Otro día más. Otro ser humano deshecho que reparar. Aquello no se acababa nunca. Sin embargo, incluso Dios descansó el séptimo día.
Después de recoger en la isla a su familia, rojos todos como gambas, Erica esperaba ansiosa el regreso de Patrik. Entretanto buscaba indicios de que Conny y su familia empezasen a hacer el equipaje, pero habían dado ya las cinco y media y no hacían ningún amago de marcharse. Así las cosas, decidió aguardar un poco hasta hallar el modo de, con delicadeza, preguntarles si no deberían ir pensando en partir dentro de un rato, pero que como los gritos de los niños le habían provocado un intenso dolor de cabeza, el rato no debía prolongarse demasiado. Oyó con alivio los pasos de Patrik acercándose en la escalera y se acercó a recibirlo.
– ¡Hola, cariño! -lo saludó Erica, poniéndose de puntillas para poder besarlo.
– Hola. ¿Aún no se han marchado? -preguntó Patrik con voz queda y mirando hacia la sala de estar.
– No, y no parecen tener intención de hacerlo. ¿Qué demonios vamos a hacer? -Erica respondía también en voz baja, alzando la vista al cielo para subrayar hasta qué punto la irritaba la situación.
– Pero no pueden pensar en serio en quedarse aquí un día más sin preguntar siquiera, ¿no? -opinó Patrik, cada vez más nervioso-. ¿O sí?
Erica resopló, antes de explicarle:
– No te imaginas cuántos invitados han tenido mis padres en verano, durante años y años, que sólo venían a quedarse un rato y que, al final, permanecían aquí durante una semana entera, esperando además que los atendiesen y les diesen de comer. La gente está mal de la cabeza, y la familia, peor.
Patrik estaba horrorizado.
– Pero no van a quedarse una semana, ¿verdad? Tenemos que hacer algo. ¿Por qué no les dices que tienen que marcharse?
– ¿Yo? ¿Por qué tengo que ser yo quien se lo diga?
– Pues porque son tus parientes.
Erica no pudo por menos de admitir que ahí tenía razón, así que no le quedaba más que tragarse el pastel. Entró en la sala de estar dispuesta a averiguar los planes de la familia, pero no tuvo oportunidad.
– ¿Qué hay para cenar? -Cuatro pares de ojos la miraban expectantes.
– Eh… -Erica no supo reaccionar; tan sorprendida estaba ante tal desfachatez que revisó mentalmente el frigorífico antes de responder-: Espaguetis con salsa boloñesa. Dentro de una hora.
Mientras iba a la cocina, donde esperaba Patrik, sintió deseos de darse ella misma una paliza.
– ¿Qué te han dicho? ¿Cuándo se van?
Erica le contestó sin mirarlo a los ojos:
– Pues la verdad es que no lo sé. Pero dentro de una hora cenamos espaguetis con salsa boloñesa.
– ¿No les has dicho nada? -en esta ocasión fue Patrik el que alzó la vista al cielo.
– No es tan fácil. Inténtalo tú y verás -bufó Erica trasteando irritada entre ollas y cacerolas-. Tendremos que aguantar una noche más. Se lo diré mañana. Y ahora ponte a picar cebolla, que no tengo ganas de cocinar yo sola para seis personas.
Trabajaron un rato en un silencio muy tenso, hasta que Erica no pudo contenerse más.
– He estado en la biblioteca y he recopilado algún material que tal vez te sea útil. Está ahí -dijo señalando con la cabeza hacia la mesa de la cocina, donde había un buen montón de copias bien ordenadas.
– Pero si te dije que no…
– Sí, sí, ya lo sé. Pero lo hice y la verdad es que ha sido la mar de entretenido, mucho más que pasarme el día sentada en casa mirando las paredes. Así que no seas pesado.
A aquellas alturas, Patrik ya sabía cuándo era mejor cerrar el pico, de modo que se sentó a la mesa de la cocina y empezó a ojear el material. Eran artículos de periódico que trataban sobre la desaparición de las dos jóvenes, así que se aplicó a leer con sumo interés.
– ¡Jo, está fenomenal! Oye, creo que me lo llevaré mañana a la oficina para echarle un vistazo con más detenimiento, pero tiene muy buena pinta.
Luego se encaminó a los fogones, donde ella estaba, se le acercó por detrás y le rodeó la enorme barriga con sus brazos.
– Venga, que no quiero ser pesado, es sólo que me preocupo por ti y por el bebé.
