»También pensé que un día yo sería capaz de reírme de el… pero ese día no llegó… jamás. Nadie podía reírse de Dimitrios. Lo he comprendido. Le odiaba y me he dicho a mí misma que era porque me debía aquellos mil francos. Y por eso lo he anotado en mi libreta. Pero me estaba mintiendo a mí misma. Me debía más de mil francos, mucho más. Siempre me había estafado con el dinero. Le odiaba porque le temía y no era capaz de comprenderle como él me comprendía a mí.
»En ese tiempo yo vivía en un hotel. Un lugar repugnante, lleno de escombros. El patrón era un gigantón asqueroso, pero mantenía buenas relaciones con la policía. Y mientras pagaras tu habitación estabas a salvo: aunque tus papeles no estuvieran en regla.
»Una tarde, mientras descansaba, oí que el patrón insultaba a alguien en el cuarto contiguo. Las paredes eran muy delgadas, de modo que pude oírlo todo. En un primer momento no presté atención, porque ese tío siempre le estaba gritando a alguien, pero al cabo de unos minutos escuché lo que decían, porque hablaban en griego y yo sé hablarlo. El patrón amenazaba con llamar a la policía si no recibía el pago de la habitación. No podía oír las respuestas, porque el otro hombre hablaba con una voz muy baja. Por último, el patrón se fue y se hizo el silencio. Ya me había adormilado cuando de pronto oí que el pomo de la puerta se movía. La puerta estaba cerrada con llave. Observé que el pomo giraba con lentitud hasta volver a su posición. Entonces alguien golpeó a la puerta.
»Pregunté quién era, pero no hubo respuesta. En ese instante pensé que tal vez se tratara de alguno de mis amigos y que quizá no había oído mi pregunta, de modo que fui hasta la puerta y la abrí. Fuera estaba Dimitrios.
»Me preguntó en griego si le permitía pasar. Le pregunté qué quería y me respondió que quería hablar conmigo. Le pregunté cómo sabía que yo hablaba griego, pero permaneció sin contestar. Y comprendí que ese hombre era mi vecino de habitación. Le había visto una o dos veces en la escalera y siempre me había parecido muy correcto y un tanto nervioso cuando me cedía el paso. Pero en ese instante no se le veía nervioso. Le dije que estaba descansando, que pasara más tarde si quería hablar conmigo. Pero Dimitrios sonrió, empujó la puerta para entrar, una vez dentro del cuarto, se apoyó contra la pared.
»Le dije que si no se iba llamaría al patrón; él sonrió apenas y siguió sin moverse. Me preguntó después si había oído lo que el patrón había hablado con él; le respondí que no. En uno de los cajones de mi mesa guardaba una pistola y me acerqué para cogerla. Tal vez Dimitrios adivinó mi intención: con disimulo se acercó hasta la mesa y se apoyó en ella, como si fuera el dueño del cuarto. Entonces me pidió que le prestara dinero.
»Nunca he sido tonta. Tenía un billete de mil leva cosido a la cortina, muy cerca del techo y sólo unas pocas monedas en mi bolso. Y le dije que no tenía dinero. No hizo ningún caso de mis palabras y comenzó a decirme que no había comido nada desde el día anterior, que no tenía ni un céntimo y que se encontraba mal. Pero mientras hablaba, durante todo ese tiempo, sus ojos no dejaron de moverse, mirando cada una de las cosas que había en el cuarto. Como si ahora mismo estuviera viéndole… Su cara era suave y ovalada, de piel pálida y ojos muy castaños, ansiosos, que te recordaban los ojos de un doctor cuando te está haciendo algo que ha de dolerte. Ese hombre me daba miedo. Le dije otra vez que no tenía dinero, pero que podía darle un trozo de pan, si él quería. Y me respondió: "Dame el pan."
