– Diana. Si puede. Y si él puede ayudarla.
– He mandado traer un equipo de antropología forense -le dijo Nate a Stephanie en un tono tan fatigado como el aspecto que presentaba-. Sabe dios cuánto tiempo llevarán ahí abajo algunos de esos huesos, pero tenemos que averiguar todo lo que podamos sobre ellos.
Ella empujó una taza de café sobre la mesa, hacia él, y se sirvió otra, sorprendida por que no le temblasen las manos.
– ¿Y no tenéis ni idea de lo grandes que pueden ser las cuevas y los túneles?
– Ni idea. Cuando Diana se desmayó, lo primero era sacarla de allí, así que no seguimos explorando. Alumbré con la linterna un par de aberturas, y parecía que llevaban a túneles más largos, pero no hay modo de saberlo con certeza sin volver a bajar. -Meneó la cabeza-. Y, francamente, preferiría no hacerlo.
– No me extraña -murmuró Stephanie.
Con un suspiro, él dijo:
– De todos modos, no sé si ése es sitio para la policía. Hace unos minutos, cuando llamé a Quentin al móvil, me dijo que había una unidad del FBI especializada en explorar y cartografiar pasajes subterráneos. Dijo que se pondría en contacto con ellos. -Hizo una pausa y añadió con deje irónico-: Preferí no preguntarle por qué existía semejante unidad.
Stephanie se quedó pensando en ello y por fin dijo:
– Parece raro, ¿verdad?
– Sí.
– Hum. ¿Cómo está Diana?
– Dormida, me ha dicho Quentin. Más bien inconsciente, supongo. Pero al parecer es normal después de una experiencia así. Normal. Santo dios.
– ¿Qué le pasó ahí abajo?
– No tengo ni puñetera idea. Lo único que puedo decirte es que tuve la escalofriante sensación de que otra persona estaba usando a Diana para hablar con nosotros.
– ¿Otra persona? ¿Quién?
– No lo sé. Pero parecía un niño.
Stephanie cogió su taza de café y bebió un sorbo rápidamente.
– Está bien, ahora sí que me estás asustando.
– No me sorprende. -Él suspiró-. Quentin estaba muy impresionado, eso te lo aseguro. Y sé de buena tinta que no hay muchas cosas que le afecten de ese modo. Creo que ha visto cosas que a ti y a mí nos provocarían pesadillas durante años.
Siguieron tomando el café en silencio durante varios minutos, ambos pensativos, y luego Stephanie habló lentamente.
– En parte, mi trabajo consiste en preocuparme por la reputación de El Refugio. Pero, con toda franqueza, creo que lo que haya en esas cuevas debe ver la luz del día… pase lo que pase después.
Nate se sintió al mismo tiempo aliviado y un tanto impresionado.
– Podrías perder tu empleo -dijo-. Quiero decir que a tus jefes no va a gustarles encontrar a policías y federales pululando por todas esas cuevas, sobre todo cuando empiecen a sacar los huesos que encontramos allá abajo. No hay ni una sola esperanza de que podamos mantener esto en secreto.
Stephanie hizo una mueca.
– No me importa mucho, ¿sabes? Después de lo que he descubierto sobre este sitio estos últimos días, empiezo a pensar que, de todos modos, preferiría trabajar en otra parte.
– No te vayas muy lejos -se oyó decir Nate. Y sintió que le ardían las orejas cuando ella le sonrió.
– Ya veremos -dijo ella, y añadió enérgicamente-: Entre tanto, ya que estás, podrías aprovecharte de mi autoridad mientras todavía la tengo. Daré permiso por escrito para que el equipo forense y los espeleólogos del FBI de los que te ha hablado Quentin hagan lo que crean necesario en esas cuevas. También daré autorización escrita, como directora de El Refugio, para que se inspeccionen minuciosamente los documentos históricos y los archivos almacenados en el hotel.
