– Lucas.
Benicio apareció por la puerta, con una amplia sonrisa que le iluminaba el rostro. Lucas se adelantó y alargó la mano. Benicio cruzó la habitación con tres zancadas y lo abrazó. Los dos guardaespaldas que habían acompañado a Benicio a Portland entraron en el cuarto con sorprendente discreción, teniendo en cuenta su tamaño, y se colocaron contra la pared. Sonreí a Troy, que me devolvió el gesto con un guiño.
– ¡Qué alegría verte, muchacho! -dijo Benicio-. ¡Qué sorpresa! ¿Cuándo has llegado?
Lucas se desprendió del abrazo de su padre mientras respondía. Benicio no había acusado aún mi presencia. En un primer momento, pensé que se trataba de un acto intencionado, pero según lo veía conversar con Lucas, me di cuenta de que Benicio ni siquiera había advertido que yo estaba allí. A juzgar por la expresión de su rostro, dudé que hubiese visto a un gorila furioso de haber estado en la misma habitación que Lucas. Le observé el rostro con detenimiento, su actitud, buscando alguna señal de que estuviese fingiendo, representando una escena de afecto paternal, pero no vi nada de eso. Algo que hacía todo mucho más inexplicable.
Lucas retrocedió poniéndose junto a mí.
– Creo que ya conoces a Paige.
– Sí, claro, ¿cómo estás, Paige? -Benicio me extendió la mano y sonrió con una sonrisa casi tan luminosa como la que le había ofrecido a su hijo. Al parecer Lucas no era el único Cortez que podía ser encantador.
– Paige me ha dicho que querías hablar conmigo -dijo Lucas-. Si bien podríamos haberlo hecho fácilmente, por supuesto, por teléfono, pensé que tal vez podría ser ésta una buena ocasión para traerla a Miami y asegurarnos de que se completen los formularios de autorización y seguridad adecuados, de modo que no haya malos entendidos respecto a nuestra relación.
– No hay necesidad de eso -replicó Benicio-. Ya he enviado sus datos personales a todas las oficinas regionales. Su protección ha estado asegurada desde el momento en que me informaste de vuestra… relación.
– Entonces no resta más que dejarlo en claro con los papeles del caso, para complacer al departamento de seguros. Ahora bien, sé que estás ocupado, padre. ¿Cuál sería el mejor momento para discutir los detalles de este caso? -Hizo una pausa y luego añadió-: Tal vez, si no tienes otros planes, podríamos cenar juntos los tres.
Benicio parpadeó. Una reacción mínima, pero en ese parpadeo y en el momento de silencio que lo siguió, percibí el impacto que le había producido, y supuse que había transcurrido mucho tiempo desde la última vez que Lucas había compartido de buen grado una comida con su padre, para no hablar de invitarlo él mismo.
Benicio dio a Lucas una palmada en la espalda.
– Perfecto. Haré los arreglos necesarios. Y en cuanto a hablar sobre esos ataques…, hagamos de la cena una reunión social. Seguro que estáis ansiosos por saber más…
Un ruido en la puerta lo interrumpió. Entró William, con la mirada fija en su padre, probablemente para no darse por enterado de nuestra presencia.
– Perdón, señor -dijo William-. Al entrar para dejarle el informe Wang, no he podido evitar oír el ofrecimiento de Lucas, y quería recordarle que tiene un compromiso para cenar con el gobernador.
– Héctor puede ocupar mi lugar.
– Héctor está en Nueva York. Lleva allí desde el lunes.
– Entonces, cámbialo para otro día. Llama a la oficina del gobernador y diles que ha surgido algo importante.
William torció los labios.
– Espera -dijo Lucas-. Por favor, no alteres tu agenda por mí. Paige y yo pasaremos la noche en Miami. Podemos desayunar juntos.
Benicio guardó silencio durante unos instantes y luego asintió.
– Desayuno mañana, entonces, y unas copas esta noche si termino temprano con el gobernador. En cuanto a ese otro asunto…
– Señor -dijo William-, a propósito del desayuno… Mañana tiene una reunión a primera hora de la mañana.
– Cámbiala -respondió Benicio con voz tensa. Cuando William se dio la vuelta para retirarse, lo detuvo-. William, antes de que te vayas, me gustaría que conocieras a Paige…
– La bruja. Ya nos conocemos.
