– La Nemid estuvo presente hoy en el funeral de la secretaria -dijo Pennig tan pronto Archer cogió el teléfono -. No hubo oportunidad de acercarse a ella. Kelby estuvo a su lado todo el tiempo y ella estaba rodeada de policías y amigos de la difunta.
– ¿Te mantuviste a distancia?
– Por supuesto. Ella me vio en Atenas. La zorra me miró fijamente. Podría reconocerme.
– Eso fue por tu chapucería. Debiste de haber sido más cuidadoso.
– Fui cuidadoso. No sé cómo se enteró de que la seguía.
– El instinto. Es algo que te falta, Pennig. Pero tienes otras habilidades que yo admiro. Y he tratado de cultivar esas habilidades. Aunque me sentí decepcionado cuando fallaste con la Muían después de todo lo que te he enseñado.
– Estuve a punto de conseguirlo -dijo Pennig con rapidez-. Y ella no fue fácil. Con frecuencia las mujeres son las más duras.
– Pero me aseguraste que estaba quebrada, de otra manera no le hubiera dejado que llamara a Melis Nemid. Fue un serio error de juicio de tu parte.
– No volverá a ocurrir.
– Lo sé. Porque no voy a permitirlo.
Pennig sintió una súbita ansiedad que acalló al instante.
– ¿Quiere que me quede aquí? No sé cuánto podré aproximarme a ella.
– Quédate ahí un poco más. Uno nunca sabe cuándo podría aparecer la ocasión. Mientras, quiero que averigües todo lo que puedas sobre Kelby y sus socios. Incluyendo su número de teléfono y dónde está atracado su barco. Reúnete conmigo dentro de dos días en Miami si no sale nada ahí en Nassau. Y no dejes que nadie te vea, maldita sea. Dime, ¿tus contactos en Miami consiguieron a los dos hombres que tenían que buscar?
– Sí, son dos de por allí, Cobb y Dansk. De poca monta, pero servirán para vigilar la isla.
– Espero que no sean necesarios. Yo estaría complacido en grado sumo si pudieras llegar hasta Melis Nemid ahí en Nassau.
Pennig se quedó en silencio por un instante.
– ¿Y qué hacemos si no puedo?
– Pues encontraré una manera de herir a Melis Nemid donde más le duela -dijo Archer con voz tranquila-. Y te prometo que no seré tan ineficiente como tú con Carolyn Muían.
Todo es tan rápido, pensó Melis mientras contemplaba cómo las cenizas de Carolyn se deslizaban hacia el mar. Sus restos tardaron segundos en desaparecer bajo las olas.
En ese mínimo espacio de tiempo se esfumó el vestigio de una vida. Pero ella había dejado mucho detrás. Melis tomó el silbato de plata que Carolyn le había dado, lo besó y lo lanzó al mar.
– ¿Qué era eso? -preguntó Kelby.
– Cuando llevé los delfines a casa, Carolyn me lo regaló para que me diera suerte. -Tragó en seco-. Era demasiado bello para ponérmelo pero lo llevaba siempre conmigo.
– ¿No quería conservarlo? La chica negó con la cabeza.
– Quería que lo tuviera ella. Carolyn sabrá lo que significaba para mí.
– Hijos de puta.
Melis se volvió para ver a Ben Drake, el ex marido de Carolyn, de pie a su lado, mirando el agua por encima de la borda de la nave. Sus ojos estaban enrojecidos y húmedos de lágrimas no vertidas.
– Hijos de puta. ¿Por qué coño alguien iba a…? -Se volvió y se abrió camino entre la multitud hasta el otro lado del barco.
– Usted tenía razón, lo está pasando muy mal. -Kelby miró a la gente congregada en cubierta-. Tenía muchísimos amigos.
– Si hubieran dejado que subieran a bordo todos los que deseaban venir, el barco se habría hundido. -Melis volvió a mirar el agua-. Era una persona muy especial.
– Está muy claro que todos pensaban así. -Transcurrieron varios minutos, el barco dio la vuelta y emprendió el regreso al muelle antes de que Kelby volviera a hablar-. ¿Y ahora, qué? -preguntó con serenidad-. Dijo que todo quedaba en suspenso hasta que terminara el funeral de su amiga. No puede permanecer aquí. Es muy peligroso para usted. ¿Va a regresar a su isla?
