Christine Feehan - Juego del Depredador

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Después de ser torturado, el ex SEAL y Caminante Fantasma, Jess Calhoun, regresa a su ciudad natal en Sheridan, Wyoming, donde posee una estación de radio local. Sus intenciones son vivir tranquilamente, escribir canciones y realizar su fisioterapia.
Saber Wynter contesta a un anuncio para la estación de radio… el trabajo perfecto de noche para ella. Es afortunada al alquilarle a Jess, el segundo piso de la estación, en donde también puede trabajar como un ama de casa de medio jornada.
Jess pasa la mayor parte de su tiempo encerrado y aislado en su oficina privada. Pero frente a la fragilidad e inocencia de Saber se despierta en su alma, el poderoso deseo de protegerla, cuidarla y… amarla.

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El hombre pulsó la tecla de su pequeña grabadora y se reclinó hacia atrás contra el asiento de cuero del coche, encendiendo la radio. Inmediatamente el coche se inundó con la voz de la Sirena Nocturna. Sensual. Como sábanas de seda. La sintió penetrar él, acariciándole la piel y endureciendo su ingle. Ajustó las piernas y cerró los ojos, pensando que le estaba hablando a él. Podía sentir sus dedos, su lengua y su boca. Tan erótico. Tantas promesas.

No debería haber despachado a la puta tan pronto. Ella no era nada comparado con aquella voz, pero tenía una buena boca. Se desabrochó los pantalones y comenzó a acariciarse con el sonido de la sexy voz Saber Wynter.

CAPÍTULO 3

– A todas mis buhos nocturnos de ahí afuera, ésta es una especial canción de amor de la Sirena Nocturna para ti -Saber envió su suave y susurrante voz a través de las ondas, pinchando la música y levantó la vista hacia el reloj por centésima vez.

Su cabeza palpitaba, tenía dolor de garganta, y se había secado las gotas de sudor de su frente más de una vez. Ni siquiera podía ocurrírsele un diálogo decente para el programa de esta noche. La sexy Sirena Nocturna de la radio estaba tan enferma como posiblemente podía estarlo. Había estado trabajando exactamente dos horas y estaba preparada para rendirse.

Saber se frotó las sienes, tratando de calmar los terribles latidos. Se había quedado dormida a las seis de la mañana y, algo raro en ella, había dormido todo el día. El dolor de garganta y el de la cabeza habían estado con ella desde el momento en que había abierto los ojos.

– Jesse pasó el día haciendo conjuros -masculló con resentimiento. Él parecía el epítome de la salud mientras ella se iba apagando en el trabajo, pero él había estado distante. Bien, eso no era exactamente cierto. Jess nunca era distante, pero sintió que se cerraba a ella, y nunca era así. Suspiró y colocó la cabeza sobre el escritorio, usando los brazos como una almohada. Estaba demasiada enferma para entender algo.

Brian Hutton, su técnico de sonido, la saludo desde el otro lado del cristal, indicando el teléfono. Cuando pronunció el nombre de Larry, Saber arrugó la nariz del disgusto y negó con la cabeza. Sólo la idea de esa sabandija aumentó el horrible golpeteo de sus sienes. Iba a tener que irse a casa, gatear hasta la cama, y esperar poder quedarse dormida con las luces encendidas.

Dio un golpecito al interruptor.

– Brian, no voy a hacerlo esta noche -dijo con verdadero pesar. Nunca había perdido un día de trabajo, ni siquiera había llegado tarde nunca. Significaba mucho para ella poder ir a trabajar. Le gustaba tener un historial limpio, sabía que pensarían bien de ella después de que se marcharse.

– Te ves espantosa -le informó Brian.

– Oh, gracias. Necesitaba oír eso. ¿Me puedes sustituir para así poder irme a casa y dormir un poco?

– Seguro, Saber -aseguró él con compasión-. Además, los chiflados están llamando esta noche.

Sus dedos se envolvieron alrededor del micrófono, y todo dentro de ella se calmó.

– ¿Qué chiflados, Brian? -Había esperado demasiado. Debería de haberse ido semanas antes.

– No te preocupe por eso -la reconfortó-. Los tenemos todo el tiempo, por eso estoy aquí, para eliminarlos. Siempre me aseguro de prestar atención en caso de amenazas de muerte. El loco de esta noche era muy persistente, pero no estaba fuera para dispararte o salvar tu alma. Era simplemente otro raro, probablemente en busca de una cita con la dueña de esa voz tan sexy.

Saber se forzó por sonreír, obligó a sus tensos músculos a relajarse.

