Se retiró a la cama alrededor de las once, y se durmió pensando en Bonnard, Vuillard, Dufy, Camoin y Luce, y en lo que valdrían esas veintiuna obras de arte.
Aún estaba dormido como un tronco, a las diez de la mañana siguiente, cuando alguien llamó a la puerta.
– ¿Quién es? -gruñó irritado, debajo de la manta.
– George, el portero del vestíbulo, señor. Hay una camioneta afuera. El conductor dice que no podrá entregar los artículos hasta que haya firmado el recibo.
– ¡No deje que se vaya! -gritó Robin.
Saltó de la cama por primera vez en años, se puso la camisa, pantalones y zapatos del día anterior, bajó corriendo la escalera y salió al patio.
Un hombre con mono azul, tablilla en mano, estaba apoyado contra una camioneta.
Robin avanzó hacia él.
– ¿Es usted el caballero que espera una entrega de veintiuna pinturas? -preguntó el conductor de la camioneta.
– Soy yo -dijo Robin-. ¿Dónde he de firmar?
– Aquí -indicó el chófer, mientras colocaba el pulgar bajo la palabra «firma».
Robin garrapateó su nombre a toda prisa, y luego siguió al conductor hasta la parte trasera de la camioneta. El hombre abrió las puertas. Robin se quedó sin habla.
Contempló el retrato de su madre, amontonado sobre otros veinte cuadros de Robin Summers, realizados entre 1951 y 1999.
ALGO CAMBIÓ EN SU CORAZÓN
Texto. Hay un hombre de Ciudad del Cabo que se desplaza todos los días a la población negra de Crossroads. Pasa las mañanas dando clases de inglés en una de las escuelas locales, las tardes como entrenador de rugby o criquet según la estación, y las noches vagando por las calles, intentando convencer a los jóvenes de que no formen bandas ni cometan delitos, y de que no deberían probar las drogas. Se le conoce como el Converso de Crossroads.
Nadie nace con prejuicios en sus corazones, aunque a algunas personas se los inculcan a una edad temprana. Esto fue particularmente cierto en Stoffel van den Berg. Stoffel nació en Ciudad del Cabo, y nunca en su vida viajó al extranjero. Sus antepasados habían emigrado de Holanda en el siglo XVIII y Stoffel creció acostumbrado a tener criados negros que debían obedecer hasta el menor de sus caprichos.
Si los muchachos (ningún criado parecía tener nombre, fuera cual fuera su edad) no obedecían las órdenes de Stoffel, recibían una paliza o no se les daba de comer. Si realizaban bien un trabajo, no les daban las gracias, y nunca recibían alabanzas. ¿Para qué molestarse en dar las gracias a alguien que ha sido puesto en la tierra para servirte?
Cuando Stoffel asistió a su primera escuela primaria en El Cabo, este prejuicio irreflexivo se consolidó, con clases llenas de niños blancos cuyos profesores eran blancos. Los pocos negros con los que se cruzaba en la escuela eran las encargadas de limpiar los lavabos, que no podían utilizar.
Durante sus años de escuela, Stoffel se destacó en clase, sobre todo en matemáticas, pero era un superdotado en el campo de juego.
En su último año de escuela, aquel bóer rubio de metro ochenta y cinco jugaba en el primer equipo de rugby en invierno y en el primer equipo de criquet en verano. Ya se hablaba de que jugaría al rugby o al criquet con los Springboks antes de que solicitara una plaza en la universidad. Varios delegados de universidades le visitaron en su último año de colegio para ofrecerle becas, y por consejo de su director, apoyado por su padre, eligió la de Stellenbosch.
Los incesantes progresos de Stoffel continuaron desde el momento que pisó el recinto universitario. En el primer año fue elegido para batear en primer lugar por la universidad cuando uno de los bateadores oficiales se lesionó. No se perdió un partido durante el resto de la temporada. Dos años después, capitaneaba un equipo titular invicto, y logró cien puntos para la Provincia Occidental sobre Natal.
Al dejar la universidad, Stoffel fue contratado por el Barclays Bank para su departamento de relaciones públicas, aunque le dejaron claro en la entrevista que la principal prioridad era conseguir que el Barclays ganara la copa de criquet Interbancos.
