Kelley Armstrong - Algo más que magia

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Brujas, hechiceros, vampiros… Descendientes de una antigua raza que lucha por su supervivencia en un mundo hostil.
Cuando a Paige Winterbourne la obligan a renunciar a su cargo de Líder del Aquelarre Norteamericano de Brujas, lo único que quiere hacer es alejarse del mundanal ruido durante una buena temporada y pensar en la posibilidad de formar un aquelarre alternativo con sus seguidoras. Pero, claro está, el destino tiene otros planes para ella.
Un psicópata con poderes sobrehumanos e imparables deseos de venganza anda suelto. Al enterarse de que las víctimas del despiadado asesino son adolescentes, Paige decide involucrarse en la investigación junto con Lucas Cortez, el más joven de la súper poderosa Camarilla Cortez.
Deseosa de proteger a aquellos que ama, Paige se introduce en un mundo de arrogantes hechiceros, nigromantes borrachuzos, dioses druidas con mal genio y turbadores vampiros enfundados en cuero que gustan de celebrar espeluznantes orgías de sangre.

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– Creo que todavía estamos a tiempo de solicitar un cambio de vehículo.

– No, no -dijo Jaime-. Acabo de pasarme una hora peinando a Paige-. Nada de limusinas. Pero os diré lo que podemos hacer. Vosotros termináis este asunto y yo os alquilo una limusina para el viaje de regreso a Portland.

– ¡Fenomenal! -dijo Savannah.

– Hummm, muy bien -dijo Jaime-. Vale, borrad esa idea. ¿Qué tal un viaje más corto en limusina y una niñera gratis?

– Ha llegado el coche -dijo Clay desde su puesto de observación en la ventana.

– Vosotros largaos -dijo Jaime-. Os veremos allí.

La mascarada

Los organizadores del baile de beneficencia habían elegido una mascarada por la fecha del evento: la noche anterior a Halloween. Quienes habían organizado la fiesta, sin embargo, habían evitado la típica fiesta de Halloween y optado por algo más extravagante, acentuando más bien lo fantástico que lo aterrador. El salón de baile estaba rodeado de maniquíes que llevaban vestimentas increíblemente elaboradas y que representaban personajes de la ficción infantil, desde la Reina de Corazones al Gato con Botas y la Princesa de los Cisnes. Guardaban la puerta dragones de papel cuyas cabezas se inclinaban y se movían de un lado a otro, movidas por una brisa invisible. Las mesas del bufet representaban alfombras mágicas voladoras, de modo que los alimentos que estaban sobre ellas reproducían los dibujos de los tapices. El ponche fluía de la boca de un fénix esculpido en hielo e iluminado desde atrás con un pequeño fuego que iba fundiendo al pájaro, para que uno nuevo surgiera del cuenco que había debajo. Era un glorioso himno a la alegría, a todo lo mágico, y yo habría disfrutado enormemente… si no hubiese tenido que dedicar cada minuto a preocuparme por cierto vampiro asesino. Las criaturas mágicas hacen maravillosas esculturas de hielo, pero también enemigos mucho menos encantadores.

La mayoría de las personas lucían unas vestimentas aún más indescriptibles que la mía -vestidos y trajes de todos los colores del arco iris, complicadas confecciones de cuerpo entero y admirables máscaras- que no los transformaban en ningún personaje o criatura reconocible. Pero tenían un aspecto estupendo, y eso era, supongo, su objetivo.

Como Lucas, Benicio había optado por el sencillo esmoquin negro. Pero su máscara no tenía absolutamente nada de sencillo: era un complicado rostro de demonio, rojo y pintado a mano, que lo cubría hasta el labio superior, dejando descubiertos solamente la boca y la barbilla. Era espléndida la máscara, e irónicamente inteligente la metáfora del demonio/CEO, aunque no se correspondía con el estilo habitual de Benicio, siempre discreto. Tras una impresión momentánea de sorpresa, Lucas y yo estuvimos de acuerdo en que el disfraz era bueno, pensando en el papel que debía cumplir Benicio esa noche. Entre el simple esmoquin negro y la brillante máscara roja, eran muy pocas las posibilidades de que se nos perdiera en medio de la multitud esa noche. No sería fácil perderlo de vista.

De la familia Cortez, los únicos otros miembros presentes eran William y su esposa. No sabía cómo se llamaba la esposa de William, porque nunca me la habían presentado. Desde el momento en que llegamos, a William le pareció conveniente hallarse siempre en otra parte y tener consigo a su esposa, de modo que sólo sé que era baja, regordeta e hispana.

