Jeff Lindsay - Querido Dexter

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Querido Dexter: краткое содержание, описание и аннотация

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La organizada vida de Dexter se altera de repente cuando un segundo asesino en serie, mucho más visible, aparece en Miami. Dexter se siente intrigado, e incluso encantado, al ver que ese otro asesino parece tener un estilo virtualmente idéntico al suyo. Y sin embargo Dexter no puede evitar la sensación de que ese misterioso recién llegado no se limita a invadir su terreno… sino que le lanza una invitación directa para “ir a jugar con él”.

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—Parece muy bueno en este tipo de cosas —dije a Deborah.

—Más le vale —contestó ella. Se mordió otra uña, y la idea de que pronto se iba a quedar sin suministros me preocupó.

Chutsky continuó por el camino, al tiempo que consultaba su tablilla, ignorante al parecer de que estaba provocando un déficit de uñas en el coche. Su aspecto era natural y tranquilo, y era evidente que tenía mucha experiencia en trapacerías o artimañas, según fuera la palabra que más convenía para describir los delitos bendecidos de manera oficial. Por su culpa, Debs se mordía las uñas y casi se llevaba por delante camiones de cerveza. Tal vez no fuera una buena influencia para ella, aunque era agradable que hubiera otro blanco de sus miradas coléricas y pellizcos en los brazos. Siempre estoy dispuesto a que sea otro quien exhiba moratones una temporada.

Chutsky se detuvo ante la puerta y escribió algo. Después, aunque no vi cómo lo hacía, abrió la puerta y entró. La puerta se cerró a su espalda.

—Mierda —dijo Deborah—. Además de posesión de drogas, allanamiento de morada. La próxima vez, secuestrará un avión.

—Siempre he deseado conocer La Habana —dije.

—Dos minutos —dijo ella con voz tensa—. Después, solicito refuerzos y entro a por él.

A juzgar por la forma en que su mano se extendía temblorosa en dirección a la radio, habían pasado un minuto y cincuenta y nueve segundos cuando la puerta se abrió de nuevo y Chutsky salió. Se detuvo en el camino de entrada, anotó algo en la tablilla y regresó hacia el coche.

—Muy bien —dijo cuando se sentó—. Vamos a casa.

—¿La casa está vacía? —preguntó Deborah.

—Como una patena. Ni una toalla ni una lata de sopa.

—Y ahora, ¿qué? —preguntó ella, al tiempo que ponía el coche en marcha.

Chutsky meneó la cabeza. —Volveremos al plan A —dijo. —¿Y cuál es el plan A? —preguntó Deborah. —Paciencia —dijo él.

Por eso, pese a una comida deliciosa y un viajecito de compras muy original a continuación, volvimos a esperar. Transcurrió una semana de la manera aburrida que se había instaurado. No parecía probable que el sargento Doakes se diera por vencido antes de que terminara mi transformación en adorno de sofá con tripa cervecera, y no se me ocurría otra cosa que hacer que jugar al escondite y al ahorcado con Cody y Astor, aparte de escenificar después teatrales besos de despedida con Rita en honor de mi perseguidor.

Después, llegó la llamada telefónica en plena noche. Era el domingo por la noche, y yo tenía que levantarme temprano al día siguiente. Vince Masuoka y yo teníamos un trato, y me tocaba a mí recoger los donuts. Y aquí estaba el teléfono, sonando clamorosamente como si yo no tuviera ninguna preocupación y los donuts se entregaran por sí solos. Eché un vistazo al reloj de la mesita de noche: 2:38. Admito que estaba un poco cabreado cuando levanté el auricular y dije: «Déjame en paz».

—Dexter, Kyle ha desaparecido —dijo Deborah. Sonaba más que agotada, tensa por completo, y sin saber si disparar a alguien o llorar.

Tardé un momento en poner a toda velocidad mi poderoso intelecto.

—Um, bien, Deb —dije—, siendo el tipo como es, tal vez estarás mejor sin…

—Ha desaparecido, Dexter. Secuestrado. El tipo le ha pillado. El tipo que le hizo aquello al tipo —dijo, y si bien me sentía como si me hubieran arrojado en mitad de un episodio de Los sopranos, sabía a qué se refería. Quienquiera que hubiera convertido en una patata aulladora a la cosa de la mesa se había llevado a Kyle, seguramente para hacerle algo similar.

—El doctor Danco —dije.

—Sí.

—¿Cómo lo sabes?

