John Verdon - No abras los ojos

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David Gurney se sentía casi invencible… hasta que se topó con el asesino más inteligente con el que jamás había tenido que enfrentarse.
Dave Gurney, el protagonista de la primera novela de John Verdon, Se lo que estás pensando, vuelve para afrontar el caso más difícil de su carrera, una batalla con un adversario implacable que no solo es un inteligente y frío asesino, sino que no tiene reparos en atacar directamente al punto débil de Gurney: su esposa.
Ha pasado un año desde que el exdetective de la Policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista. Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín, y ese es un reto al que es imposible resistirse.
Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi. Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas.

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– Quizá, o quizá quería que encontráramos el machete.

– Entonces, ¿por qué enterrarlo?

– Querrás decir semienterrarlo. ¿No has dicho que solo la hoja estaba cubierta de tierra?

Hardwick sonrió.

– Son preguntas interesantes. Sin duda vale la pena investigarlas.

– Y otra cosa-dijo Gurney-: ¿alguien ha verificado dónde estaban los Muller en el momento del homicidio?

– Sabemos que Carl era ingeniero jefe en un pesquero comercial que estaba a cincuenta millas de Montauk toda la semana. Pero no pudimos encontrar a nadie que hubiera visto a Kiki el día del homicidio ni el día anterior.

– ¿Eso significa algo para ti?

– Nada en absoluto. Es una comunidad muy reservada, al menos en la parte donde vive Ashton. El tamaño mínimo de cada propiedad es de cuatro hectáreas. Es gente celosa de su intimidad, no son de esos a los que les gusta apoyarse en la cerca y charlar. Probablemente allí se considera grosero decir «hola» sin tener una invitación.

– ¿Sabemos si alguien la vio después de que su marido se fuera a Montauk?

– Parece ser que nadie, pero… -Hardwick se encogió de hombros, reiterando la idea de que no ser visto por los vecinos en Tambury era la regla, no la excepción.

– Y los invitados a la recepción, ¿su paradero está claro durante «los catorce minutos críticos» a los que te has referido?

– Sí. El día después del crimen, estudié el vídeo a conciencia, controlando personalmente la situación de cada invitado en cada minuto que la víctima estuvo en esa cabaña; con nuestro alentador capitán diciéndome que estaba perdiendo un tiempo que debería dedicar a buscar a Héctor Flores en el bosque. ¿Quién demonios lo sabe?, a lo mejor el capullo tenía razón por una vez. Por supuesto, si no hubiera hecho caso del vídeo y después hubiera resultado que…, bueno, ya sabes cómo es de cabrón. -Susurró aquello con los labios apretados-. ¿Por qué me estás mirando así?

– ¿Cómo?

– Como un loco.

– Estás loco -dijo Gurney con ligereza.

También estaba pensando que durante los diez meses transcurridos desde que habían participado en el caso Mellery, la actitud de Hardwick hacia el capitán Rod Rodriguez, por alguna razón, había progresado de despectiva a envenenada.

– Quizá lo estoy-dijo Hardwick, tanto para sus adentros como para Gurney-. Parece que es la opinión consensuada. -Se volvió y miró otra vez por la ventana del estudio. Ahora estaba más oscuro: la cumbre norte casi negra contra un cielo de pizarra.

Gurney se preguntó si Hardwick lo estaba invitando de una manera extraña a mantener una conversación más íntima. ¿Tenía un problema del que podría estar dispuesto a hablar?

Fuera cual fuese la puerta que había dejado entornada, enseguida la cerró. Pivotó sobre sus talones, de nuevo con una chispa de sarcasmo en la mirada.

– Hay una pregunta sobre los catorce minutos. Puede que no fueran exactamente catorce. Me gustaría contar con tu omnisciente perspectiva…-Se apartó de la ventana, se sentó en el brazo del sofá más alejado de Gurney y habló hacia la mesita de café como si esta fuera un canal de comunicaciones entre ellos-. No hay duda del momento en que el cronómetro se pone en marcha. Cuando Jillian entra en la cabaña, está viva. Diecinueve minutos más tarde, cuando Ashton abrió la puerta, estaba sentada a la mesa en dos piezas. -Arrugó la nariz y añadió-: Cada pieza con su propio charco de sangre.

– ¿Diecinueve? ¿No catorce?

