Jeff Lindsay - Dexter en la oscuridad

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Dexter en la oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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Dexter Morgan no soporta la sangre. Curiosa mania para un forense del Departamento de Policia de Miami. Mas teniendo en cuenta que Dexter aprovecha las noches de luna llena para cortar en pedacitos a otros como el, asesinos en serie que han escapado a la accion de la justicia. Pero es posible que a partir de ahora su vida de un giro decisivo. Es que Dexter le ha dado el si a Rita y esta a punto de convertirse en un marido respetable, la figura paterna a la que imitaran Ashtor y Cody, los hijos de su pareja. Y, en caso de que la vida matrimonial no resultara amenaza suficiente para sus correrias nocturnas, una sucesion de asesinatos rituales podria llevarlo a reconsiderar su propia adiccion al homicidio.

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Vince Masuoka estaba acuclillado junto al cadáver, examinando una colilla de cigarrillo, y Deborah se hallaba arrodillada a su lado. Di la vuelta a su alrededor una vez, mirando desde todos los ángulos: Naturaleza muerta con policías. Supongo que esperaba descubrir una pista, pequeña pero reveladora. Tal vez el permiso de conducir del asesino, o su confesión firmada. Pero no había nada de ese tipo, nada salvo arena, surcada de cicatrices debido a incontables pies y al viento.

Me arrodillé junto a Deborah.

—Habéis buscado el tatuaje, ¿verdad? —pregunté.

—Lo primero de todo —dijo Vince. Extendió una mano enguantada y levantó un poco el cuerpo. Allí estaba, cubierto de arena pero todavía visible, sólo el borde superior y cortado. El resto debía de estar con la cabeza desaparecida.

—Es él —dijo Deborah—. El tatuaje, su coche en el puerto deportivo… Es él, Dexter. Ojalá supiera qué significaba el tatuaje.

—Es arameo —dije.

—¿Cómo coño lo sabes? —preguntó Deborah.

—He investigado —le expliqué, y me acuclillé al lado del cadáver—. Mira. —Cogí una ramita de la arena y señalé con ella. Parte de la primera letra había desaparecido, seccionada junto con la cabeza, pero el resto se veía bien y coincidía con mi lección de idiomas—. Está la M, lo que queda. La L y la K.

—¿Qué coño significa eso? —preguntó Deborah.

—Moloch —dije, y sentí un escalofrío irracional sólo por pronunciar la palabra bajo el brillante sol. Intenté sacudirme de encima la sensación, pero se negó a abandonarme—. El arameo no tiene vocales, así que MLK quiere decir Moloch.

—O milk{Leche. (N. del T.) } —dijo Deborah.

—La verdad, Debs, si crees que nuestro asesino se iba a tatuar milk en el cuello, necesitas un descanso.

—Pero si Wagner es Moloch, ¿quién lo mató?

—Wagner mata a los demás —dije, mientras intentaba parecer pensativo y confiado a la vez, una tarea difícil—. Y después, hum…

—Sí, a lo de «hum» ya había llegado.

—Y estás vigilando a Wilkins.

—Estamos vigilando a Wilkins, por el amor de Dios.

Volví a mirar el cadáver, pero no parecía que fuera a decirme más de lo que ya sabía, que era casi nada. No podía impedir que mi cerebro dejara de describir círculos: si Wagner había sido Moloch, y ahora Wagner estaba muerto, y asesinado por Moloch…

Me levanté. Por un momento me sentí mareado, como cegado por luces brillantes, y a lo lejos oí la espantosa música que empezaba a elevarse en la tarde, y por un momento no me cupo la menor duda de que el dios me estaba llamando desde algún lugar cercano, el dios verdadero, y no un bromista psicótico.

Sacudí la cabeza para que se hiciera el silencio y estuve a punto de caerme. Sentí que una mano agarraba mi brazo para sostenerme, pero no sabía si era Debs, Vince o el propio Moloch. Desde muy lejos, una voz me estaba llamando por el nombre, pero cantando, y la cadencia se elevaba al ritmo demasiado familiar de aquella música. Cerré los ojos y sentí calor en la cara. La música aumentó de volumen. Algo me sacudió y abrí los ojos.

La música paró. El calor no era más que el sol de Miami, y el viento empujaba las nubes de un chaparrón vespertino. Deborah me sujetaba por los codos y me sacudía, repitiendo con paciencia mi nombre una y otra vez.

—Dexter —decía—. Eh, Dexter, vuelve. Dexter. Dexter.

