Matt se aclaró la garganta. El guardia que apuntaba su arma al equipo uno se dio la vuelta, su dedo tensándose sobre el gatillo instintivamente. Matt le disparó.
– Vamos. Tenemos que desactivar el generador.
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Elle se esforzó por abrir los párpados, obligándose a tomar cortos y superficiales alientos para aliviar el dolor de su cuerpo. Había intentado advertir al doctor que habían traído, y eso le había ganado otra paliza. No había salvado al médico. No había salvado a nadie… y mucho menos a sí misma. Estaba segura de que Stavros podría haberla matado… estaba rabioso por su resistencia… si no hubiera sido por Sid. El guardaespaldas una vez más se había entrometido y la había salvado, aunque no estaba segura de por qué. Había visto el aspecto de su cara, y por un momento había pensado que podría realmente matar a su jefe cuando, oyendo sus gritos, había irrumpido en la habitación, arriesgando su propia vida.
Stavros mataba fácilmente, aunque se negó siquiera a discutir con Sid cuando éste había intervenido. Se había marchado, temblando de furia, pero aún así, había dejado a Sid para recoger los pedazos, confiándosela al guardaespaldas cuando ni siquiera había permitido a su propio hermano ponerle un dedo encima. Sid había sido amable, lavándola, comprobando sus costillas, susurrándole en ruso, diciéndole que dejara de luchar, que simplemente aguantara, esperara. ¿Esperar qué? Ni siquiera tenía ya una sensación de tiempo.
Elle se había preguntado un millón de veces si había soñado la voz de Jackson. Si algo había sido real. Todo a su alrededor parecía nebuloso y lejano. ¿Qué la había sacado de su semi estupor, una urgente sensación que no la dejaba en paz? No quería sentir en realidad, ni pensar; quería volver a deslizarse en ese lugar donde nadie podía tocarla. Pero… giró de cara a la larga pared de cristal y miró hacia el mar.
El viento golpeaba contra el edificio, alzando un chillido y después retrocediendo, solo para volver con plena fuerza, golpeando, una y otra vez. El aliento se le quedó atascado en la garganta. El viento. Vigila el viento . Intentó sentarse y descubrió que no podía moverse. Tiró experimentalmente de las esposas de sus muñecas. La había atado a la cama. Stavros ni siquiera necesitaba una razón; quería que ella supiera que existía por su antojo… que fuera lo que fuera lo que escogiera hacer, lo haría, y ella estaba impotente. Le dejaba claro su punto de vista con frecuencia. Estaba cansado de su resistencia, y en verdad, a ella también la cansaba.
Miró hacia el cristal de nuevo, humedeciéndose los labios secos. ¿Había venido Jackson? ¿Habían enviado sus hermanas el viento para decirle que iban a por ella? No se atrevía a esperarlo. Una sensación inquietante se arrastró hacia abajo por su espina dorsal y supo sin girar la cabeza que Stavros había entrado en la habitación. Permitió que su cabeza cayera hacia atrás sobre la almohada y se preparó a sí misma para su tacto.
– Pensé que la tormenta podría ponerte nerviosa. -Su voz era tan solícita que se preguntó, no por primera vez, si realmente se creía enamorado de ella. Y si lo hacía, era un tipo enfermizo de amor-propiedad del que ella no quería formar parte.
– Es un poco inquietante -admitió, sorprendiéndole. Los ojos de él se abrieron de par en par ante su respuesta. Ella raramente respondía a nada que él dijera o hiciera, su única forma real de mantener un control.
Stavros parecía complacido. Inmediatamente, como para recompensarla, cruzó hasta su lado y se inclinó para rozar un beso sobre su boca. Elle se obligó a no apartar la cabeza. No respondió, pero le dejó ganar sus labios de nuevo, una gran victoria para él.
– ¿Me has echado de menos?
Tragó la bilis que se alzaba.
– Me sentía sola. -Giró la cabeza hacia el cristal-. Y el viento…
– No te preocupes, dulzura. Esta casa es una fortaleza. Nada la destruirá.
Sería mejor que su barrera psíquica nunca cayera, porque si lo hacía, ella echaría abajo esta casa y todo lo que había en ella.
