Christine Feehan - Juego del Depredador

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Después de ser torturado, el ex SEAL y Caminante Fantasma, Jess Calhoun, regresa a su ciudad natal en Sheridan, Wyoming, donde posee una estación de radio local. Sus intenciones son vivir tranquilamente, escribir canciones y realizar su fisioterapia.
Saber Wynter contesta a un anuncio para la estación de radio… el trabajo perfecto de noche para ella. Es afortunada al alquilarle a Jess, el segundo piso de la estación, en donde también puede trabajar como un ama de casa de medio jornada.
Jess pasa la mayor parte de su tiempo encerrado y aislado en su oficina privada. Pero frente a la fragilidad e inocencia de Saber se despierta en su alma, el poderoso deseo de protegerla, cuidarla y… amarla.

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Jess. Olía tan bien todo el tiempo. Olía a seguro y limpio y tan pero tan masculino. Con un pequeño suspiro se forzó a sí misma a levantarse. Se había despertado más temprano de lo habitual. Solía mantenerse levantada toda la noche y dormía por las mañanas y las primeras horas de la tarde. No teniendo ni idea de lo que iba a hacer, forzó a su cuerpo a moverse, tomándose tiempo en la ducha, saboreando la sensación del agua caliente en su piel.

No podía alejar a Jess de su mente. El tacto de sus duros músculos, su enorme fuerza, la ternura en su voz. Durante un momento cerró los ojos, permitiendo al agua caliente caer en cascada sobre la cabeza y sólo fantasear. Dejándose creer, sólo por un momento, que podría tener una vida. Una casa. Un hombre. Quería pertenecerle a Jess Calhoun. Los ojos se le abrieron repentinamente en estado de shock ¡Oh Dios! Tenía un problema. Tenía que irse antes de que fuera demasiado tarde. ¿Cómo había permitido que esto ocurriera?

Se puso encima sus ropas mientras trataba de calmar su corazón que latía salvajemente. Su boca se quedó seca. Jess Calhoun no era para ella, no importa lo mucho que le quisiera. ¿Cuándo había ocurrido? ¿Cuándo se había permitido creer en su propia fantasía? Se clavó los ojos en el espejo mientras secaba el pelo, tratando de hacer que su mente se enfocara en que hacer después. Una mujer sensata se marcharía. La auto-conservación mandaría eso.

Mientras apagaba el secador oyó el murmullo de la suave voz de Jess. Algo, alguna nota dentro de él, quedó atrapada en su mente, elevando cada alarma. Sonaba molesto. No mucho, pero le conocía ahora, prestando atención a cada detalle, y Jess estaba molesto.

Su corazón latió ruidosamente fuerte en su pecho cuando cuidadosamente dejó el secador a un lado y alcanzando bajo del colchón a por su cuchillo. No estaba allí. Juró por lo bajo y fue a por su bolsa, colocando los pies con cuidado para no hacer ningún ruido. Su boca se puso firme y sus manos fueron seguras mientras se ponía el cinturón, colocó la pistola suavemente en la pistolera y deslizó los cuchillos lanzadores en cada lazo. Si Jess estaba en problemas, entonces iba a estar preparada.

Se había prometido a sí misma acabar con el asesinato, pero… No podía permitirse pensar en eso. Eso sólo la perturbaría. Moviéndose sin ruido, Saber mantuvo la espalda contra la pared, reduciendo el tamaño del blanco mientras se movía con cuidado a través de la puerta del dormitorio hasta el balcón del piso superior. Había dos lugares donde las juntas crujían. Ella las evitó a ambas, aunque las escaleras eran más difíciles. Debería de haberlas arreglado, pero pensó que era un buen sistema de advertencia si alguien trataba de moverse furtivamente hacía ellos mientras ella dormía.

– Es tan bueno volverte a ver, amorcito -ronroneó la voz de una mujer, seguido de un convincente silencio. Saber se endureció en la puerta de su pequeña sala de estar, imaginado a Jess siendo besado sonoramente. Sus dedos se apretaron alrededor de la pistola.

– Chaleen. Tengo que admitir que me conmocionaste. Eres la última persona en el mundo que esperaba oír cuando cogí el teléfono. -Había esa nota de tensión nerviosa otra vez. Quienquiera que fuera Chaleen, Jess no estaba feliz de verla.

La carcajada resonó fuera. El sonido irritó a Saber.

– Sabía que estarías encantado.

– ¿Qué demonios estás haciendo en Sheridan?

Jess no sonaba contento en absoluto. Chaleen tenía que ser una idiota si pensaba que él lo estaba. Saber se relajó en el vestíbulo. La alarma todavía palpitaba en su cuerpo, una advertencia de que todo no estaba bien.