—Dijo que podría pasar. Kyle es el único que conoce su aspecto. Dijo que cuando Danco descubriera que Kyle estaba aquí, lo intentaría. Teníamos una…, habíamos convenido una señal y… Mierda, Dexter, ven hacia aquí. Hemos de encontrarle —dijo, y colgó.

Siempre yo, ¿eh? No soy una persona muy agradable, pero por alguna razón siempre soy yo al que acuden con sus problemas. ¡Oh, Dexter, un monstruo salvaje e inhumano se ha llevado a mi novio! Bien, maldita sea, yo también soy un monstruo salvaje e inhumano. ¿No soy merecedor de un poco de descanso?

Suspiré. Al parecer, no.

Confié en que Vince comprendería lo de los donuts.

14

Desde donde yo vivía, en Grove, había quince minutos en coche hasta casa de Deborah. Por una vez, no vi al sargento Doakes siguiéndome, pero tal vez iba disfrazado de klingon. En cualquier caso, había muy poco tráfico, y ni siquiera me tomé en serio la U.S. 1. Deborah vivía en una pequeña casa de Medina, en Coral Gables, invadida de árboles frutales algo descuidados y con un muro de roca coralina que se venía abajo. Detuve mi coche al lado del suyo, en el corto camino de entrada, y sólo me había alejado dos pasos cuando Deborah abrió la puerta de enfrente.

—¿Dónde has estado? —preguntó.

—Fui a clase de yoga, y después al centro comercial a comprar zapatos —contesté. La verdad era que había corrido de lo lindo, había llegado menos de veinte minutos después de recibir la llamada, y el tono que había adoptado me estaba tocando los cojones.

—Entra —dijo, miró a su alrededor en la oscuridad y sujetó la puerta como si temiera que fuera a salir volando.

—Sí, oh, Todopoderosa —contesté, y entré.

La casita de Deborah estaba generosamente decorada al estilo moderno de no-tengo-vida. Su sala parecía por lo general una habitación de hotel barata que hubiera estado ocupada por una banda de rock y vaciada de todo, salvo una tele y un vídeo. Había una silla y una mesa pequeña al lado de las puertas cristaleras que permitían el acceso al patio, casi perdido entre una maraña de arbustos. Había encontrado otra silla en algún sitio, una desvencijada silla plegable, y me la acercó. Me quedé tan conmovido por su gesto hospitalario, que arriesgué vida y extremidades al sentarme en aquel trasto endeble.

—Bien —dije—. ¿Desde cuándo ha desaparecido?

—Mierda —dijo—. Hará unas tres horas y media. Creo. —Meneó la cabeza y se derrumbó en la otra silla. —Teníamos que encontrarnos aquí y… no apareció. Fui a su hotel, pero no estaba.

—¿No es posible que se haya ido a otro sitio? —pregunté, y no me siento orgulloso, pero admito que soné algo esperanzado. Deborah negó con la cabeza. —Su billetero y las llaves seguían sobre el tocador. El tipo le ha cogido, Dex. Hemos de encontrarle antes… Se mordió el labio y apartó la vista.

Yo no sabía muy bien qué podía hacer para encontrar a Kyle. Como ya he dicho, no es el tipo de cosas para las que tengo intuición, y ya había hecho bastante localizando la agencia inmobiliaria. Pero como Deborah ya estaba hablando en plural, daba la impresión de que no me quedaban muchas alternativas. Los lazos familiares y todo eso. De todos modos, intenté zafarme un poco.

—Lamento si parece una estupidez, Debs, pero ¿has informado de esto?

Alzó la vista con un leve gruñido.

—Sí. Llamé al capitán Matthews. Pareció aliviado. Me dijo que no me pusiera histérica, como si fuera una vieja hipocondríaca. —Meneó la cabeza—. Le pedí que emitiera una orden de búsqueda y captura, y me dijo, «¿para qué?» —Expulsó el aliento con un silbido—. Para qué… Maldita sea, Dexter, tuve ganas de estrangularle, pero…

Se encogió de hombros.

—Pero tenía razón —dije.

—Sí. Kyle es el único que conoce el aspecto del tipo —dijo—. No sabemos qué coche conduce, cuál es su verdadero nombre ni… Mierda, Dexter. Sólo sé que tiene a Kyle. —Su respiración era entrecortada—. De todos modos, Matthew llamó a la gente de Kyle en Washington. Dijo que era lo único que podía hacer. —Meneó la cabeza, con aspecto desolado—. Enviarán a alguien el martes por la mañana.

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