– La Camarilla Nast confirmó después que su segunda víctima, Sarah Dermack, había muerto por arma de fuego.
– ¿Llamó ese Matthew al número de emergencia? -preguntó Adam.
Lucas movió la cabeza a un lado y a otro.
– Pero tampoco lo hizo Michael Shane, la víctima de los St. Cloud.
– ¿Matthew estaba en la lista de Weber? -preguntó Adam.
– No -contesté-. Y si vive con su madre, que no es guardaespaldas, no parece responder a los criterios. Además, es mayor que los otros. De cualquier modo, parece…
– Algo completamente diferente -interrumpió Adam-. El tipo estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado, y le pegaron un tiro.
– ¿Qué dicen las camarillas? -pregunté a Lucas.
– Casi literalmente, exactamente lo que acaba de decir Adam.
Nuestras miradas se cruzaron y vi, reflejadas, mis propias dudas.
– De modo que tenemos interrogantes -dije-. Si las camarillas no van a formularlos, es preciso que lo hagamos nosotros mismos. Eso quiere decir que es necesario que vayamos a Miami y hablemos con Weber.
Lucas guardó silencio. Adam nos miraba a los dos alternativamente.
– ¿Mi opinión? -dijo Adam-. Vosotros dos lleváis muy lejos el asunto ese de «proteger al inocente», pero si tenéis preguntas que hacer, mejor es que encontréis las respuestas antes de que sea demasiado tarde. Sí, sé que no quieres llevar a Paige a Miami, y puedo entenderlo perfectamente, pero Weber está encerrado. No va a hacerle daño.
– No es Weber lo que lo preocupa. -Me dirigí a Lucas-. ¿Cómo explica tu padre lo ocurrido?
Por un momento, Lucas no respondió, y parecía poco dispuesto a enunciar las explicaciones de su padre. Luego se quitó las gafas y se acarició el puente de la nariz.
– Su explicación es que no tiene ninguna. Supone que, al mencionarle a los Nast el nombre de Weber, involuntariamente les proporcionó el impulso de comenzar su propia investigación, que culminó en la irrupción del grupo de choque.
– Me parece que eso tiene sentido -afirmé-. Sé que piensas que tu padre lo hizo intencionadamente, pero también tú estabas en la casa. Jamás te pondría a ti en un peligro así.
– Paige tiene razón -dijo Adam-. No conozco a tu padre, pero según le vi actuar ayer, esto fue para él un golpe tan fuerte como lo fue para ti.
– De modo que queda resuelto -anuncié-. Nos vamos a Miami.
– Con una condición.
* * *
El hospital en el que me encontraba era una pequeña clínica privada, mucho menos opulenta que la clínica Marsh de Miami, pero que servía a un propósito similar.
No estaba dirigida por una camarilla, sino por semidemonios. Los médicos, las enfermeras, los técnicos de laboratorio y hasta el cocinero y el portero eran semidemonios.
San Francisco, como muchas otras grandes ciudades estadounidenses, tenía un importante enclave de semidemonios. Los semidemonios no tenían ningún cuerpo central como los aquelarres de las brujas ni las manadas de los hombres lobo. No obstante, como suele ocurrir con la mayoría de los grupos distintivos que integran una sociedad mayor, valoraban la comodidad y las ventajas de la comunidad, y muchos de los que no trabajaban para una camarilla gravitaban hacia una de estas ciudades pobladas de semidemonios.
Una de las principales ventajas de vivir cerca de otros sobrenaturales es la atención médica. Todas las razas principales evitan los médicos y los hospitales humanos. Por supuesto, los sobrenaturales pueden ser tratados en los hospitales, y efectivamente lo han sido. Si a uno lo hieren en un choque frontal, no es posible decirles a los servicios de emergencia que uno desea que lo envíen por avión a una clínica privada que se encuentra a miles de kilómetros de distancia. En la mayoría de los casos, nada fuera de lo común ocurre durante las estancias en esos hospitales. Pero a veces pasa lo contrario y hacemos cuanto podemos para evitar ese riesgo.