– Ya lo sé. -Erica se dio la vuelta y lo abrazó-. Pero te aseguro que no soy de porcelana y si en otro tiempo las mujeres podían trabajar los campos hasta que daban a luz prácticamente en mitad de la faena, pues también podré yo ir a la biblioteca a pasar hojas sin poner en peligro nuestras vidas.
– Vale, de acuerdo, lo sé -dijo con un suspiro-. En cuanto nos deshagamos de nuestros huéspedes, podremos dedicarnos más tiempo el uno al otro. Y prométeme que, si quieres que me quede en casa algún día, me lo dirás. En la comisaría saben que trabajo por propia iniciativa y que tú eres lo primero.
– Te lo prometo, pero ahora ayúdame a terminar la cena, a ver si los niños se tranquilizan un poco.
– No lo creo. Tal vez si le diésemos un poco de whisky a cada uno antes de cenar, se dormirían pronto -sugirió con una sonrisa malévola.
– Ay, mira que eres terrible. Pero a Conny y a Britta sí que puedes servirles uno, así al menos los tendremos de buen humor.
Patrik siguió su sugerencia y observó apenado el nivel de su mejor botella de whisky de malta, que había descendido drásticamente. Si se quedaban unos días más, su colección de whisky nunca volvería a ser lo que era.
Verano de 1979
Abrió los ojos muy despacio a causa de un terrible dolor de cabeza que le martilleaba los sesos y hacía que se le erizase el cabello. Pero lo más extraordinario era que no existía diferencia alguna entre lo que veía con los ojos cerrados o abiertos. Todo seguía envuelto en la más compacta oscuridad. En un momento de pánico, creyó que se había quedado ciega tal vez porque el aguardiente casero que había bebido el día anterior estuviese en mal estado. Algo de eso había oído contar: jóvenes que se quedaban ciegos por beber aguardiente de destilación casera. Tras unos segundos, el entorno empezó a deslindarse de las sombras vagamente y comprendió que su vista estaba perfectamente, sólo que se encontraba en un lugar donde no había luz alguna. Alzó la vista, por si podía ver el cielo o la luna, por ver si se encontraba en algún lugar al aire libre, pero no tardó en comprender que, en verano, la noche no era nunca tan cerrada y que tendría que haber visto enseguida la radiante noche nórdica del estío.
Tanteó el suelo sobre el que yacía y cerró la mano en torno a un puñado de tierra arenosa que dejó caer entre los dedos. Desprendía un fuerte olor a mantillo, un perfume dulzón y sofocante, y tuvo la sensación de encontrarse bajo tierra. El pánico se apoderó de ella. Sentía claustrofobia. Sin conocer en realidad las dimensiones del lugar en que se encontraba, logró representarse la imagen de unas paredes que, muy despacio, se le acercaban y la rodeaban. Sintió que el aire se acababa y se frotó la garganta, pero se obligó a respirar hondo varias veces y a dominar su terror.
Hacía frío y, de repente, se dio cuenta de que estaba desnuda y de que lo único que llevaba eran las bragas. Le dolía el cuerpo aquí y allá, y con los brazos en torno a las piernas flexionadas y pegadas a la barbilla, no podía dejar de temblar. El pánico inicial dio paso a un temor tan intenso que sintió que le corroía los huesos. ¿Cómo había ido a parar allí? ¿Y por qué?
¿Quién le habría quitado la ropa? Lo único que su cerebro era capaz de responderle era que, seguramente, no deseaba conocer la respuesta a esas preguntas. Le había sucedido algo horrible, no sabía qué, algo que multiplicaba el pavor que la tenía paralizada.
Un haz de luz se plasmó en su mano y, automáticamente, alzó los ojos hacia el lugar del que procedía. Una grieta diminuta de luz se abrió en la aterciopelada negrura, se obligó a ponerse de pie y gritó pidiendo ayuda, pero no obtuvo respuesta. Se puso de puntillas e intentó alcanzar la fuente de la luz, pero comprendió que quedaba muy lejos. Entonces sintió que empezaban a caerle unas gotas en la cara. Las gotas de agua se convirtieron en un pequeño chorro y, de pronto, tomó conciencia de lo sedienta que estaba. Sin pensarlo, abrió la boca en un acto reflejo para beber el líquido con avidez, a grandes tragos. Al principio, la mayor parte caía fuera, pero, tras unos minutos, dio con la técnica adecuada para aprovechar al máximo y bebió con ansia. Sin embargo, enseguida una especie de niebla lo envolvió todo y la habitación empezó a dar vueltas. Después no hubo más que oscuridad.
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