A sus espaldas el Zip preguntó:
– ¿Qué coche conducía?
– Conducía el Cadillac de Harry Arno. Salió de la agencia de viajes, subió al coche, cogió por Julia Tuttle y la calle 112 hasta el aeropuerto y entró en el aparcamiento. Yo me puse a su lado, salí de mi coche y me ofrecí a ayudarla con las maletas. Llevaba una grande y dos pequeñas.
Jimmy Cap se tragó un linguini y dijo:
– El gran macho. No hay tía a la que no se quiera ligar.
– Eh, qué dices, ésta es una vieja.
El Zip le golpeó con el canto de la mano.
– Dile qué ocurrió.
Nicky encorvó los hombros y después se irguió poco a poco, mirando cómo Jimmy Cap se empapuzaba de linguini sin prestarle atención.
– Inicié una conversación, le dije que esperaba a alguien, a mi madre. Pensaba enredarla para que no se diera cuenta de que quería sonsacarle algo.
– Pero no se le ocurrió preguntarle a dónde iba -intervino el Zip.
– No fue necesario. Fuimos a la terminal de British Airways. ¿Y, hacia dónde salía el vuelo? Hacia Londres, Inglaterra. Le pregunté en la mesa de embarque: «¿Viaja a Inglaterra?» «Sí -dijo-, a Inglaterra». ¿Qué más quieres que te diga?
Jimmy Cap miró al Zip como si le formulara la misma pregunta.
– La mitad de la gente que viaja a Londres -contestó el Zip-, va a alguna otra parte. Allí hacen el transbordo. Así que no sabemos a dónde iba porque este stronzo no se lo preguntó.
– Pregunta en la agencia de viajes -le sugirió Jimmy Cap.
– Sí, es lo que haré.
– Entonces, ¿cuál es el problema?
– Tengo que esperar a mañana, a que el tipo abra. Perdemos todo un día.
– No sabes si ella se encontrará con Harry.
– Ella usó su coche -dijo el Zip-. Espera y verás cómo algún amigo suyo lo recogerá mañana. -El Zip, detrás de la silla, miró a Nicky-. La mujer se reunirá con Harry y voy a llegar un día tarde por culpa de este capullo.
Nicky encorvó los hombros, esperando el coscorrón.
El jueves, 26 de noviembre, Raylan Givens tomó café con Buck Torres en un bar cubano un poco más allá de la jefatura de policía. Raylan pidió también un plato de arroz con frijoles; no había comido. Le preguntó a Torres si meterían a la Interpol en esto para encontrar a Harry y solicitar la extradición. Torres respondió que lo harían si hubiera matado a un ciudadano importante y no a un chorizo ex convicto empleado de Jimmy Cap. Añadió que, para hacerle un favor a Harry, estaba buscando escopetas recortadas; habían encontrado una en una casa de drogadictos y estaban analizándola.
– Le pregunto lo de la extradición -dijo Raylan-, porque me voy mañana. Voy allá a buscar a Harry.
– ¿Se va por su cuenta? -preguntó Torres, que no pareció sorprendido.
– A nadie le preocupa lo que le pueda pasar, ¿verdad? -replicó Raylan-. Pienso que incluso abandonarán la investigación de Jimmy Cap.
– Eso por descontado -dijo Torres-. ¿De verdad que irá a buscarlo? Italia es muy grande.
– Lo sé. Lo vi en los mapas.
Eso fue todo lo que Raylan dijo de Italia. Ni una palabra sobre dónde podía estar Harry, no mientras existiera la posibilidad de la extradición.
– Se me escabulló dos veces -continuó Raylan, impasible-. Digamos que ir a buscarlo es algo que me debo a mí mismo. -Removió los frijoles con el tenedor, sin mucho apetito.
– Es una lástima que no se marchara ayer -comentó Torres-. ¿Recuerda el itinerario que siguió Harry? De aquí a Heathrow y después a Milán. Es la información que me dio el agente de viajes.
– Lo recuerdo.
– Esta mañana a primera hora -añadió Torres-, un tipo se presentó en la agencia, la misma agencia, diciendo: «Quiero saber a dónde fue Joyce Patton ayer a partir de Londres.» No le metió ningún rollo ni le explicó al agente de viajes por qué quería saberlo, sólo lo miró desafiante y éste se lo dijo.
