Jeff Lindsay - Dexter en la oscuridad

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Dexter en la oscuridad: краткое содержание, описание и аннотация

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Dexter Morgan no soporta la sangre. Curiosa mania para un forense del Departamento de Policia de Miami. Mas teniendo en cuenta que Dexter aprovecha las noches de luna llena para cortar en pedacitos a otros como el, asesinos en serie que han escapado a la accion de la justicia. Pero es posible que a partir de ahora su vida de un giro decisivo. Es que Dexter le ha dado el si a Rita y esta a punto de convertirse en un marido respetable, la figura paterna a la que imitaran Ashtor y Cody, los hijos de su pareja. Y, en caso de que la vida matrimonial no resultara amenaza suficiente para sus correrias nocturnas, una sucesion de asesinatos rituales podria llevarlo a reconsiderar su propia adiccion al homicidio.

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—¿Hay otro cuerpo? —le pregunté, cuando me acordé del pobre y puteado Franky.

Ángel se encogió de hombros sin levantar la vista.

—En el dormitorio. Con un cuchillo de carnicero clavado. Le dejaron la cabeza.

Parecía un poco ofendido por el hecho de que alguien se tomara tantas molestias y dejara la cabeza, pero aparte de eso no daba la impresión de que tuviera algo más que decirme, así que me dirigí a donde estaba mi hermana, acuclillada al lado de Camilla.

—Buenos días, Debs —la saludé, con una jovialidad que no sentía, y no era el único, porque ella ni siquiera levantó la vista.

—Maldita sea, Dexter —refunfuñó— A menos que tengas algo bueno para mí, ya puedes irte a la mierda.

—No es que sea muy bueno —dije—, pero el tío del dormitorio se llama Franky. Éste es Manny Borque, que ha salido en bastantes revistas.

—¿Cómo coño sabes eso? —me preguntó.

—Bueno, es un poco raro —dije—, pero puede que sea una de las últimas personas que le vio vivo. Deborah se levantó.

—¿Cuándo? —preguntó.

—El sábado por la mañana. Alrededor de las diez y media. Aquí mismo. —Señalé la taza de café que seguía sobre la mesa—. Ahí están mis huellas.

Deborah me estaba mirando con incredulidad, y empezó a sacudir la cabeza.

—Conocías a este tipo. ¿Era amigo tuyo?

—Le contraté para el catering de la boda. Se supone que era un especialista.

—Aja —dijo—. ¿Qué estabas haciendo aquí el sábado por la mañana?

—Aumentó el precio —contesté—. Quería convencerle de que me hiciera un descuento.

Deborah paseó la vista por el apartamento y miró por la ventana el paisaje de un millón de dólares.

—¿Cuánto te iba a cobrar? —preguntó.

—Quinientos dólares por cubierto —contesté.

Volvió la cara hacia mí al instante.

Joder. ¿Qué iba a hacer?

Me encogí de hombros.

—No me lo dijo, y no quiso rebajar el precio.

—¿Quinientos dólares por cubierto? —preguntó.

—Es un poco elevado, ¿verdad? Aunque debería decir «era».

Deborah se mordió el labio un largo rato sin parpadear, y después me agarró del brazo y me alejó de Camilla. Conseguí ver un pequeño pie que asomaba por la puerta de la cocina, donde el querido fallecido había sufrido su prematura muerte, pero Deborah me condujo al otro extremo de la sala.

—Dexter, prométeme que no mataste a este tipo.

Como ya he dicho antes, no tengo emociones verdaderas. He practicado largo y tendido para reaccionar como los seres humanos en casi cualquier situación posible, pero ésta me pilló por sorpresa. ¿Cuál es la expresión facial correcta cuando tu hermana te acusa de asesinato? ¿Estupor? ¿Ira? ¿Incredulidad? Por lo que yo sabía, ningún libro de texto la incluía.

—Deborah —contesté. No fue algo muy inteligente, pero no se me ocurrió otra cosa.

—Porque no pienso hacer la vista gorda —continuó—. Con esto no.

—Jamás lo haría —dije—. Esto no es…

Meneé la cabeza. Me parecía injusto. Primero, el Oscuro Pasajero me abandonaba, y ahora, mi hermana y mi ingenio también, al parecer. Todas las ratas estaban abandonando el barco Dexter, que se hundía bajo el oleaje.

Respiré hondo y traté de organizar a la tripulación para achicar el agua. Deborah era la única persona en el mundo que sabía lo que yo era, y si bien todavía se estaba acostumbrando a la idea, había pensado que comprendería las cuidadosas fronteras erigidas por Harry, y comprendido también que yo nunca las cruzaría. Por lo visto, me había equivocado.

