Christine Feehan - Corrientes Ocultas

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Elle Drake ha desaparecido. Es una fuerte telépata pero ni siquiera sus seis hermanas mágicas pueden encontrarla, aunque todas están de acuerdo en que está viva. Algo terrible le ha sucedido o habría contactado con ellas y les habría hecho saber donde está. Jackson Deveau, uno de los ayudantes del sheriff del pequeño pueblo de Sea Haven, al norte de la costa de California, ha sabido siempre que Elle está destinada para él. Cuándo ésta desaparece, se reúne con sus amigos, Jonas Harrington e Ilya Prakenskii, y las hermanas de Elle para encontrarla y traerla de vuelta a la seguridad de la casa. Pero Sea Haven ya no es seguro para ninguno de ellos y hará falta cada gramo de la fuerza combinada de todas los Drake y sus hombres para sobrevivir a la tormenta que se avecina.

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– Tenemos que recuperar la chaqueta, Kent -anunció Matt-. No podemos dejar nada atrás.

Kent maldijo de nuevo. Liberarla no sería fácil y se rompería en pedazos, ralentizándolos considerablemente. Mientras trabajaban para liberar el material, oyeron el pequeño chasquido de una rama, justo delante. Los dos hombres se miraron el uno al otro. El alambre de espino estaba ensartado en la entrada de un campo, el que la mayoría de ellos tendrían que cruzar para llegar al muelle sur. El campo era el punto perfecto para una emboscada. Si los guardias de Gratsos tenían un nido entre los arbustos nada atravesaría ese campo, sería esencial acabar con el nido.

– Matt -susurró una voz en su oído-. Llegamos por tu izquierda.

– Alambre de espino -informó Matt-. Permaneced en silencio, tenemos compañía delante. Poned vuestro culo en movimiento. Vamos cortos de tiempo.

Matt y Kent se agacharon para esperar a que Luke, Tom y James les alcanzaran. Cuando los tres hombres emergieron de entre las sombras, Matt indicó por señas que se acercaran para una consulta rápida.

– Kent, vamos a tomar el lado izquierdo y abrirnos paso hasta el nido. -Inmovilizó al otro hombre con una mirada dura-. Sigilo, hijo mío. Puro siglillo. Que nadie dispare. Tom, tú, Luke y James deslizaros por el costado derecho y golpeadles con fuego de contención. Lanzadles todo lo que tengáis. No quiero que miren en nuestra dirección y sospechen que estamos en ningún lugar de las inmediaciones. Lanzadles encima el infierno. Si os cargáis a un par de ellos, mejor. Os deberé una cerveza.

Tom asintió su entendimiento. Era hombre de pocas palabras, pero mucha acción. Hizo señas a los otros dos y se deslizaron hasta las sombras volviendo a cruzar al lado derecho, utilizando rocas y arbustos para cubrirse.

– En posición -informó Tom.

– Estamos en movimiento. Dejadlo caer -dijo Matt.

El sonido de los M-4 fue inconfundible cuando los tres hombres empezaron a disparar, una distracción monumental, atrayendo la atención de los hombres que disparaban desde el nido. El jaleo duró minutos, las balas cruzaban velozmente el campo para golpear en los árboles y rebotar en las rocas, añadiéndose al caos.

Matt y Kent se agacharon y echaron a correr a través de la maleza. Matt, tomando la delantera, zigzagueando alrededor de los árboles hasta que ya no quedó ninguna cobertura. Se dejó caer e indicó a Kent que le siguiera.

– En tierra -informó a Tom-. A cuarenta metros.

El sonido de la batalla nunca paraba. Los M-4 continuaban y el nido estaba respondiendo. Las RPK, ametralladoras soviéticas, rugían en respuesta. Las balas más pequeñas y nuevas estaban específicamente diseñadas para rebotar en el interior de la carne, causando el máximo daño posible al cuerpo humano. El sonido de las armas reverberaba a través de la noche.

Matt y Kent empezaron a arrastrarse hacia adelante. Con balas volando sobre su cabeza y un nido de enemigos a plena vista, un gateo de quince segundos parecía toda una vida. El corazón le tamborileaba en el pecho, la sangre rugía en sus oídos, Matt se empujaba con la punta de los pies y las rodillas y se apoyaba en los codos mientras todo el rato mantenía el arma dispuesta.

A veintidós metros extendió la mano para detener a Kent. Ambos hombres se colocaron las armas a la espalda y sacaron las granadas de sus chalecos.

– Cambio de fuego. Lanzando granadas -dijo Matt.

