Christine Feehan - Juego Mortal

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Comenzó como una misión para encontrar a un político muy conocido cuyo avión se estrelló en el Congo. Pero la riesgosa operación tomó un giro inesperado cuando Mari, un miembro físicamente mejorado del equipo de rescate, fue tomada como rehén por las fuerzas rebeldes.
Ahora, encarcelada en un recinto aislado, Mari tiene sólo una oportunidad para sobrevivir: escapar. Pero ella no contaba con Ken Norton, un experto asesino y un guerrero Fantasmas, que lucha para dejar atrás las paredes de la prisión en una misión por sí mismo… una que involucra al propio pasado de Mari y al destino misterioso de su hermana gemela… y que unirá a Ken y a Mari en una pasión embriagadora que subirá las apuestas en el juego más mortal de supervivencia que ellos hayan jugado alguna vez.

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– Nos llevamos a Mari -dijo Freeman, con una voz innecesariamente fuerte y exigente.

Había sido todo definitivamente ensayado. Whitney nunca dejaría al senador llevársela, por su importancia.

– No, no es así. Decididamente no iré con usted. -Violet, independientemente del trato que tienes con él no lo vas a conseguir, lo sabes, no puedes confiar en Whitney. Si nos revendes otra vez bajo cuerda para permanecer en la boleta electoral…

Amo a mi marido, Mari. No lo quiero muerto.

El entendimiento alboreó. Mari parecía una tonta. Es tú idea. Hiciste el trato con Whitney. Independientemente de lo que quiera a cambio de la vida de Ed. Sabías quién fue el que alejó el éxito de él. No había otra explicación. Whitney quería algo de Violet y de Ed Freeman, y quería hacer un trato. A cambio, Whitney suspendería el golpe y los amigos de Freeman lo ayudarían por la vicepresidencia. ¿Qué tuviste que hacer, Violet? ¿Qué vendiste?

A ti, por supuesto, Mari. Es todo sobre ti, tu hermana y los Norton.

Ken había estado corriendo por el laberinto para regresar con Mari. Cuando oyó la respuesta de Violet, su corazón saltó. ¡Jack! Si no llego a ella a tiempo la sacarán con el grupo del senador. Maldición. Maldición todo se irá al diablo.

El Senador Freeman caminó hacia la puerta.

– Vendrá con nosotros.

– Cuando corte su garganta, Senador, voy a hacerlo lentamente, entonces podrá sentirlo, justo del mismo modo en que Ekabela lo hizo con Ken Norton.

Los ojos de Freeman se dirigieron a sus guardias y luego a Whitney.

– Entonces realmente conoce a Ken Norton.

– No diga su nombre -silbó-. Se lo advierto. No se atreva. -Dejó la promesa de muerte arder sin llama en sus ojos.

El senador retrocedió, echando otra mirada rápida alrededor para asegurar que sus guardaespaldas estaban en posición. Violet caminó protectoramente delante de él.

Mari extendió la mano telepáticamente a su hermana más vulnerable. Rose. ¿Está despejado? ¿Puedes salir?

Kane me lleva hasta el nivel de tierra. Usamos los elevadores de servicio. Me ayuda a escaparme porque tiene miedo de lo que Whitney le hará al bebé.

Violet aclaró su garganta.

– Se dirige a alguien.

Whitney tenía aquella pequeña sonrisa en su cara.

– Habla con él. Ken Norton. ¿No es verdad? Está cerca. Yo sabía que no la abandonaría, no más de lo que Jack dejaría a Briony.

– Váyase al diablo, Whitney.

Levantó la ceja y le hizo un gesto a Freeman, a Violet y a sus guardaespaldas hacia el pasillo.

– No hay forma de tratar de razonar con ella cuando se pone así -dijo-. Dejaremos que mis hombres la manejen. ¿Querrá un café, Ed? -Se marchó sin mirar hacia atrás, Sean siguiéndolo.

– Pareces su perro, Sean -lo llamó, furiosa, porque tanto Violet como Sean fueran semejantes traidores.

Mari oyó pesados pasos acercándose a su celda. Querían que supiera que llegaban. Que tuviera miedo. El miedo entraba sigilosamente lo quisiera ella o no. Whitney siempre parecía tan poderoso. ¿Había encontrado algún modo de usar a Mari para capturar a Ken, Jack, y Briony? Se sintió enferma.

La puerta de la celda se abrió y afrontó a dos de los guardias de seguridad de Whitney. Los reconoció a ambos. Don Bascom pensaba que era resistente, pero Gerald Robard realmente lo era. Los dos se pusieron hombro con hombro, con expresiones sombrías.

Ella forzó una sonrisa.

