– Sería una buena observadora de aves.
– Mark nunca le hace perder la calma, incluso cuando se comporta como un loco de atar. Ninguno de los pacientes la pone nerviosa, y algunos dan auténtico miedo. No tiene ideas preconcebidas sobre la gente. Te ve tal como eres y lo acepta así, no espera que seas de una manera determinada.
– ¿Y qué hace?
– Oficialmente es su asistente general. Se ocupa de su programa, le hace una terapia suave, se encarga de sus necesidades cotidianas, comprueba cómo está cinco veces al día, controla sus chifladuras, limpia lo que él ensucia. No conozco a otra persona como ella, y me incluyo a mí misma, que desempeñe una labor tan por debajo de sus capacidades. No puedo entender por qué no es la directora.
– Si fuese la directora, no estaría cuidando de tu hermano.
– Cierto.
Una sola palabra falsamente sagaz, a imitación de Daniel. Su viejo complejo de camaleón. Debes ser la persona con quien estás.
– Ascender profesionalmente puede resultar nocivo -observó Daniel-. Uno debe hacer lo que le gusta, sea cual sea su categoría.
– Pues Barbara es así, desde luego. Recoge del suelo la ropa interior sucia de Mark como si estuviera dando pasos de ballet. -La mano de Daniel trazó cautelosos círculos en su brazo. Entonces Karin cayó en la cuenta de que él estaba celoso de aquella mujer, de la descripción que ella le había hecho. La paciencia era la vanidad secreta de Daniel, una cualidad en la que quería sobresalir por encima de todo el mundo-. Se sienta y escucha a Mark mientras él da rienda suelta a sus estrambóticas ocurrencias, como si todo lo que dice fuese absolutamente plausible, respetándole por completo. Entonces se dedica a analizar las cosas con él, sin condescendencia, hasta que él ve en qué se ha equivocado.
– Hmmm… ¿Estuvo de pequeña en las scouts?
– Pero me transmite cierta impresión de tristeza. Estoica a más no poder, pero triste. No lleva alianza matrimonial, ni hay en su dedo anular la marca de haberla llevado. ¿Quién sabe? Es tan curioso… Ella es exactamente la mujer que siempre he tratado de ser. Dime, Daniel, ¿crees que la vida tiene alguna finalidad?
Él fingió que la pregunta le confundía. Vivía como un anacoreta y meditaba cuatro veces al día. Había sacrificado su vida para proteger un río que tenía decenas de millares de años de antigüedad. Rendía culto a la naturaleza. Había puesto a Karin en un pedestal desde la infancia. Desde cualquier punto de vista, era la fe encarnada. Y, aun así, la palabra «finalidad» le ponía nervioso.
Ella siguió parloteando.
– No tiene que ser… Llámalo como quieras. Desde que ocurrió el accidente, me pregunto si tal vez todos avanzamos por caminos invisibles. Unos caminos que hemos de seguir, sin que lo sepamos, pero que realmente conducen a alguna parte.
Él se puso tenso en la cama. Los rápidos de su respiración caían en cascada sobre los senos de Karin.
– No lo sé, K. S. ¿Quieres decir que el accidente de tu hermano tuvo la finalidad de conducirte a esa mujer?
– No a mí, sino a él. Ya sabes la clase de vida que llevaba antes. Solo tienes que ver a sus amigos, por el amor de Dios. Barbara Gillespie es la primera persona no fracasada con la que se relaciona desde… -Se dio la vuelta para estar de frente a él, y le rodeó el costado con el brazo-. Desde que te conoció a ti, ¿no?
Él hizo una mueca al oír el triste cumplido. El vínculo de la infancia, roto en la pubertad. El Danny Riegel por el que antaño Mark sintiera afecto no era aquel hombre tendido a un palmo de ella.
– ¿Crees que este podría ser su… camino? ¿Que esta mujer ha llegado para salvarle de sí mismo?
Ella retiró el brazo.
– No lo plantees de una manera tan burda.
Por lo menos no se mofaba de ella, como lo harían los demás hombres. Pero ella misma percibió la desesperación en su tono. Acabaría como su madre, utilizando el volumen de Las Escrituras vivas como una bola mágica para adivinar su futuro.
