Christine Feehan - Juego Mortal

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Comenzó como una misión para encontrar a un político muy conocido cuyo avión se estrelló en el Congo. Pero la riesgosa operación tomó un giro inesperado cuando Mari, un miembro físicamente mejorado del equipo de rescate, fue tomada como rehén por las fuerzas rebeldes.
Ahora, encarcelada en un recinto aislado, Mari tiene sólo una oportunidad para sobrevivir: escapar. Pero ella no contaba con Ken Norton, un experto asesino y un guerrero Fantasmas, que lucha para dejar atrás las paredes de la prisión en una misión por sí mismo… una que involucra al propio pasado de Mari y al destino misterioso de su hermana gemela… y que unirá a Ken y a Mari en una pasión embriagadora que subirá las apuestas en el juego más mortal de supervivencia que ellos hayan jugado alguna vez.

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– Más, Mari. Duro y caliente. -Ordenó entre dientes.

Cerró la boca sobre la cabeza de su eje, tirante y caliente y tan exquisito, añadiendo la succión a la combinación de dientes y lengua, y él casi saltó de la cama. No había preparación para lo que le estaba haciendo. Dulce infierno, lo estaba quemando vivo con su boca. Sus dientes se encontraban cada terminación nerviosa, estaba seguro que habían sido dañados, y estaban haciendo una reparación acelerada.

Ella gimió profundamente en la parte posterior de la garganta, y la vibración viajó directamente de la polla hasta sus pelotas, propagándose abajo hacia los muslos y arriba hacia la barriga. No podía detener el duro empuje de sus caderas. Lo probó, esforzándose por recuperar el control, pero fue imposible con el bramido en la cabeza y el corazón palpitando como el trueno en sus oídos.

Soltó una débil maldición mientras se deslizaba más profundo, mientras la garganta se constreñía apretada a su alrededor, ordeñándole hasta que su simiente hirvió cálida y viciosa. La cogió por la cabeza, agarrándola hacia él mientras la ardiente pasión lo inundaba, las llamas crepitaban en la base de la columna e invadían todo su cuerpo. Los dientes encontraron ese único lugar bajo el borde de la ancha cabeza, mordisqueándole mientras lo tomaba profundamente de nuevo, la garganta una vez más constriñendo.

Se hizo pedazos, una violenta explosión del cuerpo y los sentidos, su vida ya no le pertenecía, el placer lo consumía, comiéndoselo vivo. Temblaba por la liberación, las caderas casi sin control, empujando profundo e inútilmente, y cada vez que sus dientes o lengua aumentaban la caliente y fuerte succión, la agarraba más fuerte, sujetándose en la seda de su pelo.

Le pertenecía, en cuerpo y alma. Podía pensar que la podría hacer dependiente de él sexualmente, atarla a él por la forma en que podía controlar su cuerpo, pero ella nunca lo había necesitado de la forma en que él la necesitaba a ella. Lo supo, tan cierto como sabía que su corazón y alma estaban para siempre en sus manos.

Le dio una última pasada en espiral con la lengua y lo soltó. La echó de espaldas sobre el colchón, atrapándole las muñecas, levantándole los brazos sobre la cabeza, con el cuerpo todavía duro, agresivo y vibrante de necesidad. Con los muslos abrió los suyos empujando en su interior, conduciéndose a través de los estrechos y aterciopelados pliegues, forzando su entrada tan profundo como fuera posible, necesitando de ella que tomara cada pulgada de su gruesa y cicatrizada polla.

Hubo resistencia, el cuerpo resbaladizo y acogedor pero demasiado estrecho, y a pesar de sus entrecortados jadeos y gemidos suplicantes, los músculos trataban de bloquear la invasión. La reacción sólo acrecentó su excitación y necesidad de poseerla, aumentando el placer mientras forzaba su eje más profundo, los músculos de mala gana, y apenas, separándose para él, apretando duramente contra las cicatrices, arrastrando a través de las dañadas terminaciones nerviosas hasta que sintió el fuego chisporroteando arriba y debajo de su columna.

– Pasa las piernas alrededor de mi cintura. -Amó mirarla, dándose un festín con la visión de su cuerpo extendido ante él como un buffet interminable. Los ojos vidriosos por la necesidad, el pelo salvaje y desparramado como hebras de seda a través de la almohada. Un brillo parecía resplandecer de los senos, carne cremosa con apretados pezones implorando atención y su cruz destellando en la piel de ella. Amaba la entrada de su cintura y la curva de las caderas, pero en general lo que amaba eran los suaves y pequeños ruidos de desesperación provenientes de su garganta mientras su cuerpo se volvía fuego líquido a su alrededor-. Eres tan jodidamente bella, Mari.

