– Ella estará con Quinn y conmigo. Te lo prometo.
– Más te vale. -Deseaba bajar la escalerilla y correr detrás de Eve y de Joe en la oscuridad. No podía hacerlo, reconoció desesperadamente. Tenía que esperar hasta que estuvieran en sus puestos en ese saliente.
Quince minutos.
21 de octubre, 8:20
– Te dejo aquí -le dijo Trevor en voz baja mientras se arrodillaba en la entrada del pasadizo que conducía al saliente donde estaba Joe-. Voy a dar la vuelta para llegar hasta donde están Joe y Eve. El vomitorio está justo enfrente. -Le dio una linterna-. Recuerda que tienes una Smith y Wesson del treinta dos debajo de la tela y otra pistola en el ataúd. Joe me dijo que sabías usarlas, pero no lo hagas a menos que no tengas más remedio. Si Aldo te ve el arma, puede que piense que matarte de un disparo no sea tan malo. Cuando llegues más adelante, verás que las luces están encendidas. Pero es mejor que intentes permanecer en la sombra.
Jane se humedeció los labios.
– Entonces, ¿cómo me verá?
– Te verá. Pero no se lo pongas demasiado fácil.
Jane se rió temblando.
– No te preocupes. No tengo intención de hacerlo. Pero ocultarme en la sombra no va a servir de mucho. Me has dicho que no me dispararía y que lo que pretendemos es que le atraiga para que Joe pueda dispararle.
Trevor murmuró un taco y le iluminó la cara con la linterna.
– Estás asustada. Podemos dejarlo. No es demasiado tarde.
– No, no podemos. -Jane se tapó la cara para evitar la luz-. Y, claro que estoy asustada. No soy idiota. Vete. Quiero que vayas a proteger a Eve y a Joe.
Dudó un momento y empezó a gatear por la abertura.
Se había marchado.
Silencio.
Oscuridad.
Sola.
¿Estaba realmente sola? ¿Estaba Aldo en alguna parte detrás de ella?
No, Trevor había colocado a Bartlett fuera del túnel para que vigilara. Si Aldo estaba en ese túnel sería más adelante, en el vomitorio. Esperándola.
El corazón le latía con tanta fuerza que oía su eco por el túnel como si de un trueno se tratase.
Todo irá bien. Joe la avisaría si Aldo la estaba esperando en el vomitorio. Dispararía a Aldo o haría un disparo de aviso si eso no era posible.
Respiró profundo y siguió adelante. Justo enfrente, le había dicho Trevor. Tenía que mirar hacia delante, moverse con rapidez y pronto habría terminado todo.
¡Jesús, cuánto odiaba esa oscuridad!
¿Es así cómo te sentías, Cira?
– Mierda, mierda, mierda.
Trevor recitaba ese taco como si fuera un mantra mientras recorría el túnel, alumbrando las paredes de un lado a otro con su potente linterna. Ella tenía miedo. Pues claro, que tenía miedo. Sólo era una niña.
Aldo no la veía como tal. La consideraba un demonio. La veía como carne muerta. Maldito fuera. Maldito fuera.
¿Por qué estaba maldiciendo a Aldo? Trevor era quien la había dejado adentrarse sola en el túnel.
Debería ser un lugar seguro. Había tomado todas las precauciones. No, podía haber tomado otra más. Podía haber hallado otra forma de atraerle sin utilizar a Jane de cebo. Podía haber olvidado a Pietro y recordado que ella merecía vivir una…
Rojo.
Se detuvo de golpe patinando.
La luz de su linterna había captado algo rojo en el suelo cerca de una roca que tenía delante. Sólo había sido un rastro, una visión fugaz y casi lo había perdido
¿Sangre?
Levantó la linterna y exploró con cautela la oscuridad que tenía delante.
Nada.
Se acercó lentamente hacia la roca. Al llegar vio la sustancia roja que goteaba desde detrás. Se agachó y la tocó.
Sí, era sangre.
Sacó su arma de la chaqueta y se acercó más. Ya casi estaba en la parte superior de la roca cuando vio el cuerpo acurrucado del hombre que había detrás de ella.
