No era doloroso, o tal vez no lo había sido la vez anterior. Tal vez había estado tan asustada que le había parecido doloroso porque había esperado que doliera. Ella saltó, su piel cubierta de pelo en un momento, luego lisa y expuesta el siguiente. Se encontró sentada en la tierra, completamente desnuda. Se levantó de un salto, con miedo que los insectos hicieran una madriguera en su piel.
Con un pequeño suspiro ella comenzó a correr hacia la casa. Conocía su camino ahora, tenía las mismas capacidades que el leopardo, sólo había tenido que reconocerlos, aceptarlos, y aprender a usarlos. Tuvo que cruzar sus brazos sobre la plenitud de sus pechos cuando se apresuró, su sacudida era tan incómoda en su pecho como la tierra en sus pies desnudos. El leopardo fue diseñado para moverse fácilmente por la selva, mientras su forma presente era una nulidad. Las hojas agudas y la corteza laceraron su sensible piel. Apenas notó la incomodidad cuando se apresuró para regresar a la casa, queriendo rastrear a Brandt.
El sonido la paró en frío. Un sonido agudo, el gemido de un animal herido. Ella lo había oído muchas veces, pero esta vez inhaló el olor de la sangre. Sin un pensamiento consciente, Maggie dio vuelta hacia el sonido. Tenía que alcanzar al animal herido, el gemido tiraba de ella.
El oso era mucho más pequeño de lo que había esperado, con una piel negra y lisa. Tenía una hermosa media luna blanca marcando su pecho. Su larga lengua se asomaba de su boca. No podía dejar de notar las largas y puntiagudas garras que el usaba para rasgar la corteza de los árboles donde encontraba insectos y miel. El oso gemía con miedo y dolor. Balanceó su cabeza hacia ella cuando surgió en medio de dos árboles trató de pararse en sus pies, para doblarse peligrosamente a un lado. Ella podía ver la sangre cubriendo la izquierda del oso. La tierra era oscura con ella.
Maggie levantó su mano y se quedó completamente quieta, guardando su distancia prudentemente -Quédate tranquilo, voy a ayudarte -ella necesitaba su maletín, sus provisiones médicas. Podría tranquilizar al oso y ver la herida, pero no estaba segura si el animal sobreviviría mientras ella corría a la casa. La visión del pequeño oso en tal predicamento la enfureció. Ella sabía que era una rareza hasta en las regiones salvajes.
Encima de su cabeza, aproximadamente a quince pies, ella vio que las ramas del árbol estaban dobladas y rotas para formar un nido. El oso debía de haber tratado de hacerlo su lugar de descanso. Desde el nido el oso tendría una buena vista del bosque bajo él. Ella podía ver las plantas calvas de los pies del oso de anteojos y las garras afiladas cuando se puso a jadear, mirándola con ojos trágicos.
El oso de repente se puso tenso, trató de atacarla, pero no pudo alcanzarla por la herida salvaje en su costado. Retrocedió inútilmente, enseñando los dientes en advertencia -Voy a ayudarte -prometió ella-. Sólo dame un par de minutos para conseguir mis cosas -¿ A qué distancia estaba de la casa? Una buena distancia de todos modos, estaba segura.
Maggie se balanceó lejos de la desafortunada criatura, sabiendo que lo mejor que podía hacer era conseguir sus provisiones tan rápido como fuera posible. El oso hizo una segunda tentativa de elevarse, esta vez gimiendo hacia ella, un claro grito de socorro. El sonido rasgó su corazón. El oso claramente tenía miedo, esforzándose por ocultarse en el nido. Ella captó el olor de otro gato grande cuando se volvió atrás, hacia el sonido del oso herido. Un leopardo estaba en las cercanías, un macho, y él acechaba la presa.
Maggie levantó su cabeza para oler el viento, igual que el oso. Ella supo inmediatamente que este animal era más que una bestia, él era la parte de la comunidad de Brandt. Y él sabía que Brandt había hecho su reclamo. James. La idea de encontrarle la llenó de la agitación. Su mismo olor la ofendió de algún modo extraño.