– Gracias. -Él intentaba no preguntar si su interés por ella, a duras penas velado, era correspondido-. Ya tengo a algunos de mis hombres en jefatura revisando los documentos históricos públicos que sea posible encontrar sobre El Refugio y esta zona en general. Además, van a reunir toda la documentación, por insignificante que sea, que tenemos sobre las desapariciones sin resolver y las muertes dudosas que ha habido por aquí. Nos enviarán copia de todo a Quentin y a mí.
– ¿De veras crees que todo esto está relacionado? ¿Que hay… algo misterioso actuando aquí?
– Dios, no sé qué pensar. Sabemos que en el hotel se cometieron al menos dos asesinatos. Tenemos lo que podría ser una red de pasadizos y cuevas, una de las cuales contiene restos óseos humanos. No sé si Quentin tenía razón al obsesionarse todos estos años. Y tampoco sé si tiene poderes extrasensoriales, o si los tiene Diana.
Nate torció el gesto.
– Que yo sepa, los responsables de que haya un montón de huesos en esa cueva podrían ser un oso o una manada de lobos, y el asesino de esos dos críos se largó hace mucho tiempo.
– Pero en realidad no lo crees.
Él se encontró con su mirada fija y suspiró.
– No. No, en realidad, no lo creo. Nunca he sido muy fantasioso, pero te aseguro que lo que sentí ahí abajo era algo sobrenatural. Hasta el olor era al mismo tiempo extraño y curiosamente familiar, como una cosa de la que sólo hubiera sido consciente en sueños. En pesadillas. Como si mi mente no pudiera identificarlo a nivel consciente, pero una parte mucho más honda de mí sí pudiera.
– Tu instinto, quizá.
– Quizá. Tuve la sensación de que sabía lo que había ahí abajo, pero no quería saberlo… si es que eso tiene sentido.
– No sé si algo de esto tiene sentido, pero sí, creo que sé lo que quieres decir. -Stephanie suspiró-. Hasta ahora, todo lo que hemos descubierto o creemos haber descubierto sugiere que hubo un asesino de la clase que fuera operando aquí.
– Sí.
– Entonces, ¿hay motivos para que advierta a mis clientes? ¿Alguna razón para creer que hay algún peligro?
Nate vaciló.
– Francamente, no lo sé. Mi entrenamiento y mi experiencia me dicen que no.
– ¿Pero?
– Pero… parecen estar saliendo a la luz un montón de crímenes antiguos, y mi experiencia también me dice que eso significa que algo ha cambiado. Puede que sólo sea que Quentin está aquí otra vez, buscando respuestas, justo cuando Diana aparece con la habilidad de descubrir, de algún modo, lo que llevaba enterrado todos estos años. Puede que sólo sea… una coincidencia perfecta.
– ¿Pero? -repitió Stephanie.
Nate recordó el frío que había sentido calarle los huesos en la cueva y movió la cabeza de un lado a otro.
– No es nada que pueda señalar con el dedo. Desde luego, nada lo bastante concreto como para hacerme avisar a tus clientes, o incluso para sugerir que les adviertas.
Stephanie se mordió el labio inferior y arrugó un poco el entrecejo.
– Y yo no quiero desatar el pánico… ni provocar un éxodo. Pero creo que aumentaré las medidas de seguridad en nuestros terrenos. Mal no puede hacer.
– No -repuso Nate-. Mal no puede hacer.
De pie en la puerta del dormitorio de Diana, Quentin la miró un momento para asegurarse de que seguía profundamente dormida. Le había quitado únicamente los zapatos y la había cubierto con un manta ligera, y ella yacía sobre su cama, igual que la había dejado más de dos horas antes.
Quentin se recordó que no era extraño que, tras el uso extremo o prolongado de cualquier facultad paranormal (y el sentido común le decía que canalizar el espíritu de una niña pequeña asesinada veinticinco años atrás era, ciertamente, un buen ejemplo de ello) una persona necesitara dormir mucho.
Aun así, le costaba apartarse de la puerta. No quería dejar a Diana, ni siquiera para entrar en la habitación contigua. Ella estaba recibiendo, estaba claro, un bautismo de fuego en lo tocante a sus facultades, y él quería facilitarle las cosas. Saber que no podía hacerlo le resultaba frustrante y curiosamente doloroso.
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