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John Verdon: No abras los ojos

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John Verdon No abras los ojos

No abras los ojos: краткое содержание, описание и аннотация

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David Gurney se sentía casi invencible… hasta que se topó con el asesino más inteligente con el que jamás había tenido que enfrentarse. Dave Gurney, el protagonista de la primera novela de John Verdon, Se lo que estás pensando, vuelve para afrontar el caso más difícil de su carrera, una batalla con un adversario implacable que no solo es un inteligente y frío asesino, sino que no tiene reparos en atacar directamente al punto débil de Gurney: su esposa. Ha pasado un año desde que el exdetective de la Policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista. Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín, y ese es un reto al que es imposible resistirse. Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi. Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas.

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– Está claro que eres un tipo muy ocupado, así que voy a ir al grano. Quiero hacerte un favor enorme. -Hizo una pausa-. ¿Sigues ahí?

– Habla más rápido.

– ¡Menudo cabrón ingrato! Muy bien, esto es lo que tengo para ti. Sensacional asesinato cometido hace cuatro meses. Niña rica y mimada se casa con un famoso psiquiatra. Una hora más tarde, en la recepción de la boda en la lujosa finca del psiquiatra, el jardinero demente la decapita con un machete y se escapa.

Gurney tenía el vago recuerdo de haber leído un par de titulares de los periódicos sensacionalistas que posiblemente estaban relacionados con el caso: «Baño de sangre nupcial» y «Novia decapitada». Esperó a que Hardwick continuara, pero el hombre tosió de un modo tan desagradable que Gurney tuvo que apartarse el teléfono de la oreja.

Al final, Hardwick volvió a preguntar:

– ¿Todavía estás ahí?

– Sí.

– Callado como un cadáver. Deberías hacer sonar un pitido cada diez segundos para que la gente sepa que aún estás vivo.

– Jack, ¿por qué diablos me estás llamando?

– Te estoy entregando el caso de tu vida.

– Yo ya no soy policía. No tiene ningún sentido.

– Puede que te falle el oído en tu vejez. ¿Qué edad tienes? ¿Cuarenta y ocho u ochenta y ocho? Escucha. Este es el meollo del asunto. La hija de uno de los neurocirujanos más ricos del mundo se casa con un famoso y polémico psiquiatra, un psiquiatra que apareció en el programa de Oprah Winfrey, por el amor de Dios. Una hora más tarde, entre doscientos invitados, la novia entra en la cabaña del jardinero. Había tomado varias copas y quería que el tipo se uniera al brindis nupcial. Cuando ella no sale, su nuevo esposo envía a alguien a buscarla, pero la puerta de la cabaña está cerrada y ella no contesta. Entonces el marido, el afamado doctor Scott Ashton, va, golpea la puerta y la llama. No hay respuesta. Consigue una llave, abre la puerta y la encuentra sentada con su vestido de novia y la cabeza cortada; ventana trasera de la cabaña abierta y sin jardinero a la vista. Muy pronto todos los policías del condado están en la escena. Por si acaso no has captado el mensaje todavía: se trata de gente muy importante. El asunto termina en nuestro regazo en el DIC, en concreto en mi regazo. Comienzo simple: encontrar al jardinero loco. Luego se va complicando. No se trata de un jardinero normal y corriente. El famoso doctor Ashton más o menos lo ha apadrinado. Héctor Flores (ese es el jardinero) era un trabajador mexicano indocumentado. Ashton lo contrata, enseguida se da cuenta de que el hombre es inteligente, muy inteligente, así que comienza a ponerlo a prueba, a ayudarlo, a educarlo. En un periodo de dos o tres años, Héctor se convierte en el protegido del médico más que en la persona que barre las hojas. Casi un miembro de la familia. Parece que con este nuevo estatus incluso tuvo una aventura con la esposa de uno de los vecinos de Ashton. Un personaje interesante, el señor Flores. Tras el asesinato, desaparece de la faz de la Tierra, junto con la esposa del vecino. La última pista concreta de Héctor es el machete ensangrentado que dejó en el bosque a unos ciento cincuenta metros.

– ¿Y cómo acabó el asunto?

– De ningún modo.

– ¿Qué quieres decir?

– Mi brillante capitán tenía cierto punto de vista del caso. ¿Te acuerdas de Rod Rodriguez?

Gurney sintió cierto estremecimiento. Hacía un año, aproximadamente-seis meses antes del asesinato que Hardwick estaba describiendo-, había participado de manera semioficial en una investigación controlada por una unidad del Departamento de Investigación Criminal de la Policía del estado que dirigía el rígido y ambicioso Rodriguez.