La condición que puso Lucas fue que, dado que necesitaba una atención médica permanente, era preciso que me transfirieran a otro hospital. Ahí estaba el problema. Miami era territorio de la Camarilla Cortez. El hospital más próximo no perteneciente a ninguna camarilla pero atendido por sobrenaturales estaba en Jacksonville. Pero no sólo se encontraba a unas seis horas de automóvil desde Miami, sino que lo atendían hechiceros. Si una bruja sufría heridas en Jacksonville, tendría mejores posibilidades de recuperación yéndose a su casa y atendiéndose a sí misma que acudiendo a una clínica atendida por hechiceros.
Benicio quería que yo me recuperara en un hospital de alta seguridad perteneciente a la familia, pero Lucas no lo aceptó. Yo iría, en cambio, a la clínica Marsh, y Lucas permanecería conmigo. Decidió que pediría todas mis comidas a restaurantes y que él mismo administraría mi medicación, provista por la clínica de San Francisco. La clínica Marsh me proporcionaría una cama, y nada más. Si se producía algún inconveniente durante mi recuperación, se recurriría a un médico ajeno a la clínica.
* * *
Adam pasó el teléfono a su otro oído.
– ¿Así que Elena te permite quedarte despierta hasta tarde por la noche? ¿Y Paige lo sabe? Porque, siendo su amigo, debería decírselo. -Me lanzó una sonrisa-. Ajá, bueno, no sé…, los sobornos tienen su efecto, sin embargo. -Hizo una pausa-. Oh, no. De ninguna manera. Eso exige, por lo menos, una camiseta, y no una de esas baratas de tres por diez dólares que les venden a los turistas.
Hoy había llamado a Elena por la mañana temprano. A las once estaríamos volando, y no quería que ella se preocupara porque no la llamaba. La mañana del sábado, Lucas la había telefoneado una hora más tarde porque me estaban operando, y Elena había estado a punto de hacer las maletas y tomar un avión para venir a buscarnos.
Terminé de cepillarme el pelo y comprobé los resultados en el espejo de la mesilla del hospital. Tras dos días en cama, el resultado no era satisfactorio. Mi única esperanza era una horquilla, y tal vez un sombrero.
Nos iríamos en poco menos de una hora. Lucas estaba hablando con mi médico, apuntando sus instrucciones finales sobre los cuidados y la medicación que yo necesitaba.
Al teléfono, Adam continuaba haciéndole bromas a Savannah, y aunque yo no podía oír su parte de la conversación, sabía que estaba disfrutando. Desde el momento en que Savannah conoció a Adam, él se había convertido en el objeto de un serio enamoramiento adolescente. Pensé que se le iría pasando después de unos meses, como ocurre por lo general con esos entusiasmos, pero un año más tarde Savannah no daba señales de vacilar en sus afectos, que se manifestaban a través de bromas e insultos sin fin. Adam manejaba la situación admirablemente, actuando como si no tuviese idea de que ella lo veía como algo más que un molesto sustituto de hermano mayor. Lucas y yo hacíamos lo mismo, no diciendo ni haciendo nada que pudiese avergonzarla. Pronto se le pasaría. Mientras tanto, bueno, había personas peores de las cuales podía haberse enamorado.
– Ajá -dijo Adam-. Oigo que Paige se acerca. Tu última oportunidad. Una camiseta o canto. ¿No? -Se apartó del teléfono-. ¡Eh, Paige…! -Se interrumpió-. ¿Mediana? De ninguna manera. Yo uso la grande. -Pausa-. ¡Ay! Fatal. Corto ahora. -Otra pausa-. Sí, muy bien. Saluda de mi parte a Elena y a Clay, y acuéstate temprano.
Colgó mi teléfono móvil, y luego se sentó de golpe en el borde de la cama haciendo que se me moviera la mano y que el rímel terminara en la frente. Le eché una mirada furibunda, cogí un pañuelo de papel y reparé el daño.
– Estás cada vez mejor, ¿verdad? -dijo-. Después de todo lo que…, estás mejor.
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