Kay Hooper - Afrontar el Miedo

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Riley Crane se despertó completamente vestida, cubierta de sangre y con una pistola bajo la almohada. Pero lo que resultaba más aterrador aún era que no recordaba lo sucedido la noche anterior. En realidad, apenas recordaba las tres semanas anteriores.
Riley es un camaleón: ex oficial del ejército y ahora agente federal asignada a la Unidad de Crímenes Especiales, posee el don de la clarividencia y la capacidad de fundirse con su entorno, de ser lo que elija. Especialista de la UCE en lo oculto, ha sido enviada por su jefe, el enigmático Noah Bishop, a una casa en la playa, en Opal Island, para investigar diversas noticias sobre fenómenos misteriosos.
Pero eso fue hace tres semanas. Ahora, al despertarse, descubre que no puede fiarse de su memoria, que ha perdido la clarividencia de la que siempre ha dependido para protegerse, y que en su vida hay un nuevo hombre muy atractivo. Para colmo, con los recursos de la UCE recortados al mínimo, Riley se encuentra sin refuerzos. Sola, se ve obligada a enfrentarse a tientas a un juego en el que nadie a su alrededor es quien parecer ser. Y un truculento asesinato es el primer aviso de lo mucho que arriesga.
Bishop quiere sacar a Riley del caso. Y también Ash Prescott, el poderoso fiscal del distrito. Pero tanto su ex compañero en el ejército, Gordon Skinner, como el sheriff Jake Ballard creen que Riley puede atrapar a un asesino feroz. Uno de esos cuatro hombres sabe qué está pasando en este pueblecito costero, y Riley necesita desesperadamente esa información. Porque lo que no recuerda basta para costarle la vida. Esta vez, la maldad no está más cerca de lo que cree: está ya aquí.

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– Tienen autorización para hacer una hoguera mañana por la noche -dijo Jake.

– Vamos a tostar dulces de malvavisco, sheriff. Puede venir, si quiere, pero tráigase su propia brocheta.

Riley pensó que la presión sanguínea de Jake no podía aguantar nada más y se puso en pie.

– Quizá necesitemos volver a hablar con vosotros más adelante -le dijo a Steve-. Mientras tanto, creo que lo más sensato será que no os alejéis de la casa mientras estéis aquí.

Steve frunció el ceño, pero asintió con la cabeza, y Jenny se limitó a decir con calma:

– Gracias, Riley.

Capítulo 19

Guardó silencio hasta que llegaron a sus vehículos, y luego preguntó:

– Dios mío, Ash, ¿es que no puedes dejar de tocarla ni cinco minutos?

Ash, que llevaba de la mano a Riley, sonrió y dijo:

– La verdad es que no.

Leah tosió para disimular la risa y le dijo apresuradamente a Riley:

– No crees que estén implicados, ¿verdad?

– Creo que alguien quiere que lo creamos, pero no. -Riley negó con la cabeza-. Creo que quien mató a Tate es la misma persona que le aconsejó que invitara a su ex mujer y a su grupo a venir aquí.

– Espera un momento -dijo Jake-. ¿Me estás diciendo que hay otro grupo de satanistas por aquí?

– Un grupo, no. Creo que eso sería demasiado suponer. Puede que sean dos personas, un equipo, aunque es más probable que sólo sea un individuo.

– Que está utilizando a este grupo para distraernos -sugirió Ash.

– ¿Para distraernos de qué? ¿De sus verdaderos motivos para matar a Tate?

– Bueno -contestó Riley-, ha dado resultado. Quiero decir que primero nos volvimos locos intentando descubrir quién era la víctima, y ahora los sospechosos más evidentes no parecen encajar tan bien en el caso. Todos sabemos que cuanto más tarda en resolverse un asesinato, más se enfría la pista.

No quería confiarle al sheriff sus sospechas de que todo aquello giraba en torno a ella: que era el blanco de la ira de otra persona. Era muy improbable que Jake comprendiera los indicios que la habían llevado a aquella conclusión, y más aún que los aceptara.

– ¿Una táctica para hacernos perder tiempo? -Jake sacudió la cabeza-. Entonces, ¿para qué dejarlo colgado sobre ese altar? ¿Por qué no arrojar su cuerpo al mar o enterrarlo en alguna parte? No se ha denunciado su desaparición, así que seguramente ni siquiera nos habríamos enterado de que teníamos que empezar a buscarle hasta que hubieran llegado los siguientes inquilinos a la casa. ¿Y para qué torturarle y decapitarle?

– Se quería que pareciera un asesinato relacionado con rituales ocultistas -dijo Riley-. Pero eso no significa que lo sea.

– De momento, seguimos considerando el ocultismo como móvil -dijo Ash en tono neutral.

– Si quieres un móvil, yo te daré uno -respondió Jake, claramente malhumorado-. Puede que vaya disfrazado con túnica negra y círculos de sal, pero tengo a un muerto y a su ex mujer en esta isla, y eso no puede ser una coincidencia. Mira, las parejas se matan entre sí constantemente. Sí, incluso años después de divorciarse. Puede que él acabara de heredar el dinero de su familia y que ella siga figurando en su testamento. Puede que haya un crío de por medio y que se trate de un problema de custodia. O puede que Steve el Sonriente sea mucho más celoso de lo que aparenta.