– Sí.
– ¿Me permitirá que vaya con usted?
Ella sabía que él esperaba una negativa. Melis volvió a mirar por encima del hombro hacia el mar, donde habían dispersado las cenizas de Carolyn.
Adiós, amiga mía. Gracias por todo lo que me diste. No te olvidaré.
Sus labios se pusieron muy tensos cuando se volvió para mirarlo a la cara.
– Sí, Kelby, por supuesto, venga conmigo.
– Buena instalación. -Kelby contemplaba cómo ella bajaba la red -. Y sus amigos delfines, ¿nunca intentan salir?
– No. Pete y Susie son felices aquí. En una ocasión les puse un transmisor e intenté liberarlos, pero todo el tiempo regresaban a la red y me pedían que los dejara entrar.
– ¿No les gusta el ancho mundo?
– Saben que puede ser peligroso. Y han tenido todas las aventuras que han querido. -Tan pronto pasaron flotando al otro lado volvió a tensar la red -. No todo el mundo ama a los delfines.
– Es difícil de creer. Pete y Susie son fascinantes. -Sonrió mientras miraba a los delfines que nadaban jubilosos en torno al bote-. Y parece que la quieren mucho.
– Sí -Melis sonrió -. Me quieren. Soy de la familia. -Echó a andar el motor-. Para los delfines la familia es importante.
– ¿Adoptaron a su amiga Carolyn?
Melis negó con la cabeza.
– Les gustaba. Quizá se le habrían acercado más si ella hubiera sido capaz de pasar más tiempo con ellos. Siempre estaba ocupada. -Hizo un gesto de saludo con la mano -. Ahí está Cal, en el embarcadero. Se sentirá aliviado por mi regreso. Pete y Susie lo ponen nervioso. Ellos se dan cuenta de ello y hacen travesuras. -Llevó el bote hasta el embarcadero y apagó el motor-. Hola, Cal. ¿Todo bien?
– Perfecto. -Cal la ayudó a salir del bote-. En realidad, mientras estabas fuera los delfines se han portado muy bien.
– Te dije que les gustabas. -Hizo un gesto hacia Kelby-. Jed Kelby. Éste es Cal Dugan, su nuevo empleado. Se conocen por teléfono. Cal le mostrará su habitación. Voy a darme una ducha y les daré tiempo para que se conozcan. Los veré a la hora de la cena.
Melis echó a andar por el embarcadero hacia la casa.
– Parece que me han abandonado -murmuró Kelby con los ojos clavados en la chica-. Creo que aquí hay que ser delfín para llamar su atención.
– Más o menos -dijo Cal -. Pero por lo menos lo ha dejado venir. No invita a mucha gente.
– A no ser que tenga algún propósito oculto.
– Melis no oculta gran cosa. Es directa, siempre va de frente. -Hizo una mueca-. Siempre dice exactamente lo que piensa.
– Entonces, todavía no está lista para decirme por qué me ha invitado. – La siguió con una mirada indagadora-. Al menos, aún no.
El sol se ponía cuando Kelby salió a la galería. Melis estaba sentada con los pies metidos en el agua y hablaba tranquilamente con Pete y Susie.
El hombre se detuvo un instante para contemplarla. La expresión de la chica era dulce, radiante. Tenía un aspecto totalmente diferente al de la mujer que había conocido en Atenas y después.
Eso no quería decir que no fuera dura de pelar. No debía olvidarlo, tenía que hacer caso omiso de aquella mujer que parecía una niña mientras hablaba con sus delfines. Las mujeres eran siempre más peligrosas cuando no parecían ser una amenaza. El estaba allí por una sola razón y nada podía interferir en eso.
Sí, sin duda, había muchas cosas que interferían. Pero habían logrado dejar atrás todo aquel horrible lío en Nassau. Ahora podía concentrarse y avanzar hacia el objetivo.
Echó a andar por la galería en dirección a ella.
– Actúan como si la comprendieran.
Melis se puso tensa y levantó la vista hacia Kelby.
– No sabía que estuviera aquí.
– Estaba totalmente absorta. ¿Siempre salen y la saludan después de cenar?
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