Y el diminuto Dexter de mi interior gritó con más fuerza, pero sólo lo suficiente para hacerse oír, y sin fuerza para ser obedecido. Caminé hacia el dios, vi el resplandor del fuego en su interior, vi que las llamas de su estómago destellaban y saltaban debido al viento que soplaba a nuestro alrededor. Y cuando estuve lo más cerca posible, justo delante del horno abierto de su vientre, me detuve y esperé. No sabía qué estaba esperando, pero sabía que se aproximaba y que me conduciría hacia una maravillosa eternidad, de modo que esperé.
Starzak apareció ante mi vista, sujetando a Cody de la mano, le arrastró hasta quedarse cerca de nosotros, mientras Astor intentaba soltarse del guardia que la inmovilizaba. Daba igual, porque el dios estaba allí y sus brazos estaban descendiendo, con el propósito de abrazarme y encerrarme en su cálida y hermosa presa. Temblé de alegría, y dejé de oír la vocecilla estridente de Dexter, que protestaba en vano, porque sólo tenía oídos para la voz del dios que llamaba desde la música.
El viento azotó el fuego y éste cobró vida. Astor tropezó conmigo, me empujó contra el costado de la estatua y el enorme calor que surgía del estómago del dios. Me incorporé, irritado apenas un momento, y una vez más contemplé el milagro de los brazos del dios al descender, mientras el guardia obligaba a avanzar a Astor para compartir el abrazo de bronce, y entonces percibí el olor de algo que se quemaba, una llamarada de dolor en mis piernas; bajé la vista y vi que mis pantalones ardían.
El dolor de la quemadura recorrió mi cuerpo con el chillido de cien mil neuronas indignadas, y las telarañas se disolvieron al instante. De pronto, la música no fue más que el ruido de unos altavoces, y vi a Cody y Astor a mi lado y que corrían un gran peligro. Era como si un agujero se hubiera abierto en un dique y Dexter se derramara por él. Me volví hacia el guardia y me apoderé de Astor. El guardia me miró con sorpresa y cayó, pero agarró mi brazo y me arrastró hacia el suelo con él. Al menos, eso lo alejó de Astor, y el cuchillo salió disparado de su mano. Rebotó a mi lado, me apoderé de él y lo clavé en el plexo solar del guardia.
Entonces el dolor de mis piernas aumentó un poco más y me concentré a toda prisa en apagar mis pantalones chamuscados, al tiempo que rodaba y daba manotazos hasta que se apagaron. Y si bien fue estupendo extinguir aquellas llamas, esos segundos permitieron que Wilkins y Starzak se abalanzaran sobre mí. Cogí la pistola del suelo y me puse en pie para plantarles cara.
Mucho tiempo atrás, Harry me había enseñado a disparar. Casi pude oír su voz cuando adopté la posición de tiro, expulsé el aire y apreté el gatillo con calma. Apunta al centro y dispara dos veces. Starzak cae. Desvía el arma hacia Wilkins, repite. Y después, hay unos cuerpos en el suelo, un alboroto terrible cuando los espectadores huyen en busca de un refugio, y yo estaba de pie junto al dios, solo en un lugar donde se había hecho un silencio sepulcral, salvo por el viento. Me volví para ver por qué.
El anciano se había apoderado de Astor y la sujetaba por el cuello, con una presa mucho más poderosa de lo que parecía posible para su frágil cuerpo. La acercó al horno. —Tira la pistola —ordenó—, o ella arderá.
No encontré motivos para dudar de lo que decía, ni tampoco con qué detenerlo. Todos los vivos se habían dispersado, salvo nosotros.
—Si tiro el arma —dije, y confié en que mi tono fuera sensato—, ¿cómo sé que no la arrojará al fuego?
—No soy un asesino —rezongó, y su voz todavía me causó una punzada de dolor—. Lo que se hace ha de hacerse bien, de lo contrario es un simple asesinato.
—No estoy seguro de comprender la diferencia —dije.
—Por supuesto. Eres una aberración.
—¿Cómo sé que no nos matará? —insistí.
—Eres tú a quien necesito para alimentar el fuego —dijo—. Tira el arma y salvarás a esta niña.