– ¿Tiene que ser esa mujer cosa del destino? -le preguntó Daniel-. ¿No podría ser tan solo un acontecimiento afortunado en su vida, para cambiar?
– Pero, sin el accidente, jamás la habría conocido.
Daniel se levantó y fue hacia la ventana, ajeno al hecho de que estaba totalmente desnudo, como un niño salvaje. El frío de su apartamento no le afectaba. Reflexionaba sobre la idea. Eso le gustaba a Karin de él: su constante disposición a reflexionar sobre lo que ella le planteaba.
– Nadie va por un camino independiente. Todo está conectado. La vida de Mark, la de sus amigos, la tuya, la de ella… la mía. Las otras…
Al verle contemplar a través de la ventana todos aquellos caminos enmarañados, ella pensó en las tres series de huellas entrelazadas de las que le habían hablado los policías. Tres que ellos habían visto y medido. ¿Cuántos conductores pasaron por allí aquella noche sin dejar rastro? Se incorporó en la cama, cubriendo su desnudez con la manta.
– Eres la persona más mística que conozco. Siempre hablas de alguna esencia viva que no podemos ver…
Robert Karsh se había burlado sin piedad de él. Un ent, como los de Tolkien. El druida. El joven Gigante Verde. Karin le había secundado en todas sus crueldades, a fin de reafirmar su postura.
Daniel habló dirigiéndose a algo que estaba al otro lado de la ventana.
– Un millón de especies que van hacia la extinción. No podemos ser muy exigentes respecto a nuestros caminos particulares.
Ella notó que le estaba haciendo un reproche, y lo sintió como una bofetada.
– Mi hermano ya estaba casi muerto. No sé qué va a sucederle, si podrá trabajar de nuevo, si su cerebro, su personalidad… No te molestes porque necesite un poco de fe para sobrevivir a esta situación.
Silueteado contra la ventana, Daniel se llevó una mano a la coronilla.
– ¿Molestarme? ¡No, por Dios! -Regresó a la cama-. Jamás. -Le acarició el cabello, contrito-. Claro que existen fuerzas superiores a nosotros.
Ella lo notó en la mano que la acariciaba: unas fuerzas tan grandes que nuestros caminos no significan nada para ellas.
– Te quiero -le dijo él. Diez años después, pero aun así un tanto prematuro-. Creo que reúnes todo lo mejor del ser humano. Nunca me has parecido tan honesta como ahora.
Frágil, quería decir. Necesitada. Equivocada.
Karin dejó que este juicio flotara por encima de ellos. Se acurrucó contra su delgado pecho, tratando de ahogar sus palabras incluso mientras las pronunciaba.
– Dime que aún podría salir algo bueno de esto.
– Es posible -respondió él. Cualquier crueldad, para afirmarse-. Si esa mujer puede ayudar a Mark, entonces ella es nuestro camino.
Daniel meditaba: su versión de un plan. Ella siempre se marchaba del apartamento cuando él colocaba las piernas en la posición del loto. No es que temiera molestarle, porque él era ajeno a todo una vez que se concentraba en la respiración, pero la irritaba verle tan tranquilo y distanciado. Se sentía abandonada, como si todos sus problemas con Mark no fuesen más que obstáculos para la visión trascendente de Daniel. Nunca permanecía en trance durante más de veinte minutos seguidos, por lo menos cuando ella estaba presente. Sin embargo, para Karin ese período amenazaba siempre con volverse eterno.
– ¿Qué quieres conseguir con eso? -le preguntó ella, procurando adoptar un tono neutro.
– ¡Nada! Quiero que me ayude a no querer nada.
Ella se tiró del borde de la falda.
– ¿En qué te beneficia?
– Me hace ser más… un objeto para mí mismo. Sin identidad. -Se frotó la mejilla, ladeó la cabeza y miró hacia arriba-. Hace que mi interior sea más transparente. Reduce la resistencia. Libera mis creencias, de modo que cada nueva idea, cada nuevo cambio no es tanto… como la muerte de mi yo.
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