– Tommy Bucks -afirmó Raylan-, el Zip. El tipo sabía que la cosa iba en serio.
– Tenía claro que no quería tener problemas. Le mostramos las fotos y reconoció, como usted supuso, a Tommy Bucks. Así que ahora, lo comprobamos, también van para allá el Zip y un tipo llamado Nicky Testa. Salen esta tarde, a las siete y cuarto en el mismo vuelo que tomaron Harry y Joyce.
– ¿No le va a detener?
– ¿De qué le puedo acusar? Le preguntó al tipo de la agencia a dónde había ido Joyce Patton.
– ¿Sin amenazas de ningún tipo?
– Aparte de él mismo, de la pinta que tiene, ni una palabra. Ya le conoce.
– Sólo tuve con él aquel encontronazo -dijo Raylan-. Verá, primero tuve que conseguir el permiso, cosa que ya tengo, sólo que no puedo marcharme hasta mañana. Para cuando yo llegue… ¿Qué pasará si el Zip ha llamado antes a uno de sus amigos de allí para que espere a Joyce en Milán? -Raylan consultó su reloj-. Por cierto, ahora estará a punto de aterrizar. La seguirán, verán a dónde va. El Zip llegará allí mañana. -Raylan hizo una pausa-. Dudo que Harry piense llevaría directamente a donde esté. No es tan tonto. -Raylan se tomó un momento para pensar un poco más-. Lo que debo hacer es encontrarlo antes de que lo haga el Zip.
– Usted cree saber dónde está, pero no lo dice -comentó Torres.
Raylan no respondió. Se puso nervioso; deseó marcharse esa misma tarde, coger el mismo vuelo que el Zip y vigilarlo. El único inconveniente sería que el Zip y el otro tipo viajarían en primera clase y él con los turistas.
Aquel jueves, Joyce tomó un taxi desde el aeropuerto de Milán al hotel Cavour en Fatebenefratelli. La esperaban en recepción. El recepcionista, cordial, le dijo en inglés: «Sí, y hay un mensaje para usted», mientras le entregaba un sobre cerrado. Lo abrió en el acto. La nota manuscrita en papel del hotel decía:
Me envía Harry. Soy la persona con aspecto de norteafricano y chaqueta de ante sentado al otro lado del vestíbulo. Míreme si quiere pero no se acerque.
Ella miró y vio al tipo negro con chaqueta de ante, sentado, como decía en la nota, al otro lado del vestíbulo. Él le devolvió la mirada, levantando la mano para acariciarse la perilla. Joyce continuó leyendo.
Suba a su habitación y la llamaré dentro de una media hora, después de comprobar que no entra alguien con pinta de pocos amigos. Me llamo Robert.
Cuando ella volvió a mirarle, Robert leía un periódico. Joyce subió a la habitación.
Era pequeña pero aseada, moderna y a un precio módico. En el exterior se oía el ruido del tráfico de una gran ciudad y desde la ventana sólo se veía el edificio de en frente. Esperó, preguntándose si debía deshacer las maletas; si Harry estaría aquí en Milán; si era verdad que había enviado al negro, Robert; si el secador funcionaría con el enchufe del baño.
Robert la llamó a la media hora y le preguntó lo que todo el mundo pregunta cuando uno acaba de llegar a algún sitio: qué tal el vuelo, si estaba cansada y si deseaba descansar un rato. Volvería a llamarla más tarde.
– Primero comprueba si alguien me sigue y después me pregunta si quiero descansar. ¿Le parece que dadas las circunstancias quiero echarme a dormir la siesta?
– Eso lo decide usted -dijo Robert-. Si no quiere descansar, cojonudo, pero no iremos a ninguna parte hasta mañana. Un par de tipos aparecieron después de que usted subiera y todavía andan por aquí, pero no sé nada sobre ellos.
– ¿Todavía está en el hotel?
– Ahora estoy en otra parte. Dentro de una hora, usted irá al restaurante que hay en frente del hotel, un poco más abajo, y yo acudiré allí. Entre y siéntese en una de las mesas del fondo. Yo vigilaré para saber si le siguen.
– ¿Cómo puede saber nadie que estoy aquí?
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