Kelley Armstrong - Algo más que magia

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Brujas, hechiceros, vampiros… Descendientes de una antigua raza que lucha por su supervivencia en un mundo hostil.
Cuando a Paige Winterbourne la obligan a renunciar a su cargo de Líder del Aquelarre Norteamericano de Brujas, lo único que quiere hacer es alejarse del mundanal ruido durante una buena temporada y pensar en la posibilidad de formar un aquelarre alternativo con sus seguidoras. Pero, claro está, el destino tiene otros planes para ella.
Un psicópata con poderes sobrehumanos e imparables deseos de venganza anda suelto. Al enterarse de que las víctimas del despiadado asesino son adolescentes, Paige decide involucrarse en la investigación junto con Lucas Cortez, el más joven de la súper poderosa Camarilla Cortez.
Deseosa de proteger a aquellos que ama, Paige se introduce en un mundo de arrogantes hechiceros, nigromantes borrachuzos, dioses druidas con mal genio y turbadores vampiros enfundados en cuero que gustan de celebrar espeluznantes orgías de sangre.

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– ¡Quédense ahí! -gritó Lucas por encima de todo el alboroto-. Tiene una rehén. ¡Bajen sus armas!

– Todos contra la pared -vociferó un hombre.

– No finjan que no saben quién soy -respondió Lucas del mismo modo-. Les he dado una orden. ¡Bajen sus armas!

– Yo recibo órdenes de los Nast…

– ¡Recibirá sus malditas órdenes de mí o lo lamentará hasta en la otra vida! Ahora bajen las armas.

Hubo un momento de silencio, y luego la presión que se ejercía sobre mi garganta disminuyó.

– Quiero un helicóptero -dijo Weber-. Quiero…

– Lo que usted quiere es salir de aquí con vida -dijo Lucas con voz que había vuelto a su tono habitual, suave y razonable-. La casa está rodeada de tiradores profesionales. En el momento en que lo tengan a la vista, dispararán.

– Yo…, yo tengo una rehén.

– Y están entrenados para manejar esa situación. Usted habrá muerto antes de que le dé tiempo de hacerle daño.

Weber vaciló mientras el cuchillo temblaba contra mi garganta. Adam se puso tenso, pero Lucas lo contuvo poniéndole una mano en la camisa. Los labios de Lucas se movieron formulando un encantamiento. Luego se detuvo cuando Weber bajó el cuchillo.

– Bien -dijo Lucas-. Ahora es preciso que…

– ¡Esus, Dios del gran don del agua! -gritó Weber, haciendo correr los dedos a lo largo de la hoja del cuchillo y haciendo gotear mi sangre en el suelo-. ¡Esus, óyeme!

– No es necesario que haga eso -dijo Lucas.

Los ojos de Weber se desplazaron hacia atrás en sus órbitas y comenzó a hablar en otro idioma. Conté hasta tres, y luego me lancé hacia delante. Él me sujetó, agarrándome por el cuello. Mis pies se quedaron en el aire mientras Weber me tiraba hacia atrás. Adam se lanzó hacia él. Weber volvió a ponerme el cuchillo en la garganta y gritó una advertencia, pero Adam siguió avanzando. El cuchillo me atravesó la piel. En ese momento, Adam tropezó, perdido el equilibrio por culpa de Lucas, que esta vez tuvo la presencia de ánimo como para usar un hechizo de choque en lugar de tocarlo.

– ¡Atrás todos! -chilló Weber.

– Así lo haremos -dijo Lucas, mientras le indicaba a Adam con un movimiento que se colocara detrás de él-. Ahora, baje ese cuchillo…

– ¡Esus! -gritó Weber. Enjugó la sangre que goteaba de mi cuello y la lanzó contra el suelo de la cocina-. Recoge esta ofrenda y libera a tu fiel sirviente.

Weber se detuvo, pero nada ocurrió. Miré a Lucas. Su mirada se encontró con la mía y pude ver su miedo, pero me indicó con un movimiento que permaneciera tranquila y esperara. Weber repitió dos veces su súplica. Luego, esperó. Todos esperamos, mientras se oía solamente el zumbido del frigorífico.

– No responde -dijo Lucas con voz calmada-. No quiere interferir. Ahora bien, si usted quiere negociar, tiene que bajar ese cuchillo. No hablaré con usted mientras mantenga un cuchillo en su garganta.

Weber miró por última vez hacia el techo, y luego bajó su mirada hasta encarar la de Lucas.

– Si bajo el cuchillo, me dispararán.

– No, no lo harán. Tienen bajadas las armas, y van a correr el riesgo de que usted vuelva a ponerle el cuchillo en la garganta antes de que puedan apuntar y disparar. Baje el cuchillo…

Mientras Lucas continuaba razonando con Weber, la hoja del cuchillo temblaba contra mi garganta. Un lapsus, un apretón demasiado fuerte contra la piel y… oh, Dios, cómo dolía respirar. La sangre empapaba ahora el frente de mi camisa, húmeda y pegajosa contra mi piel. ¿Dónde me habían apuñalado? Debajo del corazón, sí, lo sabía, ¿pero qué es lo que había allí?, ¿qué órganos?

