Margarita no se molestó en ponerse de pie pero se arrastró por el suelo desigual a la sombra de una ceiba grande, tratando de salir de la lluvia.
Se hundió frente a las gruesas raicillas que compone la caja formada por la raíz y trató de recuperar el aliento. Los recuerdos de los vampiros se apoderaron de ella otra vez.
Algo sobre la diferencia entre su atacante y Zacarías la eludía, pero ella sabía que era importante.
Había estado representando a la familia de De La Cruz por años. La mayor parte de las familias que trabajaban en el rancho nunca habían puestos los ojos en uno de los hermanos. Ella había sido la encargada de traer los alimentos y las medicinas cuando era necesario, para hacer los arreglos pagar las deuda o para permitir que las familias pidieran prestado en tiempos de apuro, ganando la familia la lealtad y la voluntad. Ella había hecho a la familia De La Cruz una de las más querida en la región. Su generosidad- era aceptable- era su dinero, pero ella era la que hacía el esfuerzo.
Se puso de pie con cautela, obligando a sus débiles piernas a funcionar. Sin previo aviso, la tierra rodó, lanzando a Margarita de rodillas. Al instante hormigas pululaban sobre sus botas y manos. Reprimió un grito, a sabiendas de Zacarías no estaba muerto, después de todo. ¿Por qué había sido tan ridícula? Había regresado a la hacienda y descubrió lo que había pasado. Se levantó de un salto y comenzó a correr sin rumbo fijo, un error estúpido y descuidado.
Polillas gigantes revoloteaban a su alrededor, atraídas por su luz mientras corría. Murciélagos la rodeaban y se sumergían a capturar los insectos que su lámpara revelaba. Grandes ojos la miraron por un momento a pocos metros de ella, y entonces el animal saltó sobre el tronco de un árbol y corrió hacia las ramas más altas. Una serpiente enroscada por encima de ella, levantó la cabeza.
La tierra hecha a rodar otra vez y los truenos se estrellaban. Durante un momento apenas podía respirar, otra vez era la presa congelada porque un monstruo la tenía arrinconada. El viento se precipitó sobre los árboles, doblando a los más pequeños hasta que formaban arcos. Margarita tomó refugio en la jaula que formaban las grandes raíces de la Ceiba mientras trataba de forzarse a pensar – sin pánico. Agarrando las raíces, ella fulminó con la mirada al bosque.
Había tenido razón para creerle vampiro. Los insectos hervían en la tierra y se precipitaban por los troncos de los árboles a sus órdenes. Venenosas serpientes se deslizaban a través de la vegetación húmeda y las sanguijuelas se arrastraban sobre las hojas en un esfuerzo por llegar a ella. Todo lo que ella había conocido acerca de los vampiros volvió a ella, junto con la memoria del que la atacó.
Ella se estremeció, la necesidad de acurrucarse en una pelota y se esconderse era abrumadora. Todavía podía oler su aliento fétido, ver a su carne en descomposición, y las garras feas y retorcidas que tenía como uñas. Sus ojos habían desaparecido por completo de color rojo, y la miraba fijamente, tratando de extraer la información del paradero de Zacarías de su mente. Se había concentrado en mantener su mente en blanco, los fuertes escudos, en negarse a renunciar al mayor de la familia De La Cruz.
El vampiro había matado a su padre y sabía que la mataría a ella- ella lo sabía con certeza- pero también sabía que Zacarías o uno de sus hermanos cazaría al vampiros y lo destruiría. Nunca volvería a matar. Ella había resistido incluso cuando la criatura horrible le había mostrado sus afilados dientes y amenazado con arrancarle la carne y comerla frente de ella. Ella se estremeció recordando los ojos rojos y su aliento. Tan horrible olor a carne en descomposición.
