– ¡Mañana! -suspiró Anna-Maria-. Me iba a ir a casa.
– Pues, vete.
– No me puedo ir. Tengo que aprovechar y hablar con él. De Inna Wattrang, de su papel en la empresa y de todo. No sé ni una mierda de Kallis Mining. Le va a parecer que somos idiotas.
– Rebecka Martinsson tiene sesión del tribunal mañana. Así que seguro que estará por allí. Dile que estudie Kallis Mining y que te haga un resumen en una media hora mañana por la mañana.
– Yo no se lo puedo pedir. Tiene…
Anna-Maria se interrumpió durante medio segundo. Estaba a punto de decir que Rebecka Martinsson también tenía una vida propia, pero eso no era así. Entre los compañeros se decía que Rebecka Martinsson vivía sola en el campo y no se relacionaba con nadie.
– … tendrá que dormir como todos los demás -dijo, rectificándose-. No se lo puedo pedir.
– De acuerdo.
Anna-Maria pensó en Robert, que la estaba esperando en casa.
– ¿O sí puedo hacerlo?
Alf Björnfot se echó a reír.
– Lo que yo voy a hacer es plantarme delante de la tele a ver alguna serie americana -dijo.
– Yo también -respondió Anna-Maria malhumorada.
Acabó la conversación con el fiscal y miró a través de la ventana. ¿Por qué no? El coche de Rebecka Martinsson seguía en el aparcamiento.
Tres minutos más tarde, Anna-Maria llamaba con los nudillos a la puerta del despacho de Rebecka Martinsson.
– Bueno, sé que tienes mucho que hacer -dijo para empezar-. Y que éste no es tu trabajo. Así que estaré de acuerdo si te niegas…
Miró el montón de documentos que había sobre el escritorio de Rebecka.
– Olvídalo -añadió-. Ya tienes bastante faena.
– ¿Qué pasa? -preguntó Rebecka-. Si tiene algo que ver con Inna Wattrang, pregúntame. Los…
Se interrumpió.
– Iba a decir «los asesinatos son entretenidos» -continuó-, pero no es eso lo que pienso.
– Es igual -respondió Anna-Maria-. Entiendo perfectamente lo que quieres decir. La investigación de un asesinato es algo especial. No quiero, por nada del mundo, que asesinen ni a una sola persona pero, si ocurre, me gusta involucrarme y resolver el crimen.
Rebecka Martinsson parecía aliviada.
– Era con lo que soñaba en aquellos tiempos en que elegí empezar en la escuela de policías -declaró Anna-Maria-. ¿Quizá tú también cuando empezaste a estudiar derecho?
– No, no sé. Me fui de Kiruna y empecé a estudiar porque me puse a malas con mi congregación. Que fuera Derecho fue más una casualidad. Después, como era estudiosa y aplicada, conseguí trabajo enseguida. Es como si hubiera ido deslizándome hacia todo. No hice una elección consciente hasta que me volví a vivir aquí.
De pronto se habían acercado a un serio tema de conversación pero se conocían poco como para seguir por el camino iniciado. Por ello se pararon y se quedaron calladas un momento.
Rebecka sintió agradecida que el silencio no se hacía molesto.
– Así que… -exigió Rebecka con ima sonrisa-. ¿Qué me querías pedir?
Anna-Maria le devolvió la sonrisa. Entre ella y Rebecka Martinsson había existido cierta tensión por algún motivo. No le había causado preocupación pero a veces pensaba que era extraño que uno no se sintiera cercano a alguien que le había salvado la vida. Ahora sentía que la tensión había desaparecido de golpe, como si se hubiera ido volando por la ventana.
– El jefe de Inna Wattrang, Mauri Kallis, viene mañana -le explicó.
Rebecka dio un silbido.
– Eso es lo que quiero decir -continuó Anna-Maria-. Y tengo que hablar con él pero no sé nada, ni de la compañía ni de lo que hacía Inna Wattrang en ella, nada de nada.
– Tiene que estar todo en internet.
– Exacto -asintió Anna-Maria con un gesto de sufrimiento.