—Deborah, ¿por qué iba yo a…?

—Corta el rollo —me interrumpió—. Ambos sabemos que podrías haberlo hecho. Estuviste aquí en el momento oportuno. Y tienes un móvil muy bueno, librarte de pagarle cincuenta de los grandes. O eso, o debo creer que lo hizo un tío que está en la cárcel.

Como soy un humano artificial, casi siempre estoy lúcido, insensible a las emociones. Pero experimenté la sensación de que estaba intentando nadar en arenas movedizas. Por una parte, estaba sorprendido, y algo decepcionado, por el hecho de que Deborah pudiera pensar que había hecho algo tan chapucero. Por otra, quería convencerla de que no era así. Me dieron ganas de decirle que, si yo lo hubiera hecho, ella nunca lo habría descubierto, pero me pareció poco diplomático. Respiré hondo.

—Lo prometo —dije.

Mi hermana me miró durante un largo rato.

—De veras —insistí.

Asintió por fin.

—De acuerdo —dijo—. Será mejor que me digas la verdad.

—Yo no lo hice.

—Aja. Entonces, ¿quién?

No es justo, ¿verdad? O sea, todo ese rollo de la vida. Aquí estaba yo, todavía defendiéndome de una acusación de asesinato (¡lanzada por alguien de mi propia sangre!), cuando al mismo tiempo me estaban exigiendo que solucionara un crimen. Tuve que admirar la agilidad mental que permitía a Deborah llevar a cabo esta especie de voltereta cerebral, pero también deseé que dirigiera su pensamiento creativo hacia otra persona.

—No sé quién lo hizo —contesté—, y no…, no se me ha ocurrido ninguna idea al respecto.

Me miró muy fijamente.

—¿Por qué debo creer eso? —me preguntó.

—Deborah —contesté, y vacilé.

¿Había llegado el momento de hablarle del Oscuro Pasajero y de su ausencia actual? Una serie de sensaciones muy desagradables me estaban recorriendo, como cuando empieza la gripe. ¿Podían ser estas emociones, que rompían en la costa indefensa de Dexter, enormes maremotos de sedimento tóxico? En ese caso, no me extrañaba que los humanos fueran unos seres tan desdichados. Era una experiencia horrorosa.

—Escucha, Deborah —repetí, mientras intentaba idear una forma de empezar.

—Te escucho, por el amor de Dios —repuso—, pero no estás diciendo nada.

—Es difícil. No lo he dicho nunca.

—Sería un momento estupendo para empezar.

—Yo, hmm… llevo esa cosa dentro —confesé, consciente de que parecía un completo idiota, al tiempo que un extraño calor inundaba mis mejillas.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella—. ¿Tienes cáncer?

—No, no, es… Oigo, hum… Me dice cosas.

Por algún motivo, tuve que desviar la vista. Había una fotografía del torso desnudo de un hombre colgado en la pared. Miré de nuevo a mi hermana.

—Jesús. ¿Quieres decir que oyes voces? Hostia, Dex.

—No. No es como oír voces. No exactamente.

—Pues entonces, ¿qué coño es?

Tuve que volver a mirar el torso desnudo, y después exhalé un gran suspiro antes de poder volver a mirar a Deborah.

—Cuando tengo una de mis corazonadas, ya sabes. En la escena de un crimen. Es porque esta…, esta cosa me lo dice.

La cara de Deborah se había petrificado, inmóvil por completo, como si estuviera escuchando la confesión de un hecho terrible. Y así era, por supuesto.

—Así que te dice cosas, ¿eh? Como, eh, alguien convencido de que es Batman hizo esto.

—Más o menos. Esas corazonadas que tenía, ya sabes.

—Que tenías.

Tuve que volver a desviar la vista.

—Se ha ido, Deborah. Algo relacionado con este lío de Moloch lo asustó. Nunca había pasado.

No dijo nada durante un largo rato, y no vi motivos para hablar por ella.

—¿Le hablaste alguna vez a papá de la voz? —preguntó por fin.

—No fue necesario. Ya lo sabía.

—Y ahora las voces se han ido.

—Sólo una.

—Por eso no me dices nada sobre esto.

—Sí.

Deborah apretó los dientes con suficiente rabia para oírlos. Después exhaló un largo suspiro sin relajar la mandíbula.

—O me estás mintiendo porque hiciste esto —susurró—, o me estás diciendo la verdad y eres un puto psicótico.

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