Charlaine Harris - El Día del Juicio Mortal

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El juicio final está en camino, y Sookie Stackhouse tiene una habilidad especial para situarse en medio de los problemas; en particular cuando es testigo del ataque con bombas incendiarias al Merlotte’s, el bar donde trabaja. Dado que Sam Merlotte es conocido por su doble naturaleza. Las sospechas inmediatamente recaen sobre los cambiantes de la zona. Sookie tiene otra opinión, pero antes de que pueda investigar surge algo aún más peligroso.
El amante de Sookie, Eric Northman, y su “niña” Pamela están tramando algo en secreto. Sea lo que sea, parecen decididos a mantener a Sookie al margen. Pero Sookie está igual de decidida a descubrir que está ocurriendo. No puede permanecer de brazos cruzados cuando tanto su trabajo como su vida amorosa están amenazados. Sin embargo, cuanto más progresa en sus investigaciones, más consciente es de que la situación es más mortal de lo que nunca hubiera podido imaginar.

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– Te abrazaría mientras duermes -dijo Eric-. ¿Te ha dolido? Lo siento. -Parecía extrañamente desconcertado.

En otras circunstancias habría aceptado sus heterodoxas disculpas, pero esa noche no era el mejor momento.

– Tienes que irte a casa, Eric. Hablaremos cuando puedas controlar tus impulsos.

Eso era toda una reprimenda para un vampiro. La espalda se le puso tiesa. Por un momento pensé que tendría que lidiar con otra pelea. Pero, finalmente, Eric se detuvo en la puerta delantera. Una vez en el porche, dijo:

– Te llamaré pronto, esposa mía. -Me encogí de hombros. Pues vale. Estaba demasiado cansada y me sentía demasiado agraviada como para invocar cualquier tipo de expresión romántica.

Creo que Eric se metió en el coche con Pam y el peluquero para regresar a Shreveport. Probablemente estuviera demasiado magullado para volar. ¿Qué demonios pasaba entre Pam y Eric?

Intenté convencerme de que no era problema mío, pero tenía la desagradable sensación de que sí lo era, y que esto iba para largo.

Claude y Dermot entraron por detrás un segundo más tarde, husmeando el aire ostentosamente.

– Huele a humo y a vampiros -anunció Claude, poniendo los ojos en blanco exageradamente-. Y tu cocina tiene el aspecto de que haya entrado un oso en busca de miel.

– No sé cómo lo soportas -señaló Dermot-. Huelen agridulce. No sé si me gusta o lo odio. -Sostuvo su mano sobre la nariz dramáticamente-. ¿Noto un rastro de pelo quemado?

– Chicos, calmaos -pedí, agotada. Les relaté una versión resumida del ataque al Merlotte’s y la pelea en la cocina-. Así que limitaos a darme un abrazo y dejad que me vaya a la cama sin más comentarios sobre vampiros -añadí.

– ¿Quieres que durmamos contigo, sobrina? -preguntó Dermot con esa forma tan florida y típica de las viejas hadas, las que no pasan tanto tiempo con humanos. La cercanía entre hadas es tranquilizadora a la par que curativa. Incluso con la poca sangre feérica que corría por mis venas, la proximidad de Claude y Dermot se me antojaba reconfortante. No me había dado cuenta de ello la vez que conocí a Claude y su hermana Claudine, pero cuanto más los conocía y más contacto físico tenía con ellos, mejor me sentía en su proximidad. Cuando mi bisabuelo Niall me abrazaba, sentía amor en estado puro. Al margen de lo que hiciera o por muy dudosas que fuesen sus decisiones, volvía a sentir esa oleada de amor cada vez que estaba cerca. Lamenté fugazmente que quizá no volvería a verlo, pero tampoco me quedaban energías emocionales en la reserva.

– Gracias, Dermot, pero creo que dormiré sola esta noche. Que durmáis bien.

– Igualmente, Sookie -me dijo Claude. La cordialidad de Dermot se estaba contagiando a mi primo cascarrabias.

Una llamada a la puerta me despertó a la mañana siguiente. Legañosa y con el pelo hecho un desastre, atravesé el salón y miré por la mirilla. Era Sam.

Abrí la puerta y lo recibí con un bostezo.

– Sam, ¿en qué puedo ayudarte? Adelante, pasa.

No pudo evitar dejar escapar una mirada al desorden del salón y vi que no conseguía contener una sonrisa.

– ¿No habíamos quedado para ir a Shreveport? -preguntó.

– ¡Ay, Dios mío! -De repente me sentía mucho más despejada-. Lo último que pensé anoche, antes de acostarme, era que no podrías ir por lo del incendio. ¿Puedes? ¿De verdad te apetece?