Ni siquiera miró en mi dirección. Benicio arrugó el ceño y dijo algo en castellano. Mi castellano es bastante bueno y Lucas me ha ayudado a mejorarlo -entre otras cosas para que podamos hablar sin que nos entienda Savannah-, pero pronunció las palabras con demasiada rapidez para mis habilidades de traducción. No necesité un intérprete, sin embargo, para saber que estaba reconviniendo a William por su descortesía.
– ¿Y dónde está Carlos? -inquirió Benicio, volviendo al inglés-. Tendría que estar aquí para ver a su hermano y saludar a Paige.
– ¿Ya son pasadas las cuatro? -preguntó William.
– Por supuesto que sí.
– Entonces Carlos no está aquí. Si me disculpan…
Benicio giró sobre sus talones y nos miró, como si William ya se hubiera ido.
– ¿Dónde estábamos? Sí. El otro asunto. He convocado una reunión en veinte minutos para proporcionaros todos los detalles. Sirvámosle a Paige una bebida fresca y luego vayamos a la sala de juntas.
Seguro familiar contra actos de violencia
Veinte minutos después, Lucas abría la puerta de la sala de conferencias para que yo pasara. Me hizo una pregunta silenciosa con los ojos. ¿Quería yo que entrara él primero? Negué con la cabeza. Aunque no me moría de ganas por enfrentarme con lo que sabía que había en el interior de aquella sala, tenía que hacerlo sin ocultarme detrás de Lucas. En cuanto entré, paseé la mirada por la docena de rostros que allí se encontraban. Hechicero, hechicero, hechicero…, otro hechicero. Más de tres cuartas partes de los hombres que estaban en la habitación eran hechiceros. Cada par de ojos se dirigió a los míos. Hubo movimientos de sillas y voces que murmuraban sonidos de desaprobación, sin articular palabras. Sin embargo, sin que se expresara, la palabra «bruja» serpenteaba por la habitación, presente en ese murmullo de desprecio. Cada uno de los hechiceros que estaban en la sala sabía lo que yo era sin necesidad de que nadie se lo dijese. Bastaba una mirada a los ojos para que una bruja reconociera a un hechicero y el hechicero reconociera a la bruja, y la presentación rara vez resultaba placentera ni para el uno ni para la otra.
Benicio nos señaló con la mano dos sillones vacíos que estaban próximos a la cabecera vacante de la mesa.
– Buenas tardes, caballeros -dijo-. Gracias por quedarse un poco más para reunirse con nosotros. Todos ustedes conocen a mi hijo Lucas. Los hombres que se encontraban a corta distancia alargaron la mano para estrechar la de Lucas. El resto ofreció saludos verbales. Ninguno miró en mi dirección.
– Ésta es Paige Winterbourne -continuó Benicio-. Como seguro que la mayoría de ustedes sabe, la madre de Paige, Ruth, era la Líder del Aquelarre Estadounidense. La misma Paige es socia del Consejo Interracial desde hace varios años, y me complace decir que, precisamente por esa razón, ha expresado interés por el caso MacArthur.
Retuve la respiración esperando que surgiera algún comentario sobre mi expulsión del Aquelarre o del tiempo embarazosamente corto en que había ocupado el cargo de Líder. Pero Benicio no dijo nada. Por mucho que yo le desagradara, no iba a disgustar a Lucas insultando a su compañera.
Benicio hizo un gesto señalando a un hombre corpulento que estaba cerca del otro extremo de la mesa.
– Dennis Malone es nuestro jefe de seguridad. Es quien está más familiarizado con el caso, de modo que le pediré que comience con una visión de conjunto.
Como Dennis explicó, Dana MacArthur era efectivamente hija de un empleado de la Camarilla, pero no, como yo había supuesto, de una bruja de la misma. Al igual que Savannah, Dana tenía sangre sobrenatural por parte de ambos progenitores, siendo su padre un semidemonio de la Sección de Ventas de la Corporación Cortez. Randy MacArthur se hallaba actualmente en Europa, estableciendo una sección comercial en las áreas de Europa Oriental recientemente incorporadas al capitalismo. La madre de Dana era una bruja llamada Lyndsay MacArthur. Yo esperaba haber reconocido ese nombre, pero no fue así. Las brujas de un aquelarre tienen poco contacto con las que no pertenecen a él. Mi propia madre sólo se había interesado por brujas ajenas a su aquelarre cuando causaban algún problema. Era ésta una de las muchas cosas que yo habría querido cambiar en el Aquelarre, y que ahora no podría cambiar jamás.
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