—No suena muy convincente —dije, en un intento desesperado por ganar tiempo, a ver si pasaba algo.
—No necesito que lo sea —replicó—. Esto no es un jaque mate. Hay más gente en la isla, y volverán de un momento a otro. No puedes matarlos a todos. Y el dios sigue aquí. Pero como parece que eres duro de mollera, ¿qué te parece si acuchillo a tu niña varias veces, y dejo que la hemorragia te convenza? —Llevó la mano hacia su cadera, no encontró nada y frunció el ceño—. Mi cuchillo —dijo, y después, su expresión de perplejidad dio paso a un gran asombro. Me miró sin decir nada, con la boca abierta como si fuera a cantar un aria.
Y entonces cayó de rodillas, frunció el ceño y se desplomó hacia adelante, revelando un cuchillo que sobresalía de su espalda…, y también a Cody, de pie detrás de él, sonriente cuando vio caer al hombre, y mirándome.
—Te dije que estaba preparado —dijo.
El huracán se desvió hacia el norte en el último momento y acabó convirtiéndose en un montón de lluvia y algo de viento. Lo peor de la tormenta descargó al norte de Toro Key, y Cody, Astor y yo pasamos el resto de la noche encerrados en la elegante sala, con el sofá delante de una puerta, y una butaca grande y con un grueso relleno delante de la otra puerta. Llamé a Deborah por el teléfono de la sala, y después improvisé una pequeña cama con los almohadones que estaban detrás del bar, pensando que la gruesa caoba de éste nos proporcionaría una protección adicional en caso necesario.
No hizo falta. Estuve sentado con mi pistola prestada toda la noche, vigilando las puertas y el sueño de los niños. Y como nadie nos molestó, hacía falta algo más para mantener ocupado un cerebro adulto vivo, de modo que también pensé.
Pensé en lo que le diría a Cody cuando despertara. Cuando clavó el cuchillo en el anciano, lo cambió todo. Con independencia de lo que él opinara, no estaba preparado pese a lo que había hecho. En realidad, había puesto más difíciles las cosas. El camino iba a ser duro para él, y yo no sabía si sería lo bastante bueno para lograr que no se apartara de él. Yo no era Harry, jamás le llegaría ni a la suela de los zapatos. Harry había actuado por amor, y yo tenía un sistema operativo muy diferente.
¿Qué pasaría ahora? ¿Qué era Dexter sin la Oscuridad?
¿Cómo podía confiar en vivir, y ya no digamos en enseñar a vivir a los niños, con un vacío gris cada vez mayor en mi interior? El anciano había dicho que el Pasajero regresaría cuando yo padeciera un dolor suficiente. ¿Tendría que torturarme físicamente para llamarlo? ¿Cómo iba a hacerlo? Me había quemado los pantalones mientras veía que estaban a punto de arrojar a Astor al fuego, y eso no había sido suficiente para recuperar al Pasajero.
Aún no tenía respuestas cuando Deborah llegó al amanecer con un equipo del Grupo Especial de la Policía y Chutsky. No encontraron a nadie en la isla, ni la menor pista de adonde habían ido. Metieron en bolsas los cuerpos del anciano, Wilkins y Starzak, y todos subimos al gran helicóptero de la Guardia Costera para regresar al continente. Cody y Astor estaban entusiasmados, por supuesto, aunque fingieron a las mil maravillas no sentirse impresionados. Y después de todos los abrazos y lloriqueos que derramó sobre ellos Rita, y la sensación general de un trabajo bien hecho para el resto, la vida siguió adelante.
Sólo eso: la vida siguió adelante. No pasó nada nuevo, nada se solucionó en mi interior, y ninguna dirección nueva se rebeló. Todo se limitó a reanudar una existencia agresivamente vulgar que conseguía agobiarme más que todo el dolor físico del mundo. Tal vez el anciano tenía razón: tal vez yo era una aberración. Pero ahora ni siquiera era eso.
Me sentía desalentado. No sólo vacío, sino de alguna manera acabado, como si aquello para lo que había venido al mundo hubiera concluido, y mi cascara vacía hubiera sido abandonada para vivir de los recuerdos.
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