Jeff Lindsay - Dexter en la oscuridad

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Dexter en la oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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Dexter Morgan no soporta la sangre. Curiosa mania para un forense del Departamento de Policia de Miami. Mas teniendo en cuenta que Dexter aprovecha las noches de luna llena para cortar en pedacitos a otros como el, asesinos en serie que han escapado a la accion de la justicia. Pero es posible que a partir de ahora su vida de un giro decisivo. Es que Dexter le ha dado el si a Rita y esta a punto de convertirse en un marido respetable, la figura paterna a la que imitaran Ashtor y Cody, los hijos de su pareja. Y, en caso de que la vida matrimonial no resultara amenaza suficiente para sus correrias nocturnas, una sucesion de asesinatos rituales podria llevarlo a reconsiderar su propia adiccion al homicidio.

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Miré a Chutsky y enarqué una ceja.

—Sí, lo sé —dijo—. Queda un poco gay, ¿verdad? —Se encogió de hombros—. Me aburría mucho sin hacer nada durante el período de recuperación, y de todos modos me gusta tener las cosas un poco más aseadas que a tu hermana.

—Ha quedado muy bonito —dije.

—Aja —dijo, como si le hubiera acusado de ser gay—. Bien, pongamos manos a la obra.

Indicó con un cabeceo una pila de acero ondulado apoyado contra el costado de la casa: los postigos antihuracán de Deborah. Los Morgan eran floridianos de segunda generación, y Harry nos había acostumbrado a utilizar buenos postigos. Ahorra algo de dinero en los postigos, y gastarás muchísimo más en reconstruir la casa cuando fallen.

El inconveniente de los postigos de gran calidad de Deborah era que pesaban mucho y tenían los bordes afilados. Fueron necesarios guantes gruesos, y en el caso de Chutsky, un solo guante. Sin embargo, no estoy seguro de que agradeciera el dinero que estaba ahorrando en guantes. Daba la impresión de que trabajaba con un poco más de ahínco del necesario, con el fin de informarme de que, en realidad, no estaba minusválido y no necesitaba mi ayuda.

En cualquier caso, en cuarenta minutos teníamos todos los postigos en su sitio y asegurados. Chutsky echó un último vistazo a los que cubrían las puertas cristaleras del patio y, al parecer satisfecho con nuestro trabajo de artesanía excepcional, alzó el brazo izquierdo para secarse el sudor de la frente, y se detuvo en el último momento, antes de perforarse la mejilla con el garfio. Lanzó una amarga carcajada, mientras contemplaba el gancho.

—Aún no me he acostumbrado a este trasto —dijo, y meneó la cabeza—. Me despierto por la noche, y me pican los nudillos que ya no existen.

Me resultó difícil pensar en alguna respuesta inteligente, incluso socialmente aceptable. No había leído nada acerca de qué puedes decir a alguien que habla de experimentar sensaciones en su mano amputada. Por lo visto, Chutsky se dio cuenta de mi dificultad, porque resopló sin humor.

—Bien —dijo—, a la vieja muía aún le quedan fuerzas para soltar coces.

Se me antojó una elección de palabras muy desafortunada, puesto que le faltaba el pie izquierdo, y dar patadas estaba descartado. Aun así, me alegró ver que estaba superando su depresión, así que me pareció adecuado darle la razón.

—Nadie lo dudaba —dije—. Estoy seguro de que te pondrás bien.

—Aja, gracias —dijo, no muy convencido—. De todos modos, no es a ti a quien he de convencer, sino a un par de ex colegas de Washington. Me han ofrecido un trabajo administrativo, pero…

Se encogió de hombros.

—Vamos, hombre —dije—. No querrás volver a la acción, ¿verdad?

—Es lo que sé hacer —contestó—. Durante un tiempo fui el mejor.

—Tal vez echas de menos la adrenalina —sugerí.

—Tal vez —dijo—. ¿Te apetece una cerveza?

—Gracias, pero he recibido órdenes de mi superiora de comprar hielo y botellas de agua antes de que todo desaparezca.

—De acuerdo. Todo el mundo teme no poder beber su mojito con hielo.

—Es uno de los mayores peligros de un huracán.

—Gracias por la ayuda.

El tráfico era todavía peor cuando me dirigí hacia casa. Algunas personas corrían con sus preciosas planchas de contrachapado atadas a los techos de sus vehículos, como si acabaran de atracar un banco. Estaban furiosos por la tensión de hacer cola durante una hora, mientras se preguntaban si alguien se colaría y si quedaría algo cuando les llegara el turno.