– Porque, vine a verte, amorcito -los tacones de Chaleen sonaron sobre el piso de madera-. He viajado en aviones durante días.

Saber fue de puntillas silenciosamente con los pies desnudos sobre el balcón con vistas al salón. La mujer era alta y delgada, con pechos que eran demasiados buenos para ser reales. Su pelo era liso y sofisticado, sus ropas elegantes. Saber la despreció a la vista.

– Dime, ¿cómo has averiguado dónde estaba? -Preguntó Jess-. Creía que había cubierto mis huellas.

Saber se apoyó en el pasamano, escuchando sin reparo. ¿Chaleen? ¿Quién era la llamada Chaleen? Arrugó su nariz con repugnancia. ¿Y la querida Chaleen tenía que ronronear a Jess? ¿Por qué no podía la bruja hablar como una mujer normal? Incluso el perfume iba a la deriva subiendo por las escaleras. Saber inhaló por la nariz en disgusto y se encogió fuera de la vista pero que, en caso de que se quedasen en el salón, podría oír cada repugnante y ronroneante palabra. O, si la mujer no iba en busca de puro sexo como parecía sonar, entonces Saber podría meterle una bala en la cabeza antes de que hiciese un movimiento incorrecto contra Jess.

– Me topé con tus padres en París -Chaleen se sentó tranquilamente en el lujoso sofá, cruzando sus piernas cubiertas de seda para mostrar que eran su mejor ventaja-. Todavía no puedo creerlo, semejante tragedia. El pobre Jess recortó sus alas de una forma tan brutal. -Una uña larga y roja se arrastró delicadamente a través del pelaje de su abrigo.

– Déjate de gilipolleces, Chaleen, me abandonaste en el momento en que te enteraste.

– Te amaba demasiado para verte sufrir, Jess.

Saber puso los ojos en blanco ¡qué tontería! Jesse. Jess y Chaleen. ¡Qué infantil! Le ponía los nervios de punta la manera en que la querid Chaleen lo decía. Jess. Chaleen ronroneó. Lo saboreó. Los dedos de Saber se apretaron alrededor de la pistola hasta que sus nudillos se emblanquecieron. Humeando, se perdió la respuesta de Jess, pero no la risa cascabelera de Chaleen. El sonido le hizo querer lanzarse o dispararle. Faltó poco para que la querida Chaleen estuviese a segundos de la muerte.

– ¡Oh, amorcito! ¡Eres tan divertido! Y tan valiente, por soportar esta carga horrenda tan heroicamente. ¿Pero por que te entierras en esta ciudad apartada? Nunca serás feliz aquí. Necesitas la excitación, la caza. Te marchitas aquí -Chaleen agitó sus pestañas, moviendo una mano descontenta a lo largo de su pierna sedosa.

– Me las he arreglado para no marchitarme hasta el momento -Jess sonaba aburrido.

– Jess, estoy tan devastada al pensar que un hombre tan viril, tan sexy pudo haber sido anulado tan cruelmente.

Saber se sobresaltó con eso, y casi se mordió un hueco de su labio inferior. ¿Cómo sabía eso la que llevaba puesto un cadáver? Sexy. Viril. Bueno mejor que la vieja Chaleen mantenga los dedos de uñas roja sobre sí.

– Siempre has necesitado una verdadera mujer, que pudiera satisfacer tus apetitos, y ahora… Oh, Jess. Puedes… quiero decir… es posible que… -Se detuvo Chaleen apagadamente, con una mano sobre la garganta.

Furiosa, Saber se levantó de un salto y se apresuró a ir a su dormitorio. Esa… Esa repugnante libertina. Lanzándose sobre Jess. Y lo estaba haciendo muy bien al hacerle sufrir, haciéndole sentir inferior a un hombre. La víbora. Trataba de despojarle de su orgullo. Bien, Saber estaría condenada si no hacía nada y permitía que eso sucediera.

Lanzó ropas en todas direcciones, buscando algo sexy. No tenía nada sexy. ¿Y cómo iba a competir con cinco pies de rubia con más busto que buenos modales?

Se vio momentáneamente a sí misma en el espejo sobre su tocador. Una sonrisa lenta, descarada curvó su suave boca. No había competición. Ella sacó la camisa de Jess, la que siempre llevaba puesta en la cama, la que la hacía sentir tan cerca de él cada vez que se la ponía. La que tenía su perfume.

Saber echó a un lado su pistola, seguido de los cuchillos, y pateó sus vaqueros a la esquina del cuarto, deseando poder estar en dos lugares a la vez. Quería escuchar cada palabra que la pintarrajada bruja decía a Jess.

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