Jeff Lindsay - Dexter en la oscuridad

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Dexter en la oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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Dexter Morgan no soporta la sangre. Curiosa mania para un forense del Departamento de Policia de Miami. Mas teniendo en cuenta que Dexter aprovecha las noches de luna llena para cortar en pedacitos a otros como el, asesinos en serie que han escapado a la accion de la justicia. Pero es posible que a partir de ahora su vida de un giro decisivo. Es que Dexter le ha dado el si a Rita y esta a punto de convertirse en un marido respetable, la figura paterna a la que imitaran Ashtor y Cody, los hijos de su pareja. Y, en caso de que la vida matrimonial no resultara amenaza suficiente para sus correrias nocturnas, una sucesion de asesinatos rituales podria llevarlo a reconsiderar su propia adiccion al homicidio.

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Obedecieron, muy ansiosos, y durante un rato se lo pasaron en grande.

Cuando por fin levantaron la vista, les dediqué una sonrisa jubilosa.

—Todo esto recogido en un zapato limpio —dije. Cerré el libro y los observé mientras meditaban al respecto—. Y sólo utilizando el microscopio. —Moví la cabeza en dirección a las máquinas centelleantes que llenaban la sala—. Imaginad lo que podemos descubrir cuando utilizamos todo eso.

—Sí, pero podríamos ir descalzos —dijo Astor.

Asentí como si hubiera dicho algo sensato.

—Sí, podríais. Y yo podría hacer algo como esto: dame la mano.

Astor me miró unos segundos, como temerosa de que fuera a cortarle el brazo, pero al final lo extendió poco a poco. Lo sujeté y, utilizando un cortaúñas que saqué del bolsillo, hurgué debajo de sus uñas.

—Ya verás lo que sale de aquí —dije.

—Pero si me he lavado las manos —dijo Astor.

—Da igual —dije. Deposité las motas de materia sobre otra placa y la coloqué bajo el microscopio—. Bien, pues…

T UMP.

Sería un poco melodramático decir que todos nos quedamos petrificados, pero es cierto. Los dos me miraron, yo los miré, y todos nos olvidamos de respirar.

T UMP.

El sonido se estaba acercando, y me costó mucho recordar que estábamos en la jefatura de policía y, por lo tanto, a salvo por completo.

—Dexter —dijo Astor con voz algo temblorosa.

—Estamos en la jefatura de policía —dije—. No corremos ningún peligro.

T UMP.

Se detuvo, muy cerca. Se me erizó el vello de la nuca y me volví hacia la puerta cuando se abrió poco a poco.

El sargento Doakes. Se detuvo en el umbral, con la mirada llameante, que parecía haberse convertido en su expresión permanente.

—Uú —dijo, y el sonido fue casi tan inquietante como su aparición, pues salía de una boca sin lengua.

—Pues sí, soy yo —dije—. Me alegro de que se acuerde.

Avanzó un paso más, Astor saltó del taburete y corrió hacia las ventanas, lo más lejos posible de la puerta. Doakes se detuvo para mirarla. Después sus ojos se desviaron hacia Cody, quien bajó del taburete y le miró sin parpadear.

Doakes miró a Cody. Cody sostuvo su mirada, y Doakes respiró hondo, en una imitación muy pasable de Darth Vader. Después volvió la cabeza hacia mí y avanzó otro paso con rapidez, de manera que estuvo a punto de perder el equilibrio.

—Uú —repitió, esta vez en un susurro—. ¡ Ní-os!

—¿Ní-os? —repetí, y la verdad es que estaba perplejo y no deseaba provocarle. O sea, si insistía en ir dando tumbos por ahí asustando a los niños, lo menos que podía hacer era llevar papel y lápiz para comunicarse.

Por lo visto, era pedir demasiado, porque respiró de nuevo como Darth Vader y señaló con su garra de acero a Cody.

—Ní-os —repitió, en una especie de rugido.

—Me busca a mí —dijo Cody. Me volví hacia él, sorprendido de que hablara con Doakes delante, como una pesadilla convertida en realidad. Pero claro, Cody no tenía pesadillas. Se limitó a mirar a Doakes.

—¿Por qué a ti, Cody? —pregunté.

—Vio mi sombra —dijo el niño.

El sargento Doakes avanzó otro paso hacia mí. Su garra derecha chasqueó, como si hubiera decidido atacarme por voluntad propia.

—Uú. Ta-én. Cr-t-no.

Por lo visto, algo tramaba, pero también estaba claro que debería resignarse a la mirada asesina silenciosa, pues era casi imposible comprender las sílabas pastosas que salían de su boca mutilada.