Había sangre por todas partes. Tenía el rostro cubierto de sangre. Sangre en su camisa. Le habían degollado de oreja a oreja.
¿Quinn?
«Dios mío, parecía la escena de una película de terror», pensó Jane.
Miró con mórbida fascinación el ataúd que descansaba sobre el terciopelo rojo y luego hacia arriba donde Joe estaba apuntando con su rifle.
No, no mires allí.
No podía estar segura de que Aldo no estuviera mirándola. Apartó la mirada y volvió a mirar el ataúd.
¿Por qué dejaba Aldo que estuviera ella allí sola? ¿Por qué no aparecía?
Tira los dados.
Sé fuerte.
Atrévete.
Dio un paso para salir de las sombras.
– Aquí estoy, Aldo. -Su tono era desafiante. Al menos, eso esperaba-. ¿Estás aquí? ¿Has aunado las fuerzas necesarias para venir a verme?
No hubo respuesta.
– Puedo notar tus ojos mirándome. Cobarde. -Dio otro paso hacia delante-. Es lo que había imaginado. Me tienes miedo. Tu padre, también. Pero todavía me ama. Más que a nada. Mucho más que a ti. Tú no le importabas una mierda.
Sin respuesta.
– No le culpo. Necesitaba un hijo del que pudiera sentirse orgulloso, no un estúpido cobarde como tú. -Se dirigió al ataúd-. Bueno si no piensas aparecer, miraré la reconstrucción para asegurarme de que ha llegado bien después del traslado por la escalerilla. Eve ha hecho un trabajo magnífico…
– Apártate del ataúd. Ella es mía ahora y pronto dejará de existir.
Jane giró a la derecha hacia el túnel de donde procedía la voz. No pudo ver nada.
– ¿Aldo?
– Apártate del ataúd.
– ¿Por qué? -Se humedeció los labios-. Sal de debajo de tu roca y detenme.
Él se rió.
– ¿De debajo de mi roca? Ese refrán viene como anillo al dedo. Resulta que acabo de depositar un fardo molesto debajo de una roca. Bueno, él sólo estaba parcialmente debajo, principalmente estaba detrás. He tenido que conformarme con lo que he encontrado. No es fácil encontrar grandes rocas sueltas en estos túneles. Los ladrones que los excavaron los limpiaron muy bien.
Jane se quedó paralizada.
– ¿Él?
– No era tu Eve. Todavía, no. Tendrá que esperar su turno. Pero llegará muy pronto. Veamos, en tan sólo unos minutos…
Podía ser un farol.
– No te creo.
– Peor para ti. Será una sorpresa tan desagradable…
¡Dios!
Trevor se metió en el túnel para ir al saliente.
Sangre.
Degollado de oreja a oreja.
Corre más rápido.
Siguiente giro.
Más rápido.
– Un minuto más -dijo Aldo-. Espero que te hayas despedido de ella.
El miedo se apoderó de Jane. Tenía que ser un farol, pero la amenaza la aterrorizaba. Tenía que obligarle a salir a la luz. Se acercó al ataúd.
– No te muevas.
Jane dio otro paso.
– No des ni un paso más. No tengo que esperar, puedo hacerlo ahora mismo.
Un minuto más.
Puedo hacerlo ahora mismo.
¿Qué podía hacer Aldo que…?
De pronto tuvo una intuición.
¡Oh, Dios mío!
– ¡Eve! ¡Joe!-gritó-. ¡Salid de…!
La tierra gimió y retumbó bajo sus pies y el túnel explotó a su alrededor.
Cayó al suelo.
Las rocas volaban.
Sangre en sus mejillas.
Oscuridad.
La explosión había dañado tres luces de la pared.
¡Dios mío!, la pared y la roca tras las que se ocultaban Joe y Eve ya no estaban. Habían quedado reducidas a un montón de escombros y de piedras.
Levántate.
Va a venir.
Ya estaba acercándose. Vio cómo se movía su sombra en la abertura del túnel secundario donde se encontraba.
Las armas.
Una debajo de la tela. Otra en el ataúd.
¡Señor!, el ataúd y la tela habían quedado sepultados bajo las rocas. Nunca podría alcanzarlas a tiempo.
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