Charlaine Harris - El Día del Juicio Mortal

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El juicio final está en camino, y Sookie Stackhouse tiene una habilidad especial para situarse en medio de los problemas; en particular cuando es testigo del ataque con bombas incendiarias al Merlotte’s, el bar donde trabaja. Dado que Sam Merlotte es conocido por su doble naturaleza. Las sospechas inmediatamente recaen sobre los cambiantes de la zona. Sookie tiene otra opinión, pero antes de que pueda investigar surge algo aún más peligroso.
El amante de Sookie, Eric Northman, y su “niña” Pamela están tramando algo en secreto. Sea lo que sea, parecen decididos a mantener a Sookie al margen. Pero Sookie está igual de decidida a descubrir que está ocurriendo. No puede permanecer de brazos cruzados cuando tanto su trabajo como su vida amorosa están amenazados. Sin embargo, cuanto más progresa en sus investigaciones, más consciente es de que la situación es más mortal de lo que nunca hubiera podido imaginar.

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Miré la caja de la panadería con anhelo, pero era demasiado consciente de que los vaqueros me estaban muy ajustados. Me sentí como una mártir mientras me servía un cuenco de Special K con algo de edulcorante y leche desnatada. Al ver que Sam iba a hacer un comentario, lo miré con los ojos entrecerrados. Me sonrió, masticando profusamente una porción de rosquilla rellena de gelatina.

– Dermot, en unos minutos nos iremos a Shreveport. Si necesitas mi cuarto de baño… -ofrecí, ya que Claude era terrible acaparando el del pasillo. Lavé el cuenco en la pila.

– Gracias, sobrina -dijo Dermot, besándome la mano-. Tienes el pelo maravilloso, a pesar de estar más corto, por cierto. Creo que Eric hizo bien en traer a alguien para que te lo acondicionara anoche.

Sam agitó la cabeza mientras nos dirigíamos hacia su ranchera.

– Sook, ese tío te trata como a una reina.

– ¿A quién te refieres, a Eric o a Dermot?

– A Eric no -dijo, sacando lo mejor de su neutralidad-. Dermot.

– ¡Sí, es una pena que seamos familia! Además, se parece demasiado a Jason.

– Eso no es un obstáculo para un hada -indicó Sam seriamente.

– Tienes que estar bromeando. -De repente, me puse seria. Por la expresión de Sam, él tampoco estaba bromeando en absoluto -. Escucha, Sam, Dermot jamás me ha mirado siquiera como una mujer y Claude es gay. Somos estrictamente familiares. -Habíamos dormido muchas veces en la misma cama, pero eso sólo nos había aportado el alivio de la presencia, aunque debía admitir que la primera vez me sentí algo extraña. Estaba segura de que sólo se debía a mi parte humana. Por culpa de las palabras de Sam, ahora no paraba de darle vueltas a lo que creía un hecho consumado, preguntándome si no estaría equivocándome de perspectiva. A fin de cuentas, Claude disfrutaba paseando desnudo, y sabía por su propia boca que había tenido relaciones sexuales con una mujer anteriormente (honestamente, estaba convencida de que habría otro hombre en la ecuación).

– Y yo insisto en que las cosas raras no son tan raras en las familias de las hadas -replicó Sam, echándome una mirada.

– No quiero parecer grosera, pero ¿cómo puedes saber eso? -Si Sam había pasado mucho tiempo con hadas, se lo había guardado muy en secreto.

– He leído mucho al respecto después de conocer a tu bisabuelo.

– ¿Leer? ¿Dónde? -Me encantaría aprender más cosas sobre mi parte feérica. Tras decidir vivir alejados de los de su propia especie (me preguntaba lo voluntaria que había sido esa decisión), Claude y Dermot no decían nunca nada sobre las creencias y costumbres de su especie. Aparte de lanzar algún comentario despectivo de vez en cuando acerca de trolls y duendes, no soltaban prenda de las hadas…, al menos delante de mí.

– Eh, es que los cambiantes tenemos una biblioteca. Tenemos registros de nuestra historia y de las observaciones que hemos realizado de otros seres sobrenaturales. Mantenerlos nos ha permitido sobrevivir. Siempre había un lugar al que ir en cada continente para estudiar y leer sobre otras especies. Ahora todo es electrónico. He jurado no enseñársela a nadie. Si pudiera, te dejaría leerlo todo.

– Entonces ¿no puedo leer los registros, pero está bien que me cuentes que existen? -No intentaba hacerme la graciosa, sino que sentía verdadera curiosidad.

– Dentro de ciertos límites -se sonrojó Sam.