Llevaba en el banco unas pocas semanas cuando los seleccionadores de Springbok le escribieron para informarle de que era candidato al equipo de criquet de Sudáfrica que se estaba preparando para la inminente gira por Inglaterra. El banco recibió la noticia con satisfacción, y le dijo que podía tomar todo el tiempo libre que necesitara para prepararse. Soñaba con lograr cien puntos en Newlands, y tal vez incluso, algún día, en Lord's. [5]
Siguió con interés las series de las Cenizas [6]que se estaban desarrollando en Inglaterra. Solo había leído acerca de jugadores como Underwood y Snow, pero sus reputaciones no le preocupaban.
Los periódicos de Sudáfrica también estaban siguiendo las series de las Cenizas con sumo interés, porque querían mantener informados a sus lectores de los puntos fuertes y débiles del enemigo al que se enfrentaría su equipo al cabo de pocas semanas. Después, de la noche a la mañana, estos artículos fueron trasladados de las últimas páginas a las portadas, cuando Inglaterra seleccionó a un todoterreno que jugaba para Worcester llamado Basil D'Oliveira. El señor D'Oliveira, como la prensa le llamaba, ocupó las portadas porque era lo que los sudafricanos calificaban de «Mestizo de El Cabo». Como no le habían dejado jugar al criquet en su nativa Sudáfrica, había emigrado a Inglaterra.
La prensa de ambos países empezó a especular sobre la actitud del gobierno de Sudáfrica, en el caso de que D'Oliveira fuera seleccionado por la MCC como miembro del equipo que visitaría Sudáfrica.
– Si los ingleses fueran tan estúpidos para seleccionarle -dijo Stoffel a sus amigos del banco-, la gira sería cancelada.
Al fin y al cabo, no esperarían que fuera a jugar contra un hombre de color.
La esperanza de los sudafricanos era que D'Oliveira fracasara en la prueba final en el Oval, y fuera descartado para la gira. Así, el problema se solucionaría sin más.
D'Oliveira participó en las primeras entradas, se anotó solo once carreras, sin llegar a la meta australiana, pero en las segundas entradas tuvo un papel destacado a la hora de ganar el partido y se apuntó una contundente puntuación de 158. Aun así, fue apartado, no sin controversia, del equipo que iría a Sudáfrica. Sin embargo, cuando otro jugador cayó lesionado, fue elegido en su lugar.
El gobierno sudafricano dejó clara su postura de inmediato: solo jugadores blancos serían bienvenidos en el país. Tensos intercambios diplomáticos tuvieron lugar durante las semanas siguientes, pero como la MCC se negó a quitar a D'Oliveira, la gira tuvo que ser cancelada. Hasta que Nelson Mandela fue elegido presidente en 1994 un equipo oficial inglés no pisó de nuevo Sudáfrica.
La decisión destrozó a Stoffel, y aunque jugó de manera regular para la Provincia Occidental y logró que Barclays retuviera la copa Interbancos, dudaba de que alguna vez se calara una gorra de la Prueba.
Pese a su decepción, Stoffel no albergaba la menor duda de que el gobierno había tomado la decisión correcta. Después de todo, ¿por qué imaginaban los ingleses que podían imponer su criterio sobre quién debía visitar Sudáfrica?
Conoció a Inga mientras jugaba contra Transvaal. No solo era la criatura más hermosa que había visto en su vida, sino que estaba agraciada con todas las características de la superioridad de la raza blanca. Se casaron un año después.
Cuando un país tras otro empezaron a imponer sanciones a Sudáfrica, Stoffel continuó apoyando al gobierno, y proclamó que los decadentes políticos europeos se habían convertido en apocados liberales. ¿Por qué no venían a Sudáfrica y veían por sí mismos el país?, preguntaba a cualquiera que visitaba Ciudad del Cabo. Así descubrirían muy pronto que no pegaba a sus criados, y que los negros recibían una paga justa, tal como recomendaba el gobierno. ¿Qué más podían pedir? De hecho, no entendía por qué el gobierno no colgaba a Mandela y a sus adláteres terroristas por traición.
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