Los ojos de él eran muy negros, calor líquido, volviéndola del revés y robándole la razón junto con la capacidad de respirar.
─Puede ser, ainaak enyem, pero eso puede cambiar. Eres mi compañera, la otra mitad de mi alma, como yo soy la tuya. Estamos destinados a estar juntos. Debo encontrar una forma de hacer que te enamores de mí. ─Se inclinó más cerca, haciendo que sintiera la calidez de su aliento sobre la piel, haciendo que cuando le susurró, sintiera el roce de sus labios, suaves, firmes y tentadores, sobre los de ella─. Pierde cuidado, päläfertül , concentraré toda mi atención en esa dirección.
Su corazón se volvió loco, palpitando y corriendo tan fuerte que pensó que sufriría un ataque al corazón.
─Eres letal. Y además lo sabes, ¿verdad? ¿Hubo otras mujeres? Quizás ese es tu gran error. ─Y la idea la hizo rechinar los dientes, aunque fuera una tontería. Él no la había conocido, todavía no, pero la razón no parecía tener nada que ver con sus emociones. Esa extraña y salvaje cosa oculta profundamente en su interior empezaba a despertar y estirarse, arañando con afiladas garras hacia el interior de su barriga.
Horrorizada, MaryAnn se levantó de un salto, recuperando de un tirón su mano. Estaba aceptando todo esto sin más. El inexistente mundo de sombras. La compañera de un hombre al que no conocía. Una especie que trataba con vampiros y magos. Nada tenía sentido en este mundo, y no quería estar en él. Quería estar en Seattle, donde la lluvia caía para limpiar el aire y el mundo estaba bien.
MaryAnn sintió los dedos contenedores de Manolito rodear su muñeca, sorprendiéndose cuando bajó la mirada hacia la mano, era gris. Parpadeó. A su alrededor, la selva era vívida y luminosa, los colores eran tan brillantes que casi dañaban los ojos. El sonido la golpeó entonces, el zumbido continuo de insectos, el roce de hojas y el movimiento de animales a través de la maleza al igual que en la canopia de arriba. Tragó con fuerza y miró alrededor. El agua era pura y limpia, y se precipitaban con suficiente fuerza como para sonar como un trueno.
Extendió la mano hacia Manolito, aferrándole, temiendo perderle. Su figura parecía bastante sólida, pero algo no iba bien con su respuesta, como si parte de él estuviera ocupada en otra cosa.
─Creo que acabo de hacer algo.
─Has vuelto completamente a donde perteneces ─dijo Manolito, con alivio en la voz─. Tenemos que ponerte a salvo antes de que salga el sol. Puede que no seas cárpato, MaryAnn, pero con al menos dos intercambios de sangre, sufrirás los efectos del sol.
─Dime qué está pasando. ─No le había gustado el otro mundo, pero estar sola en este era aterrador─. No quiero separarme de ti.
La ansiedad en su voz hizo que a Manolito le diera un vuelco el corazón.
─Nunca te abandonaría, especialmente cuando el peligro nos rodea. Puedo protegerte completamente incluso con mi espíritu atrapado en este mundo.
─¿Y si yo no puedo protegerte a ti? ─preguntó ella, sus ojos oscuros estaban llenos de ansiedad.
Manolito la acercó con un tirón para intentar consolarla. Cuando lo hacía, la tierra bajo él se hinchó y una enorme planta estalló a través del suelo cerca de sus pies. Unos tentáculos reptaron por la tierra, buscando mientras la vulva de en medio se abría y una boca abierta de par en par revelaba un grupo de tentáculos coronados de estigmas venenosos y ventosas pegajosas ondeaban hacia él, intentando tocar su piel.
─Vigila el suelo, MaryAnn, ─advirtió, rodeándola con sus brazos y saltando hacia atrás. Aterrizó a tres metros de la ansiosa planta, explorando rápidamente para captar signos del enemigo. Sus sentidos no funcionaban muy bien en el mundo de sombras, pero temía que lo que fuera que le ocurriera aquí pudiera ser un reflejo de lo que ocurría en el otro mundo.
