– Parece que has encontrado el escondite de Edward -dijo Aaron cuando estuvo más cerca-. Vayamos por ahí.
– Todavía no hemos tenido la oportunidad de mirar dentro del escondite -dije-. Se presentaron algunas complicaciones.
Cuando estuvieron junto a mí, Lucas me acarició la mano y luego la apretó.
– ¡Vaya! ¿No será ésa una de tus complicaciones? -preguntó Aaron, señalando con la barbilla al pintor en el suelo-. ¿O no es más que un tentempié vespertino?
– Ambas cosas, creo -dije.
– ¿Está ahora de mejor talante?
– A decir verdad, ahora que lo pienso, de mucho mejor talante.
La risa de Aaron resonó en el prado silencioso.
– Sí, la misma Cassandra de siempre. Ya pensaba yo que ahí radicaba el problema. Se vuelve realmente insoportable cuando no ha comido. Ése es el gran inconveniente de la relación con los que no son vampiros. Nadie quiere oírnos decir: «Voy a tomar algo por ahí». Si se pone más insoportable de lo habitual, ése es el momento de mandarla a que se tome el último café de la noche. Es la mejor forma de levantarle el ánimo. -Sonrió-. Bueno, hay otras maneras, pero es mejor que no te enteres.
Pasamos junto al pintor y entramos en la cabaña.
Extraño lugar para bañarse
Llevé a Lucas y a Aaron hasta la habitación secreta.
Cuando miré en torno, mi primer pensamiento fue: «Eso tiene sentido, y eso otro tiene sentido, y… eso, ¿para qué demonios es?».
La habitación era poco más grande que el gélido falso sótano, tal vez de dos cincuenta por dos cincuenta. A lo largo de una de las paredes había un armario biblioteca, lleno de antiguos libros de referencia y de cuadernos con registros diarios de investigación. Los estantes de la pared opuesta contenían redomas, cubetas, tarros y otros elementos aptos para investigaciones científicas. Todo esto era exactamente lo que yo esperaba ver en el laboratorio de un perseguidor de la inmortalidad. Pero lo que no podía entender era la bañera, de esas que tienen cuatro patas que imitan garras, y que ocupaba una cuarta parte del espacio del suelo.
– A mí también me gusta leer en la bañera -dije-. Pero parece demasiado grande.
– En particular cuando no hay agua corriente -dijo Aaron.
– Yo supongo que se usa como recipiente para hacer mezclas -dijo Lucas-. Aunque parece excesivamente grande para ese propósito y es probable que hayan tenido que quitar parte del suelo de la cabaña para traerla hasta aquí. Quizá tenga un significado más importante, y sea una especie de reliquia.
Cassandra nos dirigió la mirada, levantándola del cuaderno que estaba leyendo.
– Ambos tenéis razón. Debe de haberse usado para mezclar un compuesto y luego bañarse en él. La ingestión es la forma más común de incorporar pociones de inmortalidad, pero la inmersión es muy conocida también.
– ¿Encuentras algo? -preguntó Aaron, mirando por encima del hombro de Cassandra-. Al menos no está en clave.
– Sería mejor que lo estuviera -respondió ella-. Las claves se pueden descifrar y comprenderse todo lo que está escrito en ellas. En cambio, lo que han hecho es registrar solamente ciertos detalles que les permitan recordar lo que hicieron.
– ¿Cómo?
Ella levantó el cuaderno para acercarlo a mi bola de luz.
– «Diecisiete de marzo de 2001. Se intenta nuevamente la variación B con nuevo material de tipo Hf. No se registran cambios. Doce de abril de 2001. Variación A, ampliada para incluir material de origen tipo Hm, subtipo E. Sin cambios.»
– Mierda -murmuró Aaron-. ¿Está todo así?
Cassandra asintió.
– ¿Qué fecha tiene el último registro?
– Junio de este año.
– Uno o dos meses antes de que Natasha lo dejara -dije-. ¿Tienes idea de lo que hacían por esas fechas? ¿Tal vez algún cambio que se hubiera producido, algo por lo que ella hubiera decidido abandonarlo?
Cassandra me pasó el cuaderno.