– Sí. El jefe de bomberos ha hablado con mi aseguradora y ya han empezado con el papeleo. Mientras, Danny y yo hemos sacado la mesa y las sillas quemadas; Terry ha estado ocupándose del suelo y Antoine ha comprobado que la cocina esté bien. Ya me he asegurado de comprar más extintores. -Por un largo instante, su sonrisa flaqueó-. Si es que me queda algún cliente al que servir. No creo que mucha gente tenga ganas de venir al Merlotte’s si piensa que puede correr el riesgo de que la incineren.

No podía culpar a nadie por pensar así. El incidente de la noche anterior no había sido tampoco el detonante del bajón, en absoluto. Podría acelerar el declive del negocio de Sam, eso sí.

– Pues tendrán que atrapar al responsable, sea quien sea -dije. Intentaba sonar positiva-. Así, la gente sabrá que vuelve a ser seguro y volverás a tener a tus parroquianos.

En ese momento bajó Claude por la escalera con aire hosco.

– Cuánto ruido hay aquí abajo -murmuró mientras pasaba hacia el cuarto de baño del pasillo. Incluso andando con los hombros caídos con unos vaqueros viejos, Claude destilaba una gracia que llamaba la atención sobre su belleza. Sam dejó escapar un suspiro inconsciente y agitó la cabeza levemente mientras su mirada seguía a Claude, que se deslizaba por el pasillo como si tuviese unos cojinetes en las articulaciones de la cadera.

– Eh -dije tras oír que cerraba la puerta-. ¡Sam! No tiene nada que tú no tengas.

– Algunos tíos… -empezó, azorado, pero se detuvo-. Ah, olvídalo.

No podía, por supuesto, no cuando sabía directamente por las proyecciones de su mente que se sentía, no exactamente celoso, sino más bien pesaroso por la atracción física de Claude, a pesar de saber muy bien que mi primo era un coñazo.

Llevo leyendo la mente de los hombres desde hace años y se parecen más a las mujeres de lo que cabría esperar, en serio, a menos que salga el tema de los coches ranchera. Iba a decirle que era muy atractivo, que las mujeres del bar cuchicheaban sobre él más de lo que se imaginaba; pero al final mantuve la boca cerrada. Debía dejarle en la intimidad de sus propios pensamientos. Debido a su naturaleza cambiante, la mayor parte de las cosas que había en la cabeza de Sam se quedaban en la cabeza de Sam… más o menos. Yo podía captar un pensamiento vago, un sentir general, pero rara vez nada específico.

– Ven, prepararé un poco de café -dije, y al entrar en la cocina, seguida de cerca por Sam, frené en seco. Había olvidado la pelea de anoche.

– ¿Qué ha pasado? -preguntó Sam -. ¿Esto es cosa de Claude? -dijo, mirando a su alrededor, consternado.

– No, fueron Eric y Pam -contesté -. Oh, estos zombis. -Sam me miró extrañado y yo me reí y empecé a recoger cosas. Estaba abreviando una de las maldiciones de Pam, porque no estaba tan asustada.

No podía evitar pensar que habría sido realmente agradable por parte de Claude y Dermot que hubiesen ordenado un poco la estancia antes de aparecer la noche anterior, sólo como detalle.

Pero, claro, tampoco era su cocina.

Puse una silla sobre sus patas y Sam colocó la mesa en su sitio. Me hice con la escoba y el recogedor y barrí la sal, la pimienta y el azúcar que se habían derramado en el suelo, anotando mentalmente que debía pasarme por el supermercado para comprar otra tostadora si Eric no me enviaba una hoy. El servilletero también estaba roto, y eso que había sobrevivido al incendio de hacía año y medio. Suspiré por partida doble.

– Al menos la mesa está bien -dije.

– Y sólo una de las sillas tiene una pata rota -informó Sam-. ¿Crees que Eric se encargará de arreglar o reemplazar esto?

– Eso espero -repliqué, hallando la cafetera intacta, al igual que las tazas que colgaban junto a ella; no, un momento, una estaba rota. Bueno, me quedaban cinco intactas. No me podía quejar.

Preparé un poco de café. Mientras Sam sacaba la bolsa de la basura, fui a mi habitación para prepararme. Me duché la noche anterior, así que sólo necesitaba cepillarme el pelo y los dientes y enfundarme unos vaqueros y una camiseta de « Fight Like a Girl [2] ». No me pasé con el maquillaje. Sam me había visto bajo todo tipo de circunstancias.

– ¿Qué tal el pelo? -me preguntó cuando volví con él. Dermot también estaba en la cocina. Al parecer, había hecho una incursión rápida en la ciudad, ya que ambos estaban disfrutando de unas rosquillas frescas. A tenor del sonido del agua, Claude se estaba duchando.

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