– ¿Y tú? -preguntó él.
– ¿Qué? -dijo Lena, absorta aún en sus pensamientos. Greg tamborileó en el bastón, y ella vio que tenía las uñas mordidas hasta la carne. Greg lanzó una mirada a las otras dos mujeres, con una sonrisa algo más vacilante.
– Te he preguntado cómo te va.
Lena se encogió de hombros y siguió un largo silencio durante el que no pudo más que mirarlo. Por fin, se obligó a fijar la vista en las manos. Había hecho jirones el ángulo del periódico como un ama de casa nerviosa. Nunca se había sentido tan violenta en la vida. En el manicomio había chiflados que sabían comportarse en sociedad mejor que ella.
– Lena -terció Nan con voz tensa-, te presento a Mindy Bryant.
Mindy tendió la mano y Lena se la estrechó. Vio que Greg se fijaba en las cicatrices en el dorso de su mano y, cohibida, la retiró.
– Me he enterado de lo que pasó -dijo él, con un tono de serena tristeza.
– Ya -consiguió decir ella, metiéndose las manos en los bolsillos de atrás-. Oye, tengo que arreglarme para ir a trabajar.
– Ah, vale -dijo Greg.
Intentó ponerse en pie. Mindy y Nan hicieron ademán de ayudarlo; Lena, en cambio, no se movió. Habría querido echarle una mano, incluso llegó a contraer los músculos, pero por alguna razón sus pies permanecieron pegados al suelo.
Apoyado en el bastón, Greg dijo a Lena:
– Sólo quería pasar para deciros que he vuelto.
Se inclinó y besó a Nan en la mejilla. Lena recordó las continuas discusiones que había tenido con Greg a causa de la orientación sexual de Sibyl. Él siempre se ponía del lado de su hermana y debía de parecerle bien que Lena y Nan vivieran juntas. O quizá no. Greg no era retorcido y no guardaba rencor por mucho tiempo; era una de las muchas cualidades suyas que ella no había comprendido.
– Siento lo de Sibyl. Mi madre no me lo contó hasta que volví -dijo Greg.
– No me extraña -contestó Lena.
Lu Mitchell había aborrecido a Lena nada más conocerla. Era una de esas mujeres que consideraba a su hijo un santo varón.
– Bueno, ya me voy -dijo Greg.
– Ya -respondió Lena, y retrocedió para franquearle el paso hasta la puerta.
– Déjate ver alguna vez -dijo Nan, y le dio unas palmadas en el brazo.
Todavía se la notaba nerviosa, y Lena se fijó en que parpadeaba mucho. Había algo distinto en ella, pero Lena no sabía qué era.
– Estás guapísima, Nan -dijo Greg-. Fantástica, de verdad.
Nan se ruborizó, y Lena cayó en la cuenta de que no llevaba gafas. ¿Cuándo había empezado Nan a usar lentillas? Y ya puestos, ¿por qué motivo? Nunca había mostrado gran preocupación por su aspecto físico, y sin embargo ese día incluso había prescindido de sus habituales tonos pastel y llevaba unos vaqueros y una sencilla camiseta negra. Lena nunca le había visto una prenda de un color más oscuro que el verde manzana. Mindy había dicho algo, y Lena se disculpó:
– ¿Perdona?
– Decía que ha sido un placer conocerte. -Tenía voz de pito, y Lena confió en que su sonrisa forzada no delatase su aversión.
– También yo me alegro de conocerte -dijo Greg.
Lena abrió la boca para decir algo y luego cambió de parecer. Greg estaba ya en la puerta, con la mano en el picaporte. Dirigió una última mirada a Lena por encima del hombro.
– Ya nos veremos.
– Ya -contestó Lena, con la sensación de que eso era prácticamente lo único que había dicho en los últimos cinco minutos.
La puerta se cerró con un chasquido y las tres mujeres se quedaron de pie en círculo. Mindy dejó escapar una risa nerviosa, y Nan se sumó con una carcajada un poco demasiado estridente. Se llevó la mano a la boca para sofocarla.
– Tengo que volver al trabajo -dijo Mindy. Se inclinó para besar a Nan en la mejilla, pero Nan se apartó. Se dio cuenta de su reacción y volvió a acercarse, golpeando sin querer a Mindy en la nariz.
