– Sí, lo estoy. -Pero Mario era joven y atractivo, y era evidente que lamentaba su metedura de pata-. Pero probablemente sea mucho más susceptible de lo que debiera ser. -Sonrió-. Y si has estado tan enfrascado en Cira, resulta comprensible.
– Gracias. -Mario se volvió hacia Trevor-. Me quedan los últimos cuatro pergaminos. Debería tenerlos traducidos dentro de unos pocos días. -Sus ojos negros brillaron de entusiasmo-. Uno de ellos es otro de Cira.
– ¿Otro de Cira? -preguntó Jane-. ¿Cuántos pergaminos de Cira habéis encontrado?
– Hasta ahora sólo uno. -Mario sonrió-. Y su pergamino es mucho más interesante que los de Julius Precebio. Era una mujer absolutamente asombrosa, ¿verdad? Sólo tenía diecisiete años cuando escribió esto; nació esclava, y sin embargo consiguió aprender a escribir. Eso es más de lo que conseguían la mayoría de las mujeres de alta alcurnia. Inteligente, muy inteligente. -Se volvió de nuevo a Trevor-. Estoy atento a la referencia sobre la que me preguntaste, pero todavía no hay nada. Puede que esté en esos otros pergaminos.
– O puede que no -dijo Trevor-. Infórmame si aparece algo. -Y dirigiéndose a Jane-: ¿Por qué no vas con Mario y le dejas que te enseñe tu habitación? Tengo que hacer algunas llamadas telefónicas. Se cena a las seis. Hacemos turnos con la cocina y la limpieza.
– ¿Incluso MacDuff?
– No, el no ocupa ninguna habitación dentro del castillo. Lo invité a quedarse, pero se mudó a un piso que hay sobre el establo cuando invadimos esto. Mario o Bartlett te enseñarán donde está el comedor. Cuando nos trasladamos, parecía sacado de la corte del Rey Arturo, pero Bartlett consiguió darle un aire casi acogedor.
– Empezó a caminar por el pasillo-. Te eximiremos de las labores culinarias los dos próximos días. Después de eso, entrarás en la lista de turnos.
– Puede que no esté aquí más de un par de días -gritó Jane detrás de él-. No te prometí nada, Trevor.
Él le sonrió por encima del hombro.
– Pero se te iluminó el rostro como unos fuegos artificiales cuando Mario estaba hablando de los pergaminos de Cira. Creo que estoy seguro hasta que los termines de leer. -Abrió una puerta de paneles-. Y Mario todavía no ha terminado su trabajo. Es muy lento y meticuloso. Hasta la hora de la cena.
– Tiene razón, ¿sabes? -dijo Mario con voz grave cuando la puerta se cerró detrás de Trevor-. A veces me paso de cuidadoso, pero es una gran responsabilidad. Estoy trabajando con fotocopias de los verdaderos pergaminos, pero la traducción es muy importan te. Forman parte de la historia viva.
– Y tienes que darle a Trevor aquello por lo que te pagó.
La expresión de Mario se ensombreció.
– Tienes razón en ser cínica. Estoy cobrando por mi trabajo, pero esa no es la única razón de que esté aquí. ¿Tienes unas ideas de las poquísimas probabilidades que tendría de hacer un trabajo como este para otra persona? Acabo de terminar un curso de postgrado y no tengo mucha experiencia, que digamos. Quería este trabajo y me esforcé en conseguirlo. No fui el único al que se entrevistó. Tuve que hacer de todo, desde asegurarle que no tenía ningún familiar cercano hasta hacer la prueba de traducción de uno de los pergaminos. Una labor como esta se presenta una vez en la vida.
– Y esto puede dar con tus huesos en la cárcel.
– Trevor prometió protegerme y encargarse de que no ocurriera tal cosa. El riesgo merece la pena. -Sonrió a duras penas-. Y tenerte aquí lo hace mucho más emocionante. Espero poder convencerte de que digo la verdad cuando digo que no hago esto sólo por dinero.
– ¿Y por qué te preocupa eso?
– Tenemos casi la misma edad. Trevor y los otros son… diferentes. Aquí a veces me siento solo. Pensé que quizá…
Era atractivo e inseguro, y durante un instante a Jane le recordó a Mike. ¿Y qué? En ese momento ella también se sentía un poco insegura, y Mario era el único que parecía, como mínimo, vulnerable. Jane sonrió.
