– Había algo ahí. -Giró sobre sus talones, trazando un semicírculo-. Yo venía por ahí, empezaba a bajar la pendiente. -Se volvió al este de nuevo-. Había algo en la carretera. Exactamente aquí.
Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Karin.
– Sí -replicó-. Eso es cierto. ¿Otro coche? Cruzó la línea central y vino hacia ti de frente, por tu carril.
Él sacudió la cabeza.
– No, eso no. Como una columna blanca.
– Sí, los faros…
– ¡No era un coche, coño! Un fantasma o algo así. Estaba flotando, con algo que aleteaba a su alrededor. Entonces desapareció.
Extendía el cuello hacia delante y tenía los ojos muy abiertos, mientras regresaba del accidente que acababa de recordar.
Ella le acompañó de regreso al coche y le hizo subir al asiento del pasajero. Durante todo el trayecto de regreso hasta Farview, él hizo el mismo cálculo continuo. A un kilómetro y medio de la población, le pidió a Karin la nota. Ella casi tuvo que levantarse ante el volante para sacarla de los tejanos demasiado prietos. Él la leyó de nuevo, asintiendo.
– Soy un asesino -dijo cuando ella detuvo el coche en el sendero de acceso a la Homestar-. Alguna clase de espíritu guía en la carretera, e intenté matarlo.
* * *
De modo que el autor de la nota no iba a la iglesia. Bien. Eso por lo menos estaba claro. Habían visitado todas las iglesias no ilegales y mostrado la nota a todos los creyentes de la ciudad, y nadie la había reconocido. Había llegado el momento de investigar entre los paganos. En general, la gente no lo sabe, pero Nebraska está llena de paganos. Mark realiza sus pesquisas acompañado por Bonnie. El viejo truco de los misioneros: envía a la chica más joven y atractiva que tengas. Eso es algo que saben todas las sectas. La gente es más amable con las chicas. Envía una chica a casa de alguien, y una mujer supondrá que no puede ser un asesino en serie, mientras que a un hombre se le hará la boca agua y se vaciará los bolsillos para cualquier acto caritativo que le proponga. Incluso leerá el Libro del Mormón si ella le sonríe como es debido.
Los dos van juntos, la zorra y las uvas. Como si estuvieran casados, cosa que para él, personalmente, no sería ningún problema, si eso significaba que te pintaran las uñas y pudieras echar un polvo con regularidad. A veces incluso se llevan a la perra, para dar la impresión de una familia numerosa y feliz. Al principio, a Bonnie no le hace mucha gracia, pero acepta. Emprenden una campaña de puerta en puerta, con la nota en la mano. Una lucha casa por casa, para encontrar al mensajero oculto detrás del mensaje.
Mucha gente conoce a Mark Schluter, o eso es lo que dicen. Él reconoce a algunos, pero con la gente nunca se sabe. Tal vez fue a la escuela con ellos o trabajó con ellos en la planta envasadora de carne o en su anterior empleo no tan bien pagado. La vida en una pequeña ciudad: es peor que tener tu foto expuesta en la estafeta de correos. Muchos aseguran que le conocen, aunque no se refieren exactamente a «conocer». Solo quieren decir: «Ah, el tarado sobre el que leímos en el Hub, el que dio una vuelta de campana en su camioneta y tuvo que salir del estado vegetativo». Es muy fácil interpretar sus verdaderos pensamientos, tan solo por lo amables que se muestran cuando Bonnie y él llaman a la puerta. Por lo menos, cuando les hacen sentarse y les sirven los refrescos, puede cotejar su caligrafía. Tal vez hay unas cartas sobre la mesa que han de enviar. Quizá una lista de la compra fijada a la pared del frigorífico con el imán de La guerra de las galaxias. O bien harán alguna patética sugerencia, algún número de teléfono al que llamar o un libro que leer, y él puede decirles: «Sí, una gran idea. ¿Podría anotármelo?».
Pero nadie tiene una letra como la de la nota. Esa caligrafía desapareció hace un siglo, en el Viejo Mundo. Todas las personas a las que se la muestra se quedan en silencio, como si supieran que esas letras retorcidas solo pueden haber venido desde más allá de la tumba.