En cuanto a la esposa de Benicio, Delores, al parecer nuestra invitación anuló la suya. Delores tenía prohibido asistir a toda función en la que Lucas pudiera estar presente. Supongo que el asunto funcionó bien, y que esa mañana se le había informado que no podía asistir al acontecimiento de la temporada. Según Lucas, el matrimonio de Benicio y Delores se había transformado desde hacía mucho tiempo en una formalidad. Cada uno de ellos vivía en su casa y sólo aparecían juntos en acontecimientos públicos. Y si me hubiese sentido apenada por el hecho de que Delores no pudiese asistir a la gala de caridad, sólo habría tenido que recordarme que Benicio había establecido la regla de que no podían compartirse los acontecimientos hacía ocho años, cuando Delores trató de envenenar a Lucas durante su cena de graduación de la escuela secundaria.

Hablando de desearle la muerte a Lucas, el mayor de los hijos de los Cortez, Héctor, se había visto retenido en Nueva York y se suponía que no podría llegar para el acontecimiento de esa noche. Una pena, realmente. Yo sabía que algún día tendría que enfrentarme con Héctor pero, en este caso, no se aplicaba lo de cuanto antes, mejor. Ya tenía bastante de qué preocuparme sin necesidad de que se añadiera eso también.

Una cosa por la que no tuvimos que preocuparnos fue que Benicio se alejara de nuestra vista. Tal como yo esperaba tampoco él permitía que Lucas se alejara de la suya. Durante la primera media hora nos escoltó por toda la habitación, para presentarnos a todos los políticos y hombres de negocios que desempeñaban los papeles más importantes dentro del Estado. Sé que debería haberme sentido impresionada, pero no podía dejar de pensar que estaba en la misma habitación en que se encontraban, muy posiblemente, todas las personas que habían sido responsables de la confusión electoral en Florida y la subsiguiente elección de George W. Bush, y por lo tanto, de un modo u otro, me fue imposible experimentar un adecuado sentimiento de admiración.

Mientras Benicio nos conducía por la habitación, yo observaba de vez en cuando a Lucas, sabiendo cuan odioso debía resultarle. Si se le hubiese dado a elegir entre volver a enfrentarse a un vampiro que enarbolaba una pistola y asistir a un baile de beneficencia con su padre, sospecho que hubiera elegido la casi segura sentencia de muerte. Después de haber sido presentado unas cincuenta veces como el futuro CEO de la Corporación Cortez, debía de estar probablemente insultándome por haberlo traído de vuelta del mundo de los espíritus. No obstante, nunca lo dejó ver. En cambio, lo único que hizo fue desviar con una sonrisa y un hábil cambio de tema las preguntas sobre su futuro. Finalmente, cuando las constantes presentaciones amenazaban ya con hacernos bostezar a ambos, Lucas se disculpó y pidió autorización para llevarme a la pista de baile.

– Pensé que no sabías bailar -murmuré mientras me llevaba a reunirme con las otras parejas.

– No sé. -Un esbozo de sonrisa-. Pero puedo fingirlo durante algunos minutos.

Me llevó a donde pudiésemos ver a Benicio por un lado y por el otro ser vistos fácilmente por cualquiera que observara la pista de baile.

– Parece que también estás aprendiendo los pasos de otro baile-dije.

– ¿Humm?

– Con tu padre. He observado lo que hacías. Él te presenta como su heredero, tú no dices nada. No lo niegas, pero tampoco dices nada que pueda confirmarlo.

– Creo que me he dado cuenta de que cuanto más protesto tanto más presiona él en ese sentido.

– Si bien eso puede no desgastar tu firme resolución, te desgasta a ti.

Lucas me atrajo más hacia él y me rozó la frente con sus labios.

– Sí, ya me he dado cuenta. Contigo aquí, me he estado viendo a través de tus ojos, imaginando cómo debes de percibirlo, y no me he sentido demasiado complacido con la imagen que he visto reflejada.

– Bueno, la imagen que veo es muy buena. Siempre lo ha sido.

Dejó escapar una risa leve.

– Me alegra oírlo. Pero no puedo continuar de esta manera, huyendo siempre, evitarlo, esperando que me deje tranquilo. No lo hará. Soy su hijo. Quiere cierto tipo de relación conmigo, y creo que yo también la quiero. Es preciso que aprenda a manejarme con él en sus términos, porque no va a cambiar. Sí, si me asocio con mi padre, algunas personas lo tomarán como un signo de que me he rendido. Pero no voy a vivir preocupándome por eso. Yo sé que no voy a asumir la dirección de la Camarilla. Y si tú también lo sabes, eso es todo lo que importa. Lo cual me lleva a otro tema que es preciso resolver. Con respecto a ti. O, mejor dicho, con respecto a nosotros.

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