Mindy se rió, frotándose en la nariz.
– Te llamaré.
– Esto… vale -contestó Nan, roja como un tomate-. Aquí me encontrarás. Hoy, quiero decir. O mañana en el trabajo. -Miró alrededor, eludiendo a Lena-. O sea, estaré por aquí.
– De acuerdo -respondió Mindy con una sonrisa un poco más tensa. Y dirigiéndose a Lena, añadió-: Encantada de conocerte.
– Sí, lo mismo digo.
Mindy lanzó una mirada furtiva a Nan.
– Hasta luego.
Nan se despidió con la mano y Lena se despidió a su vez:
– Adiós.
La puerta se cerró y Lena sintió que la habitación se había quedado sin aire. Nan seguía sonrojada y apretaba tanto los labios que empezaban a perder el color. Lena decidió romper el hielo y comentó:
– Parece simpática.
– Sí -coincidió Nan-. O sea, no. No es que no sea simpática. Es sólo que… Ay, Dios. -Se llevó los dedos a los labios para obligarse a callar.
Lena buscó algún comentario positivo que hacer.
– Es mona.
– ¿Tú crees? -Nan se ruborizó otra vez-. Quiero decir, no es que importe. Sólo que…
– No pasa nada, Nan.
– Es demasiado pronto.
Lena no supo qué más decir. No se le daba bien consolar a la gente. No se le daba bien lidiar con las emociones, circunstancia que Greg había mencionado varias veces antes de hartarse y marcharse.
– Greg acaba de presentarse aquí sin más -explicó Nan, y cuando Lena se volvió hacia la puerta de la calle, aclaró-: Ahora no, hace un rato. Estábamos las dos aquí, Mindy y yo. Mientras charlábamos, él ha llamado y… -Se interrumpió y respiró hondo-. Greg tiene buen aspecto.
– Sí.
– Dice que se pasa el día paseando por el barrio -dijo Nan-. Por la pierna. Está haciendo fisioterapia. No quería ser grosero. Ya sabes, por si lo veíamos por la calle y nos preguntábamos qué hacía por aquí.
Lena movió la cabeza en un gesto de asentimiento.
– No sabía que estabas aquí. Que vivías aquí.
– Ah.
Volvió a producirse un silencio.
– En fin… -dijo Nan.
– Pensaba que estarías en el trabajo -la interrumpió Lena.
– Me he tomado la mañana libre.
Lena apoyó la mano en la puerta. Saltaba a la vista que Nan había querido mantener su cita en secreto. Quizá se avergonzaba, o quizá temía la reacción de Lena.
– ¿Has tomado café con ella? -preguntó Lena.
– Es demasiado pronto después de Sibyl -explicó Nan-. No me he dado cuenta hasta que tú has llegado…
– ¿De qué?
– Se parece a ti. A Sibyl. -Se corrigió-: No es idéntica a Sibyl, no es tan guapa. No es tan… -Nan se frotó los ojos con los dedos y susurró-: Mierda.
Una vez más, Lena se quedó sin palabras.
– Malditas lentillas -protestó Nan.
Bajó la mano, pero Lena vio que se le habían empañado los ojos.
– Tranquila, Nan -dijo Lena, con una extraña sensación de responsabilidad-. Ya han pasado tres años -señaló, aunque daba la impresión de que habían sido apenas tres días-. Mereces vivir. Ella habría querido que tú…
Nan la interrumpió con un gesto de asentimiento, sorbiéndose la nariz ruidosamente. Agitó las manos ante la cara.
– Mejor será que vaya a quitarme esta mierda. Es como si tuviera agujas en los ojos.
Casi corriendo, se fue al baño y cerró de un portazo. Lena contempló la posibilidad de acercarse a la puerta y preguntarle si se encontraba bien, pero se le antojó una intrusión. La idea de que Nan pudiera salir algún día con alguien ni se le había pasado por la cabeza. Al cabo de un tiempo de vivir con ella empezó a considerarla asexual, una persona que sólo existía en el contexto de su vida doméstica. Por primera vez comprendió que Nan debía de haber padecido una soledad espantosa durante todo aquel tiempo.
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