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Jeffrey Archer: En pocas palabras

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Jeffrey Archer En pocas palabras

En pocas palabras: краткое содержание, описание и аннотация

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Quince muestras del talento multiforme y sutil de Jeffrey Archer, quince relatos, irónicos unos, románticos otros, pero siempre llenos de ingenio y elegancia. Desde el cuento árabe, de estremecedora brevedad, “La muerte habla”, hasta la divertida jerarquía de personajes insatisfechos de “La hierba siempre es más verde”, pasando por historias de amor y entrega o por explorar las zonas oscuras de la legalidad y cómo de puede abusar de ellas, En pocas palabras lleva al lector a un universo siempre amable, pero en el que no dejan de aflorar los conflictos humanos que, a pesar de todo, constituyen la sal de la tierra.

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El bastardo le estaba cargando el muerto de nuevo, pensó Geoffrey. «Y le da igual quién caiga, mientras él sobreviva. Quiere presentar a la junta un fait accompli, basándose en mis recomendaciones. Ni hablar.»

– ¿Tienes alguna prioridad en este momento?

– No, nada que no pueda esperar -contestó Geoffrey.

Ni se le ocurrió hablar de su problema con Pamela, o de que su mujer se pondría histérica si no iba a la función de la escuela de aquella noche, en la que su hijo menor interpretaba el papel de ángel. Como si hubiera encarnado a Jesucristo, la verdad. Geoffrey tendría que pasar la noche en vela para preparar su informe a la junta.

– Bien. Propongo que volvamos a encontrarnos mañana por la mañana a las diez, para que me informes sobre cómo podríamos presentar el informe.

Alexander bajó la cabeza y devolvió su atención a los papeles que tenía sobre la mesa: la señal de que la reunión había terminado.

Phillip Alexander levantó la vista una vez más cuando la puerta se cerró. «Un hombre afortunado -pensó-, no tiene verdaderos problemas.»

El estaba hundido hasta las cejas en ellos. Lo más importante en aquel momento era continuar distanciándose de la desastrosa decisión del presidente de invertir tanto en Rusia. Había apoyado la maniobra en la reunión de la junta del año anterior, y el presidente se había asegurado de su apoyo. Pero en cuanto averiguó lo que estaba sucediendo en el Bank of America y en el Barclays, paralizó de inmediato la segunda intervención del banco, como no dejaba de recordar a la junta.

Desde aquel día, Phillip había inundado el edificio de informes, advirtiendo a todos los departamentos para cubrirse las espaldas, al tiempo que los apremiaba a recuperar todo el dinero que pudieran. Todos los días enviaba informes, con el resultado de que casi todo el mundo, incluidos varios miembros de la junta, estaba convencido de que se había mostrado escéptico sobre el resultado desde el primer momento.

La impresión que había conseguido transmitir a uno o dos miembros de la junta, poco afines a sir William, era que no se había atrevido a contrariar los deseos de sir William porque hacía muy pocas semanas que ocupaba el cargo de director general, y que por ese motivo no se había opuesto a la recomendación de sir William de prestar quinientos millones de libras al banco Nordsky de San Petersburgo. La situación aún podía favorecerle, pues si el presidente se veía obligado a dimitir, la junta tal vez llegaría a la conclusión de que lo mejor era nombrar como sustituto a alguien de dentro, dadas las circunstancias. Al fin y al cabo, cuando habían nombrado a Phillip director general, el vicepresidente, Maurice Kington, había dejado claras sus dudas sobre la posibilidad de que sir William terminara su mandato, y eso fue antes del desastre de Rusia. Un mes después, Kington había dimitido. Todo el mundo sabía en la City que solo dimitía cuando oteaba problemas en el horizonte, pues no tenía intención de abandonar sus treinta cargos directivos.

Cuando el Financial Times publicó un artículo desfavorable sobre sir William, tuvo la precaución de empezar con las palabras: «Nadie negará que los resultados de sir William Selwyn como presidente del Critchley's Bank han sido positivos, incluso impresionantes en algunos momentos. No obstante, en los últimos tiempos se han producido algunos errores desafortunados, que al parecer se han originado en el despacho del presidente». Alexander había informado con pelos y señales al periodista sobre aquellos «errores desafortunados».

Algunos miembros de la junta ya empezaban a susurrar «Mejor temprano que tarde», pero Alexander aún tenía que solucionar uno o dos problemas personales.

