– Cuando descubrimos una pérdida la rociamos con uretano, que constituye un cierre hermético perfecto.
– ¿Con cuánta frecuencia se producen estas pérdidas? -preguntó Harry.
– ¿Desechos líquidos? -volvió a preguntar Ted.
– Es difícil decirlo, doctor Adams. Pero no se preocupe. En serio.
– Me encuentro mal -manifestó Ted.
Harry le palmeó la espalda.
– Vamos, vamos, no te va a matar. Vayamos a dormir un poco.
– Creo que voy a vomitar.
Apenas entraron en el dormitorio, Ted corrió al retrete; lo oyeron toser y vomitar.
– Pobre Ted -comentó Harry, moviendo la cabeza.
– ¿Qué es todo este asunto de un agujero negro? -preguntó Norman.
– Un agujero negro -explicó Harry- es una estrella muerta y comprimida. En síntesis, una estrella se puede comparar a una pelota grande de playa. Las explosiones atómicas que se producen en su interior inflan la estrella; pero cuando ésta envejece y se le agota el combustible termonuclear se va aplastando hasta adquirir un tamaño mucho menor. Si se aplasta mucho, se vuelve tan densa y tiene tanta gravedad que sigue comprimiéndose sobre sí misma, hasta que llega a ser muy densa y muy pequeña, con apenas unos pocos kilómetros de diámetro. Entonces, es un agujero negro. No existe en el Universo ninguna otra cosa que sea tan densa como un agujero negro.
– ¿Así que son negros porque están muertos?
– No. Son negros porque atrapan toda la luz. Los agujeros negros tienen tanta gravedad que arrastran todo hacia ellos, como si fueran aspiradoras. Atraen todo el gas y el polvo interestelar y hasta la luz misma. Sencillamente, la absorben.
– ¿Absorben luz? -preguntó Norman, para quien era difícil concebir aquello.
– Sí.
– ¿Sobre qué estabais vosotros haciendo cálculos, tan excitados?
– Ah, es una larga historia, y no son más que conjeturas. -Harry bostezó-. Es probable que no signifique nada, de todos modos. ¿Hablamos luego acerca de eso?
– Bueno -aceptó Norman.
Harry se dio vuelta y se durmió. Ted todavía estaba en el retrete, tosiendo y escupiendo. Norman volvió al Cilindro D, a la consola de Tina.
– ¿Harry logró encontrarla? -le preguntó-. Sé que quería verla.
– Sí señor. Y ahora tengo la información que él me solicitó. ¿Por qué? ¿Usted también quiere hacer su testamento?
Norman frunció el entrecejo.
– El doctor Adams dijo que no había dejado testamento y que deseaba redactar uno. Parecía creer que era bastante urgente. De todos modos lo consulté con la superficie y me dijeron que no se puede hacer debido a cierto problema jurídico relacionado con el hecho de que el testamento debe estar redactado de puño y letra del testador. No se puede transmitir la última voluntad a través de líneas electrónicas.
– Entiendo.
– Lo siento, doctor Johnson. ¿Se lo debo comunicar a los demás?
– No -dijo Norman-. No moleste a los demás. Pronto iremos a la superficie. En cuanto le echemos un último vistazo a la nave.
Esta vez, dentro de la nave espacial se dividieron en grupos: Barnes, Ted y Jane Edmunds pasaron ante los amplios pañoles y siguieron hacia adelante para investigar las partes de la nave que aún permanecían inexploradas. Norman, Beth y Harry permanecieron en lo que ahora llamaban cubierta de vuelo, para buscar la grabadora de vuelo.
Las palabras de despedida de Ted fueron:
– Esto es lo más extraordinario que he hecho en mi vida.
Después se alejó.