– Es exactamente como las otras referencias. Habla de «materiales» y «variaciones» y «subtipos», pero nada en concreto.
Me coloqué junto a Lucas y sostuve el cuaderno entre los dos mientras leíamos la última media docena de páginas. Luego comprobé el comienzo del cuaderno, que databa de 1996, y lo hojeé hasta el presente.
– El único cambio que veo es un incremento gradual de los ingredientes Hf y Hm. Aparece de vez en cuando en los primeros registros, y luego se va convirtiendo en un ingrediente regular en el último año. Por lo demás, los registros son muy similares: variaciones que van de la A a la E y metodologías que van desde la A a la K.
– Veamos qué otras cosas tenemos, entonces -dijo Aaron. Revisó el estante del equipamiento. Una enorme cantidad de botellas sin etiquetas y medio llenas. Tomó una, quitó el tapón, la olió, y le dio una arcada.
– Puede que sea invulnerable, pero, por favor, no me pidáis que pruebe nada de esto.
Le cogí la botella que tenía en la mano y olí. Sulfuro. Me pasó otra. Romero. Eché una mirada al estante y sólo con mirar los recipientes nombré otros tres.
– Son todos ingredientes de pociones bastante comunes. Lo mismo ocurre con los materiales secos. La mitad de estas cosas podrían comprarse en una tienda New Age.
– Lo que podría indicar que esto es todo lo que usan -dijo Cassandra-. O bien que han ocultado los ingredientes más dañinos.
– Es hora de que empecemos a buscar en otros escondrijos -dijo Aaron-. Yo buscaré en los estantes más altos.
Pasó la mano por el estante más alto, que parecía vacío. Al hacerlo, desplazó una botella que cayó en la bañera y se rompió. Cassandra se acercó a la bañera y tocó el fondo, junto a los trozos de la botella rota.
– Seco -dijo-. Estaba vacía.
Empezó a levantarse, entonces se paró y pasó un dedo por la parte interior de la bañera con el entrecejo fruncido; se agachó un poco más, pero luego movió la cabeza a un lado y a otro y se puso de pie.
– ¿Has visto algo? -le pregunté.
Negó con la cabeza.
– La han limpiado a fondo.
– Creo que aquí he encontrado algo -dijo Lucas.
Estaba agachado frente al estante del equipamiento. Yo esperaba ver otra puerta detrás del estante. En cambio, señaló el estante mismo, que había limpiado de botellas. Cuando miré, vi no ya un estante de madera, sino un cajón. Parecía muy poco profundo como para contener algo. Entonces Lucas retiró la tela de terciopelo que cubría el contenido, y vimos una serie de instrumentos quirúrgicos.
– Bueno, podrían ser instrumentos de veterinaria -dijo Aaron-. Algunos buscadores usan sacrificios animales. Se intenta desalentar la práctica, pero ocurre.
Capté la mirada de Lucas.
– Hm y Hf -dije.
Asintió con un lento movimiento de la cabeza.
– Humano masculino y humano femenino.
Cassandra no dijo nada. Cuando la miramos, estaba agachada sobre un agujero del suelo, en un lugar en el que había retirado una parte del entablado.
– ¿Qué es eso? -pregunté.
Volvió a colocar el tablón en su lugar, bruscamente.
– Más ingredientes. Son humanos.
Aaron se agachó a su lado y trató de asir el tablón suelto, pero ella lo retuvo con firmeza contra el suelo.
– Tampoco hace falta que lo veas tú -dijo.
– Conozco bien las hazañas de Jack el Destripador, Charles Manson y Jeffrey Dahmer. Nada de lo que haya debajo de ese tablón puede impresionarme -respondió Aaron.
– Tampoco te va a ayudar a dormir mejor. -Ella nos miró-. Si queréis, puedo hacer un inventario de lo que hay aquí dentro y embalarlo. De momento, os diré que usaban partes del cuerpo de múltiples humanos, y no los sacaban de los cementerios.
Dirigió la mirada hacia la bañera, mientras hacía un movimiento como de un escalofrío. Después, parpadeó con fuerza y miró para otro lado.
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