Christine Feehan - Fuego Ardiente

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Conner Vega, física y emocionalmente marcado por su pasado, ha vuelto al paisaje exuberante y exótico de la selva de Panamá; su lugar de nacimiento, y esperanzadoramente un lugar en el que escapar de la culpa que lo consume. Libre para vagar por fin, el leopardo en él anhela tomar el control, pero sabiendo lo peligroso que esto sería, Conner debe resistir.
Sin embargo, hay cuestiones más serias que tratar. Conner ha sido traído de regreso para un propósito específico: ayudar a salvar a su pueblo del mal que amenaza la existencia de este, y para vengar el brutal asesinato de su madre. Y esta vez piensa encargarse del asunto.

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Se movía como agua sobre la piedra. Tendrían que trabajar en su cautela. Sonaba como un maldito rinoceronte chocando por la maleza, pero también era como un perrito ansioso. Levantó la mirada y se encontró con los ojos de Rio. Lo habían visto todo, en parte para probar al niño, en parte para cerciorarse de que Conner no permitía que su felino le matara. Rio asintió, confirmando que el chico se había ganado suficiente respeto para darle una oportunidad.

Conner esperó hasta que Jeremiah hubiera subido la escalera y los otros hubieran vuelto a la cabaña antes de caminar a la ducha. Se sentía un poco perezoso, pero bien, cambió y permitió que el agua se vertiera sobre él. Estaba fría, pero era revigorizante. Podía sentir que ya se le empezaban a formar las magulladuras por todo su cuerpo. Había algunos lugares donde las garras del chico le habían rasgado piel, pero su felino estaba tranquilo, el primer respiro que había tenido desde que había visto a Isabeau.

Permitió que el agua fría cayera sobre la piel caliente y se permitió respirar, respirar realmente. Antes, el olor de Isabeau había sido atraído a sus pulmones, rodeándole, en su interior, abrumando sus sentidos hasta que se sintió un poco loco. Tenía que llegar a alguna clase de equilibrio para funcionar apropiadamente. Tenían que recuperar a los niños y eso significaría continuar con el plan para entrar en el complejo.

Se secó lentamente y le dio vueltas a las ideas una y otra vez en su mente. El pensamiento de tocar a alguien más aparte de Isabeau era aborrecible para él. La idea de una mujer tan cruel e inmoral como Imelda besándole o tocándole inflamaría a su felino hasta la locura. No estaba seguro de poder hacerlo realmente. No ahora. No con Isabeau cerca y ciertamente no con ella al borde del Han Vol Dan.

Isabeau no tenía la menor idea de que sucedería cuando su gata surgiera. Ella nunca, bajo ninguna circunstancia, toleraría a otra mujer cerca de su compañero. Conner se empujó los dedos por el pelo húmedo y miró fijamente a la cabaña, vacilante sobre volver a donde su felino reaccionaría a la cercana proximidad de los hombres alrededor de Isabeau. Iba a ser una larga noche. Su cuerpo no iba a conseguir un indulto de las urgentes demandas implacables.

Ella tenía más poder sobre él de lo que sabía. En las noches que había logrado dormir, había despertado con el sonido de su risa en su mente. La imagen de ella zambulléndose en el agua, mirando por encima del hombro, tentándolo. Sus recuerdos estaba mezclados ahora, viejos y nuevos. La vida pasada y la presente. Todo Isabeau. Todo lo bueno en su vida era ahora simplemente Isabeau.

Había estado andando de manera automática durante un año. Ocultándose en Estados Unidos. Había oído su voz por todas partes a donde iba. La piel le dolía por su toque. No podía encontrar un modo de evitar que su sangre se espesara y se calentara cada vez que pensaba en ella, que era todo el tiempo. No se había dado cuenta, hasta que la había visto otra vez, cuán entumecido había estado. Todo en él se vivificaba cuando ella estaba cerca.

Ahora se enfrentaba a verla cada día. A enseñarle las maneras de su gente. Cómo protegerse en la selva tropical. No tenía ni idea de cómo dejar de desearla. Cómo parar de necesitar besarla e intentar ser indiferente al estar junto a ella. No sólo tenía que preocuparse por ella y su gata a punto de emerger, sino que el chico iba a necesitar instrucción y cuidado. Suspiró. Su vida se había vuelto muy complicada, pero se sentía más vivo que nunca.

