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Åsa Schwarz: Ángel caído

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Åsa Schwarz Ángel caído

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Estocolmo. Nova es una joven activista de Greenpeace. Una noche entra en una casa en el centro de la ciudad aprovechando que los dueños no están para realizar una «acción de protesta». Pero cuando entra se encuentra con un espectáculo escalofriante: el dueño de la casa, Josef K. Larsson y su mujer han sido brutalmente asesinados y sus cuerpos yacen en la cama, junto a su perro, también muerto. Amanda es la policía al cargo de la investigación de los crímenes en casa de Josef K. Larsson. Al principio cree que Nova podría ser la autora del crimen y decide investigarla. Finalmente Nova es detenida por la policía, pero en realidad lo que ocurre es que ella les ayuda a encontrar al verdadero asesino.

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– Entonces, ¿no sirve de nada lo que yo digo?

Amanda hizo un gesto de disculpa con las manos.

Nova dio un paso hacia un lado para demostrar a Amanda que se podía ir. Sus ojos estaban más oscuros de lo normal y tenía las cejas fruncidas.

Al salir, Amanda vio que la estaba observando una cámara instalada en una de las esquinas del recibidor. «Bien, pero extraño -pensó-. Si tienen dinero para una casa en Gamla stan, seguramente también son propietarios de objetos valiosos que pueden ser robados.» Lo último que Amanda vio antes de que Nova cerrara la puerta detrás de ella, fue su mano. La tenía ensangrentada e hinchada. Amanda no podía volver a llamar y preguntarle qué había pasado. Algo andaba mal, constató, pero se preguntó si alguna vez lograría saber qué era.

El accidente de coche se había producido la noche de un miércoles, bastante tarde.

La policía llamó a la puerta unas horas después. El número de la matrícula había sobrevivido al tremendo incendio, pero el cuerpo estaba completamente destrozado y en parte quemado, de manera que resultaba irreconocible. «Típico de ella -había pensado Nova-. Dejar esta vida con un choque impresionante y llevarse a otros con ella.»

Los dos empleados de la gasolinera habían muerto también, y un montón de palomas que estaban allí en ese momento atraídas por la peste del contenedor de la basura que había en la esquina. Habían salido como antorchas volantes y después cayeron a unos metros de allí en su desesperado vuelo. El olor a carne quemada seguía en el lugar al día siguiente, cuando Nova fue a verlo. No quiso saber nada de las víctimas inocentes. No lo soportaba. Sin embargo, preguntó cómo su madre pudo entrar en la gasolinera a ciento cuarenta kilómetros por hora. Depresión y suicidio, opinó la policía. De ninguna manera, fue la respuesta de Nova. Pero, al parecer, no la habían escuchado.

La investigación de la Científica no aportó pista alguna y la conclusión final fue que se había quedado dormida al volante. Nova no estaba convencida en absoluto, sino que llegó a pensar que tenía que haber sido algún fallo en el coche que no habían descubierto. A menos que la actuación de su madre, de una vez por todas, se hubiera superado a sí misma. Ya había pasado por encima de muchos cadáveres.

Y ahora ella era uno de ellos.

A través de la ventana, Nova vio que la policía doblaba la esquina y desaparecía de su vista. Se sentó al escritorio de su madre en el sillón de piel ajada que nunca antes había utilizado. La prohibición no había sido nunca pronunciada, pero estaba clara: el despacho era privado y no podía entrar ningún intruso. Ni siquiera Nova. A pesar de que hacía dos semanas que era la única propietaria de la casa de Gamla stan, no se sentía cómoda allí. Era como si dos ojos le quemaran la espalda. Nova se sacudió aquella sensación y puso en marcha el ordenador. En realidad, primero había pensado tirar aquella máquina moderna y así no tendría que hacerse cargo de los negocios de su madre, pero su ordenador portátil se había estropeado y le parecía absurdo tirar los dos.

Apareció la ventanilla del código. Nova podía encontrar un programa en internet que resolviera el problema, pero tardaría. La alternativa era llamar a Arvid y pedirle ayuda. Era fenomenal en el tema de ordenadores, pero entonces tendría que darle explicaciones. Se paró un momento a pensar. Hubiera sido muy agradable tener a Arvid a su lado y compartir con él todas sus preocupaciones, pero también sería complicado. Difícil de explicar. Se abstuvo de marcar su número y decidió, como solía hacer, apañárselas ella sola.

