Christine Feehan - Juego del Depredador

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Después de ser torturado, el ex SEAL y Caminante Fantasma, Jess Calhoun, regresa a su ciudad natal en Sheridan, Wyoming, donde posee una estación de radio local. Sus intenciones son vivir tranquilamente, escribir canciones y realizar su fisioterapia.
Saber Wynter contesta a un anuncio para la estación de radio… el trabajo perfecto de noche para ella. Es afortunada al alquilarle a Jess, el segundo piso de la estación, en donde también puede trabajar como un ama de casa de medio jornada.
Jess pasa la mayor parte de su tiempo encerrado y aislado en su oficina privada. Pero frente a la fragilidad e inocencia de Saber se despierta en su alma, el poderoso deseo de protegerla, cuidarla y… amarla.

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Miró a Saber presumidamente queriendo abofetear su belleza infantil.

– Tengo malas noticias para ti, Larry. La amarga verdad es que más bien me arrancaría las uñas una por una antes que acostarme contigo -se deslizó fuera del asiento del coche-. Tu aliento apesta, Lar, y afróntalo, eres repulsivo. -Dio un portazo con tal fuerza que él se sobresaltó visiblemente.

La furia se extendía a través de él.

– Ésta es una zona peligrosa de la ciudad, Saber. Vaqueros borrachos, vendedores de drogas, vagabundos. No es una buena idea permanecer aquí.

– Estoy segura que deben ser una mejor compañía -se burló ella.

– Última oportunidad, Saber -su ojo se convulsionó coléricamente-. Te estoy haciendo un favor. El sexo con una cosa flaca y huesuda como tú, no es nada extraordinario. De hecho das lástima.

– Qué tentador Lar, tan tentador. ¿Dio resultado con alguna adolescente asustadiza? Porque, la verdad, no está funcionando conmigo.

– Lo vas a sentir -chasqueó él, furioso de que nada de lo que decía consiguiera el resultado que quería. Ella le hablaba con desdén como una princesa a un campesino y le hacía sentir como lodo bajo el zapato.

– No creas que esto ha terminado, arrogante -advirtió ella, con una sonrisa colgando de su cara-. Esto será una gran pequeña historia en mi programa de radio. Voy hacer un programa completo sobre el tema: el peor idiota con quien alguna vez te has citado.

– No te atreverías.

– No estás tratando con una nena de dieciséis años, Larry -le informó fríamente, demasiado enojada para reírse de la situación. Él no tenía ni idea de con quién o con qué estaba tratando. ¡Idiota! ¿Pensaba que la podría forzar a acostarse con él amenazándola con abandonarla en una peligrosa zona de la ciudad? Se preguntó si su plan realmente le había funcionado antes. La idea hizo que le picaran los dedos por agarrarlo. Se mantuvo calmada y descendió los ojos hasta él.

Jurando furiosamente, Larry aceleró al máximo el motor dejando una huella de caucho en el camino, abandonándola en mitad de una calle vacía.

Saber golpeó el suelo con el pie mientras miraba encolerizadamente como desaparecían las luces traseras.

– Caramba, Saber -masculló, dando una patada a la cuneta con frustración-. ¿Qué más esperas si insistes en salir con un gilipollas? -Estaba cansada de tratar de ser normal. Muerta de cansancio de fingir. Nunca iba a encajar, ni un millón de años.

Deslizó una mano a través de la mata de gruesos rizos, de color negro azulado que caían revoltosa y desordenadamente alrededor de su cara, observó larga y lentamente a su alrededor. Larry no había estado bromeando, era una parte aterradora de la ciudad.

Inspirando profundamente, masculló.

– Simplemente maravilloso. Probablemente hay ratas. Ratas hambrientas. Esto no es bueno, Saber, no es bueno en absoluto. Debería haberlo pateado salvajemente y haber robado su coche.

Suspirando con rabia, se dirigió a la agrietada y sucia acera, hacia el único farol que iluminaba una cabina telefónica.

– Será el colmo si la estúpida cosa está rota. Si es así, Larry -juró en voz alta-. Definitivamente pagarás por tus pecados.

Porque, claro está, ella no podía tener un teléfono móvil como todos los demás. Ella no dejaba rastros de papel que cualquiera pudiera seguir. La próxima vez, si es que había alguna próxima vez en que fuera lo suficientemente estúpida para citarse, llevaría su coche y podría ser ella quien descargara la bsura.