Isabeau estaba cerca. Su calor. Su olor. Su gata. Levantó la cara a la lluvia y permitió que cayera sobre la cara, tratando de limpiar su mente de ella. Isabeau inundaba sus sentidos. Expulsaba todos los pensamientos cuerdos hasta que iba a convertirse en inútil para Rio y los otros si no conseguía manejar a su felino. Y maldito fuera todo, no podía culpar a su gato de las emociones fuera de control. El hombre sentía el mismo hambre, la misma necesidad desesperada.

Se había enamorado tan fuertemente de ella. Tan rápidamente. Había sido tan profundo antes de darse cuenta de que Isabeau estaba excavando en su corazón y en su alma, se estaba envolviendo alrededor de sus huesos y presionando su sello en ellos, invadiendo cada célula sanguínea hasta que no pudo escapar de ella. No hubo manera de liberar su alma una vez se hubo enamorado de ella. Él había destruido todo entre ellos, la había roto con un horrible golpe, pero no había logrado desenredarse de ella en el proceso.

Sabía que el ser compañeros leopardo jugaba una parte inmensa en la atracción física entre ellos, pero la amaba. El hombre y el leopardo la amaban. No había nadie más para ninguno de ellos y nunca lo habría. Cerró los ojos y escuchó el sonido de su risa. Esa pequeña nota en su voz siempre había logrado excitarle y calmar a la bestia en él al mismo tiempo. Había tantas facetas de ella, tantas partes intrigantes en su carácter. Adoraba todo acerca de ella, todo desde su corazón generoso a su genio desagradable.

– ¿Conner? -Isabeau le llamó desde arriba-. Ven y come.

Levantó la mirada porque no pudo detenerse. Una mano estaba envuelta alrededor del poste mientras le miraba. El pelo largo hasta la cintura estaba suelto, fluyendo con la exigua brisa

Moviéndose por el dosel. Los vaqueros y la camiseta acentuaban las curvas exuberantes de su cuerpo y él sintió que su gato ronroneó ante la vista de ella.

– Enseguida subo. Voy a fisgonear un poco, a ver que aparece.

Ella se puso la mano en la cadera, atrayendo la atención al hecho de que no utilizaba el brazo herido.

– No hay nada ahí fuera, Conner. Nadie encontraría jamás esta cabaña a menos que supieran donde mirar. Hay suficientes felinos aquí para oler algo en kilómetros a la redonda. Así que sube y come.

No fueron tanto sus palabras como su tono lo que le hizo moverse rápidamente sobre la vegetación para agarrar la enredadera. En medio de todos los hombres, ella estaba nerviosa sin él allí. Y de cualquier manera que él lo mirara, eso era buena señal. Subió rápidamente, mano sobre mano, utilizando la enorme fuerza de leopardo para propulsarse hasta el porche. Arrastró la escalera detrás de él para que no hubiera signos que les traicionaran. Incluso si alguien encontrara la pequeña ducha provisional, estaba controlado y no era más que una primitiva y efectiva ducha excavada de una catarata escasa que caía por una cuesta.

Se enderezó lentamente y se empapó de ella. Isabeau estaba de pie, un poco vacilante, pero no se retiró. Le estaba esperando. Él la miró inhalar profundamente y atraer involuntariamente su olor a los pulmones. Su cuerpo se tensó en reacción. Supuso que tendría que acostumbrarse al dolor implacable. Su mirada se demoró en las marcas de perforación del cuello, la satisfacción manó por haber golpeado lo bastante al chico como para que lo sintiera durante días. Ella parecía un poco magullada y azotada, pero hermosa, con su aspecto exótico y los ojos gatunos.

Isabeau se ruborizó.

– Me estás mirando así otra vez.

– ¿De qué manera?

– Como si estuvieras a punto de abalanzarte sobre mí en cualquier momento. Busco un poquito de consuelo, no una emboscada de algún tipo.

Él se movió más cerca, estirándose para meterle mechones de cabello detrás de la oreja, el roce de los dedos fue suave.

– Esta noche has sido muy valiente cuando el chico te agarró. No te asustaste.

Ella le dirigió una sonrisa tentativa.

– Sabía que vendrías. Se sorprendió tanto al verme, que creo que al principio su intención fue sacarme de la línea de tiro, pero en ese momento Adán salió de la maleza con sus dardos. Creo que estaba claro que conocía a Adán y Jeremiah me utilizó como escudo. Podía oler a los otros leopardos y sabía que se había metido en una mala situación.

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