La nota se está desintegrando, está volviendo al polvo. Mark le pide a Duane que la plastifique en la planta, que la vuelva perpetua, para todo el tiempo que tenga que llevarla encima. Pero a comienzos de agosto, algo extraño empieza a ocurrir. Llevan semanas llamando a las puertas. Nadie en Farview admite nada. La población queda descartada, suprimida de su lista. Él quiere probar con Kearney. Podrían apostarse en las estaciones de servicio Speedway, o en la entrada del Sino-Mart. Lo peor que podría pasarles es que los echen de los almacenes. Pero a Bonnie lo que están haciendo empieza a darle mala espina. Entonces él también se suma a esa sensación.
¿Has notado algo fuera de lo corriente?, le pregunta.
¿En qué sentido, Marker?
Ella viste una blusa blanca sin mangas y tejanos cortos, muy cortos, a decir verdad, y luce esa cabellera larga y lisa y ese ombligo perfecto. Es absolutamente adorable, y es una especie de misterio que Mark no reparase en ello de una manera sistemática antes del accidente.
Fuera de lo corriente. Extraordinario. ¿Has observado algunas… bueno, digamos unas pautas peculiares?
Ella sacude la bonita cabeza. Él quiere confiar en ella. Es un poco demasiado íntima de su seudohermana, lo cual resulta incómodo, pero esa mujer tiene engañado a todo el mundo, incluso a Barbara.
¿Quieres decir que ninguna de las personas con las que hemos hablado… te parece rara?
La risita, como una caja de música. ¿Rara? ¿En qué sentido?
Él tiene que plantearlo de manera que no la asuste. Nadie creerá algo que pone en peligro su visión del mundo. Bien, le dice. Muchas de esas personas que nos han abierto las puertas, ¿sabes? No quiero decir todas ellas. Solo digo que… algunas, algunas de ellas son la misma persona.
¿La misma…? La misma persona que… ¿qué?
¿Qué quieres decir, la misma que qué? Son la misma de antes.
¿Me estás diciendo… me estás diciendo que algunas son… la misma persona?
Bueno, no se trata de ciencia espacial, ni siquiera de cirugía cerebral. Es más bien un concepto sencillo: alguien les ha estado siguiendo. No deberían haberse exhibido tanto por las calles. Deberían haber mezclado las cosas, actuado al azar. Han sido unos incautos, predecibles. Se han metido en esto de cabeza. Escucha. Sé que voy a parecerte un poco chiflado, pero hay… hay un tipo que no deja de volver.
¿De volver? ¿Volver adónde?
Ya sabes a qué me refiero. Nos sigue. De una casa a la otra. Y creo saber quién es esa persona.
La consecuencia de esta revelación de Mark es que Bonnie dice una serie de bobadas, aunque es comprensible, porque está asustada. Él también, pero ha tenido algo más de tiempo para pensar en ello. Bonnie todavía se encuentra en la fase de negación del principiante: ¿Cómo va a seguirnos nadie? ¿Cómo podría entrar en la siguiente casa, ponerse un disfraz, etcétera, antes de que nosotros llamemos?
Unas objeciones muy poco convincentes, que no se sostienen en cuanto lo piensas detenidamente. Pero Bonnie está alterada y ya no quiere seguir con las visitas. Él debería haber supuesto que ocurriría eso. Probablemente la chica cree que su vida corre peligro. Él intenta explicárselo: el artista del disfraz está interesado en una sola persona, Mark Schluter. Pero no puede convencerla para que siga acompañándole en la investigación. Tal vez eso sea lo mejor, después de todo. La búsqueda no ha dado ningún resultado, ¿y quién puede saber cuándo este jueguecito del gato y el ratón puede volverse violento? Al fin y al cabo, ya ha habido violencia. El 20 de febrero pasado, para ser preciso.
Él sigue a solas con la misión. Investiga en la Biblioteca Pública y en el Centro de Asistencia Intermedia Moraine. Pero es interesante que pocas personas estén dispuestas a darle muestras de su caligrafía, y una de cada tres que lo hace finge ser alguien que no es. El artista disfrazado sigue pisándole los talones. Alguien a quien no ha visto en muchos años. Sus ojos tienen un velo de tristeza que lo delata en cada ocasión. Como si a todos nos hubieran liquidado a tiros y el solitario portador de ese sabio rostro fuese el único que comprende plenamente lo sucedido. Danny, aquel muchacho. Riegel, el observador de aves de Kearney.
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