Tom Clancy - Los dientes del tigre

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"Si le vas a patear el trasero al tigre, más vale que tengas un plan para enfrentarte a sus dientes."
Tom Clancy. Durante la era del terrorismo global, donde cualquiera puede acceder tanto a un fusil Kalashnikov como a algunas fatales nociones de química, o simplemente está dispuesto a morir por una "causa justa", las antiguas reglas ya no corren.
Por más organizaciones gubernamentales creadas ad hoc, las únicas efectivas son las rápidas y ágiles, libres de supervisión y restricciones y fuera del sistema.
En un anónimo edificio suburbano, una empresa invierte con éxito en acciones, bonos y divisas pero, tras la fachada financiera, de lo que se ocupa en realidad es de identificar y localizar amenazas terroristas para eliminarlas del modo que sea.
Instalado con la venia del presidente norteamericano, "el Campus" recluta a tres nuevos talentos: el agente del FBI Dominic Caruso, su hermano Brian, combatiente en Afganistán, y Jack Ryan Jr., que ha crecido rodeado de intrigas mientras su padre llegaba a la Casa Blanca.
La frenética trama de Los dientes del tigre obligará a Jack a deshacerse de sus conocimientos sobre espionaje y operaciones de inteligencia para enfrentarse a un mundo que se ha vuelto mucho más peligroso, poblado por fanáticos islámicos y narcotraficantes colombianos.
El genio de Tom Clancy para las historias amplias y absorbentes lo ha convertido en uno de los narradores más destacados de la actualidad. Su nueva novela supera las marcas anteriores.

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"Y la misión ¿cuál es?"

"Identificar, localizar y solucionar amenazas terroristas", respondió el espía.

"¿Solucionar?", preguntó Caruso. "Neutralizar; a la mierda, bueno, cuando sea necesario y conveniente, matar a los hijos de puta. Reunir información acerca de la naturaleza y la gravedad de la amenaza y tomar las acciones adecuadas según cuál sea la amenaza específica. La tarea consiste ante todo en recolección de inteligencia. La Agencia está demasiado restringida en sus acciones. Este subgrupo en particular, no".

"¿De veras?" Ésa sí que era una sorpresa.

Hardesty asintió con la cabeza. "De veras. No trabajará con la CIA. Puede disponer de los recursos de la Agencia, pero nada más".

"¿Y para quién trabajo, entonces?"

"Debemos avanzar un poco antes de discutir eso". Hardesty tomó algo que debía de ser el legajo personal del infante de marina. "Usted figura entre el tres por ciento de los oficiales de infantería de marina con más elevado puntaje en el área de inteligencia. Cuatro punto cero en casi todo. Sus habilidades idiomáticas son particularmente impresionantes".

"Mi padre es ciudadano estadounidense -me refiero a que nació aquí- pero mi abuelo vino de Italia, tenía -aún tiene- un restaurante en Seattle. De modo que mi padre creció hablando italiano más que nada y nos transmitió buena parte de eso a mi hermano y a mí. Estudié castellano en la secundaria y en la universidad. No puedo pasar por alguien que lo habla como lengua madre, pero lo entiendo bien".

"¿Recibido en ingeniería?"

"Eso me vino de mi padre. Ahí lo dice. Trabaja para Boeing -en aerodinámica, sobre todo diseña alas y superficies de control. Ya sabe sobre mi madre -ahí lo dice todo. Es, más que nada, una madre, ahora que Dominic y yo somos grandes, se dedica a colaborar con las escuelas católicas locales".

"Y él está con el FBI".

Brian asintió. "Así es, se recibió de abogado y se enroló en el Buró".

"Acaba de salir en los periódicos", le dijo Hardesty, alcanzándole una hoja de fax que reproducía un diario de Birmingham. Brian la miró.

"Felicitaciones, Dom", susurró el capitán Caruso cuando llegó al cuarto párrafo, lo que agradó aún más a su interlocutor.

El vuelo de Birmingham hasta el aeropuerto nacional Reagan en Washington tomó apenas dos horas. Dominic Caruso caminó hasta la estación de metro y abordó un tren que lo llevó hasta el edificio Hoover en la calle Diez y Pennsylvania. Su insignia lo eximió de pasar por el detector de metales. Se suponía que los agentes del FBI debían ir armados y su automática se había ganado una muesca en la culata -por supuesto que no literalmente, pero los agentes del FBI solían bromear al respecto.

El despacho del director asistente Augustus Emst Wemer estaba en el último piso y daba a la avenida Pennsylvania. La secretaria lo hizo pasar de inmediato.

Caruso nunca había visto a Gus Wemer. Era alto, esbelto, con amplia experiencia como agente en la calle, ex infante de marina y tenía aspecto y aire decididamente monacales. Había encabezado el equipo de rescate de rehenes (Hostage Rescue Team, HRT) y dos divisiones de campo, y estaba a punto de retirarse cuando su íntimo amigo, el director Daniel E. Murray lo persuadió de aceptar su actual cargo. La División Antiterrorista era hijastra de las mucho más importantes divisiones de Crimen y de Contrainteligencia Exterior, pero ganaba importancia día a día.

