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John Verdon: Deja en paz al diablo

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John Verdon Deja en paz al diablo

Deja en paz al diablo: краткое содержание, описание и аннотация

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Nada es nunca lo que parece. Y menos si David Gurney está involucrado. Han pasado seis meses. David Gurney apenas ha conseguido reincorporarse a una cierta normalidad después de haberse encontrado al borde de la muerte tras resolver el caso más peligroso al que se había enfrentado. Madeleine, su esposa, está preocupada: ha sido diagnosticado con síndrome de estrés postraumático; nada parece alegrarle. Hasta que recibe una llamada. Connie Clark, la periodista que creó la leyenda de superpoli, lo puso en la portada de una revista y lo catapultó a la fama, quiere pedirle ayuda. Su hija Kim está realizando un documental sobre las familias de las víctimas de un asesino en serie al que nunca atraparon, el Buen Pastor, y Connie quiere que Gurney supervise sus investigaciones y la guíe. En parte por aburrimiento y en parte por hacerle un favor a Connie, Gurney acepta. Sin embargo, esto no será más que el principio. Incapaz de ponerle coto a su curiosidad y a su necesidad de resolver cada una de las incógnitas que se le presentan, David Gurney se verá arrastrado a una investigación para descubrir la verdadera identidad del asesino. Un asesino que es tan imprevisible como peligroso. Si en Sé lo que estás pensando te asombró y en No abras los ojos te aterró, con Deja en paz al diablo, John Verdon consigue lo inesperado: sorprender al lector a cada página hasta dejarlo sin aliento.

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Kim se quedó completamente quieta durante un momento, como si estuviera buscando algo en su interior. Luego se limpió un poco la cara con las manos y emergió detrás de ellos con una determinación genuina en la mirada y en la voz:

– Para comprender qué es de verdad el asesinato, hay que hablar con las familias. Esa es mi teoría, es mi proyecto, mi plan. Y eso es lo que ha entusiasmado a Rudy Getz. -Respiró profundamente y exhaló muy despacio-. Si no es mucho pedir, ¿puedo tomar otra taza de café?

– Creo que podemos ocuparnos de eso. -Madeleine dibujó una sonrisa agradable, fue a la isleta de la cocina y rellenó la cafetera.

Gurney estaba recostado en su silla, con las manos colocadas reflexivamente bajo la barbilla. Permanecieron en silencio unos momentos. La cafetera emitió sus clásicos sonidos iniciales de borboteo.

Kim miró a su alrededor, a aquella cocina tan grande.

– Esto es muy bonito -dijo-. Muy hogareño, cálido. Perfecto, en realidad. Parece la casa de campo con la que todo el mundo sueña.

Después de que Madeleine llevara el café de Kim a la mesa, Gurney fue el primero en hablar:

– Está claro que sientes mucha pasión por este tema, que significa mucho para ti. Ojalá tuviera tan claro cómo puedo ayudarte.

– ¿Qué te pidió Connie que hicieras?

– Guardarte las espaldas. Creo que fue una de las frases que usó.

– ¿No mencionó… otros problemas?

A Gurney le sonó como un intento infantilmente transparente de hacer que la pregunta sonara fortuita.

– ¿Tu exnovio cuenta como un problema?

– ¿Habló de Robby?

– ¿Mencionó a un tal Robert Meese… o Montague?

– Meese. Lo de Montague es… -Su voz se fue apagando, al tiempo que negaba con la cabeza-. Connie cree que necesito protección. No es así. Robby es patético y extremadamente molesto, pero puedo ocuparme de eso.

– ¿Está relacionado con tu proyecto de televisión?

– Ya no. ¿Por qué lo preguntas?

– Simple curiosidad.

«¿Curiosidad sobre qué? ¿En qué demonios me estoy metiendo? ¿Por qué me molesto en sentarme aquí y escuchar a una recién graduada que se exalta con el problema de un novio chiflado, que expone sus ideas sentimentales sobre el asesinato y que habla acerca de su gran oportunidad para alcanzar la gloria en la cadena de televisión por cable más deplorable del país? Ya es hora de salir de las arenas movedizas.»

Kim lo estaba mirando como si, al igual que Madeleine, pudiera leerle la mente.

– No es tan complicado. Y como has sido tan generoso como para ofrecerme ayuda, debería ser más comunicativa.

– Siempre volvemos a esa parte en que tengo que ayudarte, pero no veo…

Madeleine, que estaba escurriendo una esponja en el fregadero después de lavar los platos del desayuno, lo interrumpió con suavidad.

– ¿Por qué no escuchamos lo que Kim tiene que contar?

Gurney asintió con la cabeza.

– Buena idea.