– Trevor es diferente, de eso no hay duda. Y me doy cuenta de por qué no sois amigos íntimos. Después de cenar me gustaría ver donde trabajas. ¿Me lo enseñarás?
– Será un honor. -Una sonrisa radiante le iluminó el rostro-. Trevor me dijo que escogiera la habitación que quisiera, cuando llegué aquí. Escogí el dormitorio y el estudio donde Trevor guarda su estatua de Cira. Será maravilloso tenerte en la misma habitación que ella. -Y se apresuró a añadir-: Aunque estoy seguro de que advertiré multitud de diferencias en cuanto os vea juntas.
– Espero que sí. -Jane empezó a subir las escaleras-. Ahora, ¿serías tan amable de enseñarme mi cuarto, para que pueda lavarme?
– No esta contento. -Jock tenía arrugado el entrecejo con aire de preocupación, y miró fijamente a MacDuff cuando éste entró en el establo-. ¿Esa mujer va a ser un problema para usted?
– ¡Carajo!, no lo sé. -MacDuff tenía cara de pocos amigos-. Y no, no estoy en absoluto contento. Ella no debería estar aquí.
– Ella le hace desgraciado. -La mirada de Jock se detuvo más allá de MacDuff, en el castillo-. ¿Quiere que se vaya?
– Ya te dije que me… -Se detuvo al darse cuenta de a qué se estaba refiriendo Jock. Si no tenía cuidado, Jock idearía la manera de conseguir que Jane MacGuire librara a MacDuff de «su problema» para siempre. Solía ser más cuidadoso con sus palabras delante de Jock, y era la magnitud de su enfado lo que casi le había hecho cometer el error de hacer estallar al muchacho-. Me ocuparé de ello, Jock. No es un problema serio.
– Ella hace que se sienta desgraciado.
– En realidad no. -¡Joder!, no le apetecía tranquilizar al muchacho en ese momento. Estaba furioso y enojado, y tenía ganas de emprenderla a golpes con alguien. ¡Jódete y baila! Había aceptado la responsabilidad de Jock, y aquello iba en el lote. Le dio una palmadita al muchacho en el hombro y le habló con lentitud y claridad-: Mira, incluso es posible que ella pueda ayudarnos. Es Jane MacGuire. ¿Recuerdas que te enseñe su foto en Internet?
Jock pensó en ello, intentando recordar. Luego sonrió.
– Cira. Ella se parece a Cira. Es igual que la estatua que Trevor trajo aquí.
– Eso es. -Había que distraerlo. No costaba mucho, si Jock no se había concentrado todavía-. Tengo hambre. ¿Esta lista la cena?
Jock frunció el entrecejo con aire vacilante.
– No. ¿Me dijo que la preparara? -El chico se dirigió a las escaleras que conducían al piso-. Lo siento. Me pondré a ello de inmediato.
– No hay prisa.
– Pero está hambriento -dijo Jock-. Me ha dicho que estaba…
– Puedo esperar. -MacDuff siguió al muchacho-. La haremos juntos.
– ¿Los dos? -Una sonrisa radiante iluminó la cara de Jock-. ¿Juntos? Sería fantástico. -Su sonrisa se desvaneció-. Pero no tiene que ayudarme. ¿No quiere volver a la casa de Angus? No quiero molestarlo.
– Tú no me molestas. Necesito un descanso. ¿Qué es lo que hay rápido?
– Salmón fresco. -Jock puso ceño-. O quizá un filete. Tendré que comprobarlo para estar seguro de lo que tenemos.
– Hazlo.
Distracción conseguida. Y si MacDuff tenía suerte, Jane MacGuire sobreviviría a la noche sin necesidad de ninguna otra intervención por su parte.
* * *
Bartlett estaba delante de la ventana, en el otro extremo del gran dormitorio, cuando Mario abrió la puerta unos minutos más tarde para que pasara Jane.
– Me disponía a airear la habitación. -Descorrió las gruesas cortinas de terciopelo rojo y abrió la ventana-. Ciérralas cuando vuelvas de cenar. Puede crearse un poco de corriente. Espero que no lo encuentres ni frío ni húmedo.
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