Odiaba leer. Lengua y Matemáticas habían sido sus peores asignaturas en la escuela. Apenas consiguió el aprobado que se necesitaba para entrar en la escuela de policías.
– Ya te entiendo -dijo Rebecka-. Te haré un resumen para mañana. A las siete y media, porque tengo un juicio que durará todo el día y empieza a las nueve.
– ¿Estás segura? -preguntó Anna-Maria-. Es mucho trabajo.
– Pero se me da bien, que lo sepas -presumió Rebecka-. Reducir un montón de basura a un A4.
– Y mañana tienes sesión del tribunal todo el día. ¿Ya has acabado de prepararlo?
Rebecka sonrió.
– Ahora te sientes un poco culpable -dijo provocadora-. Primero quieres que te haga un favor y después que te dé la absolución.
– Olvídalo -respondió Anna-Maria-. Prefiero tener remordimientos de conciencia que leer todo lo que haya. Además es una de esas compañías que…
– Humm, Kallis Mining es un grupo internacional de empresas. No un consorcio. Se podría decir que es una esfera. Pero también te explicaré la estructura de la empresa, que en realidad no es complicada.
– ¡No, seguro! Sólo cuando dices «estructura de la empresa», «consorcio» y «esfera» me salen sarpullidos en los brazos. Pero de verdad que te agradezco que lo hagas. Y pensaré en ello cuando esta noche aparque el culo en el sofá delante de la tele. Pero oye, en serio, ¿quieres que vaya a comprarte una pizza u otra cosa? Si es que te vas a quedar aquí.
– Me voy a casa. También pienso aparcarme delante de la tele. Esto lo haré mientras tanto.
– Pero ¿tú quién eres? ¿Superwoman?
– Sí. Anda, vete a casa a ver la tele. ¿Es que no tienes un montón de críos para meter en la cama y darles un beso de buenas noches?
– Humm, los dos mayores ya no le dan un beso a su madre. Y la niña sólo le da besos a su padre.
– Pero el pequeño…
– Gustav. Tiene tres años. Ése sí que quiere besos de su mamá.
Rebecka sonrió. Una sonrisa amable y cálida con una rápida pincelada de tristeza que la hacía parecer tierna.
«Me da pena -pensó Anna-Maria un momento después, cuando iba sentada en el coche camino de su casa-. Ha tenido que pasar por mucho.»
Sintió una punzada de remordimiento por haber hablado de sus hijos. Rebecka no tenía ninguno.
«Pero ¿qué puedo hacer? -se defendió a sí misma más tarde-. Son una gran parte de mi vida. Si es tabú hablar de ellos me resulta imposible hablar de otra cosa.»
Robert había recogido e incluso había limpiado la mesa de la cocina. Calentó las barritas de pescado y el puré de patata en el micro y tomó una copa de vino tinto para acompañar. Se alegró de que el puré fuera casero, hecho con patatas de verdad. Sintió que tenía la mejor vida que se podía desear.
«Sí -pensó Rebecka Martinsson cuando salió del coche en la puerta de la casa de Kurravaara-. Realmente soy Superwoman. Era una de las mejores abogadas de Suecia, por lo menos camino de serlo. Aunque eso no se lo puedo decir a nadie. Ni siquiera debo pensarlo de mí misma.»
Se había bajado el material sobre Kallis Mining de Internet a su ordenador portátil. Sintió que aquello iba a ser divertido. Algo diferente a las infracciones de tráfico de siempre, los hurtos y los maltratos.
La luz de la luna se posaba como plata pintada sobre la brillante corteza de nieve y encima de la plata estaban las sombras azules de los árboles. El río dormía debajo del hielo.
Colocó una manta de lana sobre el cristal del parabrisas y la sujetó con las puertas delanteras para no tener que rascar los cristales por la mañana.
Había luz en la ventana de la casa que había pertenecido a su abuela. Hasta podía imaginarse que había alguien dentro que la estaba esperando, pero era ella que la había dejado encendida.
«Antes estaban aquí -pensó-. Papá y la abuela. Aquellos años yo lo tenía todo. Y es mucho más de lo que tienen algunos. Algunos no lo tienen nunca.»
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