Otra llamada la semana anterior, y exigencias de un nuevo pago. Daba la impresión de que el muy maldito sabía cuánto podía pedir cada vez. Bien sabía Dios que la opinión pública ya no era tan hostil con los homosexuales, pero con un chapero era diferente. La prensa conseguía dar la impresión de que era mucho peor que un heterosexual pagara a una prostituta. ¿Cómo demonios iba a saber que el chico era menor de edad en aquel momento? En cualquier caso, la ley había cambiado desde entonces, si bien la prensa amarilla no se había dejado influir por dicha circunstancia.

Además, perduraba el problema de quién sería vicepresidente ahora que Maurice Kington había dimitido. Era crucial para él conseguir que se nombrara a la persona adecuada, porque esa persona presidiría la junta cuando esta nombrara al nuevo presidente. Phillip ya había alcanzado un pacto con Michael Butterfield, quien apoyaría su causa, y ya había empezado a dejar caer insinuacio nes en los oídos de otros miembros de la junta acerca de los méritos de Butterfield para el puesto: «Necesitamos a alguien de los que votó contra el préstamo a Rusia… Alguien que no fuera nombrado por sir William… Alguien de opinión independiente… Alguien que…».

Sabía que el mensaje estaba circulando, porque uno o dos directores ya se habían pasado por su despacho para sugerir que Butterfield era el candidato idóneo para el cargo. Phillip se había mostrado de acuerdo con su sabia opinión.

Y ahora, estaba llegando al final del camino, porque en la reunión de la junta de mañana se tomaría una decisión. Si Butterfield era nombrado vicepresidente, todas las demás piezas encajarían en su sitio.

Sonó el teléfono de su mesa. Lo descolgó y gritó:

– He dicho que nada de llamadas, Alison.

– Es Julián Blurr otra vez, señor Alexander.

– Pásemelo -dijo Phillip en voz baja.

– Buenos días, Phil. Se me ha ocurrido llamarte para desearte lo mejor en la reunión de la junta de mañana.

– ¿Cómo demonios sabes eso?

– Oh, Phil, has de ser consciente de que no todo el mundo en el banco es heterosexual. -La voz hizo una pausa-. Y uno de ellos en particular ya no te ama.

– ¿Qué quieres, Julián?

– Que seas presidente, por supuesto.

– ¿Qué quieres? -repitió Alexander, y su voz se alzó un poco más con cada palabra.

– Un pequeño descanso al sol mientras tú subes de piso. Niza, Montecarlo, tal vez una semana o dos en St. Tropez.

– ¿Cuánto imaginas que costará eso? -preguntó Alexander.

– Oh, he pensado que diez mil cubrirían con holgura todos mis gastos.

– Con demasiada holgura -masculló Alexander.

– No lo creo -dijo Julián-. Intenta recordar que sé con exactitud lo que ganas, y eso sin contar el aumento de sueldo que supondrá el nombramiento de presidente. Desengáñate, Phil, es mucho menos de lo que el News of the World me ofrecería por una exclusiva. Ya veo los titulares: «La noche de un chapero con el presidente de un banco familiar».

– Eso es canallesco -dijo Alexander.

– No. Como yo era menor de edad en aquel tiempo, me parece que el canalla serás tú.

– Eso sería ir demasiado lejos -advirtió Alexander.

– No, porque tus ambiciones aún van más lejos -rió Julián.

– Necesitaré unos días.

– No puedo esperar tanto. Quiero coger el primer vuelo a Niza de mañana. Procura que el dinero esté transferido a mi cuenta antes de que entres en la reunión de la junta a las once. No olvides que fuiste tú quien me dio lecciones sobre transferencias electrónicas.

La comunicación se cortó, pero el teléfono sonó de nuevo.

– ¿Quién es esta vez? -preguntó Alexander.

– El presidente por la línea dos.

– Pásamelo.

– Phillip, necesito las últimas cifras sobre los préstamos a Rusia, además de tu análisis del informe McKinsey.

– Dentro de una hora tendrá los últimos datos acerca de Rusia sobre su mesa. En cuanto al informe, estoy plenamente de acuerdo con sus recomendaciones, pero he pedido a Geoffrey Tudor-Jones que me dé su opinión por escrito sobre cómo podríamos llevarlas a la práctica. Presentaré el informe en la reunión de la junta de mañana. Espero que sea satisfactorio, presidente.

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