¿Había venido él para ayudar? Maggie vaciló, consciente de que ella estaba completamente desnuda y era muy vulnerable. Ella no había tenido miedo de los animales salvajes en el bosque, o de la oscuridad, o hasta el oso herido, pero sabiendo que otro hombre, independientemente de la forma que él tomara, la acechaba, la llenó del miedo.
Ella dio vuelta para escaparse. Si James venía para ayudar al oso de anteojos, él no necesitaba encontrarla allí. Ella podía ir a la casa y volver con medicinas, totalmente vestida. Ella dio dos pasos y el gato grande se abrió camino entre el pesado follaje.
El aliento de Maggie quedó en su garganta. El leopardo manchado era grande y pesadamente musculoso. Apareció por entre la gruesa maleza a no más que dieciocho metros de ella. Sus ardientes ojos amarillos verdosos la enfocaban, con las pupilas dilatadas y fijas. Podía sentir el peligro que emanaba del macho, ver su penetrante inteligencia. Instintivamente se alejó, reconociendo la tensión que ardía sin llamas en sus ojos.
El animal gruñó una advertencia, y Maggie echó un vistazo hacia atrás para ver donde estaba el oso. Su mirada fija cambió sólo un momento, pero el gato se había movido poco a poco hacia adelante para quedar a solo unos centímetros. La miró fijamente, arrugando su nariz, rizando su labio superior, y gruñó con la boca abierta, un amplio bostezo. Maggie reconoció la típica respuesta de Flehmen [3]del macho a una hembra.
Ella inclinó su barbilla en el desafío. -¿Crees que no sé quién eres? Puedo olerte. Todo lo que pienses hacer, puedes olvidarlo. -Ella respiró, silbada su nombre con repugnancia-. James. Cambia tu forma y ayúdeme salvar a este oso. -Estaba casi más furiosa que temerosa. Maggie comprendió que la había seguido deliberadamente. Brandt había intentado advertirle antes de que James no tenía "razón". Su olor la molestó, como si descubriera dentro de él una depravación-. Sé que me entiendes. Somos los protectores del bosque. Antes que cualquier otra cosa tenemos la obligación de ayudar a estas criaturas a sobrevivir. -Sólo le quedaba esperar que él hubiera sido adoctrinado desde su nacimiento y respondiera.
James empujó hacia adelante, mostrando sus dientes salvajes, sus ojos la miraban fijo con una cierta maldad astuta. Su cabeza empujaba con fuerza contra sus piernas, casi tirándola a la tierra, claramente una señal de dónde quería que fuera. Su lengua deliberadamente lamió entre sus muslos desnudos, una amenaza lenta, dolorosa. Las papillas ásperas en la lengua del enorme gato podrían sacar sangre si lo quisiera.
Maggie se estremeció visiblemente, su toque la enfermó. La idea de ir a cualquier parte con él era aterradora.
El oso se movió a su lado sobre la tierra, jadeaba. El viento soplaba. La lluvia comenzó en una lenta llovizna, una vez más. Maggie y el leopardo se miraron fijamente al uno al otro en la oscuridad, el cielo se veía pesadamente verde y con gruesas capas de nubes y neblina que bloqueaban la visión hacia arriba, obstruyendo la luz de la luna. Había un completo silencio, un silencio expectante. El corazón de Maggie golpeaba en un ritmo de miedo.
Sin advertir una pantera negra apareció por el follaje, moviéndose con la fuerza de un tren de carga, golpeando al leopardo manchado con tanta con fuerza que lo tiró a sus pies. La noche estalló en violencia. Los monos chillaron fuerte, trepándose a las ramas para ubicarse en lo alto. Los pájaros se dieron a la fuga a pesar de la oscuridad. El leopardo manchado rodó, saltando sobre sus pies para evitar los dientes de la pantera que intentaba asfixiarlo agarrándolo por la garganta.
Las orejas de la pantera negra estaban torcidas hacia delante, clara señal de agresión, y así se lo señalaba al cauteloso leopardo. Su boca gruñó, revelando los colmillos afilados. Las peleas entre gatos machos a menudo terminaban en muerte, y Maggie a distancia, protegiendo su cuerpo contra las hojas de los helechos, mantenía su mirada horrorizada en los dos combatientes.
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