– Si ellos me pudieran ver ahora -pero tendría que ser más cuidadosa de lo habitual. Se había instalado demasiado cómoda aquí. Demasiada cómoda con Jesse.

Brian tiró de una de las cintas y encontró la entrada que quería. Hicieron una cuenta regresiva silenciosa y su voz ligera como una pluma se entró en el estudio.

Saber sopló un suave suspiro de alivio, dejando caer la cabeza en las manos. Todo lo que quería era gatear en un agujero y esconderse.

Brian entró en la cabina de sonido y envolvió un brazo reconfortablemente alrededor de sus hombros.

– Estas ardiendo. ¿Estás bien para conducir? ¿O quieres que te llame a un taxi?

Palmeó su mano, moviéndose por debajo de él con la pretensión de reunir sus cosas.

– Estaré bien, Brian, gracias. Descanso, zumo de naranja, sopa de pollo, estaré aquí mañana por la noche con campanillas -sostuvo las llaves del coche-. No las he perdido esta vez.

Él le sonrió ampliamente.

– Esto es un shock. Espera al guardia de seguridad. Sabes cómo es Jesse si vagabundeas sola por el estacionamiento a estas horas de la noche. Él tendría mi trabajo primero, luego mi cabeza, si te lo permito.

– Pobre Jesse -Saber sonrió con el pensamiento a pesar del hecho de que incluso le dolían los dientes-. Realmente piensa que soy un paquete de problemas, ¿no?

Brian le sonrió.

– Está en lo cierto, también. Vamos, te guiaré abajo.

– Gracias, estoy bien, de verdad, pero la próxima vez que quieras tomarre el día libre, haz el cambio con otra persona. El tipo del sonido de día, sea cual sea su nombre…

– Les.

Puso los ojos en blanco.

– Es un gruñón y un aburrido. Anoche no fue divertido del todo trabajar con él.

El le sonrió ampliamente.

– Me aseguraré de planear todos mis futuros días de descanso en torno a tu agenda.

Ella le golpeó el hombro, reconociendo el sarcasmo cuando lo oía.

– Los teléfonos se están encendiendo por todas partes.

Se encogió de hombros, desinteresado.

– Probablemente es ese loco. Ha llamado ya seis veces esta noche. No quiero hablar con él.

– Podría serlo -Saber estuvo de acuerdo-. Pero por otra parte podría ser nuestro poderoso jefe. ¿Alguna vez has pensado en eso?

La sonrisa de Brian se desvaneció instantáneamente. Estaba a mitad del pasillo en el momento en que Saber levantó una pesada mano para agitarla antes de emparejar sus cortos pasos a los más largos del guardia de seguridad.

El regreso a casa le pareció más largo de lo habitual. Saber estaba tan enferma que apenas podía mantener su cabeza levantada. Nunca estaba enferma. Estaba tan acostumbrada a la inmunidad natural de su cuerpo a la enfermedad, que era más bien alarmante encontrarse que tenía fiebre alta. Si no estuviera tan asustada de llamar la atención sobre sí misma, y sobre Jess, podría haber considerado ver a un doctor.

Saber estacionó su pequeño Volkswagen al lado del vehículo más grande de Jess, que estaba hecho a medida. Su coche parecía incongruente al lado de la masa enorme de la camioneta. Miró encolerizadamente a los dos coches, al pensar en cuántas veces Jess se había burlado de ella por ser pequeña. Le dio una patada a la llanta con una ráfaga de resentimiento. Tal como ellos dos. Un chucho y Jeff. No pertenecía aquí. Nunca podría tener un sitio aquí y tenía que tratar de afrontarlo para dejarlo y pronto.

La gran casa le pareció extraordinariamente oscura y espeluznante mientras entraba en ella. Saber resistió el impulso de inundar la habitación de luz, no quería molestar a Jess. Ya lo había molestado lo suficiente en las noches en que no trabajaba, manteniéndole despierto con sus fobias.

No hubo sonido de advertencia, pero de repente Saber no pudo respirar, la adrenalina bombeó por su cuerpo, congelándola en mitad del vestíbulo. No hubo olor, ningún aliento, ni agitación en el aire, pero supo, una eternidad demasiado tarde, que no estaba sola.

Algo rasgó sus tobillos y se tumbó boca abajo sobre el duro piso de madera, el aliento golpeando su cuerpo. Antes de que pudiera comenzar a rodar o tomar represalias, sintió el frío y el mortífero beso del cañón de un arma presionando contra la nuca de su cuello.

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