─¿Qué pasa? ─Examinó el suelo con ojos avizores, su visión se agudizó tanto que casi sintió como si estuviera viendo de una forma completamente distinta. Podía ver a Manolito, pero fuera lo que fuera lo que le atacaba en ese otro mundo ella no podía enfocarlo. Lo veía como una sombra nebulosa, algo de pesadilla, insustancial y extraño. Los brazos de él se desvanecían, como si estuviera siendo empujado más y más al interior del otro mundo.
─¡No me dejes! ─Intentó aferrar su camisa, pero le sintió soltar su mente. Ni siquiera había sabido que estaba allí, pero una vez ya no estaba, su figura se volvió casi transparente.
─No puedo permitir que te pongas en peligro. No sabemos que puede ocurrir en este reino. Estarás más a salvo donde estás mientras me ocupo de esto.
─¿Qué es "esto"? ─chilló, llamándole, implorándole, pero se había ido, no era más que una sombra vacilante que entraba y salía de entre los arbustos, hasta que desapareció y se quedó sola.
Temerosa, con la boca seca y el corazón palpitante, MaryAnn miró a su alrededor. No importaba lo mucho que deseara que desapareciera, la selva la rodeaba. Tragó con fuerza y retrocedió unos pocos pasos más, sus talones se hundieron en agua enlodada. Hojas y vegetación acuática ocultaban un canal superficial que accidentalmente había pisado. Había agua y barro por todas partes.
La lluvia caía a cántaros, abriéndose paso a través de la canopia para sazonar el suelo selvático. Las hojas susurraban y algo se movía en el agua. Cerró los dedos firmemente alrededor del bote de spray de pimienta y lo sacó de un tirón del cinturón.
─Gran momento para desaparecer, ─susurró en voz alta, girando en círculos, intentando ver a su alrededor.
La rama sobre ella se sacudió e inclinó la cabeza para mirar hacia arriba. Pudo ver a una serpiente devolviéndole la mirada a través de las hojas. Juraría que la sangre se le congeló en las venas. Por un momento no pudo moverse, mirando fijamente a esa cosa, hipnotizada. Un fuerte tirón en el tobillo la devolvió a la realidad. Unos dientes la mordían a través de la bota llegando a la piel. Jadeó, intentando instintivamente sacar la bota del agua, pero una serpiente con una cabeza enorme la retenía mientras su largo y grueso cuerpo se le enroscaba alrededor del cuerpo impidiendo que se moviera.
Gritó. Fue puro terror, una acción irreflexiva que no hubiera podido evitar ni de haber querido. Ni en su ensoñación más salvaje, había sido nunca atacada por una anaconda de cien libras. Intentó frenéticamente llegar a la cabeza, esperando tener una oportunidad si la rociaba con el spray de pimienta, pero el cuerpo parecía interminable, sin cabeza o cola.
Ya podía sentirla aplastando sus huesos. El pánico no andaba muy lejos, y profundamente en su interior, el salvajismo que mantenía tan firmemente contenido empezaba una vez más a desplegarse.
─¡Aguanta! No luches. ─ La orden fue aguda, la voz desconocida.
MaryAnn aferró el spray de pimienta y obligó a su cuerpo a abandonar la lucha. Una mano con un cuchillo de aspecto malvado surgió a la vista. El dolor la atravesó como una lanza, cuando los diente apretaron buscando un mejor agarre de su tobillo. Las anacondas no masticaban, sino que sujetaban a su presa mientras sus musculosos cuerpos aplastaban, y esta no iba a rendirse con facilidad.
Vio la mano acuchillar una y otra vez. La serpiente cayó al suelo y MaryAnn salió a gatas del agua, arrastrando el talón de lado para que la pierna lo le fallara mientras huía lejos de la serpiente. Se cogió al tronco de un árbol, abrazándolo con fuerza, respirando profundamente para intentar calmar el pánico.
─¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás perdida?
Se giró para encontrar a un hombre sacando tranquilamente unos vaqueros de una pequeña mochila que llevaba alrededor del cuello. Estaba totalmente desnudo. Su cuerpo era fuerte, musculoso, con cicatrices aquí y allí. Se mordió el labio con fuerza, la urgencia de reír o de llorar era muy fuerte.
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