"Siéntese", dijo Wemer indicando una silla con un gesto, mientras terminaba una conversación telefónica. Luego, colgó el auricular y pulsó el botón de "NO MOLESTAR"

"Ben Harding me envió este fax", dijo Wemer con el informe del tiroteo del día anterior. "¿Qué ocurrió?"

"Está todo ahí, señor": Se había pasado tres horas exprimiéndose los sesos y redactando todo en la más precisa jerga burocrática del FBI. Era curioso que un acto realizado en sesenta segundos requiriese de tanto tiempo para ser explicado.

"¿Y qué no pusiste, Dominic?", la pregunta fue acompañada de la mirada más penetrante a la que el joven agente nunca se hubiese enfrentado.

"Nada, señor", respondió Caruso.

"Dominic, en el Buró, hay personas que tienen muy buena puntería con la pistola. Yo soy uno de ellos", dijo Gus Werner. "Tres tiros, todos en el corazón a cuatro metros y medio de distancia, es muy buena puntería. Para alguien que acaba de tropezar con una mesa es simplemente milagroso. A Ben Harding no le llamó la atención, pero al director Mufray ya mí, sí -Dan también es un buen tirador. Leyó este fax anoche y me pidió mi opinión. A Dan nunca le tocó eliminar a un sujeto. A mí sí, tres veces, dos de ellas con el HRT -en emprendimientos conjuntos, por así decido- y otra en Des Moines, Iowa. Esa vez, también se trató de un secuestro. Vi qué Es había hecho a las víctimas -niñitos- y, sabes, no quería que ningún psiquiatra le fuese a decir al jurado que la víctima había tenido una niñez difícil y que realmente no había sido su culpa y todos esos cuentos chinos que se oyen en un lindo y limpio tribunal, en el que lo único que ven los jurados son fotos y tal vez ni siquiera eso, si el consejo de defensa logra persuadir al juez de que vedas produciría parcialidad. Así que, ¿sabes que ocurrió? La ley fui yo. No apliqué la ley, ni escribí la ley ni expliqué la ley. Ese día, hace veintidós años fui la ley. Fui la espada vengadora de Dios. y ¿sabes una cosa? Me gustó.

"¿Cómo supo…?"

"¿Cómo supe con seguridad que era quien buscábamos? Coleccionaba recuerdos. Cabezas. Tenía ocho en la casa rodante donde vivía. No, no tuve dudas, Había un cuchillo por ahí, y le dije que lo tomara y lo hizo y le metí cuatro tiros en el pecho desde una distancia de tres metros y nunca me detuve a lamentado". Werner hizo una pausa. "No mucha gente sabe esa historia. Ni siquiera mi esposa. De modo que no me cuentes que tropezaste con una mesa, sacaste tu Smith y, parado en un pie, le tatuaste tres tiros en el ventrículo al sujeto. ¿De acuerdo?"

"Sí, señor", respondió ambiguamente Caruso. "Señor Werner".

"Mi nombre es Gus", corrigió el director asistente.

"Señor", persistió Caruso. El personal jerárquico que usaba nombre de pila lo ponía nervioso. "Señor, si yo dijese algo semejante a eso, prácticamente me estaría acusando de homicidio en un documento oficial del gobierno. El tomó ese cuchillo, se estaba poniendo en pie para enfrentarme, estaba a unos tres metros o tres metros y medio de mí, y en Quantico se nos enseñó a considerar que eso es una amenaza inmediata y letal. Así es que, sí, disparé y lo hice en forma correcta desde el punto de vista de la política del FBI respecto del empleo de fuerza letal".

Werner asintió. "Eres graduado en leyes, no?" "Sí, señor, puedo ejercer como abogado en Viriginia y. Washington DC. Aún no he dado el examen para ejercer en Alabama".

"Bueno, deja de ser abogado por un minuto", aconsejó Werner. "Ésta fue una muerte justa. Aún tengo el revólver con el que bajé a ese desgraciado. Smith & Wesson modelo 66, cuatro pulgadas. Hasta lo traigo a! trabajo, a veces. Dominic, a ti te tocó hacer lo que a todo agente le gustaría hacer una vez en su carrera. Te tocó hacer justicia por mano propia. Que eso no te haga sentir mal".

"No me siento mal, señor", le aseguró Dominic. "Esa niñita, Penélope… No pude salvarla, pero al menos ese desgraciado no podrá volver a hacerlo". Miró a Werner a los ojos. "Usted sabe qué se siente".

"Sí". Miró atentamente a Caruso. "¿y estás seguro de que no lamentas nada?"

"Dormí una hora en el avión, señor". No sonrió al decirlo.

Werner sí. Asintió. "Bueno, la oficina del director emitirá una aprobación oficial. La ORP no intervendrá".

La ORP era la oficina de "asuntos internos" del FBI, y aunque los agentes la respetaban, no sentían aprecio por ella. Un dicho afirmaba que "si le gusta torturar animalitos o se orina en la cama, es un asesino serial o trabaja para la Oficina de Responsabilidad Profesional".

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