– Catorce desde que la chica del cáterin llama y no obtiene respuesta. La hipótesis razonable sería que la víctima no respondió, porque ya estaba muerta.

– Pero no necesariamente.

– No necesariamente, porque en ese momento podría haber recibido órdenes de Flores con un machete en la mano, diciéndole que mantuviera la boca cerrada.

Gurney pensó en ello, lo imaginó.

– ¿Tienes alguna preferencia? -preguntó Hardwick.

– ¿Preferencia?

– ¿Crees que le dieron el gran tajo antes o después de la señal del minuto catorce?

«El gran tajo.» Gurney suspiró, porque conocía la rutina. Hardwick provocaba y su público esbozaba una mueca. Era probable que aquel humor ofensivo fuera algo de toda la vida, un estilo reforzado por el cinismo imperante en el mundo de los cuerpos policiales, que se había ido agudizando y agriando con la edad, que se hacía más concentrado por sus problemas profesionales y la mala relación con su jefe.

– ¿Y? -insistió Hardwick -. ¿Qué opinas? -

Casi con certeza antes de la primera llamada a la puerta. Probablemente mucho antes. Lo más probable es que un minuto o dos después de que entrara en la cabaña.

– ¿Por qué?

– Cuanto antes lo hiciera, más tiempo tendría para escapar después de que descubrieran el cadáver. Más tiempo tendría para deshacerse del machete, para hacer lo que hizo para que los perros siguieran la pista hasta allí, para llegar adonde iba a ir antes de que el barrio se inundara de policías.

Hardwick parecía escéptico, pero no más de lo habitual: se había convertido en su rasgo natural.

– ¿Estás suponiendo que todo fue parte de un plan, que todo fue premeditado?

– Esa sería mi interpretación. ¿Lo ves de manera diferente?

– Hay problemas de una manera u otra.

– ¿Por ejemplo?

Hardwick negó con la cabeza.

– Primero, dame tu argumento para la premeditación.

– La posición de la cabeza.

La boca de Hardwick se transformó en una mueca.

– ¿Qué pasa con eso?

– La forma en que lo describiste: de cara al cuerpo, con la tiara en su lugar. Suena como una disposición deliberada que significaba algo para el asesino o que pretendía que significara algo para alguien más. No hay nada de furia del momento.

Hardwick tenía aspecto de estar experimentando un reflujo ácido.

– El problema con la premeditación es que ir a la cabaña fue idea de la víctima. ¿Cómo iba a saber Flores que iba a hacer eso?

– ¿Cómo sabes que ella no lo había discutido con él antes?

– Le dijo a Ashton que solo quería pedirle a Flores que se uniera al brindis nupcial.

Gurney sonrió, esperó a que Hardwick pensara en lo que estaba diciendo.

Hardwick se aclaró la garganta con incomodidad.

– ¿Crees que es mentira? ¿Que tenía alguna otra razón para ir a la cabaña? ¿Que Flores la había engañado antes y ella estaba mintiendo a Ashton sobre la cuestión del brindis? Eso son grandes suposiciones basadas en nada.

– Si el asesinato fue premeditado, tuvo que ocurrir algo así.

– ¿Y si no fue premeditado?

– No tiene sentido, Jack. Eso no fue un impulso. Fue un mensaje. No sé cuál era el destinatario ni qué significaba. Pero no me cabe duda de que era un mensaje.

Hardwick puso cara de sentir otro reflujo ácido, pero no discutió.

– Hablando de mensajes, encontramos uno extraño en el teléfono móvil de la víctima: un SMS que le enviaron una hora antes de que la mataran. Decía: «Por todas las razones que he escrito». Según la compañía telefónica, el mensaje salió del teléfono de Flores, pero estaba firmado por «Edward Vallory». ¿Ese nombre significa algo para ti?

– Nada.

La habitación se había oscurecido y apenas podían verse el uno al otro en extremos opuestos del sofá. Gurney encendió la lámpara que estaba a su lado, a un lado de la mesa.

Hardwick se frotó otra vez la cara, con las palmas de ambas manos.

– Antes de que me olvide, quería mencionar una pequeña cosa que observé en la escena y que se recordó en el informe del forense y que me pareció extraña. Podría no significar nada, pero… la sangre en el cuerpo en sí, en el torso, estaba delante.

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