Esperar cuarenta y cinco minutos por un taxi. La bravuconería no la haría aguantar tanto. No iba a esperar cuarenta y cinco minutos en la oscuridad rodeada por ratas. De ninguna manera. Qué incompetente el servicio de taxi por no haber planificado mejor sus recursos.

En un arranque de furia golpeó el teléfono, dedicando un pensamiento fugaz hacia la oreja del operador. Saber pateó un lado de la cabina y casi se fracturó los dedos del pie. Aullando, brincando por todos lados como una idiota, prometió solemnemente venganza eterna contra Larry.

Debería haber permanecido en el coche y haberle encarado, en lugar de dejarle marchar. Era un gusano rastrero que se arrastraba por la tierra, pero no era un monstruo. Conocía a los monstruos íntimamente. La acosaban a cada paso, y pronto, demasiado pronto, si no se iba la encontrarían otra vez. Un pedazo de mierda como Larry era un príncipe en contraste. Larry ciertamente no había reconocido al monstruo en ella. Si la hubiese tocado… entonces. Alejó a la fuerza el pensamiento y se obligó a pensar con normalidad. Debería haberlo derribado de un golpe, sin embargo, una sola vez, por todas las otras mujeres a quienes había metido en la misma situación porque a le gustaba el poder. Estaba medianamente convencida que la mayoría de las mujeres habrían deseado al menos darle unos cuantos puñetazos al bastardo.

Saber suspiró suavemente y sacudió la cabeza. Su situación era inevitable. No iría a casa pero tampoco podía quedarse donde estaba. Iba a pagar severamente por esto, ¿pero qué era un discurso más, después de tantos? Respiró profundamente, luchando por controlarse. Perforó los números, la punta del dedo la usaba inconscientemente en un movimiento de apuñalamiento más bien cruel contra el teléfono libre de culpa.

Jess Calhoun estaba tumbado desgarbadamente en toda su longitud, en el futón de cuero creado especialmente, con la mirada fija en el oscuro techo. Un sofocante silencio le rodeaba, le envolvía y presionaba fuertemente sobre él. El sonido del tictac del reloj estaba solo en su mente. Interminables segundos, minutos. Una eternidad. ¿Dónde estaba ella? ¿Qué diablos estaba haciendo a las dos treinta de la mañana? Ésta era su noche libre. No se encontraba en la emisora de radio trabajando, más tarde de lo habitual, ya lo había comprobado. Seguramente no había sufrido un accidente. Alguien le habría notificado. Había llamado a cada hospital de la zona, al menos se podía consolar a sí mismo con el pensamiento de que ella no estaba en ninguno de ellos.

Sus dedos se apretaron lentamente en un puño, golpeando con impotencia; una vez, dos veces, el cuero. No le había comentado que iba a salir. Aún no había llamado para decirle que se retrasaría. Un día de estos sería empujado demasiado lejos por la misteriosa y elusiva Saber Wynter, y la estrangularía.

Inesperadamente, el primer recuerdo de ella se le vino a la mente, recordando que fue su propia locura la que lo había puesto en una posición tan incómoda. Había abierto la puerta diez meses antes para encontrarse en el umbral a la niño más bello que alguna vez hubiera visto, con una desgastada maleta en la mano. No más de 1,55 centímetros, tenía el pelo color negro, tan azabache que se le iluminaba con pequeñas luces azules a través de los alborotados rizos. Su cara era pequeña y frágil, con delicados huesos clásicos y una nariz ligeramente arrogante. La suave piel perfecta, la boca llena y enormes ojos color azul-violeta. Tenía una inocencia que hacía que él quisiera… no, mejor dicho, necesitara protegerla. Ella temblaba insoportablemente de frío.

Sin palabras le había dado un pedazo de papel escrito con su anuncio. Ella quería el trabajo en la emisora de radio, que estaba vacante después de que su personal nocturno hubiera muerto en un accidente de coche. El accidente había dejado conmocionado a todo el mundo, y Jess se había tomado mucho tiempo antes de pensar en ocupar el puesto, pero recientemente había hecho publicidad buscando a alguien.

Habían sido sus ojos y su boca lo que la habían delatado. Ésta no era una niña envuelto en una delgada chaqueta vaquera varias tallas más grandes, sino una joven mujer exhausta, exótica y perturbadoramente bella. Esos ojos habían visto cosas que no deberían de haber visto, y él no consiguió alejar su atención de ellos.

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