—Aquí estoy —dije, aunque no estaba muy seguro.

—¿Te encuentras bien, Dex? —me preguntó.

—Creo que me he levantado demasiado deprisa —respondí.

Ella me miró con escepticismo.

—Aja.

—De veras, Debs, me encuentro bien. Vamos, eso creo.

—Eso crees.

—Sí, lo digo en serio. Me levanté demasiado deprisa. Me miró y después retrocedió.

—De acuerdo —dijo—. Si puedes llegar hasta la lancha, volvamos.

Tal vez se debió a que estaba todavía un poco mareado, pero no encontré sentido a sus palabras, como si estuviera hablando en camelo.

—¿Volver?

—Dexter, tenemos seis cadáveres, y nuestro único sospechoso está tumbado aquí, sin cabeza.

—Exacto —dije, y oí el leve eco de un tambor en mi voz—. ¿Adónde vamos?

Deborah cerró los puños y apretó los dientes. Miró el cadáver, y por un momento pensé que iba a escupir.

—¿Y ese tío que perseguiste hasta el canal? —preguntó por fin.

—¿Starzak? No, dijo…

Enmudecí, pero no lo bastante deprisa, porque Deborah pegó un brinco.

—¿Dijo? ¿Cuándo has hablado con él, maldita sea?

Para ser justo conmigo, estaba un poco mareado, y no había pensado antes de hablar, por eso había metido la pata. No podía decirle a mi hermana que había hablado con él la otra noche, cuando lo había atado con cinta adhesiva a su banco de trabajo para cortarlo en pulcros pedacitos. Pero la sangre debió de afluir a mi cerebro de nuevo, porque me apresuré a decir:

—Quería decir digo que parecía. Parecía un poco… No sé. Creo que era algo personal, como si yo le hubiera cortado el paso en la autopista.

Deborah me miró enfurecida, pero después pareció aceptar lo que yo había dicho, porque dio media vuelta y pateó la arena.

—Bien, no tenemos nada más —constató—. No nos perjudicará investigarlo un poco.

No me pareció una buena idea aclararle que yo ya lo había investigado a fondo, mucho más allá de los límites de la rutina policíaca normal, de modo que me limité a asentir.

34

No había nada más que valiera la pena ver en la pequeña isla. Vince y los demás expertos forenses examinarían todo cuanto fuera necesario, y nuestra presencia sólo supondría un engorro. Deborah estaba impaciente y quería volver para intimidar a los sospechosos. Fuimos a la playa y subimos a la lancha de la policía para realizar el breve trayecto hasta el muelle. Me sentí un poco mejor cuando desembarcamos y nos dirigimos al aparcamiento.

No vi ni a Cody ni a Astor, así que me acerqué al agente Frente-baja.

—Los niños están en el coche —me dijo antes de que pudiera hablar—. Querían jugar a policías y ladrones conmigo, y a mí no me contrataron de niñera.

Por lo visto, estaba convencido de que este rollo de la niñera era tan desternillante que valía la pena repetirlo, de modo que, antes de arriesgarme a que lo soltara de nuevo, me limité a asentir, le di las gracias y me encaminé hacia el coche de Deborah. No vi ni a Cody ni a Astor hasta que llegué al coche, y por un momento me pregunté en qué vehículo estarían, pero entonces los vi, acurrucados en el asiento de atrás, mirándome con los ojos abiertos de par en par. Intenté abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave.

Cody manoteó con la cerradura, y la puerta se abrió.

—¿Qué pasa? —les pregunté.

—Vimos al tipo aterrador —dijo Astor.

Al principio no entendí a qué se referían, y por eso tampoco entendí por qué empezaba a resbalarme sudor por la espalda.

—¿Qué quieres decir? —pregunté—. ¿Te refieres al policía de ahí?

—Dex-terrr —dijo Astor—. No hemos dicho tontorrón, sino aterrador. Como cuando vimos las cabezas.

—¿El mismo tipo aterrador?

Intercambiaron otra mirada, y Cody se encogió de hombros.

—Más o menos —dijo Astor.

—Vio mi sombra —añadió Cody con su voz ronca.

Me alegró oír que el niño se sinceraba de esta manera y entonces comprendí por qué tenía la espalda empapada de sudor. Había dicho algo sobre su sombra antes, y yo no le había hecho caso. Había llegado el momento de escucharle. Subí al asiento de atrás con ellos.

—¿Cómo sabes que vio tu sombra, Cody?

—El lo dijo —intervino Astor—. Y Cody vio la suya.

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