Tom Clancy - Los dientes del tigre

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"Si le vas a patear el trasero al tigre, más vale que tengas un plan para enfrentarte a sus dientes."
Tom Clancy. Durante la era del terrorismo global, donde cualquiera puede acceder tanto a un fusil Kalashnikov como a algunas fatales nociones de química, o simplemente está dispuesto a morir por una "causa justa", las antiguas reglas ya no corren.
Por más organizaciones gubernamentales creadas ad hoc, las únicas efectivas son las rápidas y ágiles, libres de supervisión y restricciones y fuera del sistema.
En un anónimo edificio suburbano, una empresa invierte con éxito en acciones, bonos y divisas pero, tras la fachada financiera, de lo que se ocupa en realidad es de identificar y localizar amenazas terroristas para eliminarlas del modo que sea.
Instalado con la venia del presidente norteamericano, "el Campus" recluta a tres nuevos talentos: el agente del FBI Dominic Caruso, su hermano Brian, combatiente en Afganistán, y Jack Ryan Jr., que ha crecido rodeado de intrigas mientras su padre llegaba a la Casa Blanca.
La frenética trama de Los dientes del tigre obligará a Jack a deshacerse de sus conocimientos sobre espionaje y operaciones de inteligencia para enfrentarse a un mundo que se ha vuelto mucho más peligroso, poblado por fanáticos islámicos y narcotraficantes colombianos.
El genio de Tom Clancy para las historias amplias y absorbentes lo ha convertido en uno de los narradores más destacados de la actualidad. Su nueva novela supera las marcas anteriores.

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"El objetivo se mueve, Aldo".

A setenta metros de allí, la cabeza de Brian se asomó y se volvió directamente hacia su hermano. "Háblame, Enzo".

Dominic alzó su taza, como si fuese a tomar un sorbo. "Giró a la izquierda, va en tu dirección. Me puedes relevar en aproximadamente un minuto".

"Diez-cuatro, Enzo".

Habían estacionado sus automóviles a uno y otro lado del centro de compras. Eso resultó favorable, pues el objetivo giró a la derecha y salió por la puerta que daba al estacionamiento.

"Aldo, acércate hasta donde veas su patente", ordenó Dominic.

"Léeme el número de su patente y describe el auto. Voy al mío".

"De acuerdo, entendido, hermano".

Dominic no corrió hasta su auto, sólo caminó lo más rápido que pudo sin llamar la atención. Entró, lo puso en marcha y abrió las ventanillas.

"Enzo a Aldo, cambio".

"Bien, conduce una camioneta Volvo color verde oscuro, patente de Virginia, Whisky Kilo Romeo Seis Oso Nueve. Sola en el auto, lo pone en marcha, se dirige al norte. Voy a mi auto".

"Entendido. Enzo la sigue". Llegó a las tiendas Sears que componían el extremo este del centro de compras tan rápido como se lo permitió el tránsito y buscó su celular en el bolsillo de su chaqueta. y llamó a información para que le suministraran el número de teléfono de la delegación Charlottesville del FBI, que la compañía discó por él mediante el pago de cincuenta centavos adicionales.

"Operaciones, éste es el agente especial Dominic Caruso. Mi número de crede es seis cinco ocho dos uno. Necesito ya los datos correspondientes a la patente Whisky Kilo Romeo Seis Oso Nueve".

Quien estaba al otro lado de la línea ingresó el número de su credencial en una computadora y verificó la identidad de Dominic.

– Qué hace tan lejos de Birmingham, señor Caruso?"

"No tengo tiempo para eso. Por favor, los datos".

"Entendido, de acuerdo, un Volvo, verde, del año pasado, registrado a nombre de Edward y Michelle Peters, domicilio seis Riding Hood Court, Charlottesville. Eso queda justo antes de los límites de la ciudad al oeste. ¿Necesita apoyo?"

"Negativo. Gracias, puedo manejarlo desde aquí. Caruso fuera". Apagó su celular y le envió la dirección por radio a su hermano. Ambos ingresaron la dirección al mismo tiempo en sus computadoras de ruta.

"Esto es trampa", observó Brian con una sonrisa.

"Los buenos no hacen trampa, Aldo. Sólo cumplen con su misión. Okey. Estoy viendo al objetivo. Va hacia el oeste por Shady Branch Road. ¿Dónde estás?"

"A unos quinientos detrás de ti… ¡Mierda! Semáforo rojo".

– Bien, espera a que cambie. Al parecer, va a su casa y sabemos dónde es". Dominic se acercó hasta quedar a cien metros de su objetivo, del que sólo lo separaba una camioneta. Había hecho esa tarea pocas veces antes, y se sorprendió al ver lo tenso que estaba.

"PREPÁRESE PARA DOBLAR A LA IZQUIERDA DENTRO DE CIENTO CINCUENTA METROS", le dijo la computadora.

"Gracias, querida", gruñó Dominic.

Y entonces el Volvo giró en la esquina sugerida por la computadora. Así, a fin de cuentas, no iba tan mal. Dominic respiró hondo y se tranquilizó un poco.

"Bien, Brian, parece que va a su casa. Sólo sígueme", dijo por radio.

"Entendido, te sigo. ¿Alguna idea de quién es esta fulana?"