»Saqué un trozo de pan de un cajón y se lo di. Se lo comió lentamente, apoyado siempre contra la mesa. Cuando hubo terminado con el pan, me pidió un cigarrillo. Se lo di. Entonces me aseguró que yo necesitaba un protector. Me pidió que escribiera una nota que él mismo me dictaría. Estaba dirigida a un hombre cuyo apellido yo jamás había oído y sencillamente le pedía cinco mil leva .
»Pensé que Dimitrios estaba loco y escribí la nota; firmé "Irana", nada más. Antes de irse me dijo que nos veríamos esa noche, en un café.
»Por supuesto, no acudí a la cita. A la mañana siguiente, Dimitrios volvió a golpear a mi puerta. Esta vez no quise abrirle. Se enfadó muchísimo y me gritó que tenía dos mil quinientos leva para mí. Desde luego que no le creí. Pero vi que por debajo de la puerta se deslizaba un billete de mil y oí la voz de Dimitrios advirtiéndome que tendría el resto cuando le abriese la puerta. O sea que le dejé pasar. En seguida me entregó los mil quinientos leva restantes. Le pregunté de dónde había sacado ese dinero y me respondió que había entregado, él en persona, la nota que yo había escrito a aquel hombre, quien le había dado el dinero sin rechistar.
»Siempre he sido una mujer discreta. Nunca me he interesado por conocer los verdaderos nombres de mis amigos. Dimitrios había seguido a uno de ellos hasta su casa, había averiguado cómo se llamaba y qué hacía (resultó ser un hombre importante) y días después, con mi nota en la mano le había amenazado con revelar nuestras relaciones a la mujer y a las hijas de aquel hombre, a menos que él le entregara esa suma de dinero.
»Me sentí llena de ira; le dije que por dos mil quinientos leva acababa de perder a uno de mis buenos amigos.
»Dimitrios me aseguró que él me conseguiría amigos más ricos que ése. Y también me hizo advertir que me había dado el dinero para demostrarme su seriedad, porque bien hubiera podido escribir él mismo la nota y ver después a mi amigo sin decírmelo.
»Comprendí que eso era verdad. Y también me di cuenta de que podía acudir a otros amigos míos y molestarles a menos que yo aceptara el trato. De modo que Dimitrios se convirtió en mi protector y verdaderamente me presentó hombres muy ricos. Al mismo tiempo, él se compraba ropas muy elegantes y a veces iba a los mejores cafés.
»Pero no pasó mucho tiempo antes de que un conocido mío me dijera que Dimitrios estaba metido en cuestiones de política y que a menudo se le veía en ciertos cafés que la policía vigilaba. Advertí a Dimitrios que su comportamiento era el de un tonto. Pero me aseguró que muy pronto tendría una enorme cantidad de dinero.
»A menudo Dimitrios marchaba a algún lugar, desaparecía durante períodos más o menos largos. Nunca me dijo adónde iba y yo jamás se lo pregunté.
»Sin embargo, yo supe que Dimitrios se había relacionado con personas importantes, porque cierta vez, cuando la policía le puso problemas por sus papeles de identidad y permanencia, él se echó a reír y me dijo que no me preocupara por la policía. No se atreverían a tocarle, me dijo.
»Pero una mañana llegó a verme presa de una gran agitación. Por su aspecto pensé que había viajado durante toda la noche y también advertí que llevaba una barba de varios días. Jamás le había visto nervioso hasta ese punto. Me cogió de las muñecas y me dijo que si alguien me lo preguntaba, tendría que asegurar que él había estado conmigo durante los tres últimos días. Por cierto que no le había visto durante toda la semana, pero tuve que asentir y dejar que durmiera en mi cuarto.
»Nadie me preguntó nada acerca de Dimitrios. Pero ese día, hacia la noche, leí en los periódicos que se había cometido un atentado contra Stambulisky, en Haskovo, y de esa manera comprendí dónde había estado ese individuo durante aquellos días.
»Me sentí aterrorizada. Un viejo amigo mío, al que había conocido antes que a Dimitrios, quería darme un apartamento para que viviera sola allí. Cuando Dimitrios se fue, después de haber dormido, acudí a mi amigo y le dije que aceptaría su ofrecimiento.
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