—Uk. Uú. Ta-én —susurró, y era una condenación tan clara de todo cuanto era Dexter, que al fin comprendí que me estaba acusando de algo.

—¿Qué quieres decir? —pregunté—. Yo no he hecho nada.

—Ní-o —dijo, y señaló de nuevo a Cody.

—Ni yo tampoco —dije.

Admito que le entendí mal a propósito. Estaba diciendo «niño» y le salía como «ni-o» porque carecía de lengua, pero mi aguante tenía un límite. Había quedado dolorosamente patente que los intentos de comunicación verbal de Doakes habían tenido un éxito muy limitado, pero él insistía en probar. ¿Es que aquel hombre había perdido el sentido de la decencia?

Por suerte para todos, nos interrumpió un taconeo en el pasillo, y Deborah entró como una tromba en la sala.

—Dexter —dijo. Calló cuando vio la estrambótica escena de Doakes con la garra levantada hacia mí, Astor aplastada contra la ventana y Cody con un escalpelo en la mano, dispuesto a utilizarlo contra Doakes.

—¿Qué coño pasa aquí? —dijo Deborah—. ¿Doakes?

El hombre dejó caer la mano muy poco a poco, pero no apartó los ojos de mí.

—Te he estado buscando, Dexter. ¿Dónde estabas?

Estaba tan agradecido por su oportuna interrupción, que me abstuve de subrayar lo absurdo de su pregunta.

—Pues aquí, aleccionando a los niños —dije—. ¿Y tú?

—Camino de Dinner Key —contestó—. Han encontrado el cadáver de Kurt Wagner.

33

Deborah nos condujo a través del tráfico a una velocidad digna de un circuito de carreras. Intenté pensar en una manera educada de indicarle que íbamos a ver un cadáver, el cual no era probable que escapara, así que por favor fuera más despacio, pero no se me ocurrió ninguna frase que no la impulsara a levantar las manos del volante para intentar estrangularme.

Cody y Astor eran demasiado pequeños para darse cuenta de que corrían peligro de muerte, y daba la impresión de que se lo estaban pasando en grande en el asiento trasero. Incluso habían asimilado la esencia de la situación y se dedicaban al unísono a hacer gestos groseros a los coches que adelantábamos.

Había un choque múltiple de tres coches en la U.S 1 en Lejeune, lo cual paralizó el tráfico unos momentos, y nos vimos obligados a avanzar a paso de caracol. Como ya no tenía que dedicar todos mis esfuerzos a reprimir chillidos de terror, intenté averiguar qué íbamos a ver con tantas prisas.

—¿Cómo murió? —pregunté a Deborah.

—Igual que a los demás —contestó—. Quemado. Y el cuerpo está sin cabeza.

—¿Estás segura de que es Kurt Wagner? —pregunté.

—¿Puedo demostrarlo? Aún no —respondió—. ¿Estoy segura? Sí, mierda.

—¿Por qué?

—Encontraron su coche en las cercanías.

No tenía ninguna duda de que, en circunstancias normales, comprendería con exactitud por qué alguien era un fetichista de las cabezas, y sabría dónde encontrarlas y por qué. Pero, por supuesto, ahora que dentro estaba solo, ya nada era normal.

—Sabes que eso es absurdo —le dije.

Deborah rugió y golpeó el volante con una mano.

—Explícame por qué.

—Kurt debió de liquidar a las demás víctimas.

—¿Y quién lo mató? ¿Su jefe de exploradores? —preguntó Deborah, al tiempo que hacía sonar el claxon y sorteaba el embotellamiento de tráfico pasando al carril contiguo. Adelantó a un autobús, pisó el acelerador y se abrió paso entre el tráfico durante unos cincuenta metros, hasta que dejamos atrás el accidente. Me concentré en acordarme de respirar y en reflexionar que todos íbamos a morir algún día, de modo que, considerando la situación en conjunto, ¿qué más daba si Deborah nos mataba? No era un gran consuelo, pero impidió que me pusiera a chillar y me lanzara por la ventanilla del coche, hasta que volvimos al carril correcto.

—Ha sido divertido —dijo Astor—. ¿Podemos repetirlo?

Cody asintió con entusiasmo.

—La próxima vez podríamos poner la sirena —siguió Astor—. ¿Por qué no utiliza la sirena, sargento Debbie?

—No me llames Debbie —replicó Deborah—. No me gusta la sirena.

—¿Por qué? —insistió Astor.

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