– Esto es lo que quiero, un traje cruzado como éste. Azul oscuro casi negro, cruzado y ceñido. Seis botones delante, ¿vale? Cuéntalos. Abrochado hasta arriba para que se vea un poco la camisa blanca y la corbata gris perla. ¿Qué me dice?
– Desde luego, si es lo que quiere.
– ¿Sabe quién es el tipo de la foto? -le preguntó el Zip. El sastre contestó que no, así que el Zip se lo dijo: Frank Costello.
– Una vez le hice un traje a Meyer Lansky, hace mucho tiempo. Por aquel entonces yo estaba en Collins, en el McFadden-Deauville; le hice un traje precioso y no me pagó. ¿Se lo puede creer? ¡Con tanta pasta!
El sastre era un tipo con edad suficiente para ser sensato, pero ni siquiera él mostraba un poco de respeto. ¿Qué sabía Nicky, un chulo de su calaña, de todo esto? O Gloria, que ahora apuntaba al Zip con sus nalgas mientras refrescaba a Jimmy con la toalla helada. El Zip alargó la mano, le dio una palmadita y ella movió el culo, como diciéndole que la podía tener si quería. El Zip pensó que podía tenerlo todo, todo lo que era de Jimmy, si quería. ¿Por qué no? Ya había conseguido el negocio de las apuestas.
Raylan decidió hablar con el Zip para aclarar algunas cosas. Al principio pensaba en él como Tommy Bucks porque era así como le llamaban los tipos del FBI, pero después comenzó a pensar en él como el Zip porque así le llamaba Harry y a Raylan le gustaba cómo sonaba.
Para seguir al Zip esperó hasta que le vio llegar a casa de Jimmy Cap y después se pegó a él como una lapa. El Zip estuvo allí sólo quince minutos, se subió al Jaguar y a toda velocidad llegó a Alton Road donde giró en dirección sur; Raylan le seguía, convencido de que se dirigía a su casa y de que descubriría donde vivía. El Jaguar llegó a la Quince y dobló a la izquierda, pasó por delante de un pequeño parque y dobló a la derecha hacia Meridian. Cuando el elegante coche verde oscuro aparcó delante de los apartamentos Flamingo Terrace, Raylan comprendió, que el tipo iba a ver a Joyce Patton. No podía ser que fueran amigos, no, el Zip iba a preguntarle sobre Harry, intentar que le dijera lo que sabía. Utilizaría la fuerza si era necesario, le pegaría o quizás algo peor. En todo esto pensaba Raylan mientras hacía un giro de ciento ochenta grados a la altura de la Once, el extremo sur del parque y regresaba para aparcar delante del Flamingo. El Zip subió los escalones de la entrada del apartamento de Joyce y tocó el timbre. Cuando Raylan salía del coche, el Zip ya aporreaba la puerta. En ese momento, Raylan no pensó que Joyce la abriría, y quizá la chica no la habría abierto si por la mirilla no hubiera visto a Raylan subir detrás del Zip, quien estaba demasiado atento a lo que hacía como para pensar que había alguien a sus espaldas. Así que cuando comenzó a abrirse la puerta, Raylan ya avanzaba a la carrera sobre el Zip, y cuando la puerta se abrió del todo y Joyce apareció y vio que debía quitarse de en medio, Raylan golpeó al Zip por detrás, lo sujetó por los hombros, y lo tumbó sobre la alfombra de la sala. El Zip aterrizó de costado, se dio la vuelta para ponerse boca arriba y se encontró con Raylan montado sobre su pecho, sujetándole los brazos a los lados. No le preguntó a Raylan quién era o lo que hacía, al verle aquella expresión de furia en el rostro. Comenzó a resistirse y a retorcerse y no se calmó hasta que Raylan desenfundó la nueve milímetros y le dijo:
– Quédate quieto o te vuelo esa narizota.
Joyce vio cómo Raylan, sentado sobre el hombre, la miraba y se tocaba el ala del sombrero con dos dedos. No le había visto nunca sin su sombrero vaquero. El hombre tumbado llevaba gafas oscuras y una corbata gris perla con el traje oscuro; no movía ni un músculo. Raylan mantenía el arma sobre el pecho del hombre, con la punta del cañón contra la barbilla. Joyce oyó que Raylan preguntaba:
– ¿A qué has venido?