Margarita se enderezó. Tan asustada como si hubiera sido Zacarías, pero no había sido lo mismo. No había el olor terrible a descomposición. ¿Los vampiros no se podrían desde adentro? Él la había asustado más no aterrorizado. Se tocó la marca que le había hecho, la rozó con la yema de su dedo. El ataque no había sido el mismo. No se había sentido el mal. O el vampiro. Se había sentido como un depredador peligroso y temible, pero no perverso.
La revelación la sorprendió. Zacarías era un animal salvaje, una criatura salvaje que cazaban y mataban por la supervivencia. No era un vampiro, aunque no importaba. Ella no iba a volver a la hacienda. No, mientras él estuviera cerca. Temía a pocas criaturas, pero Zacarías era una propuesta completamente diferente. La marca que había dejado en ella latía, quemaba un poco, recordándole que ningún animal en la selva era tan impredecible ni tan violento.
La forma en que había llegado a ella, así tan decidido, su rostro una máscara inexpresiva, con la boca en una línea cruel, implacable, sus ojos planos, fríos y sin misericordia. Se le secó la boca y su corazón empezó a latir de nuevo. Ella no pudo haberse movido así lo hubiera querido, congelada en el lugar como una presa acorralada. Así fue exactamente como se sintió – su presa-. Ella sabía que él deliberadamente la había asustado. Había tratado de contactar con él en la forma en que estaba en su estado salvaje, y por un momento pensó que él había respondido, pero luego fue peor que nunca. Era peligroso, pero no un vampiro.
Tenía que dejar el refugio y determinar su próximo movimiento, y eso significaba encontrar las marcas que Julio había tallado en los árboles para mostrar el camino. Ella tuvo que dar marcha atrás y rehacer su camino hasta el punto en que por lo general sacaban la canoa del agua.
Esperó a que el viento feroz se extinguiera un poco y se puso en pie dando un paso con cautela lejos de la sombra de los árboles. Las ramas de arriba gimieron y crujieron y miró hacia arriba. Murciélagos colgados en cada rama, se precipitaban alrededor del árbol, compitiendo por el espacio. En un primer momento pensaba que había venido a comer el fruto, pero no se lo comían. Cada vez más asentado en las ramas, colgando boca abajo, las alas plegadas, pequeños ojos brillantes mirando.
Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. ¿Ella había huido de Zacarías sólo para tropezar con la guarida de un vampiro? Sabía que utilizaban a los murciélagos e insectos como marionetas a veces. Se apartó del árbol y casi cayó sobre un tronco podrido. Las termitas salieron de la madera. Ella apretó los labios, negándose al pánico. Tenía que pensar, tomar una decisión y no lo podía hacer que si se dejaba caer a pedazos.
Ella miró a los murciélagos. Muy suavemente llegó a ellos, le envío una ola cálida de bienvenida, cuidando de no empujar demasiado duro. Su tacto era muy delicado, pero conecto. Ella debería haber sido capaz de sentir el mal si estaban al mando de los no-muertos, pero parecían murciélagos comunes, ansiosos para salir a sus asuntos. Tenían hambre, tenían que alimentarse, pero algo los había detenido – los usaba- les ordenaba.
Él estaba usando insectos y murciélagos para vigilarla. Quería saber qué hacía y había enviado espías. Una idea echó raíces y evaluó la situación, tratando de pensar con lógica. Tal vez los murciélagos eran el tipo equivocado de espías para usar en su contra. Ella tenía su propio don con los animales e insectos y era muy posible que pudiera voltearlos a todos de su lado.
Ella miró a los murciélagos de nuevo y envió otra oleada cálida y acogedora, instándolos a seguir adelante y comer. Iría más despacio para que pudieran hacer ambos, seguirla y, sin embargo comer en el camino. Algunos de los murciélagos daban la impresión de comer fruta, mientras que otros comían insectos. Incluso había especies mixtas. Sonrió a las pequeñas criaturas, sintiendo el parentesco que llegaba cada vez que tocaba a un animal con su mente. Ellos estaban conectados a través de Zacarías por
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