Nova probó una serie de códigos: el número de su casa, la matrícula del coche y el código postal. No dio resultado. Miró a su alrededor: una librería llena de libros ocupaba toda una pared; las otras estaban adornadas con cuadros del gusto mórbido de su madre. Delante del ordenador había un cuadro con una cita enmarcada:

Por mi parte, voy a traer el diluvio, las aguas sobre la tierra, para exterminar toda carne que tiene hálito de vida bajo el cielo: todo cuanto existe en la tierra perecerá. (Génesis 6, 17)

El versículo siempre había estado allí y Nova nunca se había detenido a pensar por qué. No creía que su madre fuera religiosa; tenía que ser un recuerdo que había guardado. O quizá un recordatorio de lo único que Nova y su madre tenían en común: el interés por el cambio climático.

A Nova le había sorprendido mucho que su madre, la ocupada mujer plenamente dedicada a su carrera, tuviera alguna opinión sobre el efecto invernadero y el aumento del nivel del agua en la tierra. En su interior afloró un pensamiento. Hacía muy poco que había visto otra referencia al Génesis, pero no quería pensar en ello, no quería verse obligada a pensar en lo que había vivido.

Probó a entrar con ese código: Génesis 6, 17. El ordenador respondió dejándola entrar amablemente. Se preparó para borrar todos los documentos, ya que no le apetecía husmear en los secretos de su madre. Le importaba un bledo si había algo que se refiriera a los clientes. «Que me denuncien -pensó Nova-, pero no me da la gana de fisgonear en lo que queda.» Abrió «Mis documentos» y el resultado fue una carpeta vacía. No había ni un solo nombre. Nova probó de nuevo y obtuvo el mismo resultado. Después se quedó pensando un momento. Debió de guardarlos en algún otro sitio, supuso, y volvió a buscar. Pero no logró encontrar ni un solo documento. Ni tampoco había un solo programa aparte de la instalación estándar de Microsoft.

«Algún cabrón ha limpiado el ordenador», constató Nova.

Cuando pudo aceptar aquella conclusión, miró intranquila a su alrededor. Alguien había entrado en su casa y había borrado todo lo que había en el aparato, todo lo que su madre había estado guardando.

«¿Quién cojones lo habrá hecho?», pensó Nova.

Después, cerró bruscamente el ordenador y se levantó con rapidez. «No puedo más», pensó mientras abandonaba la habitación y se dirigía al piso de abajo.

La cocina era el lugar preferido de Nova y a la vez un enigma. Fue hasta los fogones de gas y puso a hervir un cazo con agua. No era sólo que todo tuviera un estilo antiguo, estaba segura de que la mayoría de lo que había allí era tan viejo como parecía; las cazuelas hechas a mano y la mesa de roble macizo tenían cicatrices de cuchillos y cazuelas calientes de generaciones anteriores. En especial, Nova se preguntaba por todos aquellos pequeños barriles, moldes para el pan y rodillos. ¿Quién los había utilizado y por qué estaban en su cocina? Ni ella ni su madre tenían especial interés en preparar comidas. La cocina había sido como un refugio para Nova dado que era muy raro que su madre apareciera por allí.

Mientras el agua se calentaba, Nova llenó un colador con té Chai y lo puso en una gran taza de flores de estilo inglés. La llenó hasta el borde con agua caliente y dejó el lugar para trasladarse a su propio mundo de fantasía. En el sótano había un polvoriento sofá delante de un televisor mastodóntico de los años ochenta. Nova elegía con cuidado sus DVD. Apartó Buffy Cazavampiros, A todo gas 2 y X-Men y eligió Misión: Imposible III. Cierto que Tom Cruise no podía consolarla, pero sí hacerle olvidar durante un par de horas; las películas de acción eran su gran vicio.

Después se vería obligada a tomar las riendas de su vida.

Sin embargo, en ese momento no tenía fuerzas para hacer ningún plan. Le dio un buen sorbo al té y pulsó «play». Después se tumbó exhausta en el sofá.

Amanda cogió el móvil para llamar a su jefe en la Brigada de Crímenes con Violencia y darse de baja por enfermedad, pero el servicio de guardia de Homicidios se le adelantó.

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