Los M-4 continuaban disparando pero su puntería se había alejado del nido, las balas golpeaban las rocas justo al otro lado. Matt y Kent se alzaron simultáneamente del suelo, tirando de las anillas y lanzando las granadas, volviendo a dejarse caer todo en un único movimiento. La explosión fue ensordecedora. Llovieron rocas, cuerpos, armas y escombros. Ambos hombres se alzaron, con las armas listas, pero el nido estaba en silencio.

– Despejado -informó Matt.

Matt y Kent examinaron la zona cuidadosamente con sus armas mientras el otro equipo corría a unirse a ellos. Los tres avanzaban y se cubrían, y continuaron avanzando, primero un equipo y después el segundo hasta que ganaron el muelle sur.

Tom y James recuperaron el equipo que habían dejado atrás, cargándolo rápidamente en el bote. Ambos hombres empujaron el bote lejos del muelle hacia el mar antes de subir dentro.

– Tu turno, Hannah -dijo Matt por la radio.

El viento cambió, golpeando contra el bote, empujándolo a aguas más profundas. Las olas se alzaron y lo llevaron alrededor de la curva. En la distancia, se encendió el motor, pero el sonido quedó amortiguado por el viento y las olas.

– A moverse, tenemos que apresurarnos hasta el muelle pequeño -recordó Matt a Kent-. Y tenemos un montón de mierda que mandar al infierno antes.

– Tenemos tres pilares a cada lado -dijo Kent, estudiando el muelle. Él era su experto en bombas y obtenía un gran placer en volar cualquier cosa-. Así que seis pilares y tres botes. ¡Tío! Mira ese yate. Esa nenita va a recibir auténtica atención especial. Se me está poniendo dura solo de mirarlo.

– ¿Qué quieres que hagamos? -preguntó Matt.

– Vamos a utilizar una carga mochila en todos los botes. Los pequeños no requerirán mucho. Luke, pon una carga de un kilo y cuarto en cada uno de los botes pequeños. Colócala justo sobre el motor… No quedará nada.

– Hecho -dijo Luke y cogió una bolsa para ponerse a trabajar.

– Llevará alrededor de tres minutos o menos colocar las cargas por bote y tienes que volver aquí rápido y ayudar a Matt -dijo Kent-. Matt, coloca un kilo y cuarto de carga simétrica por pilar.

Matt puso los ojos en blanco.

– ¿Eso no es un poco excesivo?

– Recuerda la regla de oro, A de abundante. -Kent le sonrió ampliamente-. Con Luke ayudando, deberías estar en cinco minutos.

Matt suspiró y partió hacia el muelle. Se volvió a mirar sobre el hombro.

– ¿Qué vas a utilizar con esa dama de ahí?

– Estaba pensando en cinco cargas de dos kilos y cuarto. Una sobre el motor, una en el tanque de gasolina, una en la proa, una en el centro y una carga realmente pequeña para el dormitorio del bastardo. -Parecía especialmente feliz-. Esta va a ser una fiesta realmente agradable.

Matt sacudió la cabeza. Conocía a Kent desde hacía mucho. Cuando el hombre colocaba una carga, las cosas se iban al infierno. Estudió su reloj.

– ¿Cuánto tardarás?

– Dame siete u ocho minutos. Volveré, comprobaré las demás cargas y salpicará mierda hasta el reino vecino.

Matt no pudo evitar reír. Observó a Kent correr hacia el yate y volvió su atención al muelle.

****

Jackson irrumpió en la villa, su arma escupiendo mientras disparaba al guardia que estaba de pie cerca de la puerta casi a quemaropa. Elle. Maldita sea, respóndeme . Su corazón bombeaba demasiado rápido. La adrenalina le inundaba. Cuanto más tiempo permanecía ella en silencio, más temía por ella. ¿La habría matado Stavros para evitar que fuera rescatada? El hijo de puta podría ser así de rencoroso. Elle. Vamos, nena, ¿dónde demonios estás?

La habitación era enorme, casi toda de cristal. Sillas de felpa, exótica chimenea, con una barra de cerezo a un lado. Detrás de la barra estaba el único lugar en el que alguien podía esconderse de forma realista en la habitación. Jackson mantuvo su M-4 apuntado hacia el bar mientras indicaba a Jonas que entrara y despejara la habitación. Jonas se apretó contra la pared y se deslizó a lo largo de esta, manteniéndose tenso, con los ojos sobre el bar también. Alexandr entró tras él y se giró de cara hacia la única entrada abierta, la escalera de mármol pulido que se elevaba majestuosamente en un semicírculo. Tras las escaleras había un arco que conducía a más habitaciones.

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