Y entonces pensé: «Maldita sea, aquí estás parada gimoteando y esperando que tu novio te salve antes de que te desangres. Una bruja típica».

Cerré los ojos y susurré un hechizo. Aunque las palabras de los dos hombres tapaban las mías, cada una de las sílabas se apretaba en mi garganta contra la hoja del cuchillo. Ignoré los apretones del dolor y seguí echando el hechizo. En el momento en que las últimas palabras salieron mi boca, el cuchillo quedó quieto. Tragué saliva y recé para que no fuese una coincidencia. Conté hasta cinco, esperando que el cuchillo volviese a temblar. Pero no lo hizo. Volví a tragar, y concentré entonces todo mi ser en mantener el hechizo de inmovilización y muy lentamente me aparté hacia un lado, alejándome del cuchillo.

– No… -empezó a decir Weber, y luego se dio cuenta de que no podía mover la mano-. ¿Qué diablos…?

La otra mano de Weber se movió bruscamente hacia delante para agarrarme mientras yo me hacía a un lado para quedar fuera de su alcance. El hechizo cesó. Vi que la hoja del cuchillo se movía velozmente hacia abajo. Mientras giraba y me lanzaba al suelo, el cuchillo alcanzó a cortarme en el estómago. En ese momento Lucas me sostuvo, golpeando el cuchillo y apartándolo con el golpe mientras Adam se lanzaba contra Weber. Weber gritó. El hedor de la carne quemada llenó la pequeña cocina. El grupo de captura de la Camarilla entró en acción. Y todo terminó.

Quién tiene la culpa

De la hora siguiente sólo recuerdo imágenes entrecortadas que me pasaban por la mente más rápido que un tren de alta velocidad. Lucas conteniendo la sangre de mis heridas. Adam cruzando la habitación a zancadas detrás de nosotros. El jefe del grupo de choque vociferando órdenes. Un hombre que examina mis heridas. Adam lanzando preguntas. Lucas confortándome. Una opresión en el pecho que se hace cada vez mayor. Ahogo y jadeo. Lucas dando órdenes a gritos. Una puerta que se golpea. Un camino que ruge bajo los neumáticos.

Cuando volví a despertar, estaba acostada en algo parecido a una cama que vibraba y se desplazaba ligeramente de uno a otro lado. Me esforcé por abrir los ojos, pero apenas podía mover los párpados para mirar por un resquicio. Al inhalar, el aire parecía metálico y punzante. Sentí una ligera presión en torno a la boca. Una máscara de oxígeno. Una oleada de pánico hizo que me doliera la cabeza. Me hundí otra vez en la inconsciencia y otra vez logré salir de ella.

Una suave sacudida y cesaron las vibraciones.

– Al fin.

La voz de Lucas, distante y apagada. Un apretón en mí antebrazo. Sentí la tibieza de sus dedos, que descansaban allí. Entonces su aliento me rozó la oreja.

– Ya estamos aquí -dijo, sonando todavía como si estuviese lejos de mí. Tuve que concentrarme para encontrarles sentido a las palabras-. ¿Me oyes?

Una campanada, y luego el sonido de una puerta que se abre, con lo que la luz tenue se convierte en la de un claro mediodía. Los dedos de Lucas se cierran sobre mi brazo.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó con voz fría.

Respondió otra voz. Conocida… Benicio…

– He venido con el equipo. Nuestro equipo. El que pediste. ¿Cómo está?

Un alboroto, y el suave murmullo de otras voces. Mi cama se sacudió. Los dedos de Lucas acariciaron mi frente mientras la cama se elevaba. Una sacudida, una disculpa en voz baja, y repentinamente me encuentro bajo la luz del día. Unos cuantos saltos, luego el chirrido de las ruedas y la sensación del aire que pasa a mi lado. La mano de Lucas busca la mía y la aferra mientras nos movemos.

– Estás alterado -dijo Benicio, en voz baja.

Logré abrir los ojos lo suficiente como para ver a Lucas a mi lado, caminando con rapidez, y a Benicio junto a él, inclinándose para hablarle sin que otros oyeran.

– ¿Y eso te sorprende? -preguntó Lucas con palabras que cortaban el aire y una frialdad en la voz que nunca le había oído.

– No te culpo por estar enfadado, pero sabes que no he tenido nada que ver con esto.

– Todo fue un malentendido. O una coincidencia. ¿Ya has decidido cuál de las dos cosas? En caso contrario, ¿puedo sugerir que elijas malentendido? La palabra facilita el equívoco.

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