– Tengo que utilizar el baño. -Odió ruborizarse cuando lo dijo. A él le encantaba la humillación de que tuviera que pedir permiso. Algunas veces la hacía «pedirlo apropiadamente»… diciendo «por favor» y agradeciéndoselo después, incluso cuando él permanecía en la habitación con ella. Nunca había detestado más a alguien en su vida. Al menos no era tan patética que no podía odiar a su captor.
– Por supuesto, Sheena. -Sus manos fueron gentiles cuando le quitaron las esposas de las muñecas-. Buena chica. -Sonrió, frotándole las magulladuras de la piel-. Esta vez no has luchado y te has estropeado la piel.
Sólo porque había estado inconsciente, o dormida… ya no podía decirlo. Elle miró otra vez fijamente por la ventana, intentado no tener esperanzas, obligándose a no extenderse para ver si Jackson o sus hermanas estaban cerca.
– ¿Te dan miedo las tormentas? -Stavros le abrió las esposas de los tobillos y le frotó las piernas, sus dedos se demoraron sobre las heridas.
Elle tomó un aliento y lo dejó escapar, permitiéndole ver lo frágil y vulnerable que se sentía. Si le inducía una falsa sensación de seguridad, podría conseguir de él casi cualquier cosa. Asintió con la cabeza.
– Intento que no sea así. Sé que es una tontería.
Probablemente este fuera el mayor intercambio que había tenido con él desde que la había tomado prisionera. ¿Hacía cuanto? No lo sabía, pero le parecía que él se había convertido en su vida entera.
Stavros la ayudó a sentarse, sujetándola cuando se tambaleó un poco, todavía aferrada a la sábana que cubría su cuerpo.
– Te he dicho que no seas modesta conmigo -le recordó él-. Me gusta mirar tu cuerpo.
Involuntariamente tensó el agarre sobre la sábana. Ante su mirada de molesta impaciencia, hizo otro intento de jugar con su ego.
– No me siento muy atractiva ahora mismo. Mi cabello está enmarañado y me sobresalen los huesos. -Siempre había sido delgada, pero ahora parecía un espantapájaros-. El médico dijo… -Se interrumpió, apartando la mirada de él-. No me gusta que me veas así.
– Eres hermosa, Sheena. El médico no sabe de qué está hablando. Has estado enferma, eso es todo. -Stavros tiró de la sábana hasta que ella a regañadientes la dejó caer, y después la ayudó a pasar las piernas por un lado de la cama.
La habitación giró por un momento. Estaba más débil de lo que creía. Esperó a que el mundo se enderezara y dio un paso en posición vertical sobre el suelo, apoyándose en Stavros un poco más de lo que quería. Él le envolvió los brazos alrededor de la cintura y la ayudó a caminar hasta el baño. El viento golpeó con fuerza contra la pared de cristal y Elle saltó, girándose para mirar sobre el hombro hacia el cielo oscurecido. Las nubes giraban, azotando alrededor, formando imágenes lentamente, robándole el aliento. Largos cabellos soplado salvajemente al viento, seis caras inequívocas, mirando a derecha e izquierda, buscando… buscando.
El aliento de Elle quedó atascado en su garganta. Quería acercarse a la larga pared de cristal, no alejarse de ella. Podía sentir su mente buscando esas caras. Miradme. Estoy aquí . Pero no se atrevió a utilizar la telepatía, no con la barrera alzada y Stavros en la habitación. Sólo pudo contener el aliento y rezar para que pudieran verla… sentirla. Las caras se giraron casi como una, con los ojos abiertos de par en par y agudos, atravesando el velo de la tormenta, los cabellos arremolinándose alrededor en las nubes, mientras sus hermanas la miraban. Y ella las miraba a ellas.
Elle sentía cada latido inequívoco en su cuerpo como un tambor sonando en su cabeza. Sentía cada latido como un trueno batiendo en el cielo. No había error, eran sus hermanas. Se derrumbó contra Stavros, sus rodillas se doblaron de alivio. Ardieron lágrimas tras sus párpados. Habían venido a por ella. No era su imaginación. Quiso llorar y reír al mismo tiempo. En vez de eso se obligó a experimentar la humillación de utilizar el baño con Stavros observando cada uno de sus movimientos. La enfermaba que necesitara semejante control sobre ella, que disfrutada de su pequeño y mezquino poder. Se lavó cuidadosamente y se abrió paso de nuevo hasta la habitación.
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