Las demás personas de la carretera se disponían a ocupar sus puestos en estas mismas colas, y odiaban a todos los que habían llegado antes y tal vez habían comprado la última batería C de Florida.

En conjunto, era una deliciosa mezcla de hostilidad, rabia y paranoia, y tendría que haberme alegrado inmensamente. Pero cualquier esperanza de buen humor se desvaneció cuando me descubrí canturreando algo, una melodía familiar que no podía identificar, ni dejar de canturrear. Y cuando por fin la identifiqué, toda la alegría de la festiva noche saltó en pedazos.

Era la música de mi sueño.

La música que había sonado en mi cabeza con la sensación de calor en la cara y un olor a quemado. Era una melodía simple y repetitiva, no muy pegadiza, pero yo la estaba tarareando en la South Dixie Highway, la tarareaba y me sentía a gusto con las notas repetidas, como si fuera una nana que mi madre me cantaba.

Y seguía sin saber qué significaba.

Estaba seguro de que lo que estaba sucediendo en mi inconsciente estaba provocado por algo sencillo, lógico y fácil de comprender. Por otra parte, no se me ocurría una razón sencilla, lógica y fácil-de-comprender de por qué oía música y sentía calor en la cara cuando dormía.

Mi móvil empezó a zumbar, y como el tráfico iba lento, contesté.

—Dexter —dijo Rita, pero apenas reconocí su voz. Sonaba débil, perdida y derrotada por completo—. Se trata de Cody y Astor —dijo—. Han desaparecido.

Las cosas estaban saliendo muy bien. Los nuevos anfitriones eran muy colaboradores. Empezaron a congregarse, y con un poco de persuasión se plegaron sin problemas a las directrices de EL sobre el comportamiento. Y construyeron grandes edificios de piedra para albergar a la progenie de EL, imaginaron complicadas ceremonias acompañadas de música para llevarlos al estado de trance, y colaboraron con tal entusiasmo, que durante un tiempo hubo demasiados. Si las cosas iban bien para los anfitriones, mataban algunos por pura gratitud. Si las cosas iban mal, mataban con la esperanza de que EL mejoraría la situación. Y todo cuanto necesitaba hacer EL era dejar que ocurriera.

Y como gozaba de mucho tiempo libre, EL empezó a reflexionar sobre los resultados de sus reproducciones. Por primera vez, cuando se producía la hinchazón y el estallido, EL se ocupaba del recién nacido, lo calmaba, aplacaba sus temores y compartía su conciencia. Y el recién nacido reaccionaba con avidez gratificante y celeridad, y aprendía todo cuanto EL tenía que enseñar y le secundaba con placer. Y después, hubo cuatro, después ocho, sesenta y cuatro, y de repente, hubo demasiados. Con tantos, no era tan fácil avanzar. Hasta los nuevos anfitriones empezaron a quejarse del número de víctimas que necesitaban.

ÉL era práctico, al menos. Pronto comprendió el problema y lo solucionó, matando a casi todos los demás que había engendrado. Algunos escaparon al mundo, en busca de nuevos anfitriones. ÉL se quedó con algunos, y las cosas volvieron a estar controladas por fin.

Algo más adelante, los que habían huido empezaron a atacar. Erigieron sus templos rivales y rituales, y enviaron sus ejércitos contra EL, y había muchos. El trastorno fue enorme y duró mucho tiempo. Pero como EL era el más viejo y experimentado, venció por fin a todos los demás, salvo a algunos que se ocultaron.

Los demás se ocultaron en anfitriones dispersos, pasaron desapercibidos y muchos sobrevivieron. Pero EL había aprendido con el transcurrir de los milenios que esperar era importante. Tenía todo el tiempo del mundo, y podía permitirse ser paciente, cazar y matar poco a poco a los que habían huido, y después, lenta y cuidadosamente, restaurar el maravilloso y majestuoso culto a sí mismo. EL mantenía vivo el culto a EL: oculto, pero vivo. Y ÉL esperó a los demás.

37

Como sé muy bien, el mundo no es un lugar agradable. Pueden ocurrir innumerables cosas espantosas, sobre todo a los niños: pueden ser secuestrados por un desconocido, un amigo de la familia o un padre divorciado. Pueden extraviarse y desaparecer, caer en un sumidero, ahogarse en la piscina del vecino, y con un huracán en ciernes, las posibilidades aumentan. Sólo su imaginación limita las posibilidades, y Cody y Astor estaban bien provistos de imaginación.

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