– Conocí a Robby en el club de teatro hace poco menos de un año. Era de lejos el tío más guapo del campus. Un Johnny Depp de veintidós años. Hace unos seis meses nos fuimos a vivir juntos. Durante un tiempo me sentí la persona más afortunada del mundo. Cuando me sumergí por completo en el proyecto, él pareció apoyarme. De hecho, cuando elegí a las familias que quería empezar a entrevistar quiso acompañarme, vino conmigo, formó parte de todo. Y entonces…, entonces fue cuando… el monstruo emergió.

Hizo una pausa y tomó un sorbo del café antes de continuar:

– Cuando Robby se implicó más, empezó a tomar el control. Ya no me estaba apoyando con mi proyecto, se convirtió en «nuestro» proyecto, y luego empezó a actuar como si fuera «su» proyecto. Después de reunirnos con una de las familias les dio su tarjeta de visita, les dijo que podían ponerse en contacto con él en cualquier momento. De hecho, fue entonces cuando empezó con esa ridiculez del Montague, cuando hizo imprimir esas tarjetas: «Robert Montague. Consultoría de producciones documentales y creativas».

Gurney parecía escéptico.

– ¿Estaba tratando de apartarte, de quedarse con tu proyecto?

– Era más enfermizo que eso. Robby Meese parece un dios, pero procede de un hogar destrozado donde ocurrieron cosas siniestras. Se pasó la mayor parte de su infancia en casas de acogida, todas igual de complicadas. En lo más hondo, es la persona más patéticamente insegura del mundo. Robby estaba desesperado por impresionar a algunas de las familias con las que estuvimos hablando para concertar entrevistas oficiales. Creo que habría hecho cualquier cosa para obtener su aprobación, cualquier cosa para que lo aceptaran, para conseguir gustarles. Fue un poco desagradable.

– ¿Qué hiciste al respecto?

– Al principio no sabía qué hacer. Luego me decidí, cuando descubrí que había estado hablando por su cuenta con uno de los miembros clave de la familia, un tipo que me interesaba de verdad. Cuando hablé con Robby de esto, todo saltó por los aires, nos peleamos a gritos. Fue entonces cuando lo eché de nuestro apartamento, de mi apartamento. Y conseguí que el abogado de Connie escribiera una encantadora carta amenazadora, para mantenerlo alejado del proyecto, de mi proyecto.

– ¿Cómo se lo tomó?

– Al principio fue amable, excesivamente amable. Lo mandé al cuerno. Luego empezó a decirme que remover viejos casos de homicidio podía ser arriesgado, que debería tener cuidado, que quizá no sabía dónde me estaba metiendo. Me llamaba a altas horas de la noche, me dejaba mensajes en el contestador para decirme que me iba a proteger y que muchas personas con las que estaba tratando (incluido mi director de tesis) no eran lo que aparentaban.

Gurney se sentó un poco más recto en su silla.

– ¿Qué pasó después?

– ¿Después? Le dije que si no me dejaba en paz pediría una orden de alejamiento y que haría que lo detuvieran por acoso.

– ¿Eso tuvo algún efecto?

– Depende de lo que quieras decir. Se acabaron las llamadas, pero empezaron a ocurrir cosas raras.

Madeleine dejó lo que estaba haciendo en el fregadero y se acercó a la mesa.

– Parece que esto se está poniendo intenso. ¿Os importa que me una a vosotros?

– No hay problema -dijo Kim.

Madeleine se sentó.

– Empezaron a desaparecer cuchillos de cocina -continuó la chica-. Un día, al volver de clase, no encontré a mi gato. Al final oí un maullido apagado: estaba en uno de los armarios, con la puerta cerrada. Era un armario que nunca usaba. Y hubo un día en que me quedé dormida porque habían cambiado la hora del reloj de mi alarma.

– Muy molesto, pero bastante inofensivo -intervino Gurney. La expresión en el rostro de Madeleine sugería que no estaba para nada de acuerdo con él, así que añadió-: No quiero menospreciar el impacto emocional que pueden tener las bromas pesadas. Solo estoy pensando en los grados de acoso enjuiciables desde un punto de vista legal.

Kim asintió.

– Exacto. Bueno, las bromas se hicieron más pesadas. Una noche en que llegué tarde a casa me encontré una gota de sangre del tamaño de una moneda de diez centavos en el suelo del cuarto de baño. Y al lado estaba uno de mis cuchillos de cocina desaparecidos.

– Dios mío -exclamó Madeleine.

– Al cabo de unas cuantas noches, empecé a oír sonidos estremecedores. Algo me despertaba, pero no estaba segura de qué era. Entonces oía una tabla que crujía, luego nada, más tarde algo que sonaba como una respiración, después nada.

Madeleine estaba horrorizada.

– ¿Estás hablando de un apartamento? -preguntó Gurney.

– Es una casa pequeña, dividida en un apartamento arriba y otro abajo, además de un sótano. Hay un montón de casas horribles como esa fuera del campus, divididas en apartamentos baratos para estudiantes. Ahora mismo soy la única inquilina.

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