"Michelle Peters, según el registro de automotores:' El Volvo giró a la izquierda, luego a la derecha, a un callejón sin salida, donde se metió en la entrada que llevaba a un garaje para dos autos adosado a un casa mediana de dos plantas con marcos de puertas y ventanas de aluminio blanco. Estacionó su auto a unos cien metros de allí y sorbió su café. Brian llegó unos treinta segundos después y se detuvo media cuadra más allá.

"Ves el auto?", preguntó Dominic.

"Afirmativo, Enzo". El infante de marina calló un instante. "ay ahora qué hacemos?"

"Entran a tomar un café conmigo", sugirió una voz femenina. "Soy la fulana del Volvo", aclaró la voz.

"Oh, mierda", musitó Dominic fuera del alcance del micrófono. Salió de su Mercedes y le indicó a su hermano que lo imitara.

Los hermanos Caruso, juntos, se dirigieron al 6 de Riding Hood Court. La puerta se abrió para recibirlos.

"Estaba todo arreglado", dijo quedamente Dominic. "Me lo tendría que haber imaginado desde el principio".

"Sí. Quedamos como idiotas", dijo Brian.

"En realidad no", dijo la señora Peters desde la puerta. "Pero obtener mi dirección del registro de automotores sí que fue hacer trampa".

"Nadie nos dijo que hubiera reglas, señora", le dijo Dominic.

"No las hay, al menos no siempre, y no en esta actividad".

"De modo que estuvo oyendo la radio todo el tiempo?", preguntó Brian.

Asintió mientras los hacía pasar a la cocina. "Así es. Las radios están encriptadas. Nadie más sabía de qué hablaban. ¿Cómo les gusta el café, muchachos?"

"¿Así que nos vio desde el principio?", preguntó Dominic.

"En realidad, no. No usé las radios para hacer trampa -bueno, no mucho". Tenía una sonrisa cautivante que ayudaba a aminorar los golpes que propinaba a los egos de sus visitantes. "Eres Enzo, no?"

"Sí, señora".

"Estabas un poco demasiado cerca, pero sólo un objetivo muy atento lo hubiera notado, dado el poco tiempo que transcurrió. La marca del auto te ayudó. Hay muchos de estos pequeños Benz por aquí. Pero el mejor vehículo hubiese sido una camioneta pick-up, bien sucia. Muchos de los palurdos nunca la lavan y muchos de los académicos de la universidad han adoptado la misma costumbre, como para no desentonar. Para la Interestatal 64, bueno, sería mejor un avión y un inodoro portátil. La vigilancia discreta puede llegar a ser la más dura tarea de este negocio. Ahora lo saben".

Se abrió la puerta y entró Pete Alexander. "Cómo estuvieron?", le preguntó a Michel.

"Yo les daría una B".

Súbitamente, a Brian le pareció una puntuación generosa.

"Y olvida lo que te dije. Telefonear al FBI para que te dieran mis datos del registro de automotores fue bien astuto".

"¿No fue hacer trampa?", preguntó Brian.

Alexander le respondió. "La única regla es cumplir con la misión sin correr riesgos. En el Campus, no damos puntos por hacer las cosas con estilo".

"Sólo contamos las bajas", confirmó la señora Peters, para evidente incomodidad de Alexander.

Eso bastó para que el estómago de Brian se contrajera un poco. "Eh, amigos, ya se que ya lo pregunté pero ¿exactamente para qué estamos entrenando?" Dominic también se acercó para oír mejor la respuesta.

"Paciencia, amigos", advirtió Pete.

"De acuerdo". Dominic asintió para demostrar obediencia. "Por esta vez". Pero no por mucho más es lo que no necesitó agregar:

"¿No van a sacar provecho de esta situación?", preguntó Jack a la hora de cerrar.

"Podríamos, pero realmente no vale la pena. En el mejor de los casos sacaríamos un par de cientos de miles, probablemente no tanto. Pero estuvo bien cómo lo detectaste", concedió Granger.

"¿Cuántos mensajes de esta índole pasan por aquí a la semana?"

"Uno o dos, cuatro si es una semana de mucha actividad".

"¿Y cuántas veces actúan a partir de esa información?"

"Una de cada cinco. Lo hacemos con cuidado, pero así y todo, siempre está el riesgo de que nos descubran. Si los europeos se dieran cuenta de que adivinamos muy seguido, se pondrían a mirar qué hacemos nosotros -probablemente investigaran a su propia gente en busca de una filtración humana. Así es como piensan allí. Les dan mucha importancia a las teorías conspirativas, porque ésa es la forma en que ellos actúan. Pero la forma en que juegan habitualmente desmiente esas teorías".

"Qué más estudian aquí?"

"A partir de la próxima semana, tendrás acceso a las cuentas seguras -la gente las llama cuentas numeradas porque supuestamente se identifican mediante códigos numéricos. Ahora, debido a la tecnología digital, se trata más bien de códigos alfabéticos. Probablemente obtuvieron la idea de la comunidad de inteligencia. A menudo contratan agentes de inteligencia para que se ocupen de la seguridad -pero no a los buenos. Los buenos ni se acercan al negocio de administración de fondos, más que nada por esnobismo. No es suficientemente importante para un agente de alta graduación", explicó Granger.

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