– No me toques los huevos y quítate de encima mío -respondió el otro, con la pistola en la cara.
Dos tipos vestidos con traje azul oscuro conversando en el suelo de su sala de estar.
– Iba a preguntarte -le dijo Raylan al tipo que tenía debajo-, si sabías dónde está Harry Arno, pero supongo que has venido aquí a preguntar lo mismo. -Volvió a mirar a Joyce-. ¿Sabe quién es éste?
Joyce, apartada de los dos, negó con la cabeza. Mantenía las manos delante de sí haciendo girar el anillo que Harry le había regalado para su cumpleaños.
– Trabaja para Jimmy Cap -dijo Raylan, y miró al hombre de las gafas oscuras-. Le arrancaré la nariz de un disparo si no me contesta. ¿A qué has venido aquí?
– Para hablar con ella, saludarla.
– ¿Sobre qué, de Harry Arno?
– Sobre ella. La he visto por ahí y quería conocerla.
– ¿Qué piensa? -le preguntó Raylan a Joyce.
– No le había visto en mi vida.
– Le presento al señor Tommy, el Zip -dijo Raylan-. Diría que vino aquí a preguntarle si sabía dónde está Harry. Creo que todos estamos de acuerdo en eso. -Miró al Zip-. Me preguntaba si lo habías cogido. No lo creía, pero quería estar seguro. Así que no sabes dónde está ni se te ocurre ninguna idea. ¿Me equivoco?
Joyce se acercó a ellos. Escuchó que el Zip decía, con acento italiano:
– No, no lo sé.
– Pues la señora aquí presente, tampoco. Por lo tanto no necesita que un tipo como tú venga por aquí. ¿Está claro?
– Sí.
– No la molestes nunca más.
El hombre no se movió ni dijo nada.
– ¿Me oyes?
– Sí, vale.
Raylan sacó su identificación del bolsillo interior de la chaqueta y la sostuvo delante de la cara del Zip.
– ¿Sabes leer? Pone que soy agente federal. Si vuelves a aparecer por aquí te barreré como a la basura. ¿Me entiendes?
– Sí, vale.
Joyce vio que Raylan la miraba.
– ¿Quiere decirle alguna cosa?
Ella negó con la cabeza.
– Esta vez te lo pondré fácil. -Raylan se puso de rodillas y después se apoyó en una de ellas para ayudar a levantarse. Se apartó un paso-. ¿Vas limpio? Hazme el favor de darte la vuelta sobre la panza.
Raylan se agachó para palpar la cintura del Zip. Joyce observó a los dos hombres vestidos de azul oscuro.
No daba crédito a sus oídos.
«¿Date la vuelta sobre la panza?» Raylan sonaba hoy más paleto que la vez anterior, en el apartamento de Harry.
Raylan ayudó al Zip a levantarse y éste le miró porque él tampoco lo entendía, aunque se mostraba tranquilo detrás de las gafas de sol, arreglándose la chaqueta, estirándola hacia abajo y alisándola en el pecho y el estómago, mientras recobraba la compostura. Joyce detectó en él cierta arrogancia: el Zip echó una ojeada a la sala mientras se arreglaba con aire ausente; luego se acercó a ella y se detuvo. Se quitó las gafas y las sostuvo, sin dejar de mirarla con una expresión somnolienta que a él debía de parecerle irresistible, y que a decir verdad no estaba mal. Así le mostraba que mantenía el control de sí mismo y que esto ocurría porque él lo permitía.
Raylan estaba ahora junto a la puerta abierta; tenía la chaqueta desabrochada y la pistola en la funda. Dijo:
– La salida es por aquí, señor Zip, y no vuelvas.
Señor Zip.
Ella vio que el Zip hacía una pausa para volverse a mirar a Raylan antes de pasar junto a él. Raylan parecía mucho más alto con el sombrero y las botas vaqueras. El Zip medía lo mismo que Harry -ahora que lo pensaba-, y los dos resultaban pequeños para las medidas actuales.
Sin embargo, Raylan era delgado y parecía alto, ahí solo, de pie junto a la puerta. El agente observó cómo se alejaba el Jaguar antes de volverse hacia Joyce.
– ¿Qué pasará si vuelve?
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