Se inclinó para besarle el cuello, la deliberada acción produjo una electrificante fricción sobre el lugar más sensible. Succionó el débil y palpitante pulso en la garganta, descendiendo más abajo para encontrar el pecho, e hizo lo mismo, sintiendo la empapada respuesta de ella, la cálida crema hizo más fácil el siguiente empuje. Los dientes y lengua la adoraron durante un rato, mientras esperaba que su estrecho cuerpo aceptara su invasión.

– Por favor -susurró urgentemente, con el cuerpo empujando hacia él, mientras se hundía de nuevo en ella y se mantuvo quieto, saboreando la sensación de su cuerpo rodeándolo.

– Shh, lo haré bueno para ti, cariño. Necesitas un poco de tiempo para alcanzarme.

– Estoy a nivel -protestó, con la voz entrecortada. Su cuerpo estaba ya nervioso de necesidad. No quería esperar. Necesitaba sentir que la llenaba, la aplastaba, que la impulsaba tan alto que nunca descendería.

Cada contorsión de su cuerpo le enviaba ondas expansivas inundándole. Estaba demasiado apretada, demasiado pequeña para su tamaño, pero eso sólo servía para aumentarle el placer. Necesitaba la sensación de un apretado puño agarrando, apretando y rozando su vara cicatrizada con ardiente calor, para obtener la liberación.

– Me pones condenadamente duro, Mari. -Lo hacía. Un toque. Una mirada. Ella era todo lo que alguna vez quiso en una mujer. No tenía miedo de sus inusuales necesidades… combatía el fuego con fuego. Aún cuando la dominaba, su cuerpo le respondía con una salvaje y casi desesperada necesidad.

Tenía los músculos acalambrados por el esfuerzo de contenerse. Cada célula de su cuerpo le gritaba para que la tomara rápido, duro y tan violento como fuera posible, dándole el máximo placer. Su respiración se convirtió en una ráfaga de ásperos jadeos. Deseaba esto diferente. Deseaba ser tierno. Tierno no le pegaba a su ser, pero ella se merecía mucho más, un lento y tierno amante, alguien que persuadiera a su cuerpo hasta la sumisión, no introducirse en ella y tomar por la fuerza lo que ella estaba ya dispuesta a dar.

Se movió lentamente, probando su cuerpo, un largo empujón a través de los cálidos y húmedos pliegues. La sensación fue placentera, pero no hubo un fuego verdadero, no la llamarada de pasión más allá de su imaginación. Se escapó un gemido, un suave siseo de necesidad que no pudo detener.

Cerró las piernas alrededor de la cintura y empujó contra él con desesperada necesidad.

– Ken. Por favor.

Esa pequeña súplica sin tapujos fue su perdición, haciéndole añicos el control y robando su corazón. Bajó la mano a su trasero, sintiendo la llamarada de calor asaltándola, la inundación de rica crema bañando su vara en respuesta.

– No me estás ayudando, Mari. Necesitamos trabajar en eso.

– Eres demasiado lento.

– Y dije que lo haría bueno para ti. Compórtate. -No estaba seguro de que pudiera hacer otro golpe lento, provocando su cuerpo en conformidad, pero sólo para enseñarle las cosas que haría de esa forma, se las arregló para uno más.

Gritó bajo él, cerrando los dedos en sus hombros, las uñas clavadas en él de modo que las terminaciones nerviosas respondieron con una descarga eléctrica. Le atrapó las caderas y acercándola y subiéndola hacia él, poniendo su cuerpo en un ángulo para tomarlo más, tomar su completa longitud. Quería enterrar cada pulgada de si mismo en ella, fundiéndose de tal modo que nadie fuera capaz de desenredarlos.

En el momento que golpeó su cuerpo contra el de ella, yendo profundo, yendo a casa, olvidó cada buena intención. Las caderas bombeando, los dedos hundidos en sus nalgas levantando su cuerpo hacia él. Estar en el cielo era estar en su estrecha funda, aparentemente hizo lo justo para frotar encima de las cicatrices y traer a la vida viril a su polla. Podría vivir aquí durante horas, empujándola más allá de cualquier límite sexual que ella hubiera concebido, trayéndola una y otra vez al punto más alto de la liberación, sólo para echarse atrás para oír sus suaves y pequeñas súplicas de misericordia y ver crecer la lujuria en los oscuros ojos.

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