a aquella sabandija que enviasteis para que lo matara. Pero no le podéis culpar por eso, ¿verdad? Todavía tiene que ir a juicio por aquella muerte y es aquí donde entro yo. En otras palabras, podéis descansar tranquilos, olvidaos de Harry. ¿Qué os parece?
El Zip le miró durante lo que pareció una eternidad. Por fin tomó una decisión y dio su respuesta.
– Actúas como si Harry fuera tu amigo y le quisieras proteger. Eso es lo que me estás diciendo, que tú y él estáis del mismo lado. Sólo que tú tampoco sabes dónde está él, ¿verdad? No me engañas. -El Zip cabeceó-. ¿Quién crees que lo encontrará primero?
Se levantó, miró a Nicky, dio la vuelta y se marchó. Raylan observó cómo Nicky lo miraba largamente con aire bravucón, como diciendo «Me las pagarás».
– Si quieres tener pinta de malvado, entorna los párpados un poco más -le recomendó Raylan, con una sonrisa-. Lárgate, chico, no te haré daño, a menos que me obligues.
Raylan le observó marcharse antes de advertir que Joyce se había dejado el bolso sobre la mesa junto a la Guía de Rapallo.
Recorrieron las calles buscando el Lancia gris. Benno, que conducía el Mercedes, no paraba de charlar mirando de reojo a Tommy, instalado junto a él en el asiento delantero. Según Nicky, Benno se estaba inventando algún rollo para justificar por qué no había reconocido el coche después de haberlo seguido durante todo el camino desde Milán. El otro italiano auténtico, Fabrizio, que compartía el asiento trasero con Nicky, se inclinaba hacia delante para poder escuchar y meter baza; los tres hablaban en italiano a toda pastilla. Benno había venido desde Nápoles. Fabrizio era de Milán. Nicky le había preguntado por la mañana qué significaba stronzo y se enteró de que no significaba «fuerte». Les escuchó mientras el coche avanzaba lentamente por las calles, hasta que se hartó de tanto italiano, de no entender lo que decían, y gritó:
– ¡Eh, tíos! ¡A ver si habláis en inglés, coño! -Funcionó. Reinó el silencio mientras el Zip y Benno cruzaban una mirada. Nicky añadió-: ¿Queréis que me baje del coche? Si queréis, me voy a casa. Decidlo y me las piro. Pero os diré una cosa. Antes de irme me cargaré a ese tipo, al federal. Averiguaré dónde se aloja y me lo cargaré. -Miró directamente el perfil del Zip-. Os lo digo ahora para que lo sepáis.
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