– No los había visto por acá. ¿Cómo han estado? -Se obligó a parecer despreocupada, tanto como le fue posible. Mari trató de parecer cooperativa.

No hubo advertencia. Robard estaba sobre ella antes de que fuera consciente del peligro. La golpeó con la fuerza de un tigre de novecientas libras, lanzándola a través del cuarto, con tal fuerza que vio mil estrellas, el cuarto giró y comenzó a ver negro.

– Lo siento, niña -dijo Robard, agarrándola antes de que se golpeara con el suelo-. No hay ninguna necesidad de hacerlo más difícil de lo que ya es. -La puso en su cama-. Te quiere en mal estado, independientemente de lo que hagas. Mari, no lo desafíes como siempre. Solo coopera y no será tan malo.

Don Bascomb sacó una aguja y la jeringuilla. Los ojos de Mari se ensancharon y sacudió la cabeza violentamente en protesta. Cuando Robard se inclinó, junto ambos pies y lo empujó con tanta fuerza como podía contra su pecho, enviándolo hacia atrás. Golpeó con fuerza la pared del fondo, gruñendo un poco, su cara se oscureció por la cólera.

– Trato de hacerlo más fácil, pequeña diablesa. Venga. Mari son las órdenes del anciano. Cualquier otro sólo tomaría el chute y se iría a dormir. Puedo trabajar mientras estás inconsciente y es un hecho.

Se asombró de lo razonable que sonaba, como si dejar inconsciente a una mujer y golpearla mientras no sentía estuviera bien. Robard quitó las mantas de la cama y fue a por ella otra vez.

Querían que Ken viera su cuerpo amoratado. Estaba segura que planeaban dejar que la viera cuando la llevaran al avión. Estaban seguros de que los seguiría, hasta al Congo.

Bascomb estaba apartado, sonriendo abiertamente, cuando sacó un par de frascos con un líquido claro del bolsillo de su camisa.

– Diviértete, Ger.

No hubo ningún sonido, nada en absoluto que lo delatara. En un momento Bascomb estaba ahí pareciendo un mono, burlándose de su compañero, luego estaba en el suelo, con una aguja en el cuello y Ken llenando el cuarto y pareciendo un ángel vengador. El guardia de la puerta de la entrada estaba en un charco de sangre, con la garganta cortada.

– Ve a golpear a alguien de tu tamaño -dijo Ken suavemente.

Demasiado suavemente. Mari se estremeció por el tono. Uno que reconoció como letal. Siendo una mujer práctica, rodó de la cama y buscó en el cuerpo de Bascomb el otro frasco, rápidamente llenó una jeringuilla, y dio vueltas alrededor de Robard. Quien se concentraba en Ken, no pensando que ella fuera una amenaza en absoluto. Ken no debería estar allí. No podía ser agarrado, y pasara lo que pasara, Robard tenía que estar muerto cuando Whitney llegara.

– Ken Norton. ¿Cómo diablos llegaste aquí? -preguntó Robard y fingió un gancho derecho, solo balanceándose alrededor con una patada voladora.

Ken bloqueó el ataque y lanzó un puño con la potencia de su fuerza realzada así como el peso de su cuerpo, directamente a la cara del hombre. Robard se tambaleó por el impacto, dando un paso atrás en un esfuerzo por recobrar el equilibrio. Ken lo esquivó con los puños levantados y golpeó con fuerza con tres golpes consecutivos, izquierda, derecha, y un gancho que atontó a Robard. Mari avanzó y sumergió la aguja en las nalgas del guardia, empujando el émbolo y liberando el líquido transparente.

El sonido de una puerta cerrándose de golpe por el pasillo la alertó. Su corazón casi dejó de latir. Agarrando el brazo de Ken lo empujó.

– Sal de aquí. Ellos vienen. En serio, vete ahora.

Él juntó el frente de su camisa en su puño y la tiró contra él. Su boca bajó con fuerza sobre la suya.

– Si te metes en más problemas, me llamas. En serio, Mari… que si tratas de manejar a un par de soldados realzados otra vez, te pondré sobre mis rodillas y golpearé tu trasero. -Pasó los dedos por su magullada cara-. Esto tiene que terminar.

– Estamos casi ahí, Ken. Lo juro, iré contigo cuanto antes. Dame un poco más de tiempo.

Aplastó su boca con la suya, sus dientes la lastimaron hasta que se abrió a él, su lengua arrasó y asumió. Podía probar la cólera y el miedo desesperado. Nadie se había preocupado alguna vez tanto por ella. Se sentía realizada por su preocupación. Mari lo besó, por un momento sintió su aliento, caliente como la seda, la electricidad chisporroteó, y manó la pasión, y luego con resolución lo apartó.

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