Jane Edmunds les dejó un pequeño monitor de vídeo a los que formaban el segundo grupo, para que conocieran el progreso del otro equipo en la sección anterior de la nave. Podían oír a Ted, que hablaba sin cesar a Barnes, para darle sus puntos de vista respecto a las características estructurales del ingenio sumergido. A Ted le parecía que el diseño de los grandes pañoles tenía reminiscencias de las construcciones en piedra de los antiguos habitantes de Micenas en Grecia; en particular, la rampa de la Puerta de los Leones, que estaba en aquella antigua ciudad…
– Ted siempre tiene al alcance de la mano más datos sin relación con lo que se habla que cualquier hombre de los que yo conozco. ¿Podemos bajar el volumen? -propuso Harry.
Al tiempo que bostezaba, Norman apagó el monitor. Estaba cansado, pues las literas del DH-8 eran húmedas; y las mantas eléctricas, pesadas e incómodas. Casi no había podido dormir. Y, por añadidura, Beth había irrumpido en el dormitorio después de su conversación con Barnes.
Ahora seguía estando enojada.
– Maldito Barnes -comentó-. ¿Por qué no dirá las cosas sin rodeos?
– Está haciéndolo lo mejor que puede, como todos los demás -lo defendió Norman.
Beth se dio vuelta con rapidez:
– A veces eres tan psicológico que resultas demasiado comprensivo… Ese hombre es un idiota. Un verdadero idiota.
– Dediquémonos a buscar la grabadora de vuelo. ¿Os parece bien? -sugirió Harry-. Eso es lo que importa ahora.
Harry estaba siguiendo el cable de alimentación que salía de la parte posterior del maniquí y se hundía en el suelo. Levantaba los paneles del pavimento, siguiendo los alambres en dirección a popa.
– Lo siento -dijo Beth-, pero él no le hablaría así a un hombre. Por cierto que no le hablaría así a Ted. Como habréis notado, Ted está acaparando todo el protagonismo del espectáculo, y no veo razón alguna para que se le permita hacerlo…
– ¿Qué tiene que ver Ted con…? -empezó a decir Norman.
– Ese tipo es un parásito, eso es lo que es. Toma las ideas de los demás y las presenta como si fuesen suyas. Hasta su modo de citar frases famosas… es ultrajante.
– ¿Tienes la sensación de que Ted se apropia de las ideas ajenas? -preguntó Norman.
– Pues oye: cuando estábamos en la superficie le dije que deberíamos tener algunas palabras preparadas para cuando abriéramos la cosa ésta, y de repente me encuentro con que Ted está pronunciando frases y poniéndose frente a la cámara.
– Bueno…
– ¿Bueno qué, Norman? No me vengas con bueno, por el amor de Dios. Fue idea mía, y la utilizó sin siquiera decirme «gracias».
– ¿Le comentaste algo al respecto? -preguntó Norman.
– No, no le dije nada. Estoy segura de que no lo recordaría si se lo planteara. Me saldría con: «¿Tú sugeriste eso, Beth? Supongo que es posible que hayas mencionado algo por el estilo, sí…»
– Sigo opinando que deberías hablar con él.
– Norman, no me estás escuchando.
– Si le hablaras, por lo menos no estarías tan enojada ahora.
– Cháchara de psicólogo -dijo Beth, meneando la cabeza-. Mira, Ted hace lo que quiere en esta expedición, pronuncia sus estúpidos discursos y se porta como le da la gana. Pero yo paso primero por la puerta y Barnes me arma un escándalo. ¿Por qué no debería ir yo primero? ¿Qué hay de malo en que una mujer sea la primera, por una vez, en la historia de la ciencia?
– Beth…
– Y después tuve el atrevimiento de encender las luces. ¿Sabes lo que Barnes me dijo sobre eso? Argüyó que pude haber iniciado un cortocircuito y poner en peligro a todos. Declaró que yo no sabía lo que hacía, que yo era impulsiva. Jesús, impulsiva… Cretino militar cavernícola…
– Vuelve a subir el volumen -pidió Harry-. Creo que prefiero oír a Ted.
– Por favor… Todos estamos sometidos a mucha presión, Beth -la calmó Norman-. Nos va a afectar a cada uno de una manera.
Beth le echó a Norman una mirada llameante.
– ¿Estás insinuando que Barnes tenía razón?
– Estoy diciendo que todos estamos sometidos a una gran presión. Incluido él. Incluida tú.
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