No quería presionarlo. Era consciente de que Sam ya había rebasado esos límites por mí.

Durante el resto del trayecto, cada cual se encerró en sus propias preocupaciones. Mientras Eric pasaba por su particular muerte diurna, yo me sentía sola, y solía disfrutar de esa sensación. No es que estar vinculada a Eric hiciera que me sintiese poseída, ni nada por el estilo. Era más bien que, durante las horas nocturnas, podía sentir su vida discurrir paralela a la mía; sabía cuándo estaba trabajando, discutiendo, satisfecho o absorto en una tarea. Se parecía más a una cosquilla en la conciencia que un conocimiento firme.

– Bueno, sobre el que tiró la bomba ayer… -soltó Sam abruptamente.

– Sí -dije-. Creo que puede ser un cambiante de algún tipo, ¿vale?

Asintió sin mirarme.

– No creo que sea un atentado impulsado por el odio -añadí, intentando que las palabras me saliesen con naturalidad.

– No es un crimen humano de odio -apuntó Sam-, pero está claro que algo de animadversión tiene que haber.

– ¿Económico?

– No se me ocurre ninguna razón económica -dijo-. Estoy asegurado, pero no soy el único beneficiario si el bar se incendia. Está claro que no podría trabajar durante un tiempo, y estoy convencido de que los demás bares de la zona aprovecharían el momento, pero no creo que sea motivación suficiente. No demasiado -matizó-. El Merlotte’s siempre ha sido una bar familiar, no un sitio para hacer cualquier cosa. No es como el Redneck Roadhouse de Vic -añadió con una pizca de amargura.

Tenía razón.

– A lo mejor es que no le caes bien a alguien, Sam -propuse, aunque las palabras me salieron más duras que lo que había pretendido-. Quiero decir -añadí rápidamente- que a lo mejor alguien te quiere hacer daño a través de tu negocio. No como cambiante, sino como persona.

– No recuerdo tener problemas tan personales con nadie -respondió, genuinamente desconcertado.

– Eh, ¿sabes si Jannalynn tiene algún ex vengativo?

Sam quedó pasmado ante la idea.

– No sé de nadie que me haya cogido manía por salir con ella -dijo-. Y Jannalynn es más que capaz de decir lo que piensa. No es de las que se dejan presionar para salir con alguien.

Me costó reprimir la carcajada.

– Sólo intento pensar en todas las posibilidades.

– Está bien -contestó, y se encogió de hombros -. Lo importante es que no recuerdo haber enfadado a nadie hasta ese punto.

Yo tampoco podía recordar ningún incidente reseñable, y hacía años que conocía a Sam.

No tardamos en llegar a la tienda de antigüedades, que estaba situada en una antigua tienda de pinturas en una de las calles del casco viejo de Shreveport.

Los amplios escaparates frontales estaban impolutos y las piezas que exhibían eran preciosas. La más grande era un aparador de los que le gustaban a mi abuela. Era pesado, estaba ornamentado y me llegaba hasta el pecho.

En el otro escaparate había una colección de jardineras, o jarrones, no estaba muy segura de cómo llamarlos. El del centro, situado para demostrar que era el mejor del conjunto, era verde marino y azul, y tenía unos querubines dibujados. Pensé que era horrible, pero no dejaba de tener su estilo.

Sam y yo contemplamos el conjunto durante un instante en pensativo silencio antes de entrar. Una campana (una campana de verdad, no una imitación electrónica) sonó al abrir la puerta. Una mujer, sentada en una banqueta, a la derecha, detrás del mostrador, levantó la cabeza. Se empujó las gafas sobre la nariz.

– Un placer volver a verte, señor Merlotte -dijo, sonriendo con la intensidad justa. «Me acuerdo de ti, me alegra que hayas vuelto, pero no me interesas como hombre». Lo tenía claro.

– Gracias, señora Hesterman -contestó Sam-. Te presento a mi amiga, Sookie Stackhouse.

– Bienvenida a Splendide -saludó la señora Hesterman-. Llámame Brenda, por favor. ¿En qué puedo serviros?

– Tenemos dos recados -dijo Sam-. Yo he venido por las piezas que me comentaste…

– Y yo acabo de despejar mi desván y tengo varias cosas a las que me gustaría que echases un vistazo -añadí-. Tengo que deshacerme de algunos de los objetos que me he encontrado. No quiero volver a acumularlos. -Sonreí para demostrar mi buena predisposición.

– ¿Así que hace mucho que tienes una casa familiar? -preguntó, animándome a que le diera una pista sobre qué tipo de posesiones había acumulado mi familia.

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