– Su opinión era que deberíamos interrogar a todos los mexicanos en treinta kilómetros a la redonda del lugar del crimen y amenazarlos con toda clase de mentiras hasta que uno de ellos nos llevara a Héctor Flores; si eso no funcionaba, ampliar el radio a ochenta kilómetros. Ahí era donde quería todos los recursos: el cien por cien.

– ¿No estuviste de acuerdo con eso?

– Había otras vías que merecía la pena explorar. Era posible que Héctor no fuera lo que aparentaba ser. Todo esto me daba mala espina.

– ¿Y qué pasó?

– Le dije a Rodriguez que no tenía ni puñetera idea.

– ¿En serio?-Gurney sonrió por primera vez.

– Sí, en serio. Así que me retiró del caso. Y se lo dio a Blatt.

– ¿¡Blatt!?

Aquel nombre sabía a comida podrida. Gurney lo recordaba como el único detective del DIC más irritante que Rodriguez. Blatt encarnaba lo que el profesor preferido de Gurney en la universidad había descrito hacía mucho tiempo como «ignorancia armada y lista para la batalla».

Hardwick continuó.

– Así que Blatt hizo exactamente lo que Rodriguez le pidió que hiciera y no llegó a ninguna parte. Han pasado cuatro meses y hoy sabemos menos que el día que empezamos. Pero sé que te estás preguntando: ¿qué tiene que ver todo esto con el detective más condecorado en la historia de la Policía de Nueva York?

– Se me ha ocurrido esa pregunta, sí, aunque no con esas palabras.

– La madre de la novia no está satisfecha. Sospecha que la investigación ha sido una chapuza. No tiene confianza en Rodriguez y opina que Blatt es idiota. En cambio, piensa que tú eres un genio.

– ¿Que piensa qué?

– Vino a verme la semana pasada (justo cuatro meses después del día del asesinato) para preguntarme si podría volver al caso, o si podría trabajar en él sin que nadie se enterara. Le dije que eso no sería un enfoque práctico, porque tenía las manos atadas; tengo que ir con pies de plomo en el departamento. Sin embargo, resultaba que tenía acceso personal al detective más condecorado en la historia de la Policía de Nueva York, que hace poco que se ha retirado, todavía rebosante de fuerza y vigor, un hombre que estaría encantado de ofrecerle una alternativa a Rodriguez-Blatt. Para poner la guinda al pastel, casualmente tenía una copia de ese artículo de la revista del New York en el que te encumbran después de que resolvieras el caso de Satanic Santa. ¿Cómo te llamaban? ¿ Superpoli ? La señora estaba impresionada.

Gurney hizo una mueca. Varias respuestas posibles colisionaron en su cabeza y todas ellas se anularon entre sí.

Hardwick parecía animado por su silencio.

– A ella le encantaría conocerte. Ah, ¿lo he mencionado? Es una preciosidad. Tiene cuarenta y pocos, pero aparenta treinta y dos. Y dejó claro que el dinero no era problema. Tú mismo puedes poner el precio. En serio: doscientos dólares por hora no sería inconveniente. Aunque no es que a ti vaya a motivarte algo tan trivial como el dinero.

– Hablando de motivos, ¿cuál es el tuyo?

El esfuerzo de Hardwick por aparentar inocencia resultó cómico.

– ¿Que se haga justicia? ¿Ayudar a una familia que ha pasado un infierno? Me refiero a que perder un hijo tiene que ser lo peor del mundo, ¿no?

Gurney se quedó petrificado. Que alguien hablara de perder un hijo aún le provocaba un temblor en el corazón. Habían pasado más de tres lustros desde que Danny, de apenas cuatro años en ese momento, salió a la calle cuando Gurney no estaba mirando; había descubierto que ese dolor no se «superaba» (como se decía habitualmente). La verdad era que te arrollaba en oleadas sucesivas: olas separadas por periodos de adormecimiento, periodos de olvido, periodos de vida cotidiana.

– ¿Sigues ahí?

Gurney asintió.

– Quiero hacer lo que pueda por estas personas-continuó Hardwick-. Además…

– Además-intervino Gurney, hablando deprisa, imponiéndose a su emoción debilitante-, si participara, que no tengo intención de hacerlo, Rodriguez se subiría por las paredes, ¿no? Y si me las arreglara para descubrir algo nuevo, algo importante, él y Blatt quedarían fatal, ¿no es así? ¿Esa podría ser una de tus bondadosas razones?

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