Riley frunció el ceño y luego se encogió de hombros.

– Es tu investigación, Jake. Pero yo no creo que nadie de esa casa haya matado a Wesley Tate.

– Entonces, ¿quién fue? -dijo Jake, prácticamente rugiendo.

– No lo sé. Aún.

Él tensó los hombros como si se dispusiera a hacer algo. Posiblemente, algo de gran intensidad física.

– Muy bien. Estoy seguro de que no te importará que indague un poco más sobre esa gente.

– Me parece una excelente idea. Porque tiene que haber otro vínculo entre ese grupo, Wesley Tate y Opal Island o Castle.

– ¿Qué clase de vínculo? -preguntó Leah.

– Averigúalo -contestó Riley- y tendremos una pieza muy importante del rompecabezas.

Jake indicó a Leah con una seña que montara en su todoterreno y luego les dijo a los otros dos:

– Entonces, ¿qué vais a hacer mientras tanto?

Consciente de que Ash tuvo la tentación de contestar que para lo que iban a hacer necesitaban estar desnudos y tener a mano el Kama Sutra, Riley se apresuró a decir:

– Oh, curiosear por ahí. Intentar averiguar si de verdad hay adeptos al ocultismo en esta zona.

– Pues que tengáis suerte. Avisadme si descubrís algo.

– Lo haremos. -Riley vio alejarse el coche del departamento del sheriff y luego miró a Ash con las cejas levantadas-. Has sido de gran ayuda.

– Me he dado cuenta de que me encanta hacer rabiar a Jake. Es como tener un juguete nuevo.

Ella tuvo que reírse, pero añadió:

– Bueno, déjalo, ¿de acuerdo? Al menos, hasta que descubramos qué está pasando. Nos descentra.

Él se puso serio.

– Sí, tienes razón -dijo-. He notado que no tenías ninguna prisa por contarle a Jake lo que sospechas que está pasando en realidad.

– No tengo ninguna prueba. Y suena tan rocambolesco que alguien se tome tantas molestias para traerme aquí con el único propósito de volverme loca… Cuanto más lo pienso, más improbable me parece.

Ash volvió a mirar hacia la casa. Luego condujo a Riley al lado del copiloto de su Hummer.

– Quizá deberíamos hablar de ello de camino -dijo.

Riley esperó hasta que él entró en el coche y puso el motor en marcha para decir:

– ¿De camino adonde?

– Dímelo tú. ¿Qué tal tu cabeza, por cierto? Ahí dentro parecías estar captando algo, aunque no sé si eran pensamientos concretos.

– Pensamientos concretos, sí -confirmó ella-. Los de Jenny, al menos. Tenues y confusos, pero perceptibles. Así que mi cabeza va mejor, no hay duda. En todos los aspectos, excepto en el de la memoria. Las lagunas siguen ahí, y el tiempo que pasé aquí antes de que me atacaran con la pistola eléctrica me parece todavía extrañamente lejano y lleno de manchas oscuras.

Ash posó la mano de ella sobre su muslo.

– Entonces, ¿la energía ya no es problema?

– No tanto. Pero tengo hambre. -Pensó en ello-. Supongo que la comida sigue siendo el combustible del horno físico, pero tu energía me está ayudando en el aspecto parapsicológico.

– Mientras sirva de algo. -Miró su reloj y puso el Hummer en marcha-. Creo que lo primero es comer. Sé que esta tarde querías hablar con Gordon. ¿Qué más?

– Quiero volver a echar un vistazo a los edificios que se quemaron. Hay algo que me inquieta. -Le miró y, muy consciente de la dureza de su muslo bajo su mano, añadió con sorna-: Lo del Kama Sutra vendrá luego.

Ash sonrió.

– Estás volviendo a la normalidad.

– ¿Porque sabía lo que estabas pensando?

– Desde la primera vez que nos tocamos -afirmó él-. Dijiste que no eran pensamientos completos, como una conversación, sino la impresión general de lo que se me pasaba por la cabeza en cualquier momento dado.

– ¿Y no te importa?

– A decir verdad -contestó él-, ha sido un poco una revelación. Y un alivio. Cuando hablamos, nunca tengo que explicarme o que aclarar lo que quiero decir.

– Siempre hay una pega -le advirtió ella.

– Sí, ya lo sé.

Riley levantó una ceja, curiosa.

– Tuve una de esas raras ideas de cerdo machista que, según tú, tenemos todos los hombres de vez en cuando.

– Tuvo que ser muy fuerte, si te lo dije. Estoy bastante acostumbrada a ellas. Por la vida en el ejército, ya sabes. Y por haber crecido entre hermanos.

– Hum. Digamos simplemente que